Divina

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martes, 29 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 53


Pau

Un zumbido. Sólo oigo un zumbido constante y siento que la cabeza me va a estallar en cualquier momento. Además, hace calor. Demasiado calor. Pedro pesa mucho, su brazo escayolado me aprieta la barriga y necesito hacer pis.

« Pedro.»

Le levanto el brazo y salgo reptando, literalmente, de debajo de su cuerpo. Lo primero que hago es coger su teléfono de la mesilla y quitar la función de vibración. La pantalla está llena de mensajes y llamadas de Christian. Respondo con un simple «Estamos bien» y pongo el móvil en silencio antes de ir al baño.

Me siento muy triste, y los restos del abuso de alcohol de anoche siguen flotando en mis venas. No debería haber bebido tanto vino, debería haber parado después de la primera botella. O de la segunda. O de la tercera.

No recuerdo haberme dormido y tampoco consigo acordarme de qué pasó para que Pedro esté aquí. Un recuerdo emborronado de su voz al teléfono aparece en mi mente pero no consigo entenderlo, y ni siquiera estoy segura de que de verdad ocurriera. Sin embargo, él está aquí ahora, dormido en mi cama, por lo que supongo que los detalles ya no importan.

Apoyo las caderas en el lavamanos y abro el grifo del agua fría. Me echo un poco en la cara como hacen en las películas, pero no funciona. No me despierta ni despeja mi mente, sólo hace que el rímel de ayer chorree aún más por mis mejillas.

—¿Pau? —llama la voz de Pedro.

Cierro el grifo y me lo encuentro en el pasillo.

—Hola —digo evitando sus ojos.

—¿Qué haces levantada? Sólo hace dos horas que te has dormido.

—Supongo que tengo insomnio. —Me encojo de hombros odiando la extraña tensión que siento en su presencia.

Lo sigo hasta la habitación y cierro la puerta detrás de mí. Se sienta en el borde de la cama y yo vuelvo a meterme bajo las sábanas. Ahora mismo no me veo con fuerzas para enfrentarme a un día nuevo, pero no pasa nada, porque no parece que el sol haya decidido salir aún.

—Me duele la cabeza —confieso.

—No lo dudo: te has pasado la noche vomitando, pequeña.

Siento un poco de vergüenza al recordar cómo Pedro me cogía el pelo y me acariciaba los hombros para reconfortarme mientras vaciaba mi estómago en el váter.

La voz del doctor West dándome malas noticias, las peores noticias, se hace eco en mi dolorida cabeza. ¿Le conté a Pedro lo que ocurre cuando estoy borracha? «Espero que no.»

—¿Qué... qué dije anoche, Pedro? —pregunto tartamudeando un poco.

Él exhala y se pasa una mano por el pelo.

—No dejabas de hablar de Karen y de mi madre. No quiero saber lo que significaba. Hace una mueca que supongo que se parece a la expresión en mi propia cara.

—¿Eso es todo? —repongo.

—Básicamente. Ah, también citabas a Hemingway.

Sonríe ligeramente y entonces recuerdo lo encantador que puede llegar a ser.

—No. —Me cubro la cara con las manos muerta de vergüenza.

—Sí.

De sus labios escapa una suave sonrisa y, cuando lo espío entre mis dedos, añade:

—También dijiste que aceptabas mis disculpas y que ibas a darme otra oportunidad.

Sus ojos se encuentran con los míos a través de las rendijas de mis dedos y no puedo apartar la mirada. «Buen intento.»

—Mentiroso.

No sé si quiero reír o llorar. Aquí estamos otra vez, en mitad de las idas y venidas, del tira y afloja. Soy consciente de que en esta ocasión parece distinto, pero también sé que no puedo confiar en mi juicio. Cada vez que me hacía una promesa que no era capaz de cumplir parecía distinto.

—¿Quieres que hablemos de lo que pasó anoche? —me pregunta—. Porque no me gustó nada verte así. No eras tú. Me asustaste mucho por teléfono.

—Estoy bien.

—Estabas borracha. Bebiste tanto que te quedaste dormida en el porche, y hay botellas vacías por toda la casa.

—No es divertido encontrar a alguien así, ¿verdad?

