Pau
—Siento mucho que te hayas llevado un empujón —dice Zed mientras le lavo el
corte de la mejilla con una gasa tibia. No deja de sangrar.
—No ha sido culpa tuya. Siento haberte metido en esto —suspiro, y vuelvo a
humedecer la gasa en el lavabo de su casa.
Se ha ofrecido a llevarme de vuelta a casa de Landon en vez de irnos al
cine, como habíamos planeado, pero yo no quería volver allí. No me apetecía que
Pedro apareciera y montara una escena.
Es probable que esté allí ahora mismo, destrozándoles la casa a Ken y a
Karen. Dios, espero que no.
—Tranquila. Sé cómo es. Me alegro de que no te haya hecho daño. Bueno, más
daño —suspira Zed.
—Voy a presionar un poco, es posible que te duela —lo aviso.
Cierra los ojos y aprieto con la gasa. Es un corte profundo, creo que le va
a quedar cicatriz. Espero que no. Tiene una cara demasiado perfecta para una
cicatriz como ésta, y no quiero ser la causa de que quede desfigurado.
—Ya está —digo, y sonríe a pesar de que también tiene los labios hinchados.
«¿Cómo es que siempre estoy limpiando heridas?»
—Gracias. —Sonríe de nuevo y yo enjuago la toalla manchada de sangre.
—Te haré llegar la factura —bromeo.
—¿Seguro que estás bien? Te ha tirado con mucha fuerza.
—Sí, me duele un poco, pero estoy bien.
Cuando Pedro me ha seguido al exterior, la noche ha dado un giro a peor.
Tenía la sensación de que no le dolía mucho que lo hubiera dejado, pero creía
que estaría un poco más afectado. Me ha dicho que había estado ocupado y que
por eso no me había llamado. A pesar de que creía que lo nuestro no le
importaba tanto como a mí, pensaba que me quería lo suficiente para que se le
notara un poco. Sin embargo, se ha comportado como si nada hubiera ocurrido,
como si fuéramos amigos hablando del tiempo. Hasta que ha visto a Zed y ha
perdido los papeles. Yo pensaba que al ver a Trevor se cabrearía e intentaría
pelearse con él delante de todo el mundo, pero ni se ha inmutado. Ha sido muy
raro.
A pesar de que tengo el corazón roto, sé que Pedro nunca me haría daño a
propósito. Sin embargo, es la segunda ocasión que ocurre algo así. La primera
vez me apresuré a excusar su comportamiento. Fui yo quien lo convenció para que
fuera a casa de su padre en Navidad y fue demasiado para él. Esta noche ha sido
culpa suya, no sé ni por qué ha venido.
—¿Tienes hambre? —me pregunta Zed.
Salimos de su pequeño cuarto de baño y vamos al salón.
—No, ya he cenado en la fiesta —digo. Tengo la voz ronca de la vergonzosa
llorera que me he pegado en el trayecto hasta aquí.
—Vale. No tenemos gran cosa, pero podemos pedir algo si quieres. Avísame si
cambias de opinión.
—Gracias —digo.
Zed siempre me trata muy bien.
—Mi compañero de piso llegará dentro de un rato, pero no nos molestará. Lo
más probable es que se meta en la cama nada más llegar.
—Siento mucho que haya vuelto a pasar, Zed.
—No te disculpes. Como ya te he dicho, me alegro de haber estado ahí. Pedro
se ha cabreado mucho al verme.
—Ya estábamos peleándonos antes de que tú llegaras. —Pongo los ojos en
blanco y me siento en el sofá con una mueca de dolor—. Cómo no.
Ahora que se me habían curado las magulladuras y los cortes del accidente
de coche..., tengo una nueva colección de cardenales regalo de Pedro. La parte
trasera del vestido está sucia y destrozada, y se me han rayado los laterales
de los zapatos. Realmente Pedro destroza todo lo que toca.
—¿Necesitas un pijama o algo para dormir? —me pregunta Zed cuando me trae
la manta vieja con la que me tapé hace algunas noches.
Me da un poco de cosa ponerme su ropa. Era algo que hacía con Pedro y nunca
he llevado ropa de nadie más.
—Creo que hay algo de Molly por aquí..., en la habitación de mi compañero
de piso. Sé que suena un poco raro... —medio sonríe—, pero seguro que es mejor
que dormir con ese vestido.
Molly está mucho más delgada que yo y casi me echo a reír.
—No quepo en su ropa, pero gracias por pensar que sí.
Zed no parece comprender mi respuesta; su confusión es adorable.
—Bueno, puedes ponerte algo mío —me ofrece, y asiento antes de darle
demasiadas vueltas.
