Pedro
Gruño al ver la espantosa toga
negra en el espejo. Nunca entenderé por qué me obligan a ponerme esta mierda.
¿Por qué no puedo llevar ropa normal a la ceremonia? Mi ropa de calle es negra,
tendría que servir.
—Es oficial: esto es lo más
estúpido que he hecho en la vida.
Karen pone los ojos en blanco.
—Calla de una vez y póntela.
—El embarazo está haciendo que te
vuelvas muy antipática —bromeo, y me aparto antes de que me suelte un cachete.
—Ken lleva en el Coliseo desde
las nueve de la mañana. Se sentirá muy orgulloso al verte subir al estrado
vestido con la toga. —Sonríe y le brillan los ojos.
Si llora, necesitaré pensar en
una escapatoria. Saldré lentamente de la habitación y cruzaré los dedos para
que las lágrimas le impidan seguirme.
—Hablas como si fuera el baile de
fin de curso —refunfuño, y me ajusto el mar de tela que engulle todo mi cuerpo.
Tengo los hombros tensos, me
duele la cabeza y se me va a salir el corazón del pecho. No por la ceremonia ni
por el título, esas cosas me importan una mierda. Me muero de ansiedad porque
es posible que ella esté allí. Estoy haciendo todo este paripé por ella. Fue
ella quien me convenció —bueno, de hecho, me engañó— para que asistiera. Y si
la conozco tan bien como creo, estará allí para celebrar su triunfo.
Aunque cada vez llama menos y
casi nunca me escribe, hoy vendrá.
Una hora después estamos entrando
en el aparcamiento del Coliseo, donde se celebra la ceremonia de graduación. He
accedido a venir con Karen porque se ha ofrecido a traerme veinte veces. Habría
preferido venir en mi coche, pero últimamente está muy pesada. Sé que está
intentando compensar la ausencia de Pau, pero nada podrá llenar ese vacío.
Nada ni nadie podrá darme lo que
me ha dado Pau, y siempre la necesitaré. Todo lo que hago, todos los días desde
que me dejó, es para ser mejor cuando ella vuelva. He hecho nuevos amigos...,
bueno, de hecho, sólo dos. Luke y su novia, Kaci, son lo más parecido que
tengo, y no son mala compañía. No beben mucho, no van a fiestas de mierda ni
les van las apuestas. Luke es un par de años mayor y lo arrastran a la fuerza a
terapia de pareja. Lo conocí durante mi sesión semanal con el doctor Tran, un
portento de la salud mental.
Bueno, en realidad, no. Es un
timador de primera. Le pago cien pavos la hora para que escuche cómo hablo de Pau
dos días a la semana... Pero me viene bien hablar con alguien de toda la mierda
que me ronda por la cabeza, y a él no se le da mal escucharme.
—Landon me ha dicho que te
recuerde que siente mucho no poder estar aquí. Nueva York lo mantiene muy
ocupado —me dice Karen cuando apaga el motor—. Le he prometido que te haría
muchas fotos.
—Guay. —Le sonrío y salgo del
coche.
El edificio está hasta los topes,
las gradas llenas de padres orgullosos, familiares y amigos. Asiento en
dirección a Karen cuando me saluda con la mano desde su puesto en primera fila.
Supongo que ser la esposa del rector tiene sus ventajas, entre ellas, asientos
de primera el día de la graduación, que es una cosa divertidísima.
No puedo evitar buscar a Pau
entre la multitud. Es imposible ver la mitad de las caras porque las luces son
demasiado brillantes y cegadoras. No quiero saber lo que esta extravagancia le
cuesta a la universidad. Encuentro mi nombre en un gráfico que explica dónde
tenemos que sentarnos y le sonrío a la encargada de buscarnos sitio. Está
cabreada, imagino que es porque no vine al ensayo. En serio, no puede ser tan
difícil. Te sientas. Te llaman. Te levantas y echas a andar. Recoges un papel
que no vale para nada. Echas a andar y vuelves a sentarte.
Cómo no, cuando me siento en mi
sitio, la silla de plástico es incómoda y el pavo que hay a mi lado está
sudando más que un cubito de hielo en el Sahara. Se retuerce la ropa, tararea
algo para sí y le tiembla la rodilla. Me dan ganas de decirle algo hasta que me
doy cuenta de que yo estoy haciendo exactamente lo mismo, aunque no sudo como
un cerdo.
No sé cuántas horas han
transcurrido —a mí me parecen por lo menos cuatro— cuando por fin oigo mi
nombre. El modo en que me mira todo el mundo es muy raro, y siento náuseas y me
apresuro a desaparecer del estrado en cuanto veo que a Ken se le llenan los
ojos de lágrimas.
Tengo que esperar a que acaben
con todo el alfabeto para ir a buscarla. Para cuando llegan a la «V», me
planteo levantarme e interrumpir la ceremonia. ¿Cuánta gente hay cuyo apellido
empiece por «V»?
Pues parece ser que un montón.
Por fin, después de haber
superado varios grados de aburrimiento, cesan los aplausos y se nos permite
levantarnos de nuestros asientos. Yo salto del mío, pero Karen viene corriendo
a darme un abrazo. Cuando me parece que ya la he tolerado bastante, me disculpo
a mitad de su discurso lloroso de felicitación y corro a buscarla.
Sé que está aquí. Puedo sentirlo.
Llevo dos meses sin verla, dos
putos meses, y estoy que me va a dar algo del subidón de adrenalina cuando al
fin la veo cerca de la salida. Sabía que haría algo así, que vendría e
intentaría escabullirse antes de que la encontrara, pero no se lo permitiré. La
seguiré hasta el coche si hace falta.
—¡Pau! —me abro paso entre las
familias abrazadas para llegar hasta ella.
Se vuelve justo cuando estoy
apartando a un chico de un empujón.
Hace mucho que no la veo y es un
alivio tremendo. Tremendo. Está tan guapa como siempre. Su piel tiene un tono
bronceado que antes no tenía, le brillan los ojos y parece más feliz. Se había
convertido en una sombra y ahora está llena de vida. Se le nota sólo con
mirarla.
—Hola. —Sonríe y hace esa cosa
que hace cuando está nerviosa: se coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Hola. —Repito su saludo y me
tomo un momento para observarla bien. Es aún más angelical de lo que recordaba.
Parece que ella está haciendo lo
mismo, mirarme de arriba abajo. Ojalá no llevara esta ridícula toga, así podría
ver que he estado haciendo ejercicio.
Es la primera en hablar:
—Qué largo llevas el pelo.
Me echo a reír suavemente y me
paso las manos por la maraña. Seguro que el birrete me lo ha aplastado. Luego
caigo en que no sé dónde lo he dejado, pero ¿a quién le importa?
—Sí. Tú también —digo sin pensar.
Se echa a reír y se lleva los dedos a la boca—. Quiero decir que tú también
llevas el pelo largo. Aunque siempre lo has llevado largo, claro. —Intento
arreglarlo pero sólo consigo hacerla reír otra vez.
«Bravo, Alfonso. Tú sí que sabes.»
—Y la ceremonia, ¿ha sido tan horrible
como esperabas? —pregunta.
La tengo a menos de medio metro y
desearía que estuviéramos sentados o algo así. Creo que necesito sentarme.
«¿Por qué coño estoy tan nervioso?»
—Peor. ¿No se te ha hecho eterna?
Al tipo que leía los nombres le han salido canas. —Espero que eso la haga reír
otra vez. Cuando sonríe, le devuelvo la sonrisa y me aparto el pelo de la cara.
Necesito cortármelo urgentemente, pero creo que, por ahora, lo dejaré estar.
—Estoy muy orgullosa de que hayas
venido —dice—. Seguro que has hecho feliz a Ken.
—Y ¿tú eres feliz?
Frunce el ceño.
—¿Por ti? Sí, por supuesto. Me
alegro mucho por ti. No te parece mal que haya venido, ¿verdad? — Se mira los
pies un instante antes de buscar mis ojos.
Hay algo distinto en ella, se la
ve más segura, más..., no sé... ¿Fuerte? Está erguida, con la mirada clara y
centrada, y aunque noto que está nerviosa, no se la ve tan amedrentada como
antes.
—Pues claro. Me habría cabreado
mucho hacer toda esta chorrada para nada. —Le sonrío y luego me río al pensar que
parece que lo único que hacemos es sonreír y retorcernos las manos nerviosos—. ¿Cómo estás? Perdona que no te
haya llamado mucho. He estado muy liado...
Quita importancia a mis palabras
con un gesto de la mano.
—Descuida, sé que has estado muy
ocupado con la graduación y haciendo planes para tu futuro y todo eso. —Me
dedica una sonrisa casi imperceptible—. He estado bien. He solicitado plaza en
todas las universidades a cien kilómetros de Nueva York.
—¿Todavía quieres ir allí? Landon
me dijo ayer que no estabas muy segura.
—Y no lo estoy. Estoy esperando
noticias de al menos una facultad antes de trasladarme. Solicitar el traslado
desde el campus de Seattle me fastidió el expediente académico. En la
secretaría de la NYU me dijeron que me hacía parecer indecisa y poco preparada,
por lo que espero que al menos una de las universidades no lo vea así. De lo
contrario, haré algún curso de formación profesional hasta que pueda volver a
incorporarme a la universidad. —Respira hondo—. Caray..., menudo rollo acabo de
soltarte. — Se echa a reír y deja paso a una madre que solloza de la mano de su
hija, que va con toga y birrete—. ¿Ya has decidido lo que vas a
hacer a partir de ahora?
—Me esperan varias entrevistas en
las próximas semanas.
—Qué bien. Me alegro por ti.
—Pero no son para trabajar aquí
—digo, y la observo atentamente mientras asimila mis palabras.
—¿Te refieres a la ciudad?
—No, al estado.
—Entonces ¿dónde?, si es que se
puede preguntar... —Es educada y comedida, y su voz es tan dulce y suave que
doy un paso hacia ella.
—Tengo una en Chicago y tres en
Londres.
—¿Londres? —Intenta ocultar la
sorpresa en su voz, y yo asiento.
No quería tener que decírselo,
pero deseaba aprovechar todas las oportunidades que surgieran. No creo que
vuelva a Inglaterra, sólo estoy explorando mis opciones.
—No sabía lo que iba a pasar con
nosotros... —intento explicarle.
—No, si lo entiendo. Sólo es que
me ha pillado por sorpresa, nada más.
Sé lo que está pensando sólo con
mirarla. Casi puedo oír sus pensamientos.
—He estado hablando un poco con
mi madre. —Suena muy raro cuando lo digo, aunque más raro fue cuando por fin le
cogí el teléfono a Trish. He estado evitándola hasta hace dos semanas. No la he
perdonado exactamente, pero estoy intentando que todo el desastre no me cabree
tanto. No me lleva a ninguna parte.
