Pedro
—¿Por qué coño hay tanta gente ya? —gruño mientras Landon y yo nos abrimos paso entre la multitud.
Me mira con reproche.
—Porque hemos llegado tarde gracias a ti.
—Aún faltan quince minutos para que empiece el partido.
—Yo suelo venir una hora antes —me explica.
—Cómo no. Incluso cuando no estoy con Pau, estoy con Pau —protesto.
Landon y ella son idénticos en lo que respecta a su fastidiosa necesidad de ser los primeros y los mejores en todo lo que hacen.
—Deberías sentirte orgulloso de estar con ella —me dice.
—Deja de comportarte como un capullo y es posible que disfrutemos del partido —replico, conteniéndome, aunque no puedo evitar sonreír al ver su cara de fastidio—. Perdona, Landon. Me siento orgulloso de estar con ella. Y ahora, ¿quieres hacer el favor de relajarte? —Me río.
—Claro, claro. Busquemos nuestros asientos —dice en voz baja, dirigiendo el camino.
—¡Pero ¿qué diablos...?! ¿Has visto eso? ¡¿Cómo narices lo han dado por válido?! —grita Landon a mi lado.
Nunca lo había visto mostrarse tan enérgico. Pero incluso estando furioso suena como un pelele.
—¡Venga ya! —grita una vez más, y yo me muerdo la lengua muerto de risa.
Supongo que Pau tenía razón: no es tan mala compañía. No sería mi primera elección, pero no está tan mal.
—Veo que, cuanto más chillas, más probabilidades tienen de ganar —le digo.
Él hace como que no me oye y sigue gritando y abucheando según se desarrolla el partido.
Yo alterno entre prestar atención al juego y mandarle a Pau mensajes para decirle obscenidades y, antes de que me dé cuenta, oigo que Landon grita: «¡Sí!», cuando su equipo gana el partido en el último segundo.
La multitud se agolpa en el campo y yo me abro paso entre ellos.
—Ten más cuidado —oigo una voz detrás de mí.
—Perdón —se disculpa Landon.
—Así me gusta —dice el de la voz, y cuando me vuelvo me encuentro a Landon nervioso y a un capullo que lleva la sudadera del equipo contrario.
Landon traga saliva, pero no dice nada más mientras el tipo y sus amigos siguen provocándolo.
—Mira qué miedo tiene —dice otra voz, supongo que de uno de los acompañantes del capullo.
—Yo..., esto... —tartamudea Landon.
«Esto es la hostia.»
—Haced el favor de dejarlo tranquilo —les bramo, y ambos se vuelven para mirarme.
—¿O qué? —escupe el más alto. Puedo percibir el olor a cerveza en su aliento.
—U os cerraré la puta boca delante de todo el mundo, y acabaréis tan humillados que aparecerá como titular entre las noticias del partido —les advierto, y lo digo muy en serio.
—Venga, Dennis, vámonos —dice el más bajo, el único que parece tener algo de sentido común, y tira de la sudadera de su amigo y desaparecen entre la multitud.
Agarro a Landon del brazo y tiro de él hasta que salimos de allí. Pau me cortará las pelotas como alguien le dé una paliza esta noche.
—Gracias por lo de antes, no era necesario —dice cuando llegamos a su coche.
—No hagas que la situación sea más incómoda todavía, ¿vale?
Pongo una falsa sonrisa y él sacude la cabeza, pero oigo que se ríe por lo bajo.
—¿Te llevo de vuelta a tu apartamento? —pregunta después de varios minutos de silencio embarazoso mientras esperamos para salir del atestado aparcamiento.
—Sí, vale. —Compruebo el teléfono para ver si Pau me ha respondido. No lo ha hecho—. ¿Te vas a mudar? —le pregunto a Landon.
—No lo sé aún. La verdad es que quiero estar más cerca de Dakota —explica.
—Y ¿por qué no se muda ella aquí?
—Porque su carrera de ballet aquí no tiene ningún futuro. Tiene que estar en Nueva York.
— Landon deja pasar a otro coche delante de nosotros a pesar de que apenas nos hemos movido desde que salimos de la plaza de aparcamiento.
—Y ¿qué vas a hacer? ¿Renunciar a tu vida para estar con ella? —me mofo.
—Sí, prefiero hacer eso a seguir alejado de ella. Además, no me importa tener que mudarme; Nueva York debe de ser un lugar fantástico para vivir. Las relaciones no giran siempre en torno a una sola persona, ¿sabes? —dice mirándome de reojo.
«Capullo.»
—¿Eso se supone que va por mí?
—No exactamente, pero si te has dado por aludido, a lo mejor sí.
Un grupo de idiotas borrachos pasan tambaleándose delante del coche, pero a Landon no parece importarle que nos estén bloqueando el paso.
—Cierra el pico, ¿quieres? —digo. Ahora sólo pretende tocarme los cojones.
—¿Quieres decir que tú no te mudarías a Nueva York para estar con Pau?
—Sí, eso mismo quiero decir. Yo no quiero vivir en Nueva York, así que no viviré en Nueva York.
—Sabes que no me refiero a Nueva York, sino a Seattle. Pau quiere vivir allí.
—Se vendrá a Inglaterra conmigo —le digo, y subo el volumen de la radio con la esperanza de zanjar esta conversación.
—¿Y si no lo hace? Sabes que no quiere hacerlo, ¿por qué ibas a obligarla?
—No voy a obligarla a hacer nada, Landon. Se vendrá allí porque tenemos que estar juntos y ella no querrá estar lejos de mí, es así de simple.
Compruebo mi teléfono una vez más para intentar distraerme de la irritación que mi querido hermanastro me está causando.
—Eres un capullo —me espeta.
Me encojo de hombros.
—Nunca he dicho que no lo sea.
Marco el número de Pau y espero a que me responda. No lo hace. «Genial. De puta madre.»
Confío en que siga en casa cuando llegue. Si Landon no condujera tan lento ya estaríamos allí. Permanezco en silencio, arrancándome los padrastros de las uñas. Después de lo que parecen tres putas horas, Landon detiene el coche delante de mi apartamento.
—No ha estado mal la noche, ¿eh? —dice cuando salgo.
—No, supongo que no —admito riéndome por lo bajo—. Pero como le digas a alguien que he dicho esto, te mataré —bromeo.
Él se ríe y se marcha. Dejo escapar un profundo suspiro, satisfecho de que esos tipos no le hayan dado una paliza.
Cuando entro en el apartamento, Pau está profundamente dormida en el sofá, así que me siento y me quedo observándola un rato.
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