Puedo ponerme la ropa que quiera y de quien quiera. Pedro no es mi dueño,
ni siquiera le importo lo suficiente como para darme explicaciones.
Zed desaparece entonces en su cuarto y vuelve con las manos llenas de ropa.
—He cogido un puñado de cosas, no sé qué te gusta. —Hay algo en su tono de
voz que me hace pensar que de verdad le gustaría llegar a esa fase conmigo. Ésa
en la que sabes lo que le gusta al otro.
Esa fase en la que yo estoy con Pedro... O estaba... Bueno, lo que sea.
Cojo una camiseta azul y unos pantalones de pijama de cuadros.
—No soy exigente —digo y le sonrío agradecida antes de volver al baño a
cambiarme.
Horror y terror. Lo que yo creía que era un pantalón de pijama de cuadros
es en realidad un bóxer. Un bóxer de Zed. Mierda. Me bajo la cremallera del
vestido y me pongo la camiseta antes de decidir qué hago con el bóxer.
La camiseta es algo más pequeña que las de Pedro, apenas me llega a los
muslos, y no huele a Pedro. Normal, no es de Pedro. Huele a detergente y un
poco a tabaco. Es un olor agradable, aunque no tanto como el del chico al que
tanto echo de menos.
Me pongo el bóxer y me miro. No es muy corto. De hecho, es holgado, más
ajustado que los de Pedro, pero no demasiado apretado. Caminaré deprisa hasta
el sofá y me taparé con la manta lo más rápidamente que pueda.
Me da mucha vergüenza llevar puesta su ropa, pero sería mucho peor darle
importancia después de lo que le ha pasado a Zed esta noche por mi culpa. Su
pobre cara es la prueba viviente de la ira de Pedro, un recordatorio sangriento
de por qué lo nuestro no puede funcionar. Sólo piensa en sí mismo, y la única
razón por la que se ha puesto así al ver a Zed es su maldito orgullo. No me
quiere, pero tampoco quiere verme con nadie más.
Doblo el vestido y lo dejo en el suelo del cuarto de baño. Total, ya está
sucio y roto. Probaré a llevarlo a la tintorería, aunque no creo que tenga
arreglo. Me gustaba mucho ese vestido, y me ha costado un buen dinero, dinero
que necesitaré desesperadamente cuando encuentre mi propio apartamento.
Ando todo lo deprisa que puedo pero, cuando llego al salón, Zed está de pie
junto al televisor. Abre unos ojos como platos al verme y me mira de arriba
abajo.
—Yo..., eh..., iba a poner algo... A buscar una película... para verla. O
algo para que tú vieras, quiero decir —tartamudea.
Me siento en el sofá y me tapo con la manta.
Sus palabras atropelladas y la mirada que lleva en la cara lo hacen parecer
más joven y vulnerable.
Se ríe nervioso.
—Perdona. Lo que quería decir es que iba a poner la tele para que pudieras
verla, si te apetece.
—Gracias —le digo y sonrío.
Se sienta en la otra punta del sofá. Apoya los codos en las rodillas y mira
al frente.
—Si no quieres volver a verme, lo entenderé —digo para poner fin al
silencio. Se vuelve hacia mí.
—¿Qué? No, no pienses así.
Me mira a los ojos.
—No te preocupes por mí, puedo soportarlo. Un par de tundas no van a hacer
que me aleje de ti. Sólo me apartaré de ti si tú me lo pides. Si quieres que me
vaya, lo haré. Pero hasta entonces, aquí estaré.
—No quiero que te vayas. Sólo es que no sé qué hacer con Pedro. No quiero
que vuelva a pegarte —le digo.
—Es un tío violento. Sé lo que hay, creo. Pero no te preocupes por mí. Sólo
espero que, después de haber visto quién es en realidad, guardes las distancias
con él.
La idea me pone muy triste, pero asiento:
—Lo haré. No le importo nada. ¿Por qué debería importarme él a mí?
—No debería. Eres demasiado buena para él, siempre lo has sido —me asegura.
Me siento un poco más cerca de él, y entonces Zed levanta la manta y se
mete debajo antes de pulsar un botón del mando a distancia y encender la tele.
Me encanta lo tranquilos que estamos. No dice cosas sólo para herirme o
cabrearme, no hiere mis sentimientos a propósito.
—¿Estás cansado? —le pregunto
al rato.
—No, ¿y tú?
—Un poco.
—Pues a dormir. Yo me voy a mi cuarto.
—No. En realidad, puedes quedarte aquí hasta que me duerma —digo más como
una pregunta que como una afirmación.
Zed me mira contento y aliviado.
—Claro. Cómo no.
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