Pau
El hecho de que Pedro se esté comportando de un modo
tan razonable me sorprende y consigo relajarme un poco. Cruza las piernas y se
echa hacia atrás apoyándose en las palmas de las manos. No sé si debería sacar
el tema de Seattle ahora mismo, porque lo veo de buen humor, o si será mejor esperar.
Pero si espero, a saber cuándo estará listo para
hablar de ello.
Lo miro, él me observa con sus ojos verdes y decido
lanzarme.
—Steph quiere celebrar una fiesta de despedida —le
digo, y aguardo su reacción.
—¿Adónde va?
—No, es para mí —le explico, y omito el pequeño
detalle de que les he dicho que Pedro va a venirse conmigo a Seattle.
Me mira raro.
—¿Les has dicho que vas a mudarte?
—Sí, ¿por qué no iba a decírselo?
—Porque aún no lo has decidido, ¿no?
— Pedro, me voy a ir a Seattle.
Se encoge de hombros con despreocupación.
—Todavía tienes tiempo para pensarlo.
—De todos modos..., ¿qué te parece lo de la fiesta?
Dice que podríamos hacer una cena para estar todos juntos en casa de Nate y de
Tristan, no en la fraternidad —le explico, pero Pedro sigue borracho y no
parece que me esté escuchando.
Miro las fechas de mi traslado la semana que viene.
Espero que Sandra me llame pronto, de lo contrario, voy a llegar a Seattle y no
tendré casa y tendré que alojarme en un motel y vivir con lo que cabe en una
maleta. Moteles..., qué asco.
—No, no vamos a ir a esa fiesta. —Esa respuesta no
me la esperaba.
Me vuelvo hacia él.
—¿Qué? ¿Por qué no? Si es una cena, no puede ser tan
terrible, no habrá Verdad o desafío, ni Chupa y pásalo, ¿sabes?
Se echa a reír y me mira. Se ve que le hace gracia.
—Chupa y sopla, Pau.
—¡Ya sabes a qué me refiero! Será la última vez que
veamos..., en fin, que yo los vea, y han sido mis amigos, bueno, unos amigos un
poco raros. —No quiero pensar en el inicio de mi «amistad» con el grupo.
—¿Y si lo hablamos más tarde? Me está dando dolor de
cabeza —protesta.
Suspiro vencida. Sé por su tono de voz que no va a
continuar con la conversación.
—Ven aquí. —Se recuesta en el colchón y me espera
con los brazos abiertos.
Cierro la agenda y me tumbo con él en la cama. Me
coloco entre sus piernas y sus manos se cierran sobre mis caderas. Me mira con
sonrisa pícara.
—¿No se supone que estás cabreada conmigo o algo
así?
—Estoy un pelín desbordada, Pedro —le confieso.
—¿Por?
Levanto los brazos al cielo.
—Por todo. Seattle, el traslado a otra facultad, la
marcha de Landon, tu expulsión...
—Te engañé —dice sin más, y hunde la nariz en mi
vientre.
«Y ¿ahora qué...?»
—¿Cómo? —Enrosco los dedos en su pelo y le levanto
la cabeza para que me mire.
Se encoge de hombros.
—Te he engañado acerca de mi expulsión.
Me echo hacia atrás para alejarme de él. Intenta
acercarse de nuevo, pero no lo dejo.
—¿Por qué?
—No lo sé, Pau —dice, y se levanta—. Estaba cabreado
porque estabas fuera con Zed y por todo el rollo de Seattle.
Abro mucho la boca.
—¿Me dijiste que te habían expulsado porque estabas
enfadado conmigo?
—Sí, bueno, y también por otro motivo.
—¿Qué otro motivo?
Suspira.
—Te vas a enfadar. —Todavía tiene los ojos rojos,
pero parece que la borrachera se le está pasando rápido.
Cruzo los brazos.
—Sí, es más que probable, pero cuenta.
—Pensé que te daría tanta pena que te vendrías
conmigo a Inglaterra.
No sé qué pensar de su confesión. Debería
mosquearme. Estoy mosqueada. Estoy que muerdo. Qué cara tiene, intentar hacer
que me sienta culpable para que me vaya a Inglaterra con él. Debería haber sido
sincero desde el principio... Pero, aun así, no puedo evitar sentirme un poco
mejor por haberme enterado a través de él, y no del modo en que normalmente
descubro sus mentiras.
Me mira con ojos inquisitivos.
—¿Pau...?
Lo miro y casi sonrío.
—La verdad es que me sorprende que me lo hayas
contado, en vez de esperar a que me enterase por terceros.