—¿De verdad? Pedro, me alegra
mucho oír eso. —Ya no frunce el ceño, sino que me sonríe de oreja a oreja y
está tan bonita que me duele el corazón.
—Sí —digo encogiéndome de
hombros.
Continúa sonriéndome como si
acabara de decirle que le ha tocado la lotería.
—Me alegro de que todo te vaya
tan bien. Te mereces lo mejor en la vida.
No sé muy bien qué contestar a
eso, pero echaba de menos su amabilidad; tanto, que no puedo evitar tirar de
ella y abrazarla. Lleva las manos a mis hombros y apoya la cabeza en mi pecho.
Juraría que se le ha escapado un suspiro. Y, si me equivoco, fingiré que no lo
he imaginado.
—¡ Pedro! —oigo que me llama
alguien, y Pau se aparta y se coloca a mi lado. Se ha ruborizado y vuelve a
estar nerviosa.
Luke se nos acerca con Kaci y un
ramo de flores en la mano.
—Dime que no me has traído flores
—protesto a sabiendas de que debe de haber sido idea de su chica.
Pau sigue de pie a mi lado,
mirando a Luke y a la morena bajita con los ojos muy abiertos.
—Sabes que no. Además, sé que te
encantan las azucenas —dice Luke mientras Kaci saluda a Pau con la mano.
Ella se vuelve hacia mí, confusa,
pero con la sonrisa más bonita que he visto en dos meses.
—Es un placer conocerte al fin.
—Kaci rodea a Pau con los brazos y Luke intenta empotrarme el horrendo ramo en
el pecho.
Dejo las flores en el suelo y
Luke me maldice cuando una horda de padres demasiado orgullosos las pisotean al
pasar.
—Soy Kaci, una amiga de Pedro. He
oído hablar mucho de ti, Pau. —Se aparta un poco para coger a Pau del brazo, y
me sorprende ver que ella le devuelve la sonrisa en vez de mirarme con cara de
pedir ayuda y empieza a hablar de las flores pisoteadas—. Pedro parece la clase
de chico a la que le gustan las flores, ¿no crees? —dice Kaci entre risas, y Pau
también se ríe—. Por eso se tatuó esas hojas tan feas.
Pau enarca una ceja.
—¿Hojas?
—No son hojas exactamente —digo—,
es que le gusta meterse conmigo. Aunque me he hecho unos cuantos tatuajes
nuevos desde la última vez que te vi. —No sé por qué me siento un poco
culpable.
—Ah. —Pau intenta sonreír, pero
sé que no es una sonrisa sincera—. Qué bien.
Estamos entrando en territorio
incómodo y, mientras Luke le habla a Pau de los tatuajes que llevo en el
vientre, comete un gran error:
—Le dije que no se los hiciera.
Habíamos salido los cuatro, y a Kaci le entró curiosidad por los tatuajes de Pedro
y decidió que quería hacerse uno.
—¿Los cuatro? —balbucea Pau, y sé
que se arrepiente de haberlo preguntado, se le nota en los ojos.
Le lanzo a Luke una mirada
asesina al tiempo que Kaci le clava el codo en las costillas.
—Vino también la hermana de Kaci
—aclara él para intentar arreglar la metedura de pata. Sin embargo, sólo
consigue empeorarlo.
La primera vez que salí con Luke,
quedamos con Kaci para cenar. Aquel fin de semana fuimos a ver una película y
Kaci trajo a su hermana. Varios fines de semana después me di cuenta de que la
chica se había pillado un poco de mí, y les dije que le quitaran la idea de la
cabeza. Ni quería ni quiero distracciones mientras espero que Pau vuelva a mí.
—Ah. —Pau le dirige a Luke una
sonrisa muy falsa y se queda mirando el gentío.
«Joder, odio la cara que está
poniendo.»
Antes de que pueda decirles a
Luke y a Kaci que se piren para poder explicárselo todo bien a Pau, Ken se me
acerca y me dice:
— Pedro, hay alguien a quien
quiero que conozcas.
Luke y Kaci se marchan y Pau se
hace a un lado. Intento cogerla, pero me evita.
—Tengo que ir al baño. —Sonríe y
se marcha después de saludar brevemente a mi padre.
—Te presento a Chris —dice Ken—,
te he hablado antes de él. Es el presidente de la editorial Gabber, en Chicago,
y ha venido hasta aquí para hablar contigo. —Sonríe satisfecho y coge al tipo
del hombro, pero yo no puedo evitar buscar a Pau entre la multitud.
—Muchas gracias —digo estrechando
la mano del hombre bajito, que empieza a hablar.
Apenas entiendo lo que dice,
estoy demasiado ocupado pensando qué habrá hecho Ken para conseguir que este
tío venga hasta aquí y preocupándome por Pau porque no sé si encontrará el
baño.
Después, busco en los alrededores
de todos los baños y la llamo dos veces al móvil. Se ha marchado sin
despedirse.
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solo 15 capitulos mas....... aaaayyyyy hoy se nos va un año mas ... Feliz Comienzo a tod@s gracias por acompañarme y bancarme siempre ... son de fierro siempre....
Pau
Junio
—¿Qué tal estoy? —Doy una vuelta
delante del espejo de cuerpo entero, dándole tironcitos al vestido, que me llega
justo por la rodilla. La seda granate tiene un tacto nostálgico cuando la
acaricio con los dedos. Me enamoré de la tela y del color en cuanto me lo
probé, me recuerdan a mi pasado, a cuando era otra persona—. ¿Me sienta bien?
Este vestido es un poco diferente
de la versión anterior. El otro era menos ajustado y tenía el cuello alto y
manga francesa. Éste es más entallado, con un escote recortado y sin mangas.
Siempre amaré el vestido anterior, pero me gusta cómo me queda éste hoy.
—Te queda muy bien, Paula. —Mi
madre se apoya en el marco de la puerta con una sonrisa.
He intentado tranquilizarme, pero
me he tomado cuatro tazas de café y media bolsa de palomitas y llevo todo el
día dando vueltas como una loca por casa de mi madre.
Hoy es la graduación de Pedro. Me
preocupa un poco que mi compañía no sea bien recibida, que me invitaran tan
sólo por educación y que la retiraran mientras hemos estado separados. Las
horas y los minutos han pasado, igual que siempre, sólo que esta vez no estoy
intentando olvidarlo. Esta vez lo estoy recordando y me estoy recuperando, y
rememoro el tiempo que pasé con él con una sonrisa.
Aquella noche de abril, la noche
en la que Landon me sirvió unas cuantas verdades en bandeja de plata, me fui
directa a casa de mi madre. Llamé a Kimberly y lloré por teléfono hasta que me
dijo que fuera una mujer, que dejara de llorar y que hiciera algo por arreglar
mi vida.
No me había dado cuenta de lo
oscura que se había vuelto mi existencia hasta que empecé a ver de nuevo la
luz. Me pasé la primera semana completamente sola, sin salir apenas de mi
dormitorio de la infancia y obligándome a comer. Sólo podía pensar en Pedro y
en lo mucho que lo echaba de menos, en lo mucho que lo necesitaba y lo quería.
La semana siguiente fue menos
dolorosa, igual que las demás veces que hemos roto, sólo que en esta ocasión
era distinto. En esta ocasión tenía que recordarme a mí misma que Pedro estaba
mejor, con su familia, y que no lo había dejado abandonado a su suerte. Si
necesitaba algo, tenía a su familia. Las llamadas diarias de Karen eran lo
único que evitaba que cogiera el coche y fuera a comprobar que él estaba bien.
Necesitaba poner mi vida en orden pero también necesitaba estar segura de que
no le estaba haciendo más daño ni a Pedro ni a nadie a mi alrededor.
Me había convertido en esa chica,
esa que es una carga para todo el mundo, sin siquiera darme cuenta porque sólo
tenía ojos para Pedro. Su opinión era lo único que parecía tener importancia, y
me pasé días y noches intentando enderezarlo, arreglar lo nuestro, mientras
estropeaba todo lo demás, incluyéndome a mí misma.
Pedro fue muy persistente las
primeras tres semanas pero, al igual que Karen, empezó a llamar cada vez menos
hasta que ya sólo recibía dos llamadas a la semana, una de cada uno. Karen me
asegura que él es feliz, así que no puedo enfadarme porque haga su vida y no me
llame tanto como querría o me gustaría que me llamase.
Con quien más hablo es con
Landon. Se sintió fatal al día siguiente de decirme todo lo que me dijo. Fue a
la habitación de Pedro a pedirme disculpas y se lo encontró a él solo y
cabreado. Landon me llamó de inmediato y me rogó que volviera y lo dejara
explicarse, pero le aseguré que estaba bien y que era mejor que me alejara por
un tiempo. Por mucho que quisiera irme con él a Nueva York, necesitaba regresar
al lugar en el que comenzó la destrucción de mi vida y volver a empezar. Sola.
Lo que más me dolió fue que
Landon me recordara que yo no era parte de su familia. Me hizo sentir que
sobraba, que no me querían, que no tenía vínculos con nada ni con nadie.
Me
sentí sola, desconectada, vagando de un lado a otro mientras intentaba
aferrarme a la primera persona que me aceptara. Dependía demasiado de los demás
y estaba perdida en el ciclo de querer que me quisieran. Odiaba sentirme así
más que nada en el mundo y sé que Landon sólo lo dijo porque estaba enfadado,
pero no andaba desencaminado. A veces la ira hace aflorar lo que de verdad
sentimos.
—Si sigues soñando despierta, no
llegarás nunca. —Mi madre se acerca y abre el cajón superior de mi joyero.
Deposita unos pequeños pendientes de diamantes en la palma de mi mano y me la
coge entre las suyas—. Ponte éstos. No será tan malo como crees. No pierdas la
calma y no des señales de debilidad.
Me echo a reír ante su intento
por hacerme sentir mejor y me pongo los pendientes.
—Gracias. —Le sonrío a su imagen
en el espejo.
Cómo no, siendo Carol Young, me
sugiere que me retire el pelo de la cara, me ponga más pintalabios y unos
tacones más altos. Le doy amablemente las gracias por sus consejos pero no los
sigo y, en silencio, le agradezco que no insista.
Mi madre y yo estamos trabajando
para tener la relación que siempre soñé tener con ella. Está aprendiendo que
soy una mujer, joven pero capaz de tomar mis propias decisiones. Y yo estoy
aprendiendo que no se convirtió en la mujer que es a propósito. Mi padre la
destrozó hace muchos años y nunca se recuperó. Está trabajando en ello, más o
menos igual que lo estoy haciendo yo.
