Divina

Divina

sábado, 28 de noviembre de 2015

After 3 Capítulo 15


Pau

El hecho de que Pedro se esté comportando de un modo tan razonable me sorprende y consigo relajarme un poco. Cruza las piernas y se echa hacia atrás apoyándose en las palmas de las manos. No sé si debería sacar el tema de Seattle ahora mismo, porque lo veo de buen humor, o si será mejor esperar.

Pero si espero, a saber cuándo estará listo para hablar de ello.
Lo miro, él me observa con sus ojos verdes y decido lanzarme.

—Steph quiere celebrar una fiesta de despedida —le digo, y aguardo su reacción.

—¿Adónde va?

—No, es para mí —le explico, y omito el pequeño detalle de que les he dicho que Pedro va a venirse conmigo a Seattle.

Me mira raro.

—¿Les has dicho que vas a mudarte?

—Sí, ¿por qué no iba a decírselo?

—Porque aún no lo has decidido, ¿no?

Pedro, me voy a ir a Seattle.

Se encoge de hombros con despreocupación.

—Todavía tienes tiempo para pensarlo.

—De todos modos..., ¿qué te parece lo de la fiesta? Dice que podríamos hacer una cena para estar todos juntos en casa de Nate y de Tristan, no en la fraternidad —le explico, pero Pedro sigue borracho y no parece que me esté escuchando.

Miro las fechas de mi traslado la semana que viene. Espero que Sandra me llame pronto, de lo contrario, voy a llegar a Seattle y no tendré casa y tendré que alojarme en un motel y vivir con lo que cabe en una maleta. Moteles..., qué asco.

—No, no vamos a ir a esa fiesta. —Esa respuesta no me la esperaba.

Me vuelvo hacia él.

—¿Qué? ¿Por qué no? Si es una cena, no puede ser tan terrible, no habrá Verdad o desafío, ni Chupa y pásalo, ¿sabes?

Se echa a reír y me mira. Se ve que le hace gracia.

—Chupa y sopla, Pau.

—¡Ya sabes a qué me refiero! Será la última vez que veamos..., en fin, que yo los vea, y han sido mis amigos, bueno, unos amigos un poco raros. —No quiero pensar en el inicio de mi «amistad» con el grupo.

—¿Y si lo hablamos más tarde? Me está dando dolor de cabeza —protesta.

Suspiro vencida. Sé por su tono de voz que no va a continuar con la conversación.

—Ven aquí. —Se recuesta en el colchón y me espera con los brazos abiertos.

Cierro la agenda y me tumbo con él en la cama. Me coloco entre sus piernas y sus manos se cierran sobre mis caderas. Me mira con sonrisa pícara.

—¿No se supone que estás cabreada conmigo o algo así?

—Estoy un pelín desbordada, Pedro —le confieso.

—¿Por?

Levanto los brazos al cielo.

—Por todo. Seattle, el traslado a otra facultad, la marcha de Landon, tu expulsión...

—Te engañé —dice sin más, y hunde la nariz en mi vientre.

«Y ¿ahora qué...?»

—¿Cómo? —Enrosco los dedos en su pelo y le levanto la cabeza para que me mire.
Se encoge de hombros.

—Te he engañado acerca de mi expulsión.

Me echo hacia atrás para alejarme de él. Intenta acercarse de nuevo, pero no lo dejo.

—¿Por qué?

—No lo sé, Pau —dice, y se levanta—. Estaba cabreado porque estabas fuera con Zed y por todo el rollo de Seattle.

Abro mucho la boca.

—¿Me dijiste que te habían expulsado porque estabas enfadado conmigo?

—Sí, bueno, y también por otro motivo.

—¿Qué otro motivo?

Suspira.

—Te vas a enfadar. —Todavía tiene los ojos rojos, pero parece que la borrachera se le está pasando rápido.

Cruzo los brazos.

—Sí, es más que probable, pero cuenta.

—Pensé que te daría tanta pena que te vendrías conmigo a Inglaterra.

No sé qué pensar de su confesión. Debería mosquearme. Estoy mosqueada. Estoy que muerdo. Qué cara tiene, intentar hacer que me sienta culpable para que me vaya a Inglaterra con él. Debería haber sido sincero desde el principio... Pero, aun así, no puedo evitar sentirme un poco mejor por haberme enterado a través de él, y no del modo en que normalmente descubro sus mentiras.
Me mira con ojos inquisitivos.

—¿Pau...?

Lo miro y casi sonrío.

—La verdad es que me sorprende que me lo hayas contado, en vez de esperar a que me enterase por terceros.

