Divina

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sábado, 21 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 86


Pau

Me estoy hundiendo otra vez. Los recuerdos que compartí con Pedro son como piedras atadas a mis pies que intentan arrastrarme bajo el agua.

Abro las ventanillas, necesito aire. Zed es muy dulce conmigo, es amable y comprensivo. Ha aguantado mucho por mí y siempre lo he despreciado. Si pudiera dejar de comportarme como una idiota, podría intentarlo con él. Ahora mismo no me imagino en una relación, ni ahora ni en un futuro inmediato. Pero tal vez con el tiempo... No quiero que Zed rompa con Rebecca por mi culpa cuando ni siquiera puedo darle una respuesta, o una pista sobre mi futuro.

Conduzco de vuelta a casa de Landon más confusa que nunca.

Si pudiera hablar con Pedro, verlo una vez más, al menos podría zanjar el asunto. Si pudiera oírlo decir que no le importo, si fuera cruel conmigo por última vez, entonces podría darle a Zed una oportunidad. Podría darme a mí misma una oportunidad.
Antes de darme cuenta, cojo el móvil y pulso el botón que llevo evitando tocar desde el cuarto día. Si me ignora, pasaré página. Si no lo coge, la ruptura será oficial. Si me dice que lo siente y que podemos arreglarlo... No. Dejo el móvil en el asiento. He llegado demasiado lejos como para volver a llamarlo, para volver a humillarme.
Pero tengo que saberlo.
Salta el contestador.

Pedro... —las palabras salen de mi boca a borbotones—. Pedro, soy Pau. Yo... necesito hablar contigo. Estoy en el coche, y estoy hecha un lío... —Rompo a llorar—. ¿Por qué no lo has intentado siquiera? Dejaste que me marchara sin más y aquí estoy, llamándote y llorándole a tu buzón de voz. Necesito saber qué nos ha pasado. ¿Por qué esta vez ha sido distinto? ¿Por qué no seguimos peleando hasta solucionarlo? ¿Por qué no has luchado por mí? Merezco ser feliz, Pedro... —sollozo, y cuelgo.

¿Por qué lo he hecho? ¿Por qué me he rendido y lo he llamado? Soy una imbécil. Seguro que se mondará de risa cuando escuche el mensaje. Seguro que se lo pone a la chica a la que se esté tirando y los dos se partirán el pecho a mi costa. Me meto en un aparcamiento desierto para ordenar mis ideas, no quiero tener otro accidente.

Miro el móvil y respiro hondo para dejar de llorar. Han pasado veinte minutos y no me ha devuelto la llamada. Ni siquiera me ha escrito un mensaje.
¿Por qué estoy en un aparcamiento vacío a las diez de la noche, esperando a que me llame? Llevo nueve días luchando conmigo misma para ser fuerte, y sin embargo aquí estoy, hecha polvo otra vez. No puedo consentirlo. Saco el coche del parking y vuelvo al apartamento de Zed. Es evidente que Pedro está muy ocupado y no tiene tiempo para mí, pero Zed está aquí, es sincero y siempre acude cuando lo necesito. Dejo el coche junto a su camioneta y respiro hondo. Tengo que pensar en mí y en lo que yo quiero.

Subo corriendo la escalera y, cuando llego delante de la puerta del apartamento de Zed, siento que estoy en paz conmigo misma.
Golpeo la puerta y espero impaciente a que me abra. ¿Y si es demasiado tarde y no me abre? Me lo tengo merecido, supongo. No debería haberlo besado con la que está cayendo.

Abre la puerta y se me corta la respiración. Zed sólo lleva unos pantalones cortos de deporte; tiene el torso tatuado al descubierto.

—¿Pau? —Está boquiabierto. No me esperaba.

—No... No sé qué puedo ofrecerte, pero quiero intentarlo —le digo.

Se pasa la mano por el pelo negro y respira hondo. Va a rechazarme, lo sé.

—Perdona, no debería haber venido... —digo. No puedo soportar que él también me rechace.

Doy media vuelta y empiezo a bajar los escalones de dos en dos hasta que Zed me agarra del brazo y me mira a los ojos.

No dice nada, sólo me coge de la mano y me conduce de vuelta a su apartamento.
Está tranquilo y callado. Es muy comprensivo. Nos sentamos en el sofá, uno en cada extremo. Es totalmente distinto de Pedro. No quiero hablar y lo respeta. No puedo explicarle mis actos, no me lo reprocha. Y cuando le digo que no me siento cómoda durmiendo en la misma cama que él, me trae la manta más suave del mundo y una almohada que está más o menos limpia y las deja en el sofá.