Me sorprendió que me contara que
había conocido a alguien y que llevaban saliendo varias semanas. Aunque la
mayor sorpresa me la llevé al ver que el hombre en cuestión, David, no era ni
médico, ni abogado, ni tenía un coche lujoso. Tiene una panadería y nunca he
conocido a nadie que se ría tanto como él. Tiene una hija de diez años que se
ha aficionado a probarse mi ropa, que le queda grande, y que me deja practicar
con ella lo que voy aprendiendo sobre maquillaje y peluquería. Es una niña
adorable, se llama Heather y perdió a su madre a los siete años. Lo que más me sorprende
es lo dulce que mi madre es con ella. David saca cosas que nunca antes había
visto en mi madre, y me
encanta lo mucho que ella se ríe
y sonríe cuando lo tenemos en casa.
—¿Cuánto tiempo me queda? —me
vuelvo hacia mi madre y me pongo los zapatos fingiendo no ver cómo pone los
ojos en blanco al comprobar que he escogido los zapatos con el tacón más bajo
que tengo. Me va a dar algo si tengo que andar con tacones.
—Cinco minutos si quieres llegar
pronto, como es tu costumbre. —Menea la cabeza y se recoge la melena rubia
sobre un hombro.
Ha sido una experiencia increíble
y muy emocionante ver cambiar a mi madre, ver cómo se agrietaba su fachada de
piedra y cómo se convertía en una persona mejor. Es muy bonito contar con su
apoyo, sobre todo hoy, y le doy las gracias por haberse guardado lo que opina
acerca de que asista sola a la ceremonia.
—Espero que no haya mucho tráfico
—digo—. ¿Y si hay un accidente? Son dos horas de trayecto que podrían
convertirse en cuatro, se me arrugaría el vestido y se me estropearía el
peinado y...
Mi madre ladea la cabeza.
—Todo irá bien. Le estás dando
demasiadas vueltas. Píntate los labios y al coche.
Suspiro y hago exactamente lo que
me dice, esperando que, por una vez, todo vaya según lo previsto.
Pau
Pedro me da un beso en la frente
y cierra la puerta del acompañante de mi coche. He hecho las maletas por
enésima y última vez, y Pedro está apoyado en el coche y me atrae contra su
pecho.
—Te quiero. No lo olvides, por
favor —dice—. Y llámame cuando llegues.
No le hace gracia, pero ya me lo
agradecerá. Sé que es lo correcto, que necesitamos pasar un tiempo separados.
Somos muy jóvenes, estamos confusos y nos hace falta tiempo para reparar parte
del daño que hemos causado en la vida de las personas que nos rodean.
—Lo haré. Despídeme de todos, ¿te
acordarás? —me acurruco en su pecho y cierro los ojos. No sé cómo acabará esto,
pero sé que es necesario.
—Lo haré. Pero sube ya al coche,
por favor. No puedo fingir que esto me guste. Ahora soy una persona distinta y
puedo cooperar pero, como dure mucho, te arrastraré de vuelta a mi cama para
toda la eternidad.
Le rodeo el torso con los brazos
y él apoya los brazos en mis hombros.
—Lo sé —digo—. Gracias.
—Te quiero, Pau, muchísimo. No lo
olvides, ¿vale? —dice contra mi pelo. Se le quiebra la voz y la necesidad de
protegerlo vuelve a clavar sus garras en mi corazón.
—Te quiero, Pedro. Siempre te
querré.
Aprieto las manos contra su pecho
y me acerco para besarlo. Cierro los ojos, deseando, esperando, rezando para
que no sea la última vez que siento sus labios sobre los míos, para que no sea
la última vez que me siento así. Incluso en este momento, a pesar de la
tristeza y del dolor de dejarlo aquí, siento esa corriente eléctrica entre
nosotros. Noto la curva suave de sus labios y ardo en deseos de él, me muero
por cambiar de opinión y seguir viviendo en este bucle. Siento el poder que
tiene sobre mí y yo sobre él.
Me aparto yo primero y memorizo
el gemido grave de protesta que emite cuando me separo de él. Le doy un beso en
la mejilla.
—Te llamaré en cuanto llegue
—aseguro.
Lo beso una vez más, un beso
rápido de despedida, y él se pasa las manos por el pelo y se aleja de mi coche.
—Conduce con cuidado, Pau —dice
cuando me subo y cierro la puerta. No puedo hablar, pero cuando mi coche deja
atrás la casa, susurro:
—Adiós, Pedro.
Pau
—¿Listo para volver adentro? —Mi
voz es un susurro que rompe el silencio entre nosotros.
Pedro no ha dicho nada y yo
tampoco he sido capaz de pensar en nada que decir en los últimos veinte
minutos.
—¿Y tú? —Se levanta dándose
impulso en el tronco del árbol y se alisa los vaqueros negros.
—Cuando quieras.
—Estoy listo. —Sonríe con
sarcasmo—. Pero si lo prefieres, podemos seguir hablando de volver adentro.
—Ja, ja, ja. —Pongo los ojos en
blanco y me ofrece la mano para ayudarme a levantarme.
Con ella me rodea la muñeca
y tira de mí. No me suelta, sino que me coge de la mano. No menciono la caricia
ni que me esté mirando de esa manera, como me mira cuando enmascara su ira,
cuando el amor que siente por mí es más fuerte que ella. Es una mirada pura y
espontánea, y me recuerda que una parte de mí ama y necesita a este hombre más
de lo que estoy dispuesta a reconocer.
No hay segundas intenciones
detrás de su caricia. Cuando me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia
sí mientras volvemos al porche no lo hace de manera calculada.
Una vez dentro, nadie dice nada.
Karen nos mira preocupada. Tiene la mano en el brazo de Ken, y él está
inclinado y habla suavemente con Landon, que ha vuelto a sentarse en el
comedor. No veo a Sophia, imagino que se ha ido tras el caos. No la culpo.
—¿Estás bien? —Karen se vuelve
hacia Pedro cuando pasamos por su lado.
Landon levanta la mirada al mismo
tiempo que Ken y le doy un pequeño codazo a Pedro.
—¿Quién, yo? —pregunta confuso.
Se detiene al pie de la escalera y choco contra él.
—Sí, cariño, ¿estás bien? —aclara
Karen. Se coloca un mechón castaño detrás de la oreja y se acerca a nosotros
con la mano en el vientre.
—¿Quieres decir...? — Pedro se
aclara la garganta—. ¿Te preocupa que me vuelva loco y le parta la cara a
Landon? No, no voy a hacerlo —resopla.
Karen menea la cabeza. Tiene unos
rasgos dulces y pacientes.
—No. Te estoy preguntando cómo
estás. ¿Puedo hacer algo por ti? Eso es lo que quiero saber. Pedro parpadea,
intentando recuperarse.
—Sí, estoy bien.
—Si cambias de opinión, dímelo,
¿de acuerdo?
Asiente otra vez y me lleva
escaleras arriba. Me vuelvo para ver si Landon nos sigue, pero cierra los ojos
y gira la cara.
—Tengo que hablar con él —le digo
a Pedro cuando abre la puerta de su cuarto. Enciende la luz y me suelta.
—¿Ahora?
—Sí, ahora.
—¿En este momento?
—Sí.
En cuanto lo digo, Pedro me pone
contra la pared.
—¿En este mismo instante? —Se
agacha y siento su aliento cálido en mi cuello—. ¿Estás segura?
Ya no estoy segura de nada, la
verdad.
—¿Qué? —pregunto con la voz ronca
y la cabeza nublada.
—Creo que ibas a besarme.
—Presiona los labios contra los míos y no puedo evitar sonreír, a la locura, al
alivio que me hace sentir su afecto. Sus labios no son suaves, los tiene secos
y cortados, pero son perfectos y me encanta cómo su lengua envuelve la mía sin
darme opción a rechazarla.
Tiene las manos en mi cintura y
sus dedos se hunden en mi piel mientras separa mis piernas con la rodilla.
—No puedo creer que vayas a
marcharte tan lejos de mí. —Arrastra la boca por mi mandíbula, hasta debajo de
mi oreja—. Tan lejos de mí.
—Lo siento —susurro, incapaz de
decir nada más cuando sus manos se deslizan por mis caderas, hacia mi vientre,
llevando consigo la tela de mi camiseta.
—No paramos de correr de un lado
para otro, tú y yo —dice con calma pese a la velocidad con la que sus manos
atrapan mis pechos. Tengo la espalda contra la pared y la camiseta está en el
suelo, a mis pies.
—Ya te digo.
—Una cita de Hemingway y luego
dedicaré mi boca a otros menesteres. —Sonríe contra mis labios mientras sus
manos acarician juguetonas la cinturilla de mis pantalones.
Asiento, deseando que cumpla lo
prometido.
—No puedes huir de ti mismo sólo
yendo de un sitio a otro —dice. Luego me mete la mano en los pantalones.
Gimo, abrumada por sus palabras y
por sus caricias. Sus palabras se repiten en mi cabeza mientras me toca, y lo
busco. Va a reventar la bragueta y gime mi nombre mientras le desabrocho con
torpeza los vaqueros.
—No te vayas a Nueva York con
Landon —me pide—. Quédate conmigo en Seattle.
«Landon.» Me vuelvo y quito las
manos de la bragueta de Pedro.
—Tengo que hablar con él —digo—.
Es importante. Parecía enfadado.
—¿Y? Yo también estoy enfadado.
—Ya lo sé —suspiro—. Pero es
evidente que no tanto como él —añado bajando la vista hacia el bóxer, que
apenas le cubre el pene.
—Bueno, eso es porque me estás
distrayendo y así no puedo enfadarme contigo... ni con Landon — añade
débilmente, como coletilla.
—No tardo nada. —Lo aparto y
recojo mi camiseta del suelo. Me la pongo y me la remeto en el pantalón.
—Vale. De todos modos, necesito
cinco minutos. — Pedro se peina el pelo hacia atrás y deja caer los mechones
rebeldes contra la nuca. Jamás lo había visto con el pelo tan largo.
Me gusta,
aunque echo de menos ver los tatuajes que asoman por debajo de su camiseta.
—¿Cinco minutos sin mí? —pregunto
antes de darme cuenta de lo desesperada que sueno.
—Sí. Acabas de decirme que vas a
marcharte a vivir a la otra punta del país y he perdido los papeles con Landon.
Necesito cinco minutos para aclararme las ideas.
—Vale, lo entiendo.
Lo entiendo, de verdad. Lo está
llevando mucho mejor de lo que esperaba, y lo último que debería hacer es
meterme en la cama con Pedro y descuidar a Landon.
—Voy a ducharme —me dice cuando
salgo al pasillo.
Mi mente sigue en el dormitorio
con él, contra la pared, sigo en las nubes mientras bajo por la escalera. Con
cada escalón, el fantasma de sus caricias se desvanece un poco más, y cuando
llego al comedor, Karen se levanta de la silla que hay junto a Landon y Ken le
hace un gesto para que lo siga fuera de la habitación. Ella me ofrece una débil
sonrisa y me estrecha la mano con afecto cuando pasa junto a mí.
—Hola. —Saco una silla y me
siento al lado de Landon, pero él se levanta en el acto.