Me siento como una imbécil en cuanto lo digo. Sus hombros se hunden.

—No, no lo es —admite.

Me acuerdo de las noches —y, a veces, incluso los días— en las que encontraba a Pedro borracho. El Pedro borracho siempre venía acompañado de lámparas rotas, agujeros en las paredes y palabras horribles que buscaban herir de verdad.

—Eso no volverá a suceder —dice respondiendo a mis pensamientos.

—No quería... —miento, pero me conoce demasiado bien.

—Sí querías. Y está bien, me lo merezco.

—Sea como sea, no es justo que te lo eche en cara.

Debo aprender a perdonar a Pedro o ninguno de los dos podrá vivir en paz después de esto.

No me había dado cuenta de que vibraba, pero entonces coge el móvil de la mesilla y se lo pega a la oreja. Cierro los ojos para aliviar el dolor mientras Pedro maldice a Vance. Sacudo la mano intentando detenerlo, pero me ignora, y se apresura a decirle a Christian lo capullo que es.

—¡Deberías haber contestado, joder. Si llega a pasarle algo, habría hecho que toda la responsabilidad cayera sobre ti!

Pedro le grita al teléfono y yo intento silenciar su voz.

«Estoy bien, he bebido demasiado porque tuve un mal día, pero ahora estoy bien. ¿Qué hay de malo en eso?»

Cuando cuelga, siento que el colchón a mi lado se hunde y me aparta la mano de los ojos.

—Dice que siente no haber venido a casa a ver cómo estabas —explica Pedro a pocos centímetros de mi cara.

Desde aquí veo la pelusa que empieza a crecerle en el mentón y la mejilla. No sé si es porque sigo borracha o sólo loca de remate, pero alargo la mano y le acaricio la barbilla. Mi gesto lo sorprende y me mira con los ojos muy abiertos mientras lo toco.

—¿Qué estamos haciendo? —pregunta, y se acerca aún más.

—No lo sé —le contesto, y es la verdad.

No tengo ni idea de lo que estamos haciendo ahora, de lo que hago siempre que se trata de Pedro. Nunca lo he sabido. En mi interior estoy triste y dolida y me siento traicionada por mi propio cuerpo y también por la naturaleza esencial del karma y la vida en general, pero por fuera sé que Pedro puede hacer que olvide todo eso.

Ahora lo entiendo. Entiendo lo que quería decir cuando me decía que me necesitaba todas aquellas veces. Entiendo por qué me utilizó como lo hizo.

—No quiero utilizarte —digo entonces.

—¿Qué? —pregunta confundido.

—Quiero que me hagas olvidarlo todo pero no quiero utilizarte. Quiero estar a tu lado ahora mismo, pero no he cambiado de opinión respecto al resto —balbuceo y espero que entienda lo que no sé cómo decir.

Se apoya en un codo y me mira.

—No me importa cómo ni por qué, pero si me quieres de esa forma no tienes por qué dar explicaciones. Ya soy tuyo.

Sus labios están tan cerca de los míos que sólo tendría que incorporarme un poco para tocarlos.

—Lo siento —digo volviendo la cabeza.

No puedo utilizarlo de esa manera, pero sobre todo no puedo fingir que eso es todo cuanto sería. No sería una simple distracción física a mis problemas; sería más, mucho más. Aún lo quiero, aunque a veces desearía no hacerlo. Me gustaría ser más fuerte y poder despachar esto como un simple entretenimiento, sin sentimientos, sin querer más, sólo sexo.

Sin embargo, mi corazón y mi conciencia no lo permitirán. Estando tan dolida como estoy por ver cómo mi futuro perfecto se ha evaporado, no puedo utilizarlo así, sobre todo ahora que parece que esté haciendo un esfuerzo. Le haría mucho daño.

Mientras me debato conmigo misma, rueda sobre el colchón, pone el cuerpo sobre el mío y me coge las muñecas con una mano.

—Pero ¿qué estás...?

Levanta mis brazos por encima de mi cabeza.

—Sé lo que estás pensando —dice.

Pone los labios sobre mi cuello y mi cuerpo se rinde. Giro la cabeza a un lado dejando expuesta esa zona de piel sensible.

