Pedro
—Aún no me has dejado que termine lo que empecé el domingo. —Janine se inclina sobre mí y apoya la cabeza en mi hombro.
Yo me desplazo un poco en el sofá para apartarme, pero ella se lo toma como una señal de que tal vez quiera que nos tumbemos juntos o algo, y se acerca a mí de nuevo.
—Ya; no, gracias —digo rechazándola por enésima vez en los últimos cuatro días.
¿De verdad han pasado sólo cuatro días?
«Joder.»
El tiempo tiene que pasar más deprisa, o no sé si sobreviviré.
—Necesitas relajarte. Y yo puedo ayudarte a hacerlo. —Sus dedos recorren mi espalda desnuda.
Llevo días sin ducharme y sin ponerme una camiseta. No he podido volver a ponerme la puta prenda después de que Janine la llevara. Olía a ella, no a mi ángel.
Maldita seas, Pau. Me estoy volviendo loco. Siento cómo las bisagras que mantienen mi mente de una pieza se fuerzan y están a punto de romperse por completo.
Esto es lo que pasa cuando estoy sobrio: ella regresa a mi mente. La pesadilla que tuve anoche sigue atormentándome. Jamás le haría daño, no físicamente. La amaba. Joder, todavía la amo, y siempre la amaré, pero no hay nada que pueda hacer al respecto.
No puedo pasarme todos los días de mi vida intentando ser perfecto para ella. No soy lo que necesita, y nunca lo seré.
—Necesito beber —le digo a Janine.
Ella se levanta del sofá lánguidamente y se dirige a la cocina. Pero cuando otro pensamiento indeseado sobre Pau me viene a la mente, grito:
—¡Date prisa!
Vuelve al salón con una botella de whisky en la mano, pero se detiene y me lanza una mirada.
—¿Con quién coño te crees que estás hablando? Si vas a comportarte como un capullo, podrías hacer que al menos mereciera la pena soportarte.
No he salido de este apartamento desde que llegué, ni siquiera para ir al coche a por una muda de ropa.
—Sigo pensando que tienes la mano rota —dice James cuando entra en el salón,
interrumpiendo mis pensamientos—. Carla sabe lo que se dice. Deberías ir al médico.
—No, estoy bien. —Cierro el puño y estiro los dedos para demostrarlo.
Me encojo y maldigo de dolor. Sé que la tengo rota, pero no quiero hacer nada al respecto. Llevo cuatro días automedicándome; por unos cuantos más no va a pasar nada.
—De lo contrario, nunca se te va a curar. Ve corriendo y, cuando vuelvas, tendrás la botella para ti solo —insiste James.
Echo de menos al James capullo. El James que se follaba a una chica y le enseñaba la grabación al novio de ésta una hora después. Este James preocupado por mi salud es irritante de cojones.
—Sí, Pedro, tiene razón —interviene Janine, escondiendo el whisky detrás de su espalda.
—¡Vale! ¡Joder! —refunfuño.
Agarro mis llaves y el teléfono y salgo del apartamento. Cojo una camiseta del asiento trasero del coche de alquiler y me la pongo antes de dirigirme al hospital.
La sala de espera del hospital está llena de niños ruidosos, y no me queda más remedio que sentarme en el único asiento vacío, que está al lado de un vagabundo que no para de lloriquear porque lo han atropellado en un pie.
—¿Cuánto tiempo lleva esperando? —le pregunto al hombre.
Huele a basura, pero no soy quién para hablar, porque probablemente yo huela peor que él. Me recuerda a Richard, y me pregunto cómo le irá en rehabilitación. El padre de Pau está en rehabilitación, y aquí estoy yo, ahogándome en licor y nublando mi mente con cantidades ingentes de hierba y alguna que otra pastilla de Mark. El mundo es un lugar increíble.
—Dos horas —responde el hombre.
—Joder —farfullo para mis adentros, y me quedo mirando la pared.
Debería haber imaginado que no era buena idea venir aquí a las ocho de la tarde.
Treinta minutos después, llaman a mi compañero sin techo y siento un gran alivio al poder respirar de nuevo por la nariz.
—Mi prometida está de parto —anuncia un hombre cuando entra en la sala.
Viste una camisa cuidadosamente planchada y unos caquis. Me resulta extrañamente familiar.
Cuando una mujer morena, menuda y muy embarazada aparece por detrás de él, me hundo en la silla de plástico. ¿Cómo no? Tenía que estar borracho y en el hospital para que me miren la mano rota justo en el momento en que ella se pone de parto y llega también.
—¿Puede ayudarnos alguien? —dice el hombre, paseando histérico de un lado a otro—. ¡Necesita una silla de ruedas! ¡Ha roto aguas hace veinte minutos y tiene contracciones cada cinco!
Sus gritos están poniendo algo nerviosos al resto de los pacientes, pero la mujer embarazada se echa a reír y coge al hombre de la mano. Así es Natalie.
—Puedo caminar, estoy bien. Tranquilo.
Natalie le explica a la enfermera que su novio, Elijah, se preocupa sin motivo. Él continúa paseándose, pero ella permanece relajada, casi como una azafata. Me echo a reír en mi asiento, y Natalie se vuelve y me pilla mirando.
Una enorme sonrisa se dibuja en su rostro.
—¡ Pedro! ¡Qué coincidencia! —¿Es ése el brillo de las mujeres embarazadas del que todo el mundo habla?
—Hola —digo, y miro a todas partes menos a la cara de su novio.
—Espero que te encuentres bien. —Se acerca a mí mientras su hombre habla con la enfermera—. Conocí a tu Pau el otro día. ¿Ha venido contigo? —pregunta Natalie, buscándola por la sala. «¿No debería estar gritando de dolor o algo así?»
—No, ella..., eh...
Empiezo a inventarme una explicación, pero justo entonces otra enfermera sale del mostrador de ingresos y dice:
—Señora, cuando quiera, ya está todo preparado para usted.
—¡Vaya! ¿Has oído eso? El show debe continuar. —Natalie se da la vuelta, pero mira por encima del hombro y se despide de mí con la mano—. ¡Me alegro de verte, Pedro!
Y yo me quedo ahí sentado, con la boca abierta.
Esto debe de ser alguna broma macabra divina. No puedo evitar alegrarme un poco por la chica; al menos, no le arruiné la vida por completo... Aquí está, sonriendo y locamente enamorada, preparada para dar a luz a su primer hijo mientras yo espero aquí solo, apestando y herido en esta sala de espera atestada.
El karma me la está devolviendo.
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