—Ahora no, Pau —replica, y se va
al salón.
Confusa por su brusquedad, tardo
un instante en reaccionar. Creo que me he perdido algo.
—Landon... —Me levanto y lo
sigo—. ¡Espera! —le grito por detrás.
Se detiene.
—Perdona, pero esto no funciona.
—¿Qué es lo que no funciona? —le
tiro de la manga de la camisa para que no huya de mí.
Sin volverse, me dice:
—Lo que hay entre Pedro y tú.
Todo iba bien mientras vosotros dos erais los únicos afectados, pero estáis
metiendo a todo el mundo y no es justo.
El enfado es evidente en su voz,
profundo, y tardo un instante en recordar que está hablándome a mí. Landon
siempre me ha apoyado y ha sido un encanto, no esperaba esto de él.
—Perdona, Pau, pero sabes que
tengo razón. No podéis seguir liándola aquí. Mi madre está embarazada y la
escena de antes podría haberle afectado a los nervios. Vais de aquí a Seattle,
peleándoos en ambas ciudades y por el camino. «Ayyyy.»
No sé qué decir, no se me ocurre
nada.
—Lo sé, y te pido perdón por lo
que ha pasado, no ha sido a propósito, Landon. Tenía que contarle que me iba a
Nueva York, no podía ocultárselo. Creo que lo ha llevado muy bien. —Me
interrumpo cuando se me quiebra la voz.
Estoy confusa y asustada porque
Landon está enfadado conmigo. Sabía que no le había gustado un pelo que Pedro le
pusiera la mano encima, pero no me esperaba esto.
A continuación, se vuelve y me
mira.
—¿Te parece que lo ha llevado
bien? Me ha empotrado contra la pared... —Suspira y se remanga la camisa. A
continuación, respira hondo un par de veces—. Sí, supongo que sí. Pero eso no
significa que esto no empiece a ser cada vez más problemático. No podéis ir por
el mundo entero rompiendo y haciendo las paces. Si en una ciudad no funciona,
¿qué te hace pensar que va a funcionar en otra?
—Eso ya lo sé, por eso me voy
contigo a Nueva York. Necesito pensar, sola. Bueno, sin Pedro. Por eso me voy.
Él menea la cabeza.
—¿Sin Pedro? ¿Crees que va a
permitir que vayas a Nueva York sin él? O se irá contigo, o tú te quedarás aquí
con él, y seguiréis peleando.
Lo que acaba de decir, y lo que
me suelta a continuación, hace que se me caiga el alma a los pies.
Todo el mundo dice siempre lo
mismo de mi relación con Pedro. Yo también lo digo. Ya lo he oído antes, muchas
veces, pero cuando Landon me suelta todas esas cosas, una tras otra, es
distinto. Es distinto, tiene más importancia, me duele más oírlo y hace que
dude aún más de todo.
—Lo siento de veras, Landon
—replico. Creo que voy a llorar—. Sé que estoy metiendo a todo el mundo en
nuestro caos particular, y lo lamento muchísimo. No lo he hecho a propósito, no
quiero que las cosas sean así y menos contigo. Eres mi mejor amigo. No me gusta
que te sientas así.
—Ya, pues así es como me siento.
Y no soy el único, Pau.
Es una puñalada en el único sitio
que me quedaba intacto, inmaculado, en mi interior, ese que estaba reservado
para Landon y su valiosa amistad. Ese pequeño lugar sagrado era básicamente lo
único que me quedaba, la única persona que me quedaba. Era mi refugio y ahora
está tan oscuro como todo lo que lo rodea.
—Lo siento mucho. —Mi voz es casi
un gemido desgarrado, y estoy convencida de que mi mente aún no se ha enterado
de que es Landon quien me está diciendo estas cosas—. Creía... creía que
estabas de nuestra parte —digo vacilante, porque tengo que decirlo. He de saber
si la cosa está tan mal como parece.
Respira hondo.
—Yo también lo siento, pero lo de
esta noche ha sido la gota que ha colmado el vaso. Mi madre está embarazada y
Ken está intentando arreglar las cosas con Pedro. Yo voy a marcharme y es
demasiado. Ésta es nuestra familia y necesitamos estar unidos. No nos estás
ayudando.
—Lo siento —repito porque no sé
qué otra cosa decir.
No puedo discutírselo, ni
siquiera puedo mostrarme en desacuerdo porque tiene razón. Es su familia, no la
mía. Por mucho que quiera fingir que es mi familia, aquí soy prescindible. Soy
prescindible en todas partes desde que salí de casa de mi madre.
Landon baja la vista a sus pies y
yo no puedo dejar de mirarlo a la cara cuando dice:
—Lo sé, y siento ser un cabrón
pero tenía que soltarlo.
—Ya, lo entiendo. —Sigue sin
mirarme—. En Nueva York será distinto, te lo prometo. Sólo necesito un poco más
de tiempo. Estoy hecha un lío en todos los sentidos y no consigo aclararme.
La sensación de que no te quieran
en un sitio cuando no sabes muy bien cómo irte es de lo peor que hay. Es muy
raro y se tardan unos segundos en evaluar la situación para asegurarte de que
no es una paranoia tuya. Pero cuando mi mejor amigo no me mira a la cara
después de haberme dicho que estoy causando problemas en su familia, la única
familia que tengo, sé que es verdad. Landon no quiere hablar conmigo ahora
mismo pero es demasiado educado para decírmelo.
—Nueva York. —Me trago el nudo
que tengo en la garganta—. Ya no quieres que vaya contigo a Nueva York,
¿verdad?
—No es eso. Pensaba que Nueva
York sería un nuevo comienzo para los dos, Pau, y no otro lugar en el que poder
pelearte con Pedro.
—Lo entiendo. —Me encojo de
hombros y me clavo las uñas en la palma de la mano para no llorar. Lo entiendo.
Lo entiendo perfectamente.
Landon no quiere que vaya a Nueva
York con él. Tampoco había concretado nada. No tengo mucho dinero ni me han
aceptado todavía en la NYU, si es que me aceptan. Hasta ahora, no me había dado
cuenta de lo dispuesta que estoy a mudarme a Nueva York. Lo necesito. Necesito
intentar hacer algo distinto y espontáneo, necesito lanzarme al mundo y
aterrizar de pie.
—Perdóname —dice pegándole
pequeños puntapiés a la pata de la silla para quitar hierro a sus palabras.
—No pasa nada, lo comprendo. —Me
obligo a sonreírle a mi mejor amigo y llego a la escalera antes de que las
lágrimas me caigan sin control por las mejillas.
En la habitación de invitados, la
cama parece firme y me sujeta mientras mis errores desfilan ante mis ojos.
He sido muy egoísta y ni siquiera
me he dado cuenta. He estropeado un montón de relaciones en estos meses. Empecé
la universidad enamorada de Noah, mi novio de la infancia, y le puse los
cuernos, más de una vez, con Pedro.
Me hice amiga de Steph, que me traicionó
e intentó hacerme daño. Juzgué a Molly cuando de hecho no tenía por qué
preocuparme de ella. Me obligué a creer que iba a encajar en la universidad,
que los del grupo eran mis amigos cuando en realidad para ellos nunca fui nada
más que un chiste.
He luchado con uñas y dientes
para conservar a Pedro. He luchado para que me aceptara desde el principio.
Cuando no me quería, yo lo único que hacía era quererlo aún más. Me he peleado
con mi madre para defenderlo. Me he peleado conmigo misma para defenderlo. Me
he peleado con Pedro para defender a Pedro.
Le entregué mi virginidad como
parte de una apuesta. Lo amaba y atesoraba ese momento, y él me estaba
ocultando sus verdaderos motivos desde el primer instante.
Permanecí a su lado
incluso a pesar de lo que había hecho, y él siempre volvía con una disculpa aún
más grande que la anterior. Aunque no siempre ha sido culpa suya. Sus errores
han sido más graves y han hecho más daño, pero yo me he equivocado tan a menudo
como él.
Por puro egoísmo, utilicé a Zed
para llenar el vacío cada vez que Pedro me dejaba. Lo besé, pasé tiempo con él
y dejé que se hiciera ilusiones. Le restregué a Pedro nuestra amistad para
continuar así el juego que ellos habían empezado tantos meses atrás.
He perdonado a Pedro infinidad de
veces sólo para volver a recriminarle sus errores. Siempre he esperado
demasiado de él y nunca le he permitido olvidarlo. Pedro es una buena persona,
a pesar de sus defectos. Es bueno y se merece ser feliz. Se lo merece todo: una
vida tranquila con una mujer que no tenga problemas para darle hijos. No merece
ni jueguecitos ni malos recuerdos. No debería tener que intentar estar a la
altura de las expectativas absurdas que yo le he impuesto y que es casi
imposible cumplir.
He estado en el infierno varias
veces en estos últimos meses y ahora me he quedado sola, sentada en esta cama.
Me he pasado la vida planificando, organizando y anticipando.
Pero, aquí estoy,
con la cara manchada de rímel corrido y un montón de planes que se han ido al
traste. Bueno, ni siquiera se han ido al traste, porque ninguno de los dos
tenía peso suficiente como para poder materializarse siquiera. No sé hacia
adónde va mi vida. Ya no tengo una universidad a la que ir, ni siquiera el
ideal romántico del amor que me había hecho gracias a los libros que tanto me
gustaban y en los que solía creer. No tengo ni idea de lo que voy a hacer con
mi vida.
Tantas rupturas, tantas pérdidas.
Mi padre volvió a mi vida para morir a manos de sus demonios. He sido testigo
de cómo toda la vida de Pedro al final ha sido una mentira. Su mentor ha
resultado ser su padre biológico, y la relación de éste con su madre empujó al
alcoholismo al hombre que lo crio. Su infancia fue un infierno para nada.
Durante años tuvo que soportar tener a un alcohólico como padre y presenció
cosas que ningún niño debería ver jamás. He visto cómo intentaba recuperar la
relación con Ken; desde el día en que nos lo encontramos al salir de una
yogurtería y hasta que me convertí en parte de su familia mientras era testigo
de su lucha por perdonarle sus errores. Ha aprendido a aceptar el pasado y a
perdonar a Ken, y da gusto verlo. Ha estado toda la vida enfadado con el mundo
y, ahora que por fin ha encontrado un poco de paz, lo veo claro. Pedro necesita
paz y tranquilidad. No le hace ninguna falta ir hacia atrás como los cangrejos
ni mantener conflictos constantes. No necesita dudas ni peleas. Necesita a su
familia.
Necesita su amistad con Landon y
su relación con su padre. También aceptar su lugar en esta familia y ser capaz
de disfrutar de la emoción de verla crecer. Necesita comidas de Navidad llenas
de amor y sonrisas, no lloros y tensiones. Lo he visto cambiar muchísimo desde
que conocí al chico maleducado lleno de piercings y tatuajes y el pelo más
enmarañado que había visto en mi vida. Ya no bebe tanto como antes. Ya no
destroza cosas tan a menudo. Y hoy se ha contenido para evitar pegarle a
Landon.