—No es justo para ti —jadeo cuando me muerde debajo de la oreja. Me suelta las muñecas el tiempo justo para quitarme la camiseta y tirarla al suelo.

—Esto no es justo. Me permites que te toque a pesar de que todo lo que he hecho es injusto para ti, pero yo lo quería. Yo te deseaba, siempre te deseo, y sé que estás evitándolo pero quieres que te distraiga de tu dolor. Déjame hacerlo, por favor.

A continuación, deja caer su peso sobre mí, sus caderas me aprisionan contra el colchón de una forma dominante y exigente que hace que mi cabeza gire más rápido que con el vino de anoche.

Su rodilla se cuela entonces entre mis muslos y los separa.

—No pienses en mí —añade—. Sólo piensa en ti y en lo que quieres.

—Vale —asiento, gimiendo al notar cómo su rodilla me acaricia entre las piernas.

—Te quiero. No te sientas mal por dejarme que te lo demuestre.

Habla en un tono muy suave, pero una de sus manos agarra con fuerza mis muñecas y me inmoviliza en la cama mientras la otra se cuela bajo mis bragas.

—Qué mojada estás... —gime, y su dedo se desliza arriba y abajo en la humedad. Intento no moverme cuando acerca el dedo a mi boca y lo introduce entre mis labios—. Rico, ¿verdad?

Sin dejarme contestar, me suelta las manos y mete la cabeza entre mis piernas. Su lengua me recorre y yo hundo los dedos en su pelo. Cada vez que su lengua toca mi clítoris, me pierdo en el espacio con él. Ya no me rodea la oscuridad, ya no estoy cabreada, no pienso en mis errores ni en mis remordimientos.

Sólo me concentro en su cuerpo y en el mío. Me concentro en sus gemidos cuando le tiro del pelo. Me concentro en la forma en que mis uñas le arañan los omóplatos cuando introduce dos dedos en mi interior. Sólo puedo concentrarme en que me está tocando, por todas partes, dentro y fuera, de una forma en la que nadie lo ha hecho antes.

Me concentro en cómo coge aire cuando le suplico que se dé la vuelta y que me deje darle placer mientras él me lo da a mí; en la forma en la que se baja los pantalones y los tira al suelo y casi se arranca la camiseta de la prisa que tiene por volver a tocarme. Me concentro en la forma en la que me levanta y me coloca encima de él, con mi cara mirando a su polla. Me concentro en que nunca habíamos hecho esto antes, pero me encanta cómo gimotea mi nombre cuando me la meto en la boca. Me concentro en la presión que crece en mí y en las guarradas que me dice para conseguir llevarme al límite.

Yo me corro primero, luego lo hace él llenándome la boca, y casi me desmayo del alivio que invade mi cuerpo después de esto. Trato de no pensar en que no me siento culpable por permitirle que me toque para distraerme del dolor.

—Gracias —suspiro apoyada en su pecho cuando tira de mí para que me dé la vuelta y me tumbe sobre él, mirándolo.

—No, gracias a ti. —Me sonríe y me besa el hombro desnudo—. ¿Vas a decirme qué es lo que te preocupa?

—No —repongo.

Dibujo con la yema del dedo el tatuaje del árbol en su estómago.

—Vale —asiente—. ¿Te casarás conmigo?

Su cuerpo se mueve con su risa suave bajo mi cuerpo.

—No —le suelto esperando que sólo quiera chincharme.

—Vale. ¿Vendrás a vivir conmigo?

—No.

Desplazo el dedo hasta su muñeca y resigo el símbolo del infinito con los extremos en forma de corazón tatuado allí.

—Me lo tomaré como un «quizá» —dice. Luego ríe entre dientes y me rodea la espalda con un brazo—. ¿Dejarás que te invite a cenar esta noche?

—No —respondo demasiado rápido.

Se ríe.

—Me tomaré eso como un «sí».

Su risa se corta de golpe cuando oímos el eco de la puerta principal al abrirse y las voces que llenan el recibidor.

—Mierda —decimos los dos a la vez.


Pedro me mira sorprendido por mi lenguaje y yo lo miro y me encojo de hombros antes de empezar a buscar en los cajones algo que ponerme.

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