—A mí también. —Acorta la distancia que nos separa y
su mano me acaricia el cuello y la mandíbula—. Por favor, no te enfades
conmigo. Soy tonto del culo.
Dejo escapar una tensa exhalación pero me encantan
sus caricias.
—Es una defensa pésima.
—No me estoy defendiendo. Soy un capullo, lo sé.
Pero te quiero y estoy harto de tanta mierda.
Sabía que lo descubrirías tarde o temprano, y más
con el dichoso viaje con la familia de mi padre a la vuelta de la esquina.
—¿Me lo has contado porque sabías que me iba a
enterar de todos modos?
—Sí.
Echo atrás la cabeza y lo miro.
—¿Me lo habrías ocultado y me habrías obligado a
irme a vivir a Inglaterra contigo por pura pena?
—Básicamente...
«¿Cómo demonios se supone que he de tomarme eso?»
Quiero decirle que está loco, que no es mi padre y que tiene que dejar de
intentar manipularme, pero en vez de eso me quedo ahí con la boca abierta como
una idiota.
—No puedes obligarme a hacer cosas a base de
mentiras y manipulaciones.
—Sé que es muy retorcido —dice con preocupación en
sus ojos verdes—. No sé por qué soy como soy. Sólo sé que no quiero perderte y
que estoy desesperado.
Pero, por su expresión, sé que no entiende por qué
se comporta así.
—No, no lo sabes. De lo contrario, no habrías
mentido.
Lleva las manos a mis caderas.
—Pau, lo siento, de verdad. Debes reconocer que se
nos empieza a dar mejor esto de las relaciones.
Tiene razón. En cierto sentido, demencial, nos
comunicamos mucho mejor que antes. Sigue distando mucho de una relación normal
y funcional, pero la normalidad nunca ha sido lo nuestro.
—¿Con lo del matrimonio tampoco voy a conseguir que
te vengas conmigo?
El corazón se me va a salir del pecho y estoy segura
de que puede oírlo. Pero me limito a decir:
—Ya hablaremos de eso cuando no estés borracho.
—Tampoco estoy tan borracho.
Sonrío y le doy una palmadita en la mejilla.
—Demasiado borracho para esa clase de conversación.
Sonríe y me atrae hacia sí.
—¿Cuándo vuelves de Sandpoint?
—¿No vas a venir?
—Aún no lo he decidido.
—Dijiste que vendrías. Nunca hemos viajado juntos.
—Seattle —dice, y me echo a reír.
—En realidad, apareciste sin que nadie te hubiera
invitado y te fuiste a la mañana siguiente.
Me pasa la mano por el pelo.
—Detalles...
—Me apetece mucho que vengas —insisto—. Landon se
trasladará pronto. —Me duele sólo de pensarlo.
—¿Y? —me pregunta meneando la cabeza.
—Y a tu padre le encantaría que vinieras, estoy
segura.
—Ah, él. Está cabreado consigo mismo porque me han
multado y me han puesto en el equivalente a la libertad condicional académica.
Si la fastidio en lo más mínimo, se acabó la universidad.
—¿Por qué no te trasladas a la universidad de
Seattle conmigo?
—No quiero volver a oír hablar de Seattle esta
noche. He tenido un día muy largo y tengo un dolor de cabeza infernal... —Me
besa en la frente.
Aparto la cabeza.
—Te has emborrachado con mi padre y me has mentido
sobre tu expulsión: hablaremos de Seattle cuanto me apetezca —replico tajante.
Pedro sonríe.
—Y te has puesto esos pantalones después de haber
estado provocándome con ellos y no has respondido a mis llamadas. —Me acaricia
el labio inferior con el pulgar.
—No hace falta que me llames tanto. Es asfixiante.
Molly ha dicho que eres un acosador —le suelto, pero sonrío bajo su caricia.
—¿En serio? —Continúa dibujando el contorno de mis
labios y los abro sin querer.
—Sí —suspiro.
—Hum...
—Sé lo que estás tramando. —Le quito la otra mano de
mis caderas, allí donde sus dedos estaban empezando a deslizarse por debajo del
elástico de mis pantalones.
Sonríe.
—¿Qué estoy tramando?
—Estás intentando distraerme para que se me olvide
que estoy enfadada contigo.
—¿Y funciona?
—No del todo. Además, mi padre está aquí y no voy a
acostarme contigo cuando lo tenemos en la habitación contigua. —Le doy un azote
juguetón en el trasero.
Lo único que consigo es que me estreche más contra
sí.
—Ah, ¿quieres decir como cuando te follé aquí mismo
—dice señalando la cama—, mientras mi madre dormía en el sofá?