Ha conseguido construirse una
vida llena de gente que lo quiere y lo aprecia, mientras que yo me las he
apañado para destruir todas las relaciones que creía tener. Discutimos y
peleamos, ganamos y perdemos, y ahora mi amistad con Landon se ha convertido en
otra víctima de Pedro y Pau.
En ese instante abre la puerta,
como si fuera un genio al que puedo invocar con el pensamiento.
Entra mientras se seca el pelo
húmedo con una toalla.
—¿Qué te pasa? —pregunta. Suelta
la toalla en cuanto me ve y corre a arrodillarse ante mí.
No intento ocultar las lágrimas,
no tiene sentido.
—Somos Catherine y Heathcliff
—anuncio destrozada.
—¿Qué? Pero ¿qué demonios ha
pasado?
—Hemos hecho desgraciado a todo
el mundo. No sé si es que no me había dado cuenta o si he sido demasiado
egoísta y no he querido verlo, pero así es. Incluso Landon... Incluso a Landon
le ha afectado lo nuestro.
—¿A qué viene eso? — Pedro se
levanta—. ¿Qué coño te ha dicho?
—Nada. —Tiro de su brazo,
suplicándole que no baje—. Sólo la verdad. Ahora lo veo todo claro. Me estaba
engañando a mí misma pero ahora lo entiendo. —Me enjugo las lágrimas con los
dedos y respiro hondo antes de continuar—. Tú no me has destrozado: lo he hecho
yo solita. He cambiado y tú también. Sólo que tú has cambiado para bien y yo no.
Decirlo en voz alta hace que me
resulte más fácil aceptarlo. No soy perfecta y nunca lo seré, y está bien así, siempre y cuando no
arrastre a Pedro conmigo. Tengo que arreglar lo que no funciona en mi interior,
y no es justo que se lo exija a Pedro cuando yo no he sido capaz de hacerlo.
Menea la cabeza y me mira con sus
preciosos ojos verdes.
—Estás diciendo tonterías
—replica—. No tienen ningún sentido.
—Lo tienen. —Me levanto y me
coloco el pelo detrás de las orejas—. Yo lo veo muy claro.
Intento conservar la calma pero
me cuesta mucho porque él no lo ve tan claro. «¿Cómo es que no lo entiende?»
—Tengo que pedirte algo. Necesito
que me prometas una cosa ahora mismo —le suplico.
—¿Cómo? De eso nada. No voy a
prometerte nada, Pau. ¿De qué coño estás hablando? —me coge de la barbilla y me
la levanta con suavidad para que lo mire. Con la otra mano me seca las lágrimas
que bañan mi rostro.
—Por favor, prométeme una cosa.
Si existe la menor posibilidad de que tengamos un futuro juntos, tienes que
hacer algo por mí.
—Está bien —se apresura a
responder.
—Lo digo en serio. Te lo suplico:
si me quieres, me escucharás y harás lo que te pido, por mí. Si no puedes, no
habrá futuro para nosotros, Pedro.
No es una amenaza. Es una
súplica. Necesito que lo haga. Necesito que lo entienda y que lo supere y que
viva su vida mientras yo intento arreglar la mía.
Traga saliva. Sus ojos encuentran
los míos y sé que no quiere comprometerse pero lo dice de todos modos:
—Está bien. Te lo prometo.
—Esta vez no me sigas, Pedro.
Quédate aquí con tu familia y...
—Pau... —Me coge la cara con
ambas manos—, no me pidas eso. Arreglaremos lo de Nueva York, pero no exageres.
Meneo la cabeza.
—No voy a irme a Nueva York, y te
aseguro que no estoy exagerando. Sé que parece muy drástico e impulsivo, pero
te prometo que no es así. Ambos hemos pasado por mucho este año y, si no nos
tomamos un tiempo para estar convencidos de que esto es lo que queremos,
acabaremos arrastrando a todo el mundo con nosotros, aún más de lo que ya lo
hemos hecho. —Estoy intentando hacerle entender; tiene que comprenderlo.
—¿Cuánto tiempo? —Tiene los
hombros caídos, y con los dedos se peina el pelo hacia atrás.
—Hasta que sepamos que estamos
listos. —Estoy más decidida de lo que lo he estado en estos meses.
—¿Sabes qué? Yo ya sé lo que
quiero.
— Pedro, necesito hacer esto. Si
no consigo arreglar mi vida, te odiaré y me odiaré a mí misma. Necesito hacer
esto.
—Como quieras. Voy a permitir que
lo hagas, no porque quiera, sino porque será la última vez que te deje dudar.
Cuando todo haya pasado y vuelvas a mí, se acabó. No volverás a dejarme y te
casarás conmigo. Eso es lo que quiero a cambio de darte el tiempo que
necesitas.
—De acuerdo. —Si sobrevivimos a
esto, me casaré con este hombre.
Pedro
Sigo caminando hasta que estoy en
el jardín, y sólo entonces me doy cuenta de que Ken y Karen estaban en el
comedor. ¿Por qué no han intentado detenerme? ¿Acaso sabían que no iba a
pegarle?
No sé cómo sentirme al respecto.
El aire primaveral no es fresco
ni huele a flores ni a nada que pueda sacarme de mi estado actual. Estoy ahí
otra vez, ciego de ira, y no quiero sentirme así. No quiero resbalar y perder
todo aquello por lo que tanto he trabajado. No quiero perder esta versión nueva
y más calmada de mí mismo. Si le hubiera pegado, se habría tragado los dientes,
y yo habría perdido, lo habría perdido todo, incluyendo a Pau.
Aunque tampoco es que la tenga.
No la tengo desde que la envié de vuelta a casa en Londres. Lleva preparando la
fuga desde entonces. Con Landon. Los dos han estado maquinando a mis espaldas,
planeando dejarme atrás en el asqueroso estado de Washington mientras ellos
atraviesan el país juntos. Ha permitido que desnudara mi alma y que hiciera el
ridículo mientras ella me escuchaba tan pancha.
Landon me ha tenido bien engañado
todo este tiempo, y yo que pensaba que le importaba. Todo el mundo me miente y
me la juega, y ya estoy hasta las narices. Pedro, el idiota de Pedro, el tío
que no le importa a nadie, siempre es el último en enterarse de todo. Ése soy
yo. Siempre lo he sido y siempre lo seré.
Pau es la única persona que he
conocido que se ha molestado en preocuparse por mí, que me ha querido y que me
ha hecho sentir que era importante para alguien.
Estoy de acuerdo con ella en que
no hemos tenido la relación más fácil de la historia. He cometido un error tras
otro y podría haber hecho muchas cosas de otro modo, pero nunca le pondría la
mano encima. Si ve nuestra relación con esos ojos, entonces sí que no hay
esperanza para nosotros.
Creo que lo más difícil es
explicar que hay una gran diferencia entre una relación malsana y una relación
abusiva. Creo que la gente juzga a la ligera sin meterse en la piel de los que
están intentando arreglar el embrollo.
Mis zapatos avanzan por el
césped, hacia los árboles que limitan la finca. No sé adónde voy ni qué voy a
hacer, pero necesito recobrar el ritmo normal de mi respiración y concentrarme
antes de saltar.
El puto Landon tenía que ponerme
así, tenía que buscarme las cosquillas e intentar hacer que le pegara. Pero no
me ha dado el subidón de adrenalina, la sangre no me rugía en las venas... Por
una vez, no se me hacía la boca agua sólo de pensar en una pelea.
¿Por qué demonios me ha pedido
que le pegara? Porque es un idiota, por eso.
«Es un hijo de puta, eso es lo
que es.
»Capullo.
»Gilipollas.
»Maldito capullo gilipollas hijo
de puta.»
—¿ Pedro? —La voz de Pau
atraviesa el oscuro silencio, e intento decidir si hablaré o no con ella. Estoy
demasiado cabreado para que me venga con tonterías y me eche la bronca por
haberla pagado con Landon.
—Ha empezado él —digo colocándome
en el claro que hay entre dos enormes árboles.
A eso lo llamo yo esconderse.
«¿Lo ves? Ni siquiera soy capaz de esconderme en condiciones.»
—¿Estás bien? —me pregunta con
voz nerviosa.
—¿Tú qué crees? —salto mirando
detrás de ella, hacia la oscuridad.
—Yo...
—Ahórratelo. Por favor, sé que
vas a decir que tienes razón y yo no y que no debería haber empotrado a Landon
contra la pared.
Se acerca a mí y no puedo evitar
dar un paso hacia ella. Aun estando cabreado, me siento atraído por ella,
siempre me he sentido de ese modo y así seguirá siendo.
—En realidad, venía a
disculparme. He hecho mal en ocultártelo. Quiero responsabilizarme de mi error,
no culparte a ti —dice con ternura.
«¿Qué?»
—¿Desde cuándo?
Me recuerdo que estoy cabreado,
pero me cuesta recordar lo cabreado que estoy cuando lo único que quiero es que
me abrace, que me diga que no estoy tan tarado como creo.
—¿Podemos hablar otra vez?
—dice—. Ya sabes, igual que antes en el porche. —Tiene los ojos muy abiertos y
llenos de esperanza, a pesar de la oscuridad, a pesar de mi arrebato.
Quiero decirle que no, que ha
tenido la oportunidad de hablar todos los días desde que decidió que iba a irse
a vivir a la otra punta del país para «poner distancia entre nosotros».
En vez
de eso, resoplo y asiento con la cabeza. No voy a darle el gusto de contestar,
pero asiento otra vez y me apoyo en el tronco del árbol que tengo detrás.
Por la cara que pone, sé que no
esperaba que accediera tan rápido. El cabroncete que llevo dentro sonríe: la he
pillado por sorpresa.
Se arrodilla, se sienta con las
piernas cruzadas en el césped y apoya las manos en los pies.
—Estoy orgullosa de ti —dice
alzando la vista hacia mí. Las luces del jardín apenas iluminan su tímida
sonrisa y la dulce aprobación de su mirada.
—¿Por? —Rasco la corteza del
árbol mientras espero su respuesta.
—Por haberte marchado así. Landon
te ha provocado y, aun así, te has ido, Pedro. Es un paso gigantesco. Espero
que sepas lo mucho que significa para él que no le hayas pegado.
Como si le importara. Ha estado
jugándomela a mis espaldas durante tres semanas.
—No significa una mierda
—replico.
—Te equivocas, significa mucho
para él.
Arranco un trozo grande de
corteza y lo arrojo a mis pies.
—Y ¿qué significa para ti?
—pregunto sin dejar de mirar el árbol.
—Mucho más. —Pau acaricia el
césped con la mano—. Para mí significa mucho más.
