Pedro
—¿Has saboteado su búsqueda de apartamento? —pregunta Lillian boquiabierta.
—Ya te he dicho que la he cagado —le recuerdo.
Otro par de faros iluminan el camino mientras paseamos hasta la cabaña de sus padres. Estaba decidido a volver a la de mi padre, pero a Lillian se le da muy bien escuchar, de modo que cuando me ha pedido que la acompañase a su casa para terminar nuestra charla, he aceptado. Mi ausencia le dará a Pau un poco de tiempo para calmarse, y espero que esté dispuesta a hablar a mi regreso.
—No me habías dicho hasta qué punto. No me extraña que esté cabreada contigo —dice Lillian, cómo no, poniéndose de parte de Pau.
No me quiero ni imaginar lo que pensaría de mí si supiera todo lo que le he hecho pasar durante los últimos meses.
—Bueno, y ¿qué vas a hacer al respecto? —pregunta mientras abre la puerta principal de la cabaña de sus padres.
Me invita a entrar con un gesto, como si diera por hecho que voy a hacerlo.
Una vez dentro, veo que es muy lujosa. Aún más grande que la de mi padre. Esta gente tiene mucha pasta.
—Estarán arriba —dice mientras entramos.
—¿Quiénes estarán arriba? —pregunta una voz femenina, y Lillian hace una mueca de dolor antes de volverse hacia la mujer que supongo que es su madre.
Es igual que ella, excepto por la edad.
—¿Quién es éste? —pregunta.
En ese momento entra en la habitación un hombre de mediana edad vestido con un polo y unos caquis.
«De puta madre.» Debería haberme limitado a acompañarla hasta la casa. Me pregunto cómo se sentiría Pau si supiera que estoy aquí. ¿Le molestaría? Está bastante cabreada conmigo, y ha demostrado tener muchos celos de Molly. Aunque esta chica no es Molly, no tiene nada que ver con ella.
—Mamá, papá, éste es Pedro, el hijo de Ken.
Una amplia sonrisa aparece en el rostro del hombre.
—¡Vaya! ¡No sabía si te reconocería! —exclama con un pijo acento británico. Bueno, eso explica por qué conoce a mi padre de la universidad.
Se acerca y me da unas palmaditas en el hombro. Yo retrocedo y él frunce ligeramente el ceño con extrañeza ante mi gesto, aunque, por otro lado, parece que esperaba esta reacción por mi parte. Mi padre debe de haberle advertido sobre mi manera de ser. La idea casi me hace reír.
—Cielo —dice volviéndose hacia su mujer—. Éste es el hijo de Trish.
—¿Conocen a mi madre? —le pregunto antes de volverme también hacia su esposa.
—Sí, conocí a tu madre mucho antes de que tú nacieras —responde la mujer sonriendo—. Éramos amigos los cinco —añade.
—¿Los cinco? —pregunto.
El padre de Lillian la mira.
—Cielo, no creo...
—¡Eres igualito que ella! Aunque tienes los ojos de tu padre. No la he visto desde que regresé a Estados Unidos. ¿Cómo está? —pregunta la mujer.
—Muy bien. Se va a casar dentro de poco.
—¿Sí? —exclama—. Felicítala de mi parte. Me alegra oír eso.
—Lo haré —respondo.
Esta gente sonríe demasiado. Es como estar en una puta habitación con tres Karens, pero mucho más irritantes y mucho menos encantadoras.
—Bueno, yo ya me voy —le digo a Lillian, porque creo que la situación ya ha sido bastante incómoda.
—No, no. No tienes por qué irte. Nosotros nos vamos arriba —dice el padre de Lillian.
Coge a su mujer de la cintura y se la lleva consigo.
Lillian observa cómo se marchan y después me mira a mí.
—Lo siento, son un poco...
—¿Falsos? —respondo por ella.