—A mí también. —Acorta la distancia que nos separa y su mano me acaricia el cuello y la mandíbula—. Por favor, no te enfades conmigo. Soy tonto del culo.

Dejo escapar una tensa exhalación pero me encantan sus caricias.

—Es una defensa pésima.

—No me estoy defendiendo. Soy un capullo, lo sé. Pero te quiero y estoy harto de tanta mierda.

Sabía que lo descubrirías tarde o temprano, y más con el dichoso viaje con la familia de mi padre a la vuelta de la esquina.

—¿Me lo has contado porque sabías que me iba a enterar de todos modos?

—Sí.

Echo atrás la cabeza y lo miro.

—¿Me lo habrías ocultado y me habrías obligado a irme a vivir a Inglaterra contigo por pura pena?

—Básicamente...

«¿Cómo demonios se supone que he de tomarme eso?» Quiero decirle que está loco, que no es mi padre y que tiene que dejar de intentar manipularme, pero en vez de eso me quedo ahí con la boca abierta como una idiota.

—No puedes obligarme a hacer cosas a base de mentiras y manipulaciones.

—Sé que es muy retorcido —dice con preocupación en sus ojos verdes—. No sé por qué soy como soy. Sólo sé que no quiero perderte y que estoy desesperado.

Pero, por su expresión, sé que no entiende por qué se comporta así.

—No, no lo sabes. De lo contrario, no habrías mentido.

Lleva las manos a mis caderas.

—Pau, lo siento, de verdad. Debes reconocer que se nos empieza a dar mejor esto de las relaciones.

Tiene razón. En cierto sentido, demencial, nos comunicamos mucho mejor que antes. Sigue distando mucho de una relación normal y funcional, pero la normalidad nunca ha sido lo nuestro.

—¿Con lo del matrimonio tampoco voy a conseguir que te vengas conmigo?

El corazón se me va a salir del pecho y estoy segura de que puede oírlo. Pero me limito a decir:

—Ya hablaremos de eso cuando no estés borracho.

—Tampoco estoy tan borracho.

Sonrío y le doy una palmadita en la mejilla.

—Demasiado borracho para esa clase de conversación.

Sonríe y me atrae hacia sí.

—¿Cuándo vuelves de Sandpoint?

—¿No vas a venir?

—Aún no lo he decidido.

—Dijiste que vendrías. Nunca hemos viajado juntos.

—Seattle —dice, y me echo a reír.

—En realidad, apareciste sin que nadie te hubiera invitado y te fuiste a la mañana siguiente.

Me pasa la mano por el pelo.

—Detalles...

—Me apetece mucho que vengas —insisto—. Landon se trasladará pronto. —Me duele sólo de pensarlo.

—¿Y? —me pregunta meneando la cabeza.

—Y a tu padre le encantaría que vinieras, estoy segura.

—Ah, él. Está cabreado consigo mismo porque me han multado y me han puesto en el equivalente a la libertad condicional académica. Si la fastidio en lo más mínimo, se acabó la universidad.

—¿Por qué no te trasladas a la universidad de Seattle conmigo?

—No quiero volver a oír hablar de Seattle esta noche. He tenido un día muy largo y tengo un dolor de cabeza infernal... —Me besa en la frente.
Aparto la cabeza.

—Te has emborrachado con mi padre y me has mentido sobre tu expulsión: hablaremos de Seattle cuanto me apetezca —replico tajante.

Pedro sonríe.

—Y te has puesto esos pantalones después de haber estado provocándome con ellos y no has respondido a mis llamadas. —Me acaricia el labio inferior con el pulgar.

—No hace falta que me llames tanto. Es asfixiante. Molly ha dicho que eres un acosador —le suelto, pero sonrío bajo su caricia.

—¿En serio? —Continúa dibujando el contorno de mis labios y los abro sin querer.

—Sí —suspiro.

—Hum...

—Sé lo que estás tramando. —Le quito la otra mano de mis caderas, allí donde sus dedos estaban empezando a deslizarse por debajo del elástico de mis pantalones.
Sonríe.

—¿Qué estoy tramando?

—Estás intentando distraerme para que se me olvide que estoy enfadada contigo.

—¿Y funciona?

—No del todo. Además, mi padre está aquí y no voy a acostarme contigo cuando lo tenemos en la habitación contigua. —Le doy un azote juguetón en el trasero.

Lo único que consigo es que me estreche más contra sí.

—Ah, ¿quieres decir como cuando te follé aquí mismo —dice señalando la cama—, mientras mi madre dormía en el sofá?

