Pau
Paso unas dos horas tumbada en la cama, esperando impacientemente a que Pedro se despierte, hasta que por fin me rindo y me levanto. Para cuando estoy duchada y totalmente vestida, la cocina está limpia y ya me he tomado dos ibuprofenos para librarme de los calambres y de mi monumental dolor de cabeza. Regreso al dormitorio para despertarlo yo misma.
Le zarandeo suavemente el brazo y susurro su nombre, pero no funciona.
—Despierta, Pedro —digo mientras lo agarro con fuerza del hombro, y retrocedo cuando la visión de mi madre arrancando el cuerpo adormecido de mi padre del sofá aparece en mi mente.
Durante toda la mañana he estado evitando pensar en mi madre y en la devastadora lección de historia que aprendí anoche. Mi padre aún duerme; imagino que su breve visita también lo ha dejado agotado a él.
—No —murmura Pedro en sueños.
—Si no te levantas, me iré sola a casa de tu padre —lo amenazo deslizando los pies en mis Toms.
Tengo un montón de zapatillas de esta marca, pero siempre acabo llevando las caladas de color tostado. Pedro las llama alpargatas horrorosas, pero lo cierto es que a mí me encantan los zapatos cómodos.
Pedro gime, rueda sobre su estómago y se alza sobre los codos. Aún tiene los ojos cerrados cuando vuelve la cabeza hacia mí.
—No, no lo harás.
Sabía que no le gustaría la idea, y ésa es precisamente la razón por la que la he usado para sacarlo de la cama.
—Entonces levántate. Yo ya me he duchado y todo —lloriqueo.
Estoy deseando llegar a casa de Landon y verlo a él, a Ken y a Karen de nuevo. Parece como si hiciera años desde la última vez que vi a esa dulce mujer que lleva un delantal con fresas estampadas que casi nunca se quita.
—Joder. — Pedro hace un puchero y abre los ojos.
Sofoco una risita ante su expresión perezosa. Yo también estoy cansada, mental y físicamente exhausta, pero la idea de salir de este apartamento me parece tremenda.
—Primero ven aquí —dice abriendo los ojos y alargando una mano hacia mí.
En el momento en que me tumbo a su lado, él rueda para atraparme bajo su cuerpo, cubriéndome con su calor. Se restriega contra mí a propósito, moviendo las caderas hasta que queda perfectamente encajado entre mis muslos, con su erección matutina presionando como una tortura contra mí.
—Buenos días. —Ahora está totalmente despierto y no puedo evitar reírme.
Sin prisa, mueve las caderas en círculo, y esta vez trato de liberarme. Se une a mi risa, pero enseguida me silencia cubriendo mi boca con la suya. Su lengua juega con la mía, acariciándola suavemente, enviando señales completamente opuestas a los bruscos movimientos que hacen sus caderas.
—¿Llevas un tampón? —me susurra, aún besándome. Sus manos han subido hasta mis pechos y mi corazón late tan rápido que casi no puedo oír su voz somnolienta.
—Sí —admito, sólo medio encogiéndome ante el horrible término al que he llegado a acostumbrarme.
Él se aparta un poco; sus ojos recorren mi cara despacio mientras su lengua asoma levemente para lamerse el labio inferior.
Desde el final del pasillo nos llega el ruido de los cajones de la cocina abriéndose y cerrándose, seguido de un sonoro eructo, y después el estruendo de una sartén que golpea el suelo.
Pedro pone los ojos en blanco.
—De puta madre. —Me mira fijamente—. Bueno, tenía planeado follarte antes de irnos, pero ahora que el señor Rayo de Sol ya está despierto...
Se retira de encima de mí y se levanta, llevándose la manta consigo.
—Me daré prisa en la ducha —dice mientras se dirige hacia la puerta con el ceño fruncido.
Pedro regresa en menos de cinco minutos, justo cuando estoy remetiendo las esquinas de la sábana bajera. La única prenda que lleva encima es una toalla blanca anudada alrededor de la cintura. Me obligo a apartar los ojos de su increíble cuerpo tatuado y a dirigirlos hacia su cara mientras él camina hasta el armario y saca su típica camiseta negra. Tras pasársela por la cabeza, se enfunda un bóxer.
—Lo de anoche fue un puto desastre —dice. Tiene los ojos fijos en sus manos destrozadas mientras se abotona los vaqueros.
—Sí —suspiro, tratando de evitar cualquier conversación sobre mis padres.
—Vámonos.
Coge las llaves y el móvil de encima de la cómoda y se los mete en los bolsillos. Se aparta el cabello mojado de la frente y abre la puerta del dormitorio.
—¿Y bien...? —pregunta impaciente cuando no me apresuro a cumplir su orden. ¿Qué ha pasado con el Pedro juguetón de hace apenas unos minutos? Si su mal humor persiste, sospecho que hoy será tan mal día como ayer.