Veo la hipocresía que se esconde tras la perfecta sonrisa blanqueada de ese hombre.
—Sí, mucho. —Se ríe y se aleja para sentarse en el sofá.
Yo me quedo de pie, incómodo, junto a la puerta.
—¿Crees que a tu novia le molestará que estés aquí? —me pregunta.
—No lo sé. Seguramente —refunfuño, y me paso los dedos, exasperado, por el pelo.
—¿Y si ella hiciera lo mismo? ¿Cómo te sentirías si estuviera por ahí con un tipo al que acabara de conocer?
En cuanto las palabras salen de su boca, el pecho se me llena de furia.
—Estaría muy cabreado —bramo.
—Ya me lo imaginaba. —Sonríe con malicia y da unas palmaditas en el sofá al lado de ella.
No sé cómo interpretar sus gestos. Es grosera de la hostia, y un poco irritante.
—Entonces ¿eres celoso? —pregunta con los ojos abiertos como platos.
—Supongo —respondo encogiéndome de hombros.
—Seguro que a tu novia no le gustaría nada que me besaras.
Se acerca un poco y yo me levanto del sofá de un brinco. Estoy de camino a la puerta cuando oigo que empieza a partirse de risa.
—¿Qué cojones te pasa? —digo intentando no levantar la voz.
—Sólo te estaba tomando el pelo. Créeme, no me interesas. —Sonríe—. Y es un alivio saber que yo a ti tampoco. Venga, siéntate.
Tiene muchas cosas en común con Pau, pero no es tan dulce..., ni tan inocente. Me siento de nuevo, esta vez en el sillón que está frente al sofá. No conozco a esta chica lo suficiente como para confiar en ella, y la única razón por la que estoy aquí es porque no quiero enfrentarme a lo que me espera en la cabaña de mi padre. Y Lillian, a pesar de ser una desconocida, es neutral, no como Landon, que es el mejor amigo de Pau. Es agradable hablar con alguien que no tiene motivos para juzgarme. Y, joder, está un poco pirada, así que es probable que incluso me entienda.
—¿Qué hay en Seattle que no estás dispuesto a enfrentarte a ello ni siquiera por ella?
—Nada en concreto. Tengo malos recuerdos del pasado allí, pero no es sólo eso. Es el hecho de que allí prosperará —respondo, a sabiendas de que parezco un chalado.
Sin embargo, me importa una mierda; esta chica me ha estado acosando durante una hora, así que si hay alguien que está chalado aquí es ella.
—Y ¿eso es malo?
—No. Quiero que progrese, por supuesto. Pero quiero formar parte de ello. —Suspiro.
Echo desesperadamente de menos a Pau, a pesar de que sólo han pasado unas pocas horas. Y el hecho de que esté tan cabreada conmigo no hace sino que la añore más todavía.
—Entonces ¿te niegas a ir a Seattle con ella porque quieres formar parte de su vida? No tiene sentido —dice, declarando una obviedad.
—Sé que no lo entiendes, y ella tampoco, pero Pau es lo único que tengo. Literalmente. Es lo único que me importa en mi vida, y no puedo perderla. Sin ella, no soy nada. «¿Por qué estoy contándole toda esta mierda?» —Sé que suena muy patético.
—No, no es verdad. —Me sonríe con condescendencia y yo aparto la mirada.
Lo último que quiero es que me compadezcan.
La luz de la escalera se apaga y miro de nuevo a Lillian.
—¿Debería marcharme? —pregunto.
—No, seguro que mi padre está encantadísimo de que te haya traído a casa —dice sin el más mínimo sarcasmo.
—Y ¿eso por qué?
—Porque desde que les presenté a Riley está deseando que rompamos.
—¿No le gusta tu novio?
—Novia.
—¿Qué?
—Riley es mi novia —dice, y casi le sonrío.
Me sabe mal que su padre no acepte su relación, pero he de admitir que me siento tremendamente aliviado.
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