Pau
Cuando pego el boli al papel, mi intención es escribir acerca de mi abuela, que dedicó su vida al cristianismo pero, sin saber cómo, el nombre de Pedro aparece en tinta negra.
—¿Señorita Chaves? —dice el profesor Soto con voz suave, aunque lo bastante fuerte como para que todos los de la primera fila lo oigan.
—¿Qué? —Levanto la vista y mi atención se dirige directamente a Ken.
«¿Qué hace el padre de Pedro aquí?»
—Pau, necesito que vengas conmigo —dice, y la rubia impertinente que tengo detrás dice «uuuh», como si estuviésemos en sexto de primaria. Probablemente ni siquiera sepa que Ken es el rector de la facultad.
—¿Qué pasa? —le pregunta Landon mientras yo me levanto y empiezo a recoger mis cosas.
—Hablamos fuera —señala Ken con voz insegura.
—Voy con vosotros —dice Landon, y también se pone de pie.
El profesor Soto mira a Ken.
—¿Está usted de acuerdo?
—Sí, es mi hijo —le dice, y nuestro profesor abre unos ojos como platos.
—Ah, disculpe. No lo sabía; y ¿ella es su hija? —le pregunta.
—No —responde Ken secamente. Parece preocupado, y está empezando a asustarme.
—¿Le ha ocurrido algo a...? —comienzo a decir, pero Ken me guía hacia la puerta con Landon detrás de mí.
—Han arrestado a Pedro —explica en cuanto salimos.
Me quedo sin respiración.
—¿Qué?
—Lo han arrestado por pelearse y por destrozar una propiedad del campus.
—Dios mío —es lo único que consigo articular.
—¿Cuándo? ¿Por qué? —pregunta Landon.
—Hace veinte minutos. Estoy haciendo todo lo posible para mantener este asunto bajo la jurisdicción del campus, pero él no me lo está poniendo fácil.
Ken camina a toda prisa y casi tengo que correr para seguir su ritmo.
Me vienen a la cabeza un millón de preguntas: «¿Han arrestado a Pedro? Ostras, ¿por qué habrá sido? ¿Con quién se ha peleado?».
Sin embargo, ya sé la respuesta a esa última pregunta.
¿Por qué no ha podido dejarlo correr por una vez en su vida? ¿Estará bien? ¿Irá a la cárcel? ¿A una cárcel de verdad? ¿Estará bien Zed?
Ken abre las puertas de su coche y los tres montamos en él.
—¿Adónde vamos? —pregunta Landon.
—A la oficina de seguridad.
—¿Él está bien? —pregunto.
—Tiene un corte en la mejilla y otro debajo de la oreja, o eso me han dicho.
—¿«Te han dicho»? ¿Aún no has ido a verlo? —inquiere Landon.
—No, no he ido. Tiene uno de sus ataques de furia, así que sabía que era mejor que fuera Pau primero —dice meneando la cabeza en mi dirección.
—Sí, buena idea —coincide Landon.
Yo no digo nada.
¿Un corte en la cabeza y en la oreja? Espero que no le duela. Por favor, esto es una locura. Debería haber accedido a pasar el día entero con él. De haberlo hecho, hoy no habría venido al campus.
Ken conduce a toda prisa por varias calles secundarias y, al cabo de cinco minutos, aparcamos delante de un pequeño edificio de ladrillo que alberga la oficina de seguridad del campus. Hay una señal de prohibido aparcar justo en el sitio donde ha estacionado, pero supongo que aparcar donde te da la gana es una de las ventajas de ser rector.
Los tres corremos al interior del edificio, y mis ojos empiezan a buscar a Pedro inmediatamente.
No obstante, antes de verlo, lo oigo...
—¡Me importa un carajo, no eres más que un gilipollas con una placa falsa! ¡Eres un segurata de centro comercial, capullo de mierda!...
Rastreo su voz y giro por el pasillo en su busca. Oigo a Ken y a Landon detrás de mí, pero lo único que me importa es llegar hasta él.