—¿Tanto como para que no te
vayas? ¿O mucho más en cuanto a que estás orgullosa de mí por haber sido un
buen chico pero aun así vas a marcharte? —No puedo disimular el tono quejica y
patético de mi voz.
— Pedro... —Menea la cabeza,
seguro que está buscando una excusa.
—Landon es la única persona en el
mundo que sabe lo importante que eres para mí. Sabe que eres mi salvavidas, y
le ha dado igual. Va a llevarte a la otra punta del país, va a dejarme sin aire
en los pulmones y eso duele, ¿vale?
Suspira y se muerde el labio
inferior.
—Cuando dices esas cosas, hace
que se me olvide por qué nos estamos peleando.
—¿Qué? —me peino el pelo hacia
atrás y me siento en el suelo, con la espalda apoyada en el árbol.
—Cuando dices esas cosas, que soy
tu salvavidas, y cuando admites que algo te hace daño, me recuerda por qué te
quiero tanto.
La miro y noto que lo dice muy
segura, a pesar de que afirma no estar segura de nuestra relación.
—Sabes perfectamente que lo eres
y sabes que sin ti no valgo una mierda —replico.
Puede que tuviera que haber
dicho que sin ella no soy nada y que necesito que me quiera, pero ya se lo he
soltado a mi manera.
—Lo vales —dice vacilante—. Eres
una buena persona, incluso en tus peores momentos. Tengo la mala costumbre de
recordarte tus errores y de tenértelos en cuenta cuando, en realidad, a mí se
me dan las relaciones tan mal como a ti. Tengo tanta culpa como tú de que la
nuestra se haya ido al garete.
—¿Al garete? —Esto ya lo he oído
demasiadas veces.
—Me refiero a que nos la hemos
cargado. Ha sido tan culpa mía como tuya.
—¿Por qué dices que nos la hemos
cargado? ¿No podemos solucionar nuestros problemas? Coge aire otra vez, ladea
la cabeza y la echa atrás para mirar al cielo.
—No lo sé —dice tan sorprendida
como yo.
—¿No lo sabes? —repito con una
sonrisa en los labios. «Joder, estamos de atar.»
—No lo sé. Lo tenía decidido y
ahora estoy confusa porque veo que de verdad lo estás intentando, de corazón.
—¿En serio? —Trato de no parecer
demasiado interesado, pero se me quiebra la voz y parezco un ratoncillo.
—Sí, Pedro. No estoy segura de
qué debo hacer.
—Nueva York no va a ayudarnos.
Nueva York no va a ser el comienzo de esa nueva vida o lo que sea que crees que
va a ser. Ambos sabemos que estás utilizando esa ciudad como salida fácil para
esto —digo señalándonos con la mano.
—Lo sé —asiente.
Arranca un puñado de hierba de
raíz, y no puedo evitar pensar que me encanta llevar tanto tiempo con ella y
saber que eso es lo que hace siempre que se sienta en el césped.
—¿Cuánto tiempo? —pregunto a
continuación.
—No lo sé. De verdad que ahora
quiero irme a Nueva York. Washington no me ha tratado bien. — Frunce el ceño y
observo cómo me deja para sumirse en sus pensamientos.
—Llevas aquí toda la vida
—replico.
Parpadea una vez, respira hondo y
arroja las briznas de hierba a sus pies.
—Exacto.
Pau
Cada vez que Sophia hablaba de
Nueva York en la cocina, me entraba el pánico. Sé que he sido yo quien ha
sacado el tema, pero sólo era para distraerla de Landon. Me he dado cuenta de
que estaba avergonzado y he dicho lo primero que se me ha pasado por la cabeza,
sin pensar que era el único tema que no debía mencionar delante de Pedro.
Tengo que decírselo esta noche.
Me estoy comportando de una forma estúpida, cobarde e inmadura por ocultárselo.
Los progresos que ha hecho me ayudarán a que se tome bien la noticia, o a que
explote. Nunca sé qué esperar de él, puede ocurrir cualquier cosa. No obstante,
soy consciente de que no soy responsable directa de sus reacciones y que debo
ser yo quien le dé la noticia.
Me apoyo en el marco de la
puerta, de pie en el pasillo, y observo a Karen limpiar los fogones con un paño
húmedo. Ken se ha ido al salón y está durmiendo en una silla. Landon y Sophia
están sentados en el comedor, en silencio. Él intenta mirarla disimuladamente,
ella lo pilla y le regala una bonita sonrisa.
No sé muy bien cómo me siento al
respecto: acaba de salir de una relación larga y ya está con otra, pero ¿quién
soy yo para opinar de las relaciones de los demás? Está claro que no tengo ni
idea de cómo llevar la mía propia.
Desde mi observatorio en el
pasillo que conecta el salón, el comedor y la cocina, puedo ver a la perfección
a las personas que más me importan en el mundo. Eso incluye a la primera de
todas, Pedro, que está sentado en silencio en el sofá del salón, mirando la
pared.
Sonrío ante la idea de verlo
recoger su diploma durante la graduación, en junio. No me lo imagino con toga y
birrete, pero me muero por verlo, y sé que para Ken significa mucho. Ha dejado
claro en muchas ocasiones que no esperaba que Pedro acabara la carrera, y ahora
que sabe la verdad sobre su pasado, estoy segura de que tampoco esperaba que
cambiara de opinión y pasara por el aro de una ceremonia típica de graduación. Pedro
Alfonso no tiene nada de típico.
Me llevo una mano a la frente
para obligar a mi cerebro a funcionar. «¿Cómo voy a decírselo? ¿Y si se ofrece
a venir a Nueva York conmigo? ¿Sería capaz? Si lo hace, ¿debería aceptarlo?»
De repente noto que me mira desde
el sofá del salón. En efecto. Cuando alzo la vista, compruebo que me está
contemplando, la curiosidad brilla en sus ojos verdes y tiene los labios
apretados, formando una línea fina. Le dedico mi mejor sonrisa de «estoy bien,
sólo estaba pensando», y veo que frunce el ceño y se levanta. Cruza el salón en
dos zancadas y se apoya en la pared con la palma de la mano mientras me rodea
con su cuerpo.
—¿Qué pasa? —pregunta.
Landon deja de mirar a Sophia un
instante al oír la voz de Pedro.
—Tengo que hablar contigo de una
cosa —admito en voz baja. No parece preocupado, no tanto como debería.
—Vale, ¿de qué se trata? —dice, y
se acerca más, demasiado.
Intento alejarme, pero eso sólo
sirve para recordarme que me tiene acorralada contra la pared. Pedro levanta
entonces el otro brazo para terminar de cerrarme el paso y, cuando nuestras
miradas se encuentran, una sonrisa de satisfacción cubre su cara.
—¿Y bien?
Me quedo mirándolo en silencio.
Tengo la boca seca y, tan pronto como la abro para hablar, empiezo a toser.
Siempre me pasa lo mismo, ya sea en el cine, en la iglesia o cuando estoy
hablando con alguien importante. En general, en todas las situaciones en las
que uno no debería toser. Como ahora. Estoy meditando sobre la tos, mientras
toso y mientras Pedro me mira como si me estuviera muriendo delante de él.
Entonces se aleja y entra en la
cocina con decisión. Aparta un momento a Karen y vuelve con un vaso de agua,
por enésima vez en estas dos semanas. Lo acepto y siento un gran alivio cuando
el agua fría me calma la garganta áspera.
Sé que hasta mi cuerpo está
intentando echarse atrás y no contarle la noticia a Pedro, y yo quiero darme
una palmada en la espalda y una patada en el culo a la vez. Si lo hiciera,
seguro que Pedro se apiadaría de mí y cambiaría de tema al ver que me he vuelto
loca.
—¿Qué pasa? Tu mente va a cien
por hora.
Me observa y alarga la mano para
recoger el vaso vacío. Cuando empiezo a negar con la cabeza, insiste:
—Sí, sí, lo noto.
—¿Podemos salir afuera? —digo
volviéndome hacia la puerta del jardín; intento dejar claro que no deberíamos
hablar en público. Caray, deberíamos volver a Seattle para hablar de este
desastre. O aún más lejos. Lejos es mejor.
—¿Afuera? ¿Por qué?
—Tengo que decirte una cosa. En
privado.
—De acuerdo.
Doy un paso para ponerme delante
de él y mantener el equilibrio. Si soy yo quien lo guía afuera, tal vez tenga
la oportunidad de conducir la conversación. Si soy yo quien conduce la
conversación, tal vez tenga la oportunidad de evitar que Pedro acabe
estallando. Tal vez.
No aparto la mano cuando noto que
entrelaza los dedos con los míos. La casa está en silencio, sólo se oyen las
voces amortiguadas de la serie policíaca que Ken estaba viendo hasta que se ha
quedado dormido y el suave zumbido del lavavajillas en la cocina.
Cuando salimos al porche, los
sonidos desaparecen y me quedo a solas con el ruido caótico de mis pensamientos
y el suave tarareo de Pedro. Agradezco que llene el silencio con una canción,
la que sea; me distrae y me ayuda a concentrarme en algo que no sea la debacle
que está a punto de producirse.
Con suerte, tendré unos minutos
para explicarle mi decisión antes de la supernova.
—Desembucha —dice Pedro arrastrando
una de las sillas por el suelo de madera.
Adiós a mi oportunidad de tenerlo
tranquilo unos minutos, no está de humor para esperas. Se sienta y apoya los codos en la mesa que
nos separa. Yo me siento a mi vez con torpeza y no sé dónde poner las manos.
Las llevo de la mesa a mi regazo y a mis rodillas, y luego de vuelta a la mesa,
hasta que él estira un brazo y me coge los dedos con una mano.
—Relájate —pide con dulzura.
Tiene la mano tibia y cubre las mías por completo. Por un momento, lo veo todo
con claridad.
—Te he ocultado algo y me está
volviendo loca —empiezo—. Necesito contártelo y sé que éste no es el momento,
pero quiero que te enteres por mí, no que lo descubras de cualquier otra
manera.
Me suelta la mano y se reclina en
el respaldo de la silla.
—¿Qué has hecho? —Noto la
ansiedad en su voz, la sospecha en su respiración.
—Nada —me apresuro a responder—.
No es lo que estás pensando.
—No habrás... —Parpadea un par de
veces—. No habrás estado con otro...
—¡No! —exclamo con un grito agudo
y meneo la cabeza para enfatizar mi negativa—. No, no es nada de eso. Sólo es
que he tomado una decisión sin haberte dicho nada. Pero no he estado con nadie.
No sé si me siento aliviada u
ofendida de que eso sea lo primero que ha pensado. En cierto modo, es un
alivio, porque mudarse conmigo a Nueva York no le resultaría tan doloroso como
el hecho de que yo hubiera estado con otro, pero me ofende un poco porque a
estas alturas ya debería conocerme mejor. No niego que he hecho un montón de
cosas irresponsables para hacerle daño, sobre todo con Zed, pero jamás me
acostaría con otro.
