Divina

Divina

lunes, 30 de noviembre de 2015

After 3 Capítulo 33


Pedro

—¿Quieres una copa? —pregunta Lillian.

—Vale. —Me encojo de hombros y miro la hora.

Se levanta y se acerca un carrito auxiliar plateado. Observa el contenido de las botellas, selecciona una y me la muestra rápidamente como si fuese una azafata de televisión o algo así. Mientras le quita el tapón a una botella de brandy, que probablemente sea más cara que el inmenso televisor que hay instalado en la pared, me mira de nuevo con fingida compasión.

—No puedes ser un cobarde eternamente.

—Cállate.

—Te pareces mucho a ella —dice entre risitas.

—¿A Pau? No, qué va. Además, ¿tú qué sabes?

—No, a Pau, no. A Riley.

—¿En qué?

Lillian vierte el líquido oscuro en un vaso curvo y me lo pone en la mano antes de sentarse de nuevo en el sofá.

—¿Y tu bebida? —pregunto.

Ella niega con la cabeza con aire solemne.

—Yo no bebo.

Cómo no. Y yo no debería beber, pero el aroma intenso y ligeramente dulce del brandy acalla la irritante voz de mi conciencia.

—¿Vas a decirme en qué me parezco a ella o no? —insisto.

—No lo sé, pero os parecéis. Ella también tiene ese aire taciturno, como si estuviese enfadada con el mundo —dice, y hace un gesto exagerado con la cara y cruza las piernas por debajo de ella.

—Bueno, a lo mejor tiene motivos para estar enfadada —digo para defender a su novia a pesar de que ni siquiera la conozco.

Después me bebo la mitad del vaso de licor. Es fuerte, envejecido hasta la perfección, y siento cómo me quema hasta las suelas de las botas.
Lillian no contesta. Frunce los labios y mira la pared que tengo detrás sumida en sus pensamientos.

—Oye, no me va ese rollo psicológico de que tú hablas, yo hablo, y luego decimos un montón de gilipolleces —le digo, y ella asiente.

—No, gilipolleces no, pero sí creo que al menos deberías empezar a idear un plan para disculparte con Paulina.

—Se llama Paula —espeto cabreado ante su error.

Ella sonríe y se coloca el pelo castaño sobre uno de sus hombros.

—Pau, perdón. Tengo una prima que se llama Paulina y supongo que tenía el nombre en mente.

—¿Qué te hace pensar que voy a disculparme? —digo, y pego la lengua al velo del paladar mientras espero su respuesta.

—Estás de broma, ¿no? ¡Le debes una disculpa! —exclama—. O al menos tienes que decirle que irás a Seattle con ella.

Gruño.

—No pienso ir a Seattle, joder.

«¿Por qué cojones Pau y su doble no paran de agobiarme con la mierda de Seattle?»

—Bueno, pues entonces espero que se vaya sin ti —dice secamente.

Me quedo mirando a esta chica que pensaba que podría llegar a entenderme.

—¿Qué has dicho?

Me apresuro a dejar el vaso de brandy sobre la mesa y el líquido marrón se derrama sobre la blanca superficie.
Lillian enarca una ceja.

—He dicho que espero que vaya igualmente, porque has intentado joderle su contrato de alquiler y aun así no estás dispuesto a trasladarte con ella.

—Afortunadamente, me importa una puta mierda lo que pienses.

Me levanto dispuesto a marcharme. Sé que tiene razón, pero estoy harto de esto.

—Claro que te importa, aunque no quieras admitirlo. Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que los que decís que no os importa nada sois precisamente a los que más os importan las cosas.

Recojo el vaso y apuro su contenido antes de dirigirme a la puerta.

—No me conoces en absoluto —digo con los dientes apretados.

Lillian se levanta y se aproxima como si tal cosa.

—Claro que sí. Ya te he dicho que eres como Riley.

—Pues lo siento por ella, porque tiene que aguantar lo suyo... —empiezo a atacarla, pero me refreno.

Esta chica no ha hecho nada malo. Está intentando ayudarme, y no merece que pague mis movidas con ella.
Suspiro.

—Perdona, ¿vale?

Vuelvo al salón y me desplomo sobre el sofá.

—¿Ves? Disculparse no es tan difícil, ¿verdad? —Lillian sonríe, se acerca al carrito de nuevo y trae la botella de brandy hasta donde me encuentro.

—Está claro que necesitas otro trago. —Sonríe y coge mi vaso vacío.

—Pau detesta que beba —farfullo tras mi tercera copa.

—¿Te pones desagradable cuando lo haces?

—No —respondo sin pensar. Pero, al ver que está verdaderamente interesada, medito la pregunta y reconsidero mi respuesta—. A veces.

—Hum...

—Y ¿tú por qué no bebes? —pregunto.

—No lo sé. Simplemente no bebo.

—Y ¿tu novio..., perdón, tu novia bebe?
Asiente.

—Sí, a veces. Aunque no tanto como antes.

—Vaya.

Es posible que la tal Riley y yo tengamos más en común de lo que pensaba.

—¡¿Lillian?! —grita entonces su padre, y oigo crujir la escalera.

Me incorporo y me aparto de ella por instinto, y ella centra la atención en él.

—¿Sí, papá?

—Es casi la una de la madrugada. Creo que ya va siendo hora de que se marche tu compañía —dice.

«¿La una? ¡Joder!»

—Vale. —Asiente y me mira de nuevo—. A veces se le olvida que ya soy adulta —susurra claramente irritada.

—De todos modos tengo que marcharme ya. Pau me va a matar —respondo.

Cuando me levanto, mi equilibrio no es tan estable como debería.

—Puedes volver mañana si quieres, Pedro —dice el amigo de mi padre cuando llego a la puerta.

—Pídele perdón y piensa acerca de lo de Seattle —me recuerda Lillian.

Pero estoy decidido a no hacerle caso y salgo por la puerta, desciendo los escalones y recorro el acceso pavimentado. Me encantaría saber a qué se dedica su padre; es evidente que está forrado de pasta.

Todo está muy oscuro. Ni siquiera me veo la mano cuando la meneo como un idiota delante de mi cara. Cuando llego al inicio del sendero, las luces exteriores de la cabaña de mi padre aparecen ante mis ojos y me guían hacia su acceso y por los escalones del porche.

La puerta mosquitera cruje cuando la abro y maldigo. Lo último que necesito en estos momentos es que mi padre se despierte y huela el brandy en mi aliento. Aunque, bueno, puede que él también quiera un poco.