Encuentro a varias personas reunidas... y entonces veo a Pedro paseándose de un lado a otro en una pequeña celda. «Joder.» Lleva los brazos esposados a la espalda.
—¡Que os den a todos por el puto culo! —grita.
—¡ Pedro! —brama su padre por detrás de mí.
Mi chico furibundo gira la cabeza al instante en mi dirección y abre unos ojos como platos en cuanto me ve. Tiene un buen corte justo debajo del pómulo, otro desde la oreja hasta la nuca y el pelo manchado de sangre.
—¡Estoy intentando que esto no vaya a peor y tu actitud no ayuda! —le grita Ken a su hijo.
—¡Me tienen aquí atrapado como si fuera un maldito animal! ¡Esto es una mierda! ¡Llama a quien tengas que llamar y haz que abran esta puta reja! —grita Pedro intentando sacar las manos de las esposas.
—Para —le digo con el ceño fruncido.
Su actitud cambia al instante. Se calma un poco, aunque sigue igual de enfadado.
—Pau, tú ni siquiera deberías estar aquí. ¿De qué genio ha sido la idea de traerla? —silba Pedro a su padre y a Landon.
—Ya basta —digo a través de los barrotes—. Tu padre está intentando ayudarte. Tienes que calmarte.
Esto no parece real, estar hablándole mientras está esposado y encerrado en una celda. No puede ser verdad. Pero esto es lo que pasa en el mundo real. Si atacas a alguien, te arrestan, en el campus o donde sea.
Cuando me mira a los ojos sé que puede ver lo mal que me siento por él en estos instantes. Quiero pensar que ésa es la razón por la que por fin cede y asiente suavemente: —Está bien.
—Gracias, Pau —dice Ken. Y después añade dirigiéndose a su hijo—: Dame cinco minutos para que vea lo que puedo hacer. Mientras tanto, tienes que dejar de gritar. Estás empeorando la situación para ti, y el lío que has organizado ya es bastante grande.
Landon me mira, luego mira a Pedro y se marcha con Ken por el estrecho pasillo. Apenas llevo unos instantes aquí y ya detesto este lugar; todo es demasiado blanco y negro, y huele a lejía.
Los agentes de seguridad del campus sentados detrás de su mesa están hablando de sus cosas en este momento, o al menos han fingido hacerlo desde que el rector de la universidad ha aparecido para tratar con su hijo.
—¿Qué ha ocurrido? —le pregunto a Pedro.
—Me ha arrestado la policía del campus —resopla.
—¿Estás bien? —le pregunto, desesperada por acariciarle la cara.
—¿Yo? Sí, estoy bien. Parece peor de lo que es —contesta, y cuando lo examino más de cerca veo que tiene razón.
Los cortes no son profundos. En los brazos tiene algunos arañazos leves que, mezclados con la tinta negra, le dan un aspecto aterrador.
—¿Estás enfadada conmigo? —me pregunta con voz suave, a años luz de cómo sonaba hace unos instantes cuando le gritaba a la policía.
—No lo sé —respondo con sinceridad.
Claro que estoy enfadada, porque sé con quién se ha peleado... Bueno, no es difícil adivinarlo. Pero también estoy preocupada por él y quiero saber qué ha pasado para que haya acabado en este lío.
—No he podido evitarlo —dice, como si eso justificara sus acciones.
—Te dije en su día que no iría a verte a la cárcel, ¿lo recuerdas? —Frunzo el ceño y observo la celda en la que está atrapado.
—Esto no cuenta. No es una cárcel de verdad.
—A mí sí me lo parece —replico golpeando los barrotes de metal para mostrar a qué me refiero.
—No es una cárcel real, es sólo un calabozo de mierda en el que me retendrán hasta que decidan si llaman a la policía de verdad o no —dice lo bastante alto como para que los dos oficiales levanten la vista.
—Para ya. Esto no es ninguna broma, Pedro. Podrías meterte en un buen lío.
Pone los ojos en blanco.
Ése es el problema con él: aún no se ha dado cuenta de que sus actos tienen consecuencias.
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