A la mañana siguiente, cuando me despierto, me duele horrores el cuello. El sofá de Zed está viejo y no es nada cómodo, pero he dormido bastante bien teniendo en cuenta las circunstancias. 

—Hola —me saluda cuando entra en el salón.

—Hola. —Sonrío.

—¿Has dormido bien? —me pregunta.

Zed se portó de maravilla anoche. Ni siquiera parpadeó cuando le dije que quería dormir en el sofá. Me escuchó cuando le hablé de Pedro y de cómo se había ido todo al traste. Me contó lo mucho que le importa Rebecca, pero que ahora no está seguro porque nunca ha dejado de pensar en mí, ni siquiera después de conocerla. La primera hora me sentí culpable y no hice más que llorar, pero a medida que avanzaba la noche las lágrimas se fueron transformando en sonrisas y después en carcajadas. Para cuando decidimos irnos a dormir, me dolía la barriga de tanto reír porque habíamos estado compartiendo recuerdos tronchantes de la infancia.

Son casi las dos y creo que nunca había dormido hasta tan tarde, pero eso es lo que pasa cuando uno se queda despierto hasta las siete de la mañana.

—Sí —respondo—, ¿y tú?

Me levanto y doblo la manta. Recuerdo que me arropó con ella mientras me quedaba dormida.

—Igual.

Sonríe y se sienta en el sofá. Lleva el pelo húmedo y brillante, como si acabara de salir de 
la ducha.

—¿Dónde la dejo? —le pregunto.

—Donde quieras. No tenías que doblarla. —Se parte de la risa.

Me acuerdo del armario del apartamento y de cómo Pedro mete las cosas sin ningún cuidado sólo
para hacerme rabiar.

—¿Qué planes tienes para hoy? —le pregunto.

—He ido a trabajar esta mañana. Nada más.

—Y ¿ya has vuelto?

—Sí. Empiezo a las nueve y salgo a mediodía. —Sonríe—. Hoy lo único que he hecho ha sido arreglar mi camioneta.

Se me había olvidado que Zed trabaja de mecánico. No sé gran cosa de él, excepto que tiene mucha energía, porque sólo ha dormido dos horas antes de irse a trabajar.

—¿Eres un prodigio de las ciencias medioambientales de día y un príncipe de la grasa de camión de noche? —bromeo, y entonces Zed se echa a reír.

—Algo así. ¿Tú qué planes tienes?

—No lo sé. Tengo que ir a comprarme un vestido para la cena en casa de mi jefe mañana por la noche.

Por un momento pienso que podría pedirle que fuera mi acompañante, pero no es buena idea.
Nunca sería capaz: todo el mundo se sentiría incómodo, yo la primera.
Zed y yo hemos llegado a un acuerdo. No vamos a forzar las cosas. Vamos a pasar tiempo juntos y ver qué pasa. No va a presionarme para que olvide a Pedro; los dos sabemos que necesito más tiempo antes de empezar a plantearme el salir con nadie. Tengo mucho que pensar, para empezar, dónde voy a vivir.

—¿Quieres que te acompañe? O podríamos ir al cine cuando acabes... —pregunta nervioso.

—Sí, las dos cosas suenan bien. —Sonrío, y miro el móvil.

No hay llamadas perdidas, ni mensajes de texto, ni mensajes en el buzón de voz.
Zed y yo acabamos pidiendo una pizza y haraganeando en su apartamento hasta que vuelvo a casa de Landon a darme una ducha. Por el camino paso por el centro comercial antes de la hora de cierre y encuentro el vestido rojo perfecto, con el escote cuadrado y el bajo justo por encima de la rodilla. No es ni demasiado conservador ni demasiado atrevido.

Para cuando vuelvo a casa de Landon, hay una nota en la encimera, junto a un plato lleno de comida que me ha guardado Karen. Ken y ella han ido al cine y volverán pronto, dice el papel.

Qué alivio estar sola, aunque cuando están tampoco me entero porque la casa es enorme. Me ducho y me pongo el pijama. Luego me meto en la cama y me obligo a dormir.

Mis sueños son un tira y afloja entre un chico de ojos verdes y un chico de ojos de color caramelo.

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