Mi Pau interior me reprende al instante por mi cínico pensamiento. Me pellizco el puente de la nariz y sacudo la cabeza para sacarla de mi mente.

Estoy a punto de tirar una lámpara al suelo mientras intento descalzarme. Me agarro a la esquina de la pared para sostenerme y por fin consigo colocar las botas junto a los zapatos de Pau. Empiezan a sudarme las palmas de las manos mientras subo la escalera lo más despacio posible. No estoy borracho, pero sí bastante achispado, y sé que va a enfadarse aún más que antes. Esta tarde estaba fuera de sus casillas, y ahora que he estado por ahí hasta tan tarde, y encima bebiendo, va a perder los papeles. La verdad es que me siento bastante asustado ahora mismo. Estaba tan furiosa antes que me ha insultado y me ha ordenado que me largara.

La puerta de la habitación que compartimos se abre con un leve crujido e intento ser lo más silencioso posible y atravesar la oscuridad sin despertarla.
No tengo esa suerte.
La lámpara de la mesilla de noche se enciende y Pau fija su mirada impasible en mí.

—Perdona..., no quería despertarte —me disculpo.

Frunce sus labios carnosos.

—No estaba dormida —declara, y empiezo a sentir una tensión en el pecho.

—Sé que es muy tarde, lo siento —digo sin hacer pausas.

Ella me mira con recelo.

—¿Has estado bebiendo?

A pesar de su expresión, le brillan los ojos. El modo en que la tenue luz de la lámpara ilumina su rostro hace que me den ganas de alargar la mano y tocarla.

—Sí —digo aguardando su furia.

Suspira y se lleva las manos a la frente para apartarse los mechones rebeldes que se han soltado de su cola de caballo. No parece alarmada ni tampoco sorprendida por mi estado.
Treinta segundos después, sigo esperando su ira. Pero nada.

Continúa ahí sentada en la cama, apoyada en las manos, mirándome con decepción mientras yo sigo de pie e incómodo en el centro de la habitación.

—¿Vas a decir algo? —pregunto por fin con la esperanza de interrumpir el desagradable silencio.

—No.

—¿Y eso?

—Estoy agotada, y tú, borracho. No tengo nada que decir —replica sin emoción alguna.

Me paso la vida nervioso, anticipando el momento en que ya no pueda más y diga que hasta aquí hemos llegado y que está harta de soportar mis mierdas y, sinceramente, tengo miedo de que ese momento haya llegado.

—No estoy borracho, sólo he tomado tres copas. Sabes que para mí eso no es nada —digo, y me siento en el borde de la cama.

Un escalofrío me recorre la espalda cuando veo que se desplaza más cerca de la cabecera para apartarse de mí.

—¿Dónde estabas? —pregunta con voz suave.

—En la cabaña de al lado.

Continúa mirándome, esperando más información.

—Estaba con una chica que se llama Lillian. Su padre fue a la universidad con el mío, y hemos estado hablando, una cosa ha llevado a la otra y...

—Joder... —Pau cierra los ojos con fuerza, se tapa los oídos con las manos y se lleva las rodillas al pecho.

Le cojo las dos muñecas con una mano y se las coloco sobre su regazo con suavidad.

—No, no, no es lo que piensas. Joder. Estábamos hablando sobre ti —le digo, y espero a que ponga los ojos en blanco, como siempre, y sus gestos de incredulidad ante todo lo que le digo. Abre los ojos y me mira.

—¿Sobre mí?

—Sobre toda esta mierda de Seattle.

—¿Has hablado con ella sobre Seattle cuando conmigo no quieres hablar de ello?

Su tono no es de enfado, sino de curiosidad, y estoy confundido de la hostia. Yo no quería hablar con esa chica, prácticamente me ha obligado a hacerlo, pero supongo que en cierto modo me alegro de que lo haya hecho.

—No es así de simple. Además, tú me pediste que me fuera —le recuerdo a la chica con la cara de Pau que tengo delante, pero sin su actitud de siempre.

—Y ¿has estado con ella todo este tiempo?

Veo cómo le tiembla el labio inferior antes de apretar los dientes contra él.

—No. Fui a pasear y me encontré con ella.

Acerco la mano para apartarle un mechón rebelde de la mejilla y no me lo impide. Tiene la piel caliente y parece brillar bajo la tenue luz de la lámpara. Apoya el rostro contra mi palma y cierra los ojos mientras le acaricio el pómulo con el pulgar.

—Se parece mucho a ti.

No esperaba esa reacción. Sinceramente, esperaba que estallase la tercera guerra mundial.

—Entonces ¿te gusta? —pregunta entreabriendo ligeramente sus ojos grises para mirarme.

—Sí, es maja. —Me encojo de hombros y los cierra de nuevo.

Su calma me ha pillado por sorpresa, y eso, junto con el brandy envejecido, da como resultado un Pedro tremendamente confundido.

—Estoy cansada —dice, y levanta la mano para apartar la mía de su rostro.

—¿No estás furiosa? —pregunto.

Algo no va bien, pero no sé qué es. Puto alcohol.

—Sólo estoy cansada —responde, y se tumba sobre las almohadas.

Vale...

Campanas de alarma, no, más bien sirenas de alerta de tornado estallan en mi cabeza ante la falta de emoción que transmite su voz. Hay algo que no me está diciendo, y quiero que lo diga.


Pero mientras se queda dormida, o al menos finge hacerlo, me doy cuenta de que tengo que elegir pasar por alto su silencio esta noche. Es tarde. Si la agobio me obligará a marcharme de nuevo, y no puedo consentirlo. No puedo dormir sin ella, y tengo suerte de que me esté permitiendo estar cerca de ella después de toda la mierda con Sandra. 

También tengo suerte de que el alcohol me esté dando sueño, de modo que no me pasaré toda la noche despierto pensando qué se estará cociendo en la mente de Pau.

After 3 Capítulo 32


Pau

Landon nos ha estado explicando que, como el apartamento está muy cerca del campus, podrán ir a la facultad caminando. No será necesario coger el coche ni el metro todos los días.

—Me alegro de que no tengas que conducir en esa ciudad tan grande. ¡Menos mal! —dice Karen, apoyando una mano en el hombro de su hijo.

Él sacude la cabeza.

—Soy buen conductor, mamá, mejor que Pau —bromea.

—Oye, a mí no se me da mal. Mejor que a Pedro —señalo.

—Como si eso fuera difícil —dice él para picarme.

—No es tu manera de conducir lo que me preocupa. ¡Son esos malditos taxis! —explica Karen como una mamá gallina.