Sin decir una palabra, lo sigo a través de la puerta y pasillo abajo. La puerta del baño está cerrada y oigo correr el agua. No me apetece esperar a que mi padre salga de la ducha, pero tampoco quiero irme sin decirle adónde vamos y asegurarme de que no necesita nada. «¿Qué hace en este apartamento mientras está solo? ¿Se pasa el día pensando en drogas? ¿Invita a gente a venir?»
Sacudo el segundo pensamiento de mi cabeza. Pedro se enteraría en caso de que trajera malas compañías, y estoy segurísima de que mi padre no seguiría aquí si fuera así.
Pedro permanece en silencio durante el trayecto hasta la casa de Ken y Karen. Lo único que me asegura que hoy no va a ser un asco es la mano que mantiene sobre mi muslo mientras se concentra en la carretera.
Como siempre, cuando llegamos ni siquiera llama a la puerta antes de entrar. El dulce aroma a sirope de arce llena la casa, y seguimos el olor hasta la cocina. Karen está de pie junto al horno con una espátula en la mano mientras agita la otra en el aire a media conversación. Una chica desconocida está sentada frente a la isleta. Su largo cabello castaño es lo único que veo hasta que hace girar el taburete cuando Karen dirige la atención hacia nosotros.
—¡Pau, Pedro! —Karen casi chilla de alegría mientras deposita con cuidado la espátula en la encimera y corre a rodearme con los brazos—. ¡Cuánto tiempo! —exclama, manteniéndome a casi un metro de distancia para mirarme y luego volviendo a abrazarme.
Su cálida bienvenida es exactamente lo que necesito después de lo de anoche.
—Sólo han pasado tres semanas, Karen —señala Pedro con brusquedad.
La sonrisa de ella decae un poco, y se coloca un mechón de cabello tras la oreja.
Echo una ojeada alrededor reparando en todas las hornadas que hay por la cocina.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto para distraerla de la pésima actitud de su hijastro.
—Galletas de arce, cupcakes de arce, cuadraditos de arce y magdalenas de arce —dice mostrándomelo todo mientras Pedro se retira a un rincón con el ceño fruncido.
Lo ignoro y miro de nuevo a la chica, sin saber cómo presentarme.
—¡Oh! —Karen lo nota—. Lo siento, debería haberos presentado desde el principio. —La señala y añade—: Ésta es Sophia; sus padres viven al final de la calle.
Sophia sonríe y me da la mano.
—Encantada de conocerte —dice con una sonrisa. Es hermosa, extremadamente hermosa.
Sus ojos son brillantes, y su sonrisa, cálida; es mayor que yo, pero no puede tener más de veinticinco.
—Soy Pau, una amiga de Landon —digo.
Pedro tose detrás de mí, evidentemente molesto por mi elección de palabras. Imagino que Sophia conoce a Landon, y como Pedro y yo estamos..., bueno, esta mañana parece más sencillo presentarme simplemente así.
—Aún no he podido conocer a Landon —dice Sophia. Su voz es baja y dulce, y de inmediato me gusta.
—¡Oh! —Había dado por sentado que se conocían, dado que su familia vive al final de la calle.
—Sophia acaba de graduarse en el Instituto Culinario de América, en Nueva York —presume Karen por ella, y Sophia sonríe. No la culpo; si me acabara de graduar en la mejor escuela de cocina del país, yo también dejaría que la gente alardeara de mí. Eso si no lo estuviera haciendo yo misma, claro.
—He venido a visitar a mi familia y me he encontrado a Karen comprando sirope. —Sonríe al contemplar el gran despliegue de bollería con sabor a sirope.
—Oh, éste es Pedro —digo para incluir a mi taciturno hombre del fondo. Ella le sonríe.
—Encantada de conocerte.
Él ni siquiera mira a la pobre chica, simplemente murmura:
—Ya.
Me encojo de hombros ante Sophia, le dedico una sonrisa de simpatía para compensar y después me vuelvo hacia Karen.
—¿Dónde está Landon?
Sus ojos van de Pedro a mí antes de contestar:
—Está... arriba. No se encuentra muy bien.
El estómago me da un vuelco; algo va mal con mi mejor amigo, lo sé.
—Voy arriba —dice Pedro disponiéndose a salir de la cocina.
—Espera, iré yo —me ofrezco. Si algo le ocurre a Landon, lo último que necesita es a Pedro metiéndose con él.
—No. — Pedro sacude la cabeza—. Voy yo. Tómate unos pasteles de sirope o algo —murmura, y sube la escalera de dos en dos sin darme tiempo a discutir.
Karen y Sophia lo observan.
— Pedro es hijo de Ken —explica su madrastra. A pesar de su comportamiento de hoy, Karen aún sonríe orgullosa al mencionar su nombre.
Sophia asiente comprensiva.
—Es encantador —miente, y las tres rompemos a reír.
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