Se me pega un poco más.
—¿O aquella vez que te follé en el baño de la casa
de mi padre? ¿O la infinidad de veces que hemos follado mientras Karen, Landon
y mi padre estaban al final del pasillo?
Me acaricia el muslo por encima de la tela.
—Ah, espera, te refieres a cuando te puse mirando a
La Meca en la mesa de tu despacho en horas de trabajo...
—¡Vale, vale! ¡Lo he pillado! —Me ruborizo y se ríe.
—Vamos, Pau, túmbate.
—Estás enfermo. —Me echo a reír y me aparto de él.
—¿Adónde vas? —pregunta haciendo pucheros.
—A ver qué está haciendo mi padre.
—¿Por? ¿Para poder volver aquí conmigo y...?
—¡Anda ya!, acuéstate o algo —exclamo.
Me alegro de que esté tan bromista pero, a pesar de
su confesión, sigo enfadada porque me ha mentido y se está comportando como un
cabezota al no estar dispuesto a hablar seriamente de Seattle.
Cuando he vuelto después de la comida en Applebee’s,
creía que estaría furioso conmigo por no haber respondido a sus mensajes. Nunca
pensé que llegaríamos a hablar las cosas y que me confesaría que me había
mentido acerca de su expulsión.
Puede que Steph le haya asegurado que estaba
volviendo a casa y le haya dado tiempo a calmarse. Aunque el teléfono de Steph
estaba encima de la mesa cuando me he marchado...
—¿No has dicho que Steph no te ha cogido el teléfono
cuando la has llamado? —pregunto.
—No, ¿por? —Me mira confuso.
Me encojo de hombros sin saber qué decir.
—Curiosidad.
—¿Por? —dice en un tono raro.
—Porque le he dicho que te dijera que venía de
camino y me preguntaba por qué no lo había hecho.
—Ah.
Desvía la mirada y coge una taza de la cómoda. Esta
conversación es muy rara: Steph no le ha dicho que yo estaba en camino, y ahora
él desvía la mirada...
—Voy a ver qué hace mi padre, puedes venir con
nosotros si quieres.
—Eso haré. Voy a cambiarme primero.
Asiento y abro la puerta.
—Y ¿qué hay de él? Acaba de reaparecer en tu vida y
¿vas a marcharte?
Freno en seco. No es que no lo haya pensado, pero
que Pedro me dispare la pregunta por la espalda como si fuera un misil no me
gusta nada.
Me tomo un momento para recuperarme antes de salir
de la habitación. Cuando llego a la sala de estar, mi padre está durmiendo.
Beberse medio bar a mediodía debe de ser agotador. Apago el televisor y voy a
la cocina a por un vaso de agua. No paro de pensar en Pedro preguntándome si
voy a marcharme ahora que acabo de encontrar a mi padre.
La cuestión es que no puedo hacer peligrar mi futuro por un padre al que no veo
desde hace nueve años. Si las circunstancias fueran otras, lo pensaría dos
veces, pero fue él quien me abandonó a mí.
Cuando me acerco al dormitorio, oigo que Pedro está
hablando.
—¿A qué coño ha venido lo de hoy? —lo oigo decir con
voz amortiguada.
Pego la oreja a la puerta. Sé que debería irme y
punto, pero tengo la sensación de que he de escuchar esta conversación. Lo que
significa que me conviene escucharla.
—Me importa una mierda, no debería haber ocurrido.
Ahora está mosqueada, cuando se supone que lo que tienes que hacer...
No consigo entender el resto de la frase.
—No lo fastidies —añade.
¿Con quién habla? Y ¿qué se supone que tiene que
hacer alguien? ¿Es Steph? O, peor, ¿será Molly?
Oigo unos pasos que se acercan a la puerta y
rápidamente me meto en el cuarto de baño y cierro la puerta.
Al poco rato llaman con los nudillos.
—¿Pau?
Abro la puerta. Sé que tendría que aparentar que me
ha pillado con mis cosas. El corazón se me va a salir del pecho y tengo un nudo
en el estómago.
—Ah, hola. Estaba acabando —digo con un hilo de voz.
Pedro enarca una ceja.
—Vale...
Mira al final del pasillo.
—¿Dónde está tu padre? ¿Está durmiendo?
—Sí —le digo, y sonríe de oreja a oreja.
—Volvamos al dormitorio. —Me coge de la mano, me da
la vuelta y me empuja con suavidad.
Sigo a Pedro de vuelta a nuestra habitación y la
paranoia se cuela entre mis pensamientos como si fuera una vieja amiga..
se puso barbara, seguro viajan juntos
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