Cojo una galleta del plato que hay sobre la encimera de la cocina y miro hacia la puerta de nuevo. No he parado de observarla y de esperar a que Pedro regrese. Mi ira se ha transformado poco a poco en preocupación conforme han ido pasando los minutos.

—Bien, gracias por avisar. Nos vemos mañana —dice Ken por teléfono mientras se reúne con nosotros en la cocina.

—¿Quién era?

—Max. Pedro está en su cabaña con Lillian —dice, y se me cae el alma a los pies.

—¿Lillian? —pregunto sin poder evitarlo.

—Es la hija de Max; tiene más o menos tu edad.

¿Por qué iba a estar Pedro en la cabaña de los vecinos con su hija? ¿La conoce? ¿Ha salido con ella?

—Seguro que vuelve pronto.

Ken frunce el ceño y, cuando me mira, tengo la sensación de que no se había planteado mi reacción ante esa información antes de compartirla. El hecho de que parezca sentirse incómodo hace que yo me sienta más incómoda todavía.

—Ya —digo levantándome del taburete—. Creo que... me voy a ir a la cama —les anuncio, intentando mantener la compostura.

Siento cómo mi ira resurge, y necesito alejarme de ellos antes de que estalle.

—Te acompaño arriba —se ofrece Landon.

—No, estoy bien, de verdad. He madrugado mucho, todos lo hemos hecho, y se está haciendo tarde —le aseguro, y él asiente aunque sé que no ha colado.

Cuando llego a la escalera, oigo que dice:

—Es un idiota.

«Sí, Landon. Lo es.»

Cierro las puertas del balcón antes de acercarme al armario para ponerme el pijama. No paro de darle vueltas a la cabeza y no consigo centrarme en la ropa. Nada me parece un buen sustituto de la ropa usada de Pedro, y me niego a ponerme la camiseta blanca que descansa sobre el brazo de la silla. Tengo que ser capaz de dormir con mi propia ropa. 

Después de rebuscar en los cajones, me doy por vencida, decido quedarme con los shorts y la sudadera que llevo puestos y me tumbo en la cama.

¿Quién es esa chica misteriosa con la que está Pedro? Curiosamente, estoy más cabreada por lo de mi apartamento en Seattle que por ella. Si quiere hacer peligrar nuestra relación poniéndome los cuernos, es cosa suya. Sí, acabaría destrozando lo poco que queda intacto en mí, y no creo que pudiera recuperarme jamás, pero no voy a centrarme en eso.

La verdad es que no me lo imagino. No me lo imagino engañándome. A pesar de todo lo 
que ha hecho en el pasado, no lo veo. No después de leer su carta y de cuánto ha suplicado que lo perdonara. Sí, es controlador, demasiado controlador, y no sabe cuándo dejar de interferir en mi vida, pero en el fondo sus intenciones son mantenerme a su lado, no escapar de mí, como lo sería ponerme los cuernos.

Mi resentimiento hacia él no ha menguado. Ni siquiera después de pasarme una hora mirando al techo y contando las vigas de madera teñida que sostienen la inclinada superficie.


No sé si estoy preparada para hablar con él aún, pero sé que no podré dormirme hasta que lo oiga regresar. Cuanto más tiempo pasa fuera, más intensos se vuelven los celos en mi pecho. No puedo evitar pensar en su doble moral. Si fuese yo la que estuviera por ahí con un tío, Pedro se volvería loco y seguramente intentaría quemar el bosque que rodea este lugar. Quiero reírme ante la absurda idea, pero no me sale. En lugar de hacerlo, cierro los ojos y rezo para quedarme dormida.

After 3 Capítulo 31


Pedro

—¿Has saboteado su búsqueda de apartamento? —pregunta Lillian boquiabierta.

—Ya te he dicho que la he cagado —le recuerdo.

Otro par de faros iluminan el camino mientras paseamos hasta la cabaña de sus padres. Estaba decidido a volver a la de mi padre, pero a Lillian se le da muy bien escuchar, de modo que cuando me ha pedido que la acompañase a su casa para terminar nuestra charla, he aceptado. Mi ausencia le dará a Pau un poco de tiempo para calmarse, y espero que esté dispuesta a hablar a mi regreso.

—No me habías dicho hasta qué punto. No me extraña que esté cabreada contigo —dice Lillian, cómo no, poniéndose de parte de Pau.

No me quiero ni imaginar lo que pensaría de mí si supiera todo lo que le he hecho pasar durante los últimos meses.

—Bueno, y ¿qué vas a hacer al respecto? —pregunta mientras abre la puerta principal de la cabaña de sus padres.

Me invita a entrar con un gesto, como si diera por hecho que voy a hacerlo.
Una vez dentro, veo que es muy lujosa. Aún más grande que la de mi padre. Esta gente tiene mucha pasta.

—Estarán arriba —dice mientras entramos.

—¿Quiénes estarán arriba? —pregunta una voz femenina, y Lillian hace una mueca de dolor antes de volverse hacia la mujer que supongo que es su madre.

Es igual que ella, excepto por la edad.

—¿Quién es éste? —pregunta.

En ese momento entra en la habitación un hombre de mediana edad vestido con un polo y unos caquis.

«De puta madre.» Debería haberme limitado a acompañarla hasta la casa. Me pregunto cómo se sentiría Pau si supiera que estoy aquí. ¿Le molestaría? Está bastante cabreada conmigo, y ha demostrado tener muchos celos de Molly. Aunque esta chica no es Molly, no tiene nada que ver con ella.

—Mamá, papá, éste es Pedro, el hijo de Ken.

Una amplia sonrisa aparece en el rostro del hombre.

—¡Vaya! ¡No sabía si te reconocería! —exclama con un pijo acento británico. Bueno, eso explica por qué conoce a mi padre de la universidad.

Se acerca y me da unas palmaditas en el hombro. Yo retrocedo y él frunce ligeramente el ceño con extrañeza ante mi gesto, aunque, por otro lado, parece que esperaba esta reacción por mi parte. Mi padre debe de haberle advertido sobre mi manera de ser. La idea casi me hace reír.

—Cielo —dice volviéndose hacia su mujer—. Éste es el hijo de Trish.

—¿Conocen a mi madre? —le pregunto antes de volverme también hacia su esposa.

—Sí, conocí a tu madre mucho antes de que tú nacieras —responde la mujer sonriendo—. Éramos amigos los cinco —añade.

—¿Los cinco? —pregunto.

El padre de Lillian la mira.

—Cielo, no creo...