Se me pega un poco más.

—¿O aquella vez que te follé en el baño de la casa de mi padre? ¿O la infinidad de veces que hemos follado mientras Karen, Landon y mi padre estaban al final del pasillo?

Me acaricia el muslo por encima de la tela.

—Ah, espera, te refieres a cuando te puse mirando a La Meca en la mesa de tu despacho en horas de trabajo...

—¡Vale, vale! ¡Lo he pillado! —Me ruborizo y se ríe.

—Vamos, Pau, túmbate.

—Estás enfermo. —Me echo a reír y me aparto de él.

—¿Adónde vas? —pregunta haciendo pucheros.

—A ver qué está haciendo mi padre.

—¿Por? ¿Para poder volver aquí conmigo y...?

—¡Anda ya!, acuéstate o algo —exclamo.

Me alegro de que esté tan bromista pero, a pesar de su confesión, sigo enfadada porque me ha mentido y se está comportando como un cabezota al no estar dispuesto a hablar seriamente de Seattle.

Cuando he vuelto después de la comida en Applebee’s, creía que estaría furioso conmigo por no haber respondido a sus mensajes. Nunca pensé que llegaríamos a hablar las cosas y que me confesaría que me había mentido acerca de su expulsión. 

Puede que Steph le haya asegurado que estaba volviendo a casa y le haya dado tiempo a calmarse. Aunque el teléfono de Steph estaba encima de la mesa cuando me he marchado...

—¿No has dicho que Steph no te ha cogido el teléfono cuando la has llamado? —pregunto.

—No, ¿por? —Me mira confuso.

Me encojo de hombros sin saber qué decir.

—Curiosidad.

—¿Por? —dice en un tono raro.

—Porque le he dicho que te dijera que venía de camino y me preguntaba por qué no lo había hecho.

—Ah.

Desvía la mirada y coge una taza de la cómoda. Esta conversación es muy rara: Steph no le ha dicho que yo estaba en camino, y ahora él desvía la mirada...

—Voy a ver qué hace mi padre, puedes venir con nosotros si quieres.

—Eso haré. Voy a cambiarme primero.

Asiento y abro la puerta.

—Y ¿qué hay de él? Acaba de reaparecer en tu vida y ¿vas a marcharte?

Freno en seco. No es que no lo haya pensado, pero que Pedro me dispare la pregunta por la espalda como si fuera un misil no me gusta nada.

Me tomo un momento para recuperarme antes de salir de la habitación. Cuando llego a la sala de estar, mi padre está durmiendo. Beberse medio bar a mediodía debe de ser agotador. Apago el televisor y voy a la cocina a por un vaso de agua. No paro de pensar en Pedro preguntándome si voy a marcharme ahora que acabo de encontrar a mi padre. La cuestión es que no puedo hacer peligrar mi futuro por un padre al que no veo desde hace nueve años. Si las circunstancias fueran otras, lo pensaría dos veces, pero fue él quien me abandonó a mí.

Cuando me acerco al dormitorio, oigo que Pedro está hablando.

—¿A qué coño ha venido lo de hoy? —lo oigo decir con voz amortiguada.

Pego la oreja a la puerta. Sé que debería irme y punto, pero tengo la sensación de que he de escuchar esta conversación. Lo que significa que me conviene escucharla.

—Me importa una mierda, no debería haber ocurrido. Ahora está mosqueada, cuando se supone que lo que tienes que hacer...

No consigo entender el resto de la frase.

—No lo fastidies —añade.

¿Con quién habla? Y ¿qué se supone que tiene que hacer alguien? ¿Es Steph? O, peor, ¿será Molly?

Oigo unos pasos que se acercan a la puerta y rápidamente me meto en el cuarto de baño y cierro la puerta.
Al poco rato llaman con los nudillos.

—¿Pau?

Abro la puerta. Sé que tendría que aparentar que me ha pillado con mis cosas. El corazón se me va a salir del pecho y tengo un nudo en el estómago.

—Ah, hola. Estaba acabando —digo con un hilo de voz.

Pedro enarca una ceja.

—Vale...

Mira al final del pasillo.

—¿Dónde está tu padre? ¿Está durmiendo?

—Sí —le digo, y sonríe de oreja a oreja.

—Volvamos al dormitorio. —Me coge de la mano, me da la vuelta y me empuja con suavidad.

Sigo a Pedro de vuelta a nuestra habitación y la paranoia se cuela entre mis pensamientos como si fuera una vieja amiga..

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