Divina

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lunes, 30 de noviembre de 2015

After 3 Capítulo 29


Pedro

Estoy empezando a hartarme de no ver nada más que gravilla y árboles mientras deambulo por este pequeño pueblo. La desconocida todavía me sigue, y mi pelea con Pau aún me pesa.

—¿Vas a seguirme por todo el pueblo? —le pregunto a la muy pesada.

—No, voy a volver a la cabaña de mis padres.

—Vale, pues vuelve sola.

—No eres muy simpático que digamos —me suelta.

—¿En serio? —Pongo los ojos en blanco, aunque sé que no puede verme la cara—. Me han dicho que la cortesía es uno de mis puntos fuertes.

—Pues te han mentido —replica, y a continuación oigo una risita a mi espalda.

Le doy una patada a una piedra y por primera vez doy gracias por la obsesión por la limpieza de Pau, ya que si no me hubiese obligado a dejar los zapatos en la puerta de la cabaña tendría que haberme puesto las zapatillas de Landon, que son espantosas, y además estoy seguro de que tiene los pies mucho más pequeños que los míos.

—¿De dónde eres? —me pregunta.

Finjo no oírla y sigo caminando. Creo que tengo que girar a la izquierda en el siguiente stop. Al menos, eso espero.

—¿De Inglaterra?

—Sí —contesto. Y, ya puestos, le pregunto—: ¿Por dónde es?

Me vuelvo y veo que señala hacia la derecha. Por supuesto, estaba equivocado.
Tiene los ojos azul claro, y su falda es tan larga que la arrastra por la gravilla. Me recuerda a Pau..., bueno, a la Pau que era cuando la conocí. Mi Pau ya no viste ropa tan espantosa como ésa. Y también ha aprendido un vocabulario nuevo gracias a las innumerables veces que la he obligado a insultarme.

—¿Tú también has venido con tus padres? —Su voz es grave, casi dulce.

—No... Bueno, más o menos.

—¿Cómo que «más o menos»? —Sonríe. Su manera de expresarse también me recuerda a Pau.

Miro a la chica de nuevo para comprobar que realmente está aquí y que no es ningún fantasma como los de Cuento de Navidad que ha venido para darme alguna especie de lección.

—He venido con mi familia y mi novia. Tengo novia, por cierto —le advierto.

No creo que esta chica pudiera interesarse por alguien como yo, pero eso mismo pensé de Pau en su día.

—Vale... —asiente.

—Muy bien.

Acelero el paso con la esperanza de crear distancia entre nosotros. Giro a la derecha, y ella hace lo propio. Ambos nos apartamos al césped cuando pasa un camión por delante, y pronto me alcanza de nuevo.

—Y ¿dónde está tu novia? —pregunta.

—Durmiendo. —Me parece lógico utilizar la misma mentira que les he contado a mi padre y a Karen.

—Hum...

—Hum, ¿qué? —La miro.

—Nada —responde con la vista al frente.

—Ya me has seguido la mitad del camino. Si tienes algo que decir, dilo —replico con irritación.

Retuerce algo que tiene entre las manos mientras mira hacia abajo.

—Estaba pensando que parece que estás intentando huir de algo o esconderte... No lo sé, no me hagas caso.

—No me estoy escondiendo; me dijo que me largara y eso he hecho.

¿Qué coño sabrá esta imitación de Pau?

Me mira.

—Y ¿por qué te ha echado?

—¿Siempre eres tan cotilla?

Sonríe.

—La verdad es que sí —asiente.

—Odio a la gente cotilla.

Menos a Pau, claro. Aunque, por mucho que la quiera, a veces me dan ganas de taparle la boca con cinta aislante cuando empieza con sus interrogatorios. Es el ser humano más entrometido que he conocido en la vida.

Estoy mintiendo. Adoro cuando me da la lata. Antes lo detestaba, pero ahora lo entiendo. Yo también quiero saberlo todo de ella..., lo que piensa, lo que hace, lo que quiere. Y para mi puto horror, soy consciente de que ahora soy yo quien le hace más preguntas que ella a mí.

—¿Vas a decírmelo o no? —insiste.

—¿Cómo te llamas? —le pregunto, esquivando su pregunta.

—Lillian —responde, y deja caer lo que sea que llevara en la mano.

—Yo soy Pedro.

Se coloca el pelo detrás de la oreja.

—Háblame de tu novia.

—¿Por qué?

—Parece que estás disgustado, y ¿quién mejor para hablar que una extraña?

No quiero hablar con ella. Me recuerda demasiado a Pau y me resulta un poco perturbador.

—No me parece buena idea.

El sol se ha puesto temprano aquí, y el cielo está prácticamente negro.

—Y ¿guardártelo dentro sí lo es? —pregunta con demasiada sensatez.

—Oye, pareces una chica... maja y tal, pero no te conozco, y tú no me conoces a mí, así que esta conversación no va a tener lugar.

Frunce el ceño y suspira.

—Vale.

Por fin veo el tejado inclinado de la cabaña de mi padre a lo lejos.

—Bueno, yo ya he llegado —digo a modo de despedida.

—¿En serio? Un momento..., tu padre es Ken, ¿verdad? —Se golpea la frente con la mano.

—Sí —respondo sorprendido.

Ambos nos detenemos al inicio del sendero.

—¡Pues claro! ¡Qué tonta! El acento debería haberme dado la pista. —Se ríe.

—No lo pillo —digo mirándola.

—Tu padre y mi padre son amigos. Fueron juntos a la universidad o algo así. Acabo de pasarme la última hora oyendo batallitas de sus días de gloria.

—Vaya, qué casualidad —digo con una media sonrisa. Ya no me siento tan incómodo con la chica como hace unos minutos.

Ella sonríe abiertamente.


—Parece que no somos unos completos desconocidos después de todo.

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