—¡Eres igualito que ella! Aunque tienes los ojos de tu padre. No la he visto desde que regresé a Estados Unidos. ¿Cómo está? —pregunta la mujer.

—Muy bien. Se va a casar dentro de poco.

—¿Sí? —exclama—. Felicítala de mi parte. Me alegra oír eso.

—Lo haré —respondo.

Esta gente sonríe demasiado. Es como estar en una puta habitación con tres Karens, pero mucho más irritantes y mucho menos encantadoras.

—Bueno, yo ya me voy —le digo a Lillian, porque creo que la situación ya ha sido bastante incómoda.

—No, no. No tienes por qué irte. Nosotros nos vamos arriba —dice el padre de Lillian.
Coge a su mujer de la cintura y se la lleva consigo.

Lillian observa cómo se marchan y después me mira a mí.

—Lo siento, son un poco...

—¿Falsos? —respondo por ella.

Veo la hipocresía que se esconde tras la perfecta sonrisa blanqueada de ese hombre.

—Sí, mucho. —Se ríe y se aleja para sentarse en el sofá.

Yo me quedo de pie, incómodo, junto a la puerta.

—¿Crees que a tu novia le molestará que estés aquí? —me pregunta.

—No lo sé. Seguramente —refunfuño, y me paso los dedos, exasperado, por el pelo.

—¿Y si ella hiciera lo mismo? ¿Cómo te sentirías si estuviera por ahí con un tipo al que acabara de conocer?

En cuanto las palabras salen de su boca, el pecho se me llena de furia.

—Estaría muy cabreado —bramo.

—Ya me lo imaginaba. —Sonríe con malicia y da unas palmaditas en el sofá al lado de ella.

No sé cómo interpretar sus gestos. Es grosera de la hostia, y un poco irritante.

—Entonces ¿eres celoso? —pregunta con los ojos abiertos como platos.

—Supongo —respondo encogiéndome de hombros.

—Seguro que a tu novia no le gustaría nada que me besaras.

Se acerca un poco y yo me levanto del sofá de un brinco. Estoy de camino a la puerta cuando oigo que empieza a partirse de risa.

—¿Qué cojones te pasa? —digo intentando no levantar la voz.

—Sólo te estaba tomando el pelo. Créeme, no me interesas. —Sonríe—. Y es un alivio saber que yo a ti tampoco. Venga, siéntate.

Tiene muchas cosas en común con Pau, pero no es tan dulce..., ni tan inocente. Me siento de nuevo, esta vez en el sillón que está frente al sofá. No conozco a esta chica lo suficiente como para confiar en ella, y la única razón por la que estoy aquí es porque no quiero enfrentarme a lo que me espera en la cabaña de mi padre. Y Lillian, a pesar de ser una desconocida, es neutral, no como Landon, que es el mejor amigo de Pau. Es agradable hablar con alguien que no tiene motivos para juzgarme. Y, joder, está un poco pirada, así que es probable que incluso me entienda.

—¿Qué hay en Seattle que no estás dispuesto a enfrentarte a ello ni siquiera por ella?

—Nada en concreto. Tengo malos recuerdos del pasado allí, pero no es sólo eso. Es el hecho de que allí prosperará —respondo, a sabiendas de que parezco un chalado.

Sin embargo, me importa una mierda; esta chica me ha estado acosando durante una hora, así que si hay alguien que está chalado aquí es ella.

—Y ¿eso es malo?

—No. Quiero que progrese, por supuesto. Pero quiero formar parte de ello. —Suspiro.

Echo desesperadamente de menos a Pau, a pesar de que sólo han pasado unas pocas horas. Y el hecho de que esté tan cabreada conmigo no hace sino que la añore más todavía.

—Entonces ¿te niegas a ir a Seattle con ella porque quieres formar parte de su vida? No tiene sentido —dice, declarando una obviedad.

—Sé que no lo entiendes, y ella tampoco, pero Pau es lo único que tengo. Literalmente. Es lo único que me importa en mi vida, y no puedo perderla. Sin ella, no soy nada. «¿Por qué estoy contándole toda esta mierda?» —Sé que suena muy patético.

—No, no es verdad. —Me sonríe con condescendencia y yo aparto la mirada.
Lo último que quiero es que me compadezcan.

La luz de la escalera se apaga y miro de nuevo a Lillian.

—¿Debería marcharme? —pregunto.

—No, seguro que mi padre está encantadísimo de que te haya traído a casa —dice sin el más mínimo sarcasmo.

—Y ¿eso por qué?

—Porque desde que les presenté a Riley está deseando que rompamos.

—¿No le gusta tu novio?

—Novia.

—¿Qué?

—Riley es mi novia —dice, y casi le sonrío.


Me sabe mal que su padre no acepte su relación, pero he de admitir que me siento tremendamente aliviado.

After 3 Capítulo 30


Pau

—Galletas —respondemos Landon y yo al unísono.

—Muy bien, galletas, pues. —Karen sonríe y abre el armario.

Esta mujer nunca para, siempre está cocinando, asando, tostando... Y no me quejo: la verdad es que todo lo que prepara está delicioso.

—Ya ha oscurecido. Espero que no se pierda ahí afuera —dice Ken.

Landon se limita a encogerse de hombros como queriendo decir: « Pedro es así».

Lleva fuera casi tres horas, y estoy haciendo todo lo posible por no preocuparme. Sé que está bien; si algo le sucediera, lo sabría. No puedo explicarlo, pero algo dentro de mí me dice que lo sabría.

De modo que no estoy preocupada porque le haya sucedido nada malo. Lo que me preocupa es que su frustración se convierta en una excusa para ir a buscar algún bar. Por mucho que quisiera que se alejara de mí, me mataría verlo cruzar esa puerta tambaleándose y con el aliento apestando a alcohol. Necesitaba un poco de espacio; tiempo para pensar y calmarme. La parte de pensar todavía no la he llevado a cabo; la he estado evitando a toda costa.

—Oye, ¿por qué no nos bañamos todos juntos en el jacuzzi esta noche o mañana por la mañana? — sugiere Karen.

Landon escupe su refresco en el vaso y yo aparto la mirada rápidamente y me muerdo un carrillo. Landon ha visto mis bragas flotando en el agua, y el recuerdo está todavía tan fresco que siento que me arde la cara de la vergüenza.

—Karen, cariño, no creo que los chicos quieran meterse en el jacuzzi con nosotros.

Ken suelta una carcajada, y ella sonríe al darse cuenta de que tal vez sí que sería un poco incómodo.