—Vale. —Se pasa la mano por el
pelo y apoya la nuca en la palma para masajearse el cuello—. Entonces no puede ser nada
demasiado horrible.
Cojo aire, decidida a soltarlo
todo. Ya basta de marear la perdiz.
—Pues...
Levanta las manos para que me
detenga.
—Espera, ¿y si antes de contarme
de qué se trata me explicas el porqué?
—¿El porqué de qué? —Ladeo la cabeza
confusa.
Enarca una ceja.
—Por qué has tomado esa decisión
que hace que estés cagada de miedo.
—Vale —asiento.
Intento ordenar mis ideas
mientras Pedro me observa con ojos pacientes. ¿Por dónde empiezo? Esto es mucho
más duro que decirle simplemente que voy a mudarme, pero también es una manera
mejor de darle la noticia.
Ahora que lo pienso, creo que
nunca habíamos hecho esto. Siempre que pasaba algo tremendo e importante, nos
enterábamos por terceros o por accidente, de un modo igual de tremendo e importante.
Lo miro por última vez antes de
empezar a hablar. Quiero memorizar cada milímetro de su cara, recordar y
observar la manera en que sus ojos verdes a veces rebosan paciencia. Sus labios
rosa son una tentación, aunque también recuerdo la de veces que los he visto
partidos y ensangrentados. Recuerdo el piercing y cómo le cogí cariño
enseguida.
Revivo el modo en que el metal
frío me rozaba los labios. Pienso en cómo lo atrapaba entre los labios cuando
le daba vueltas a algo y lo tentador que me resultaba.
Recuerdo la noche en la que me
llevó a patinar sobre hielo para demostrarme que podía ser un novio «normal».
Estaba nervioso y juguetón, y se había quitado los piercings. Dijo que lo había
hecho porque quería, pero yo sigo pensando que se los quitó para demostrarse
algo a sí mismo y para demostrármelo a mí. Los eché de menos durante un tiempo,
a veces todavía los echo de menos, pero me encanta lo que su ausencia
representa, por muy sexi que estuviera con ellos.
— Pedro llamando a Pau, ¿me recibes? —se burla, se endereza y
apoya la barbilla en la palma de la otra mano.
—Sí. —Sonrío nerviosa—. Bueno, he
tomado esta decisión porque necesitamos pasar un tiempo separados y me parecía
que era el único modo de asegurarme de que así fuera.
—¿Más tiempo separados? —me mira
fijamente a los ojos, presionándome para que cambie de idea.
—Sí, separados. Todo es un caos
entre nosotros y necesito distancia, esta vez de verdad. Sé que lo decimos
siempre, que es lo que hacemos siempre, y luego nos limitamos a viajar de Seattle
aquí o a Londres. Básicamente, estamos paseando nuestra desastrosa relación por
todo el planeta. —Hago una pausa para ver su reacción y sólo recibo una
expresión indescifrable. Desvío la mirada.
—¿De verdad es tan desastrosa?
—dice con dulzura.
—Pasamos más tiempo peleándonos
que estando bien.
—Eso no es cierto. —Le da un
tirón al cuello de su camiseta negra—. Eso no es cierto, ni en la teoría ni en
la práctica, Pau. Puede que lo parezca, pero si te paras a pensar en la
cantidad de cosas que hemos vivido, te darás cuenta de que hemos pasado más
tiempo riéndonos, hablando, leyendo, pinchándonos y en la cama. Quiero decir,
que me tiro un buen rato en la cama... —Sonríe ligeramente y noto que me fallan
las fuerzas.
—Lo resolvemos todo con el sexo y
eso no es sano —digo. Ése era el siguiente punto que quería tratar.
—¿El sexo no es sano? —resopla—.
Es sexo consentido, con mucho amor y confianza el uno en el otro. —Me mira
intensamente—. Sí, también es alucinante, pero no olvides por qué lo hacemos.
No follo contigo sólo para correrme. Lo hago porque te quiero y adoro la
confianza que depositas en mí cuando me permites tocarte de ese modo.
Todo lo que dice tiene sentido, a
pesar de que no debería tenerlo. Estoy de acuerdo con él, por muy cautelosa que
intente ser.
Siento que Nueva York está cada
vez más lejos, así que decido soltar la bomba cuanto antes.
—¿Sabes cuáles son las
características de una relación abusiva?
—¿Abusiva? —Parece que no puede
respirar—. ¿Crees que soy abusivo? ¡Nunca te he puesto la mano encima, y sabes
que nunca lo haré!
Agacho la cabeza, me miro las
manos y prosigo con sinceridad.
—No, no me refería a eso. Me
refería a los dos y a las cosas que hacemos para hacernos daño a propósito. No
te estaba acusando de ser un maltratador.
Suspira y se pasa ambas manos por
el pelo; seguro que le está entrando el pánico.
—Vamos, que esto es mucho más
importante que el hecho de que hayas decidido no vivir conmigo en Seattle o
algo así. —Se detiene y me mira muy serio—. Pau, voy a hacerte una pregunta y quiero
una respuesta sincera, sin tonterías, sin darle vueltas. Di lo primero que te
venga a la cabeza cuando te pregunte, ¿de acuerdo?
Asiento, sin saber muy bien
adónde quiere ir a parar.
—¿Qué es lo peor que te he hecho?
¿Qué es lo más horrible y repugnante que te he hecho desde que nos conocimos?
Empiezo a pensar en los últimos
meses, pero Pedro se aclara la garganta para recordarme que quería que
contestara lo primero que me viniera a la mente.
Me revuelvo en mi silla. Ahora
mismo no quiero abrir la caja de los truenos, ni tampoco quiero hablar de esto
en el futuro, la verdad. Sin embargo, al final, se lo suelto:
—La apuesta. El hecho de que me
tuvieras totalmente engañada mientras yo me enamoraba de ti.
Se queda pensativo y, por un
momento, parece perdido.
—¿Te arrepientes? Si pudieras
corregir mi error, ¿lo harías? —pregunta a continuación.
Me tomo mi tiempo para meditarlo
seriamente, muy seriamente, antes de contestar. He respondido a esa pregunta
muchas veces y he cambiado de opinión al respecto muchas más, pero ahora la
respuesta parece... definitiva. Parece absoluta y definitiva, y como si ahora
importara más que nunca.
El sol desciende lentamente por
el horizonte y se esconde detrás de las copas de los árboles que bordean la
finca de los Scott. Las luces del jardín se encienden automáticamente.
—No, no lo haría —digo casi para
mí.
Pedro asiente como si supiera de
antemano cuál iba a ser mi respuesta.
—Vale y, después de eso, ¿qué es
lo peor que te he hecho?
—Cuando me fastidiaste lo del
apartamento de Seattle —contesto con facilidad.
—¿En serio? —Parece sorprendido
por mi respuesta.
—Sí.
—¿Y eso? ¿Qué hice que te molestó
tanto?
—El hecho de que te apoderaras de
una decisión que era exclusivamente mía y me lo ocultases.
Se encoge de hombros.
—No voy a intentar justificar que
fue una cagada porque sé que lo fue —contesta.
—¿Y? —Espero que eso no sea lo
único que va a decir.
—Entiendo lo que quieres decir,
no debería haberlo hecho. Debería haber hablado contigo en vez de intentar
evitar que te fueras a Seattle. Entonces estaba mal de la cabeza, aún sigo
estándolo, pero lo estoy intentando, eso es lo que ha cambiado con respecto a
entonces.
No sé muy bien qué contestar a
eso. Estoy de acuerdo: no debería haberlo hecho y sé que ahora se está
esforzando. Miro sus ojos verdes, brillantes y ansiosos y me cuesta recordar
qué era eso tan importante que quería decirle al inicio de esta conversación.
—Se te ha metido esa idea en la
cabeza, nena —prosigue—, o alguien te la ha metido, o puede que lo hayas visto
en un programa cutre de televisión, o que lo hayas leído en un libro..., qué sé
yo. El caso es que la vida real es dura de cojones. Ninguna relación es
perfecta y no hay hombre que trate a una mujer exactamente como debería. —Alza
una mano para que no lo interrumpa—. No estoy diciendo que esté bien, ¿vale?
Así que escúchame: lo único que digo es que creo que si tú y tal vez algunas
otras personas de este mundo de locos lleno de criticones prestarais un poco
más de atención a lo que ocurre entre bambalinas, puede que vierais las cosas
de otra manera. No somos perfectos, Pau. Yo no soy perfecto y te quiero, pero
tú también distas mucho de ser perfecta. —Hace una mueca para que sepa que lo
dice en el sentido menos terrible de la palabra—. Te las he hecho pasar canutas
y, joder, sé que te he soltado este discurso miles de veces, pero algo ha
cambiado en mí, y lo sabes.
Cuando termina de hablar, miro el
cielo unos instantes. El sol se está poniendo tras los árboles y espero a que
desaparezca del todo antes de contestar.
—Me temo que hemos ido demasiado
lejos —digo—. Ambos hemos cometido demasiados errores.
—Sería una lástima darse por
vencidos en vez de intentar corregir esos errores, y lo sabes.
—¿Una lástima, por qué? ¿Por el
tiempo perdido? Ahora no tenemos mucho tiempo que perder — digo adentrándome en
la inevitable boca del lobo.
—Tenemos todo el tiempo del
mundo. ¡Aún somos jóvenes! Yo estoy a punto de graduarme y viviremos en
Seattle. Sé que estás harta de mis gilipolleces pero, de manera egoísta, cuento
con el amor que sientes hacia mí para convencerte de que deberías darme una
última oportunidad.
—Y ¿qué hay de todo lo que yo te
he hecho a ti? Te he llamado de todo, y está también lo de Zed. —Me muerdo el labio y desvío la
mirada al mencionar a Zed.
Pedro tamborilea con los dedos en
el cristal de la mesa.
—Para empezar, Zed no tiene lugar
en esta conversación —repone—. Has hecho muchas estupideces y yo también.
Ninguno de los dos tenía la menor idea de cómo mantener una relación. Tal vez
tú pensaras que lo sabías porque estuviste mucho tiempo con Noah pero, hablando
claro, vosotros dos erais básicamente amigos que se morreaban. Eso no era una
relación de verdad.
Le lanzo una mirada asesina,
esperando a que acabe de cavarse su propia tumba.
—¿Dices que tú me has llamado de
todo? Muy pocas veces. —Sonríe y empiezo a preguntarme quién es el tío que
tengo sentado delante de mí—. Todos soltamos algún insulto de vez en cuando.
Perdona, pero estoy seguro de que hasta la esposa del párroco de tu madre llama
gilipollas a su marido de vez en cuando. Puede que no a la cara, pero viene a
ser lo mismo. —Se encoge de hombros—. Y yo prefiero que me lo llames a la cara.
—Tienes una explicación para
todo, ¿no?
