Pedro
Nate intenta darme su vaso por tercera vez.
—Venga, tío. Sólo una copa, cumples veintiún años, ¡es ilegal no beber! Al final cedo para poder largarme antes de aquí.
—Vale, pero sólo una.
Sonriendo, recupera el vaso y le quita a Tristan la botella de alcohol que tiene en las manos.
—De acuerdo, entonces que sea al menos una decente —dice.
Pongo los ojos en blanco antes de beberme el líquido oscuro.
—Vale, ya está. Y ahora déjame tranquilo —le digo, y él asiente.
Me dirijo a la cocina a por otro vaso de agua y, de todas las personas posibles, tenía que ser precisamente Zed el que me detuviera.
—Toma —dice, y me da mi móvil—. Te lo has dejado en el sofá al levantarte. Y se marcha de nuevo al salón.
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