—Supongo que tienes razón. —Se ríe y empieza a separar la masa de las galletas y a formar bolas pequeñas. Arruga la nariz—. Detesto esta masa preparada.

No me cabe duda de que, para Karen, la masa preparada para galletas debe de ser espantosa, pero para mí es una maravilla. Especialmente ahora, que siento que podría desmoronarme en cualquier instante.

Landon y yo estábamos en plena conversación sobre Dakota y el que pronto será su apartamento cuando su madre y Ken nos han interrumpido. Han comentado que se han cruzado con Pedro cuando se marchaba. Por lo visto, les ha dicho que yo estaba durmiendo, así que he hecho todo lo posible por seguirle la corriente y he dicho que acababa de despertarme justo cuando ha llegado Landon.


Me he estado preguntando dónde estará Pedro y cuándo volverá desde el momento en que se ha marchado. Una parte de mí no quiere verlo ni en pintura, pero la otra, mucho más grande, necesita saber que no está haciendo nada que pueda poner en peligro nuestra ya de por sí frágil relación. Sigo furiosa de que haya interferido en mi traslado a Seattle, y no tengo ni idea de qué voy a hacer al respecto.

After 3 Capítulo 29


Pedro

Estoy empezando a hartarme de no ver nada más que gravilla y árboles mientras deambulo por este pequeño pueblo. La desconocida todavía me sigue, y mi pelea con Pau aún me pesa.

—¿Vas a seguirme por todo el pueblo? —le pregunto a la muy pesada.

—No, voy a volver a la cabaña de mis padres.

—Vale, pues vuelve sola.

—No eres muy simpático que digamos —me suelta.

—¿En serio? —Pongo los ojos en blanco, aunque sé que no puede verme la cara—. Me han dicho que la cortesía es uno de mis puntos fuertes.

—Pues te han mentido —replica, y a continuación oigo una risita a mi espalda.

Le doy una patada a una piedra y por primera vez doy gracias por la obsesión por la limpieza de Pau, ya que si no me hubiese obligado a dejar los zapatos en la puerta de la cabaña tendría que haberme puesto las zapatillas de Landon, que son espantosas, y además estoy seguro de que tiene los pies mucho más pequeños que los míos.

—¿De dónde eres? —me pregunta.

Finjo no oírla y sigo caminando. Creo que tengo que girar a la izquierda en el siguiente stop. Al menos, eso espero.

—¿De Inglaterra?

—Sí —contesto. Y, ya puestos, le pregunto—: ¿Por dónde es?

Me vuelvo y veo que señala hacia la derecha. Por supuesto, estaba equivocado.
Tiene los ojos azul claro, y su falda es tan larga que la arrastra por la gravilla. Me recuerda a Pau..., bueno, a la Pau que era cuando la conocí. Mi Pau ya no viste ropa tan espantosa como ésa. Y también ha aprendido un vocabulario nuevo gracias a las innumerables veces que la he obligado a insultarme.

—¿Tú también has venido con tus padres? —Su voz es grave, casi dulce.

—No... Bueno, más o menos.

—¿Cómo que «más o menos»? —Sonríe. Su manera de expresarse también me recuerda a Pau.

Miro a la chica de nuevo para comprobar que realmente está aquí y que no es ningún fantasma como los de Cuento de Navidad que ha venido para darme alguna especie de lección.

—He venido con mi familia y mi novia. Tengo novia, por cierto —le advierto.

No creo que esta chica pudiera interesarse por alguien como yo, pero eso mismo pensé de Pau en su día.

—Vale... —asiente.

—Muy bien.

Acelero el paso con la esperanza de crear distancia entre nosotros. Giro a la derecha, y ella hace lo propio. Ambos nos apartamos al césped cuando pasa un camión por delante, y pronto me alcanza de nuevo.

—Y ¿dónde está tu novia? —pregunta.

—Durmiendo. —Me parece lógico utilizar la misma mentira que les he contado a mi padre y a Karen.

—Hum...

—Hum, ¿qué? —La miro.

—Nada —responde con la vista al frente.

—Ya me has seguido la mitad del camino. Si tienes algo que decir, dilo —replico con irritación.

Retuerce algo que tiene entre las manos mientras mira hacia abajo.

—Estaba pensando que parece que estás intentando huir de algo o esconderte... No lo sé, no me hagas caso.

—No me estoy escondiendo; me dijo que me largara y eso he hecho.

¿Qué coño sabrá esta imitación de Pau?

Me mira.

—Y ¿por qué te ha echado?

—¿Siempre eres tan cotilla?

Sonríe.

—La verdad es que sí —asiente.

—Odio a la gente cotilla.

Menos a Pau, claro. Aunque, por mucho que la quiera, a veces me dan ganas de taparle la boca con cinta aislante cuando empieza con sus interrogatorios. Es el ser humano más entrometido que he conocido en la vida.

Estoy mintiendo. Adoro cuando me da la lata. Antes lo detestaba, pero ahora lo entiendo. Yo también quiero saberlo todo de ella..., lo que piensa, lo que hace, lo que quiere. Y para mi puto horror, soy consciente de que ahora soy yo quien le hace más preguntas que ella a mí.

—¿Vas a decírmelo o no? —insiste.

—¿Cómo te llamas? —le pregunto, esquivando su pregunta.

—Lillian —responde, y deja caer lo que sea que llevara en la mano.

—Yo soy Pedro.

Se coloca el pelo detrás de la oreja.

—Háblame de tu novia.

—¿Por qué?

—Parece que estás disgustado, y ¿quién mejor para hablar que una extraña?

No quiero hablar con ella. Me recuerda demasiado a Pau y me resulta un poco perturbador.

—No me parece buena idea.

El sol se ha puesto temprano aquí, y el cielo está prácticamente negro.

—Y ¿guardártelo dentro sí lo es? —pregunta con demasiada sensatez.

—Oye, pareces una chica... maja y tal, pero no te conozco, y tú no me conoces a mí, así que esta conversación no va a tener lugar.

Frunce el ceño y suspira.

—Vale.

Por fin veo el tejado inclinado de la cabaña de mi padre a lo lejos.

—Bueno, yo ya he llegado —digo a modo de despedida.

—¿En serio? Un momento..., tu padre es Ken, ¿verdad? —Se golpea la frente con la mano.

—Sí —respondo sorprendido.

Ambos nos detenemos al inicio del sendero.

—¡Pues claro! ¡Qué tonta! El acento debería haberme dado la pista. —Se ríe.

—No lo pillo —digo mirándola.