—No, para todo no. Para casi
nada, en realidad, pero sé que ahora mismo estás aquí sentada buscando el modo
de poner fin a lo nuestro y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para
asegurarme de que sabes lo que dices.
—¿Desde cuándo hablamos así? —No
puedo evitar estar pasmada ante la falta de gritos y berridos.
Pedro se cruza de brazos, tira de
los bordes deshilachados de su escayola y se encoge de hombros.
—Desde ahora. No sé, desde que
hemos visto que del otro modo no llegábamos a ninguna parte.
¿Qué tiene de malo probar a
hacerlo así?
Siento cómo la mandíbula me llega
al suelo. Lo dice como si nada.
—¿Cómo lo haces para que parezca
tan fácil? Si fuera tan fácil, podríamos haberlo hecho antes.
—No, yo antes no era así, y tú
tampoco. —Me mira fijamente, esperando que vuelva a hablar.
—No es tan sencillo —replico—. El
tiempo que hemos tardado en llegar hasta aquí cuenta, Pedro. También cuenta
todo por lo que hemos pasado y necesito tiempo para mí. Necesito tiempo para
saber quién soy, qué quiero hacer con mi vida y cómo voy a hacerlo posible, y
eso he de conseguirlo sola. — Pronuncio las palabras con mucha convicción, pero
me saben a ácido en cuanto salen por mi boca.
—Entonces ¿ya lo tienes decidido?
¿No quieres vivir conmigo en Seattle? ¿Por eso estás tan cerrada y tan poco
dispuesta a escuchar lo que te digo?
—Te estoy escuchando, pero la
decisión ya está tomada... No puedo seguir así, siempre con lo mismo, siempre
igual. No sólo contigo, sino también conmigo misma.
—No te creo, sobre todo porque
suena a que no te lo crees ni tú. —Se recuesta en el cojín de la silla y pone los pies sobre la mesa—.
Entonces ¿dónde vas a vivir? ¿En qué barrio de Seattle?
—No voy a vivir en Seattle —digo
cortante. De repente tengo la lengua de trapo y no consigo pronunciar una
palabra.
—Entonces ¿dónde? ¿En las
afueras? —pregunta con malicia.
—En Nueva York, Pedro. Quiero
ir...
Ahora se lo cree.
—¿Nueva York? —Quita los pies de
la mesa y se levanta—. ¿Te refieres a la ciudad de Nueva York o a un pequeño
barrio hipster de Seattle que no conozco?
—A la ciudad de Nueva York —le
aclaro, y empieza a dar vueltas por el porche—. Dentro de unos días.
Pedro permanece en silencio salvo
por el ruido de sus pasos a lo largo y ancho del porche.
—¿Cuándo lo has decidido?
—pregunta al fin.
—Al volver de Londres, después de
que falleciera mi padre. —Me pongo también de pie.
—¿El hecho de que me comportara
como un gilipollas contigo te ha impulsado a hacer las maletas y a marcharte a
Nueva York? Si nunca has salido de Washington, ¿qué te hace pensar que serás
capaz de vivir en un lugar así?
Su respuesta me pone a la defensiva.
—¡Puedo vivir donde me dé la
gana! ¡No intentes ningunearme!
—¿Yo te ninguneo? Pau, lo haces
todo cien mil veces mejor que yo, no estoy intentando ningunearte. Sólo te
pregunto qué te hace pensar que serás capaz de vivir en Nueva York. ¿Ya tienes casa
siquiera?
—Voy a vivir con Landon.
Abre mucho los ojos.
—¿Con Landon?
Ésa es la cara que he estado
esperando, deseando que apareciera, pero ahora que la veo, por desgracia, me
siento un poco más tranquila. Pedro ha estado diciendo cosas muy bien dichas,
ha sido más comprensivo y cuidadoso con su elección de palabras que nunca y se
ha mostrado más tranquilo. No me lo esperaba.
En cambio, la cara que me pone
ahora la conozco bien. Es el Pedro que está intentando controlar su carácter.
—Landon —repite—. Landon y tú os
vais a ir a vivir a Nueva York.
—Sí. Él ya tenía previsto irse y
yo...
—¿De quién ha sido la idea?,
¿tuya o suya? —dice entonces en voz baja, y me doy cuenta de que no está tan
enfadado como esperaba. Es peor que la furia: está dolido. Pedro está dolido y
se me hace un nudo en el estómago al ver que la traición, la sorpresa y el
recelo se apoderan de él.
No quiero decirle que Landon me
ha pedido que me vaya a Nueva York con él. No quiero decirle que Landon y Ken
me han estado ayudando con las cartas de recomendación, el expediente
académico, la solicitud de traslado y demás.
—Cuando llegue me tomaré un
trimestre libre —le digo con la esperanza de que olvide su pregunta.
Entonces se vuelve hacia mí, con
las mejillas encendidas bajo las luces del jardín, la mirada salvaje y los
puños apretados.
—Ha sido idea suya, ¿verdad? Él
lo sabía todo y, mientras me hacía creer que éramos... amigos, hermanos
incluso, resulta que estaba conspirando a mis espaldas.
— Pedro, no ha sido así —digo para defender a Landon.
—¡Vaya que no! —grita agitando
las manos como un loco—. Te sientas ahí tan pancha y dejas que haga el ridículo
pidiéndote que nos casemos, que adoptemos un niño y todo ese rollo, cuando
sabías perfectamente que ibas a dejarme. —Se tira del pelo y se dirige hacia la
puerta.
Intento detenerlo.
—No entres estando así, por
favor. Quédate aquí fuera conmigo para que podamos terminar de hablar. Aún
tenemos mucho de que hablar.
—¡Calla! ¡Cállate de una puta
vez! —grita apartándome la mano del hombro cuando intento tocarlo.
Tira del pomo de la puerta y
estoy segura de que el ruido que oigo son los goznes aflojándose. Lo sigo de
cerca, y espero que no haga lo que creo que va a hacer, que es lo que hace
siempre que ocurre algo malo en su vida, en nuestra vida.
—¡Landon! —grita Pedro en cuanto
pone un pie en la cocina. Me alegro de que Ken y Karen se hayan retirado al
piso de arriba.
—¿Qué? —contesta él.
Sigo a Pedro al comedor, donde
Landon y continúan sentados a la mesa con una bandeja de postre casi vacía en medio.
Entra a la carga, con los dientes
y los puños apretados. A Landon le cambia la cara.
—¿Qué pasa? —pregunta mirando con
recelo a su hermanastro antes de mirarme a mí.
—No la mires a ella, mírame a mí
—le ordena Pedro.
Sophia se sobresalta pero se repone
rápidamente y me mira mientras me planto detrás de Pedro.
— Pedro, él no ha hecho nada malo. Es mi mejor amigo y sólo
quería ayudar —digo. Sé de lo que Pedro es capaz, y la sola idea de que Landon
sea su objetivo me pone enferma de preocupación. Él no se vuelve, sólo
contesta:
—No te metas en esto, Pau.
—¿De qué estáis hablando?
—pregunta Landon, aunque creo que sabe perfectamente por qué Pedro está tan
enfadado—. Espera, ¿es por lo de Nueva York?
—¡Claro que es por lo de Nueva
York, joder! —le grita Pedro.
Landon se levanta y Sophia le
lanza a Pedro una mirada asesina de advertencia. Entonces decido que me parece
perfecto que Landon y ella sean algo más que vecinos cordiales.
—¡Sólo me estaba preocupando por Pau
cuando la invité a venir conmigo! Habías roto con ella y estaba destrozada,
hecha polvo. Nueva York es lo mejor para ella —le explica Landon con calma.
—¿Eres consciente de lo cabrón
que eres? Has fingido ser mi puto amigo y luego vas y me la juegas así. —
Pedro empieza a andar otra vez
arriba y abajo, esta vez en pequeños círculos por el salón.
—¡No estaba fingiendo! ¡Volviste
a fastidiarla y yo quise ayudar a mi amiga! —contesta Landon a gritos—. ¡Soy
amigo de los dos!
El corazón se me acelera cuando
veo a Pedro cruzar el comedor y agarrar a Landon de la camisa.
—¡Ayudándola a alejarse de mí!
—chilla empujándolo contra la pared.
—¡Estabas demasiado colocado para
que te importara! —se defiende Landon gritándole en las narices.
Sophia y yo contemplamos la
escena petrificadas. Conozco a Pedro y a Landon mucho mejor que ella y no sé ni
qué decir ni qué hacer. Esto es un caos: ambos se gritan como verracos, Ken y
Karen bajan por la escalera corriendo, vasos y platos rotos por el modo en que Pedro
ha arrastrado a Landon contra la pared...
—¡Sabías perfectamente lo que te
hacías! —prosigue—. ¡Confiaba en ti, hijo de perra!
—¡Adelante! ¡Pégame! —exclama
Landon.
Pedro levanta el puño pero Landon
ni siquiera pestañea. Grito el nombre de Pedro y creo que Ken hace lo mismo.
Con el rabillo del ojo, veo a Karen tirando del bajo de la camisa de Ken para
que no se entrometa entre ellos.
—¡Pégame, Pedro! Ya que eres tan
duro y tan violento, adelante, ¡pégame! —lo reta Landon de nuevo.
—¡Eso haré! Te voy a... — Pedro baja
el puño y luego vuelve a levantarlo.
Landon tiene las mejillas
encendidas de la rabia y la respiración alterada, pero no da la impresión de
tenerle ni pizca de miedo a Pedro. Parece muy enfadado y contenido a la vez. Yo
me siento justo al revés: creo que, si las dos personas que más me importan en
el mundo se pelean, no voy a saber qué hacer.
Miro otra vez a Ken y a Karen. No
parece que les preocupe la integridad física de Landon. Están demasiado
tranquilos mientras él y Pedro se gritan sin parar.
—No vas a hacerlo —dice Landon.
—¡Lo haré! Voy a partirte esta
escayola en la ca... —Pero Pedro retrocede. Mira a Landon, se vuelve y me mira
a mí antes de volver a concentrarse en él—. ¡Que te jodan! —grita.
Baja el puño, da media vuelta y
sale del comedor. Landon sigue arrinconado contra la pared, como si estuviera a
punto de pegarle un puñetazo a algo. Sophia se acerca entonces para consolarlo.
Karen y Ken hablan en voz baja entre sí mientras caminan hacia Landon, y yo...
Bueno, me quedo de pie en mitad del salón, intentando comprender qué ha pasado.
Landon le ha pedido a Pedro que
le pegara. Pedro estaba desatado, se sentía traicionado y herido de nuevo, y
sin embargo no le ha pegado. Pedro Alfonso ha preferido no recurrir a la
violencia, ni siquiera en lo peor de su estallido.
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20 capitulos mas y termina......
el Lunes 4 estaria subiendo el Epilogo, hasta el domingo voy a seguir subien 5 cap por dia