—Tu padre y mi padre son amigos. Fueron juntos a la universidad o algo así. Acabo de pasarme la última hora oyendo batallitas de sus días de gloria.

—Vaya, qué casualidad —digo con una media sonrisa. Ya no me siento tan incómodo con la chica como hace unos minutos.

Ella sonríe abiertamente.


—Parece que no somos unos completos desconocidos después de todo.

After 3 Capítulo 28


Pau

Estoy más que harta de pelear con Pedro. No sé muy bien qué hacer ahora, qué medidas tomar. Lo he estado siguiendo por el camino que hemos recorrido durante meses, y me temo que no llegamos a ninguna parte. Ambos estamos tan perdidos como al principio.

—¿Pau? —La voz de Landon cruza la habitación y sale hasta el balcón.

—Estoy aquí —respondo, y me siento aliviada de haberme puesto unos shorts y una sudadera encima.

Pedro siempre se burla de mí cuando lo hago, pero en momentos como éste resulta cómodo, ya que no tienes ni demasiado frío ni demasiado calor.

—Hola —dice mientras sale y se sienta en la silla que tengo al lado.

—Hola. —Lo miro un instante antes de volver a fijar la vista en el agua.

—¿Estás bien?

Me tomo un momento para reflexionar sobre su pregunta: ¿estoy bien? No. ¿Lo estaré? Sí.

—Sí, esta vez creo que sí.

Me llevo las rodillas al pecho y las envuelvo con mis brazos.

—¿Quieres hablar de ello?

—No. No quiero fastidiar el viaje con mis dramas. Estoy bien, de verdad.

—Vale, pero que sepas que, si necesitas hablar, estoy aquí para escucharte.

—Lo sé.

Lo miro y él me sonríe para infundirme ánimos. No sé cómo voy a apañármelas sin él. De repente, abre unos ojos como platos y señala algo.

—¿Eso no es...?

Sigo la dirección de su mirada.

—¡Ay, madre!

Me levanto corriendo, recojo las bragas rojas que flotan en el jacuzzi y me las meto en el acto en el bolsillo delantero de mi sudadera.


Landon se muerde el labio inferior para contener la risa, pero yo no puedo refrenar la mía. Ambos nos reímos a carcajadas: las suyas, auténticas; las mías, de humillación. Pero prefiero mil veces reírme con Landon a mis típicos lloros tras pelearme con Pedro.

After 3 Capítulo 27


Pedro

Sé que está agotada, lo veo en su cara cada vez que la cago. La pelea con Zed, la mentira sobre mi expulsión..., cada metedura de pata por mi parte le va pasando factura; ella cree que no me doy cuenta, pero sí lo hago.

¿Por qué habré puesto el altavoz? De no haberlo hecho, podría haber resuelto esta mierda y haberle contado mi cagada después de haberlo solucionado todo. Así no se habría cabreado tanto.

No pensé en cómo reaccionaría Pau cuando lo descubriera, y desde luego no me planteé dónde viviría si no cambiaba de idea con respecto a lo de trasladarse. Supongo que estaba convencido de que, con lo obsesa del control que es, acabaría posponiendo su viaje si no tenía ningún sitio donde quedarse.

«Bien hecho, Pedro.»

Tenía buenas intenciones; es decir, en su momento no, pero ahora sí. Sé que no debería haber interferido en su búsqueda de apartamento en Seattle, pero me estoy agarrando a un clavo ardiendo para que no me deje. Sé lo que pasará en Seattle, y que no va a acabar bien.
Fiel a mi naturaleza, golpeo con el puño la pared junto a la escalera.

—¡Joder!

Fiel a mi suerte, ésta no es de yeso laminado, sino de madera maciza, y duele que te cagas. Me froto el puño con la otra mano y tengo que obligarme a no repetir mi estúpida reacción. Afortunadamente no me he roto nada. Me saldrán moratones, pero ya estoy más que acostumbrado.

«Estoy harta de este círculo vicioso. Te lo he dicho mil veces, pero no me escuchas.» Bajo la escalera dando fuertes pisadas y me tiro en el sofá como un crío enfurruñado. Eso es justo lo que soy, un crío de mierda. Ella lo sabe, yo lo sé..., ¡joder, todo el mundo lo sabe! 
Debería estampármelo en una puta camiseta.
Debería volver arriba y tratar de explicarme de nuevo pero, sinceramente, me da un poco de miedo. Nunca la había visto tan cabreada.

Tengo que largarme de aquí. Si Pau no me hubiese obligado a viajar fingiendo que somos una familia feliz, me marcharía ahora mismo y acabaría con este puto paripé. Yo no quería venir.

Lo del barco no ha estado mal del todo... Pero el viaje en general es una mierda, y ahora que está cabreada conmigo no tiene ningún sentido que me quede. Miro al techo sin saber qué debo hacer. No puedo quedarme aquí sentado, y sé que si lo hago acabaré subiendo y tensando más la cuerda con Pau.

Iré a dar un paseo. Eso es lo que hace la gente normal cuando está cabreada en lugar de golpear paredes y romper trastos.

Antes tendré que vestirme, pero si vuelvo a la habitación me asesinará.
Suspiro mientras subo la escalera. Si no estuviera tan confundido por el comportamiento de Pau, me importaría más lo que estoy a punto de hacer.

Abro la puerta del dormitorio de Landon y pongo los ojos en blanco al instante. Tiene toda su ropa perfectamente colocada encima de la cama; seguro que se disponía a guardarla en el armario antes de que su madre y mi padre lo arrastraran consigo.

Me revuelvo al ver las espantosas prendas y busco desesperadamente algo que no lleve un maldito cuello. Por fin encuentro una camiseta azul lisa y un pantalón de chándal negro.

«Genial.» Ahora he tenido que recurrir a compartir ropa con Landon. Espero que la furia de Pau no dure demasiado pero, por primera vez, no sé qué va a pasar. No esperaba que reaccionara tan mal, y no me refiero a las cosas que me ha dicho, sino a la manera en que me miraba todo el tiempo. Esa mirada expresaba mucho más de lo que podría expresar por la boca y, de hecho, me ha asustado mucho más que cualquier palabra que pudiera haberme dicho.

Miro hacia la puerta de lo que era nuestra habitación hasta hace veinte minutos, vuelvo a bajar la escalera y salgo a la calle.

Apenas he llegado al sendero cuando aparece mi hermanastro favorito. Al menos, viene solo.

—¿Y mi padre? —le pregunto.

—¿Llevas puesta mi ropa? —responde claramente confundido.

—Eh..., sí. No tenía elección, no te emociones. —Le quito importancia, sabiendo por la sonrisa que se ha dibujado en su rostro que estaba a punto de hacer justo eso.

—Vale... ¿Qué has hecho esta vez?

«¡Pero ¿qué cojones...?!»

—¿Qué te hace pensar que he hecho algo?

Enarca una ceja.

—Sí, tío..., he hecho algo. Una estupidez enorme —farfullo—. Pero no quiero oír tus sermones, así que no te preocupes.

—Vale. —Se encoge de hombros y empieza a alejarse de mí.

Esperaba algunas palabras por su parte, a veces no se le da mal dar consejos.

—¡Espera! —grito, y se vuelve—. ¿No vas a preguntarme el qué?

—Acabas de decir que no quieres hablar de ello —responde.

—Ya, pero... Bueno... —No sé qué decir, y me está mirando como si me hubiesen salido dos cabezas.

—¿Quieres que te lo pregunte? —Parece satisfecho, pero por suerte no está siendo demasiado capullo.

—Soy el responsable... —empiezo, pero justo entonces veo que Karen y mi padre vienen caminando por el sendero.

—¿El responsable de qué? —pregunta Landon volviéndose para mirarlos.

—De nada, olvídalo —suspiro, y me paso los dedos por el pelo húmedo con frustración.

—¡Hola, Pedro! ¿Dónde está Pau? —dice Karen.

¿Por qué todo el mundo me pregunta eso como si fuera incapaz de alejarme más de metro y medio de ella?

El creciente dolor que siento en el pecho me recuerda precisamente eso: no puedo estarlo.

—Dentro, durmiendo —miento, y me dirijo a mi hermanastro—. Voy a dar un paseo. 

Asegúrate de que está bien.
Él asiente.

—¿Adónde vas? —me pregunta mi padre mientras paso por su lado.

—Por ahí —espeto, y acelero el paso.

Para cuando llego a una señal de stop unas cuantas calles más allá, me doy cuenta de que no tengo ni puta idea de adónde voy ni de cómo volver al punto de partida. Sólo sé que llevo caminando un rato y que todas estas calles son engañosamente ventosas.

Oficialmente, detesto este lugar.

No me parecía tan mal mientras observaba cómo el viento mecía ligeramente el cabello de Pau. Ella tenía la mirada fija en el agua brillante, con los labios curvados formando una pequeña sonrisa de satisfacción. Parecía muy relajada, como las mansas olas alejadas de la orilla, tranquilas y serenas, hasta que nuestro barco perturbó su paz. A nuestro paso, las aguas rugían y azotaban los costados de nuestra embarcación con furia. Pronto volverían a su estado de sosiego, hasta que otra llegara para molestarlas. De repente, una voz femenina interrumpe la visión de la piel bronceada de Pau:

—¿Te has perdido o algo?

Para mi sorpresa, cuando me doy la vuelta me encuentro con una chica que parece de mi edad, más o menos. Tiene el pelo castaño, casi tan largo como Pau. Está aquí sola de noche. Me vuelvo para mirar a nuestro alrededor. No hay nada, sólo una carretera de gravilla vacía y el bosque.

—¿Y tú? —respondo, no sin antes percatarme de que viste una falda larga.

Me sonríe y se aproxima. Debe de faltarle un tornillo o algo para estar aquí en medio de la nada preguntándole a un completo desconocido con un aspecto como el mío si se ha perdido.

 —No. Estoy huyendo —contesta, y se coloca el pelo detrás de la oreja.

—¿Huyendo? ¿Con veinte años?

Pues más le vale mover el culo. Lo último que necesito es toparme con un padre cabreado en busca de su pedante hija.

—No. —Se echa a reír—. He vuelto de la universidad para visitar a mis padres, y me están matando de aburrimiento.

—Vaya, me alegro por ti. Espero que tu sendero de libertad te conduzca hasta Shangri-la — respondo, y empiezo a alejarme de ella.

—Vas en la dirección equivocada —me advierte.

—Me da igual —replico.


Y gruño cuando oigo sus pasos crujiendo en la gravilla por detrás de mí.

After 3 Capítulo 26

Pau

No me puedo creer que Pedro haya tenido la poca vergüenza de acusarme de intentar quedarme embarazada o de pensar siquiera que sería capaz de hacerle algo así..., a él y a mí misma. Es totalmente absurdo.

Todo iba muy bien —demasiado bien, la verdad—, hasta que ha mencionado lo del condón. Debería haber salido del agua y haber cogido uno. Sé que tenía un montón en la parte superior de su maleta. Vi cómo los embutía ahí después de que yo hiciera las maletas perfectamente ordenadas.

Debe de sentirse frustrado con todo este lío de Seattle y por eso ha reaccionado de manera tan exagerada, y puede que yo también. Después del cabreo que me he cogido tras los groseros comentarios de Pedro y de que haya echado a perder nuestro... momento en el jacuzzi, necesito una ducha de agua caliente. Segundos más tarde, el agua empieza a surtir su efecto en mis tensos músculos, me relaja los nervios y me aclara las ideas. Ambos hemos reaccionado de manera exagerada, él más que yo, y la discusión era totalmente innecesaria. Alargo la mano para coger el champú, y entonces me doy cuenta de que estaba tan centrada en alejarme de él que he olvidado coger mi neceser. Genial.

—¿ Pedro? —lo llamo.

Dudo que me oiga con el ruido de la ducha y del jacuzzi, pero aparto la cortina de flores y espero a que aparezca por si acaso. Al cabo de unos segundos, al ver que no lo hace, cojo la toalla y me cubro con ella. Dejando un rastro de agua a mi paso, me dirijo al dormitorio y me acerco hasta las maletas, que están sobre la cama. Entonces oigo la voz de Pedro.

No distingo lo que dice, pero sí su tono de fingida cortesía, lo que me lleva a la conclusión de que está intentando ser amable y ocultar su frustración. Y eso me lleva a la conclusión de que le importa lo suficiente esa conversación como para no ser él mismo.

Recorro a hurtadillas el suelo de madera y, como tiene puesto el altavoz, oigo que alguien dice:

—Porque soy agente inmobiliaria, y mi trabajo es llenar apartamentos vacíos.

Pedro suspira.

—Vale, y ¿tienes algún apartamento más que llenar? —pregunta.

Un momento... ¿ Pedro está intentando conseguirme un apartamento? La idea me deja pasmada a la par que emocionada. Por fin empieza a ceder con lo de Seattle y está tratando de ayudarme en lugar de ponerme trabas. Ya era hora.

La mujer al otro lado del teléfono, cuya voz, por cierto, me resulta bastante familiar, responde:

—Cuando hablé contigo me diste la impresión de que no debía perder el tiempo buscándole un apartamento a tu amiga Pau.

«¿Qué? Espera... Entonces ¿él...?» No sería capaz.

—En realidad..., no es tan horrible como te la pinté. No ha destrozado ningún apartamento ni se ha marchado sin pagar —dice, y se me cae el alma a los pies.

Sí ha sido capaz.

Cruzo las puertas del balcón hecha una furia.

—¡Eres un cerdo egoísta! —Grito lo primero que me viene a la cabeza.

Pedro se vuelve hacia mí, pálido y con la boca muy abierta. Se le cae el teléfono al suelo y me mira como si fuese una especie de horrible criatura que ha venido para acabar con él.

—¿Hola? —dice la voz de Sandra a través del altavoz, y él se agacha para coger el teléfono y silenciarla.

La furia me invade.

—¿Cómo has podido? ¿Cómo has podido hacer algo así?

—Es que... —empieza.

—¡No! ¡Ni se te ocurra hacerme perder el tiempo con tus excusas! ¡¿En qué diablos estabas pensando?! —grito agitando frenéticamente un brazo en su dirección.
Corro echando humo de nuevo al dormitorio y él me sigue, rogándome:

—Pau, escúchame.

Me vuelvo herida, y fuerte, y dolida, y airada.

—¡No! Escúchame tú a mí, Pedro —digo con los dientes apretados intentando bajar la voz. Pero no puedo—: ¡Estoy harta de esto! ¡Estoy harta de que intentes sabotear todo aquello de mi vida que no tiene que ver contigo! —grito apretando los puños con fuerza a los costados.

—No es eso lo que...

—¡Cállate! ¡Cierra la maldita boca! Eres un egoísta y un arrogante..., eres... ¡Grrr!

No pienso con claridad. No paro de echar pestes por la boca y de agitar las manos en el aire delante de mí.

—No sé en qué estaba pensando. Pero justo estaba intentando solucionarlo.

Lo cierto es que no debería sorprenderme. Debería haber imaginado que Pedro estaba detrás de la repentina desaparición de Sandra. No es capaz de dejar de interferir en mi vida, en mi carrera, y ya estoy harta.

—Exacto; justo a eso me refería. Siempre haces algo. Siempre me ocultas algo. Siempre encuentras nuevas maneras de controlar todo lo que hago, ¡y ya no lo aguanto más! Esto es demasiado. —No puedo evitar pasearme de un lado a otro de la habitación, mientras Pedro me observa con cautela—. Puedo soportar que seas un poco sobreprotector y que te pelees de vez en cuando. Mierda, puedo soportar que seas un auténtico capullo la mitad del tiempo porque en el fondo sé que sólo haces lo que crees que es mejor para mí. Pero estás intentando arruinar mi futuro, ¡y no pienso permitirlo, joder!

—Lo siento —dice. Y sé que lo dice de verdad, pero...

—¡Siempre lo sientes! Siempre es la misma mierda: haces algo, me ocultas algo, dices algo, lloro, dices que lo sientes y, ¡hala!, todo olvidado —digo apuntándolo con un dedo—. Pero esta vez no va a ser así.

Siento una tremenda necesidad de darle un bofetón en toda la cara pero, en lugar de hacerlo, busco algo con lo que descargar mi ira. Agarro un almohadón con volantes de la cama y lo tiro contra el suelo. Cojo otro y hago lo mismo. No ayuda mucho a sofocar la rabia que me quema por dentro, pero me sentiría aún peor si destrozara alguna de las cosas de Karen.

Esto es agotador, y no sé cuánto más voy a poder aguantar sin venirme abajo.
A la mierda. No pienso venirme abajo esta vez. Estoy harta de hacerlo, es lo que hago siempre. Necesito recoger mis propios pedazos, recomponerlos y apartarlos de Pedro para evitar que terminen de nuevo hechos añicos a sus pies.

—Estoy harta de este círculo vicioso. Te lo he dicho mil veces, pero no me escuchas. Siempre encuentras la manera de continuarlo, y no puedo más. ¡Se acabó!

Creo que jamás había estado tan enfadada con él. Sí, ha hecho cosas peores, pero siempre las he superado. Nunca antes habíamos estado en esta situación, una situación en la que yo pensaba que él había dejado de ocultarme cosas, y en la que creía que había entendido que no puede interferir en mi carrera. Esta oportunidad es muy importante para mí. He sido testigo toda mi vida de lo que le pasa a una mujer que no tiene nada propio. Mi madre nunca ha tenido nada que haya conseguido por sí misma, algo que fuera suyo, y yo necesito eso. Necesito hacer esto, necesito demostrar que, a pesar de ser joven, puedo labrarme un porvenir por mí misma, cosa que ella no fue capaz de hacer. No puedo permitir que nadie me arrebate esta oportunidad como lo hizo ella.

—¿Se acabó... lo nuestro? —pregunta con voz temblorosa y entrecortada—. Has dicho que se acabó...

No sé qué es lo que se ha acabado. Debería ser lo nuestro, pero sé que no debo decir eso ahora mismo. Normalmente, a estas alturas ya estaría llorando y perdonándolo con un beso..., pero hoy no.

—Joder, estoy agotada y no lo soporto. ¡Las cosas no pueden seguir así! ¡Ibas a dejar que me fuese a Seattle sin un sitio donde vivir para forzarme a quedarme aquí!

Pedro se coloca delante de mí, en silencio. Respiro hondo esperando que mi ira disminuya, pero no lo hace. No para de aumentar hasta que prácticamente empiezo a verlo todo rojo. Cojo el resto de los almohadones e imagino que son floreros de cristal que se estrellan contra el suelo formando un estropicio para que otro lo recoja. El problema es que acabaría siendo yo quien lo hiciera. Él no se arriesgaría a cortarse para evitar que me cortase yo.

—¡Lárgate! —le grito.

—No, lo siento, ¿vale? Yo...

—¡Que te largues! —escupo, y él me mira como si no me conociera de nada.

Y puede que así sea.

Deja caer los hombros y sale de la habitación. Cierro la puerta de golpe cuando lo hace y me dirijo al balcón. Me siento en la silla de mimbre y observo el mar para intentar relajarme.


No tengo lágrimas, sólo recuerdos. Recuerdos y arrepentimientos.