Divina

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viernes, 20 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 77


Pedro

—¿Quieres otra taza de café? —me pregunta—. Te irá bien para la resaca.

—No. Sé cómo librarme de una resaca. He tenido muchas —gruño.

Carly pone los ojos en blanco.

—No hace falta que te pongas impertinente.

—Cierra la boca. —Me masajeo las sienes. Tiene una voz muy desagradable.

—Tan encantador como siempre.

Se echa a reír y me deja solo en la pequeña cocina.
Soy un imbécil integral por haber venido, pero ¿acaso tenía otra opción? Sí, la tenía, sólo estoy intentando no aceptar que mi reacción fue un tanto exagerada. Me mosqueé al oír que estaba soñando con Zed, y ahora estoy en la cocina de Carly tomando café por la tarde.

—¡¿Necesitas que te lleve hasta tu coche?! —grita desde la otra habitación.

—Evidentemente —respondo, y entra en la cocina sólo con el sujetador puesto.

—Tienes suerte de que me trajera tu culo de borracho a casa. Mi novio no tardará en llegar, será mejor que nos vayamos —dice mientras se pone una camiseta por la cabeza. 

—¿Tienes novio? Bien por ti. —Esto no hace más que mejorar.

Pone los ojos en blanco.

—Sí, tengo novio. Puede que te sorprenda, pero no todo el mundo se conforma con un número infinito de amigas con derecho a roce.

Casi le hablo de Pau, pero decido no hacerlo. No es de su incumbencia.

—Tengo que mear —le digo y me voy al baño.

Me duele la cabeza y estoy enfadado conmigo mismo por haber venido aquí. Debería estar en casa, bueno, en el campus. Mi móvil vibra encima de la encimera y me sobresalto.

—¡No lo cojas! —le grito a Carly, que da un paso atrás.

—¡No pensaba cogerlo! Tío, anoche no estabas tan gilipollas —recalca, pero no le hago ni caso.

Sigo a Carly hasta su coche. La cabeza me retumba como un bombo con cada paso que doy sobre el duro asfalto. No debería haber bebido tanto. No debería haber bebido y punto. Miro a Carly mientras baja la ventanilla y enciende un cigarrillo.

¿Cómo pudo ser alguna vez mi tipo? No lleva puesto el cinturón de seguridad. Aprovecha los semáforos para maquillarse. Pau es muy distinta de ella, de todas las chicas con las que he estado.

Volvemos al bar donde pillé el pedo anoche. Leo y releo los mensajes de Pau. Esto es horrible, debe de estar muy preocupada. Estoy demasiado mareado para poder inventarme una excusa, así que sólo le respondo:

Me he quedado dormido en el coche. Anoche bebí demasiado con Landon. Llegaré pronto a casa.

Hay algo raro y me paro a pensar, pero es que no me queda una neurona viva. Le doy a «Enviar» y espero a que me conteste. Nada.

Bueno, no puedo contarle que he pasado la noche en casa de Carly. Nunca me lo perdonaría, ni siquiera me dejaría hablar. Lo sé. Noto que se está cansando de mis mierdas. Lo sé.

Pero no tengo ni puta idea de cómo arreglarlo.
Carly interrumpe mis divagaciones mentales cuando pisa el freno y maldice.

—Joder, qué mierda. Tenemos que dar media vuelta, ha habido un accidente —dice señalando los coches que nos bloquean el camino.

Echo un vistazo y veo a un hombre de mediana edad hablando con un policía. Señala un coche blanco que es idéntico... igualito que el de...
Me entra el pánico.

—Para —ordeno.

—¿Qué? ¿Qué coño haces, Pedr...

—¡He dicho que pares el puto coche!

Sin pensar, abro la puerta, me bajo del coche en cuanto aminora y corro hacia los vehículos accidentados.

—¿Dónde está el otro conductor? —le pregunto furibundo al policía.

El capó del coche blanco está bastante mal, y luego veo un pase de aparcamiento de la WCU colgando del retrovisor. «Mierda.» Hay una ambulancia aparcada junto al coche de policía. «Mierda.» Si le ha pasado algo... Si está herida...

—¿Y la chica? ¡Que alguien me lo diga! —grito.

El policía me pone cara de pocos amigos pero el otro conductor ve lo alterado que estoy y dice en voz baja:

—Ahí —y señala la ambulancia.

Mi corazón deja de latir.

Como en un sueño, camino hacia la ambulancia. Las puertas están abiertas... y Pau está sentada en la camilla, con una bolsa de hielo en la cara.

«Gracias a Dios. Gracias a Dios no es grave...» Corro hacia ella y se me aturullan las palabras.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

Pone una cara de tremendo alivio al verme.

—He tenido un accidente.

Lleva un pequeño apósito encima del ojo y tiene el labio hinchado y partido.

—¿Puedes irte? —pregunto con mala educación—. ¿Puede irse? —le pregunto a la joven paramédica.

Ella asiente y se aleja deprisa. Cojo la bolsa de hielo de Pau y se la aparto de la cara. Tiene un chichón del tamaño de una pelota de golf. Las lágrimas le ruedan por las mejillas y tiene los ojos rojos e hinchados. Ya se ve el cardenal que se le está formando bajo la delicada piel del ojo.

—Mierda, ¿estás bien? ¿Ha sido culpa suya? —Me vuelvo e intento encontrar al muy imbécil.

—No, he sido yo la que se le ha echado encima —dice haciendo una mueca.

Me coge la bolsa de hielo y se la pone otra vez en la cara. Luego parte del alivio abandona sus ojos cuando me mira y me pregunta:

—¿Dónde has estado todo el día?

—¿Qué? —digo confundido de verdad por la resaca y por tener que verla así.

Con una mirada más fría, dice:

—Te he dicho: « Pedro, ¿dónde has estado todo el día?». Aterrizo de sopetón. «Joder.»

Y, justo cuando voy a inventarme una excusa, aparece Carly y me da una palmada en el trasero:

—Bueno, chico malo, ¿puedo irme? Tu coche ya no está muy lejos andando. Tengo que volver a casa.

Pau abre unos ojos enormes.

—Y ¿tú quién eres?

«Mierda, mierda, mierda.» Ahora no. Esto no.

Carly sonríe y saluda a Pau con una inclinación de la cabeza.

—Soy Carly, una amiga de Pedro. Siento lo del accidente. —Luego me mira—. ¿Puedo irme ya?

—Adiós, Carly —le espeto.

—Espera —dice Pau—. ¿Ha pasado la noche en tu casa, contigo?

Intento mirarla a los ojos pero los tiene clavados en Carly.

—Sí. Sólo lo estaba llevando de vuelta a su coche.

—¿Su coche? ¿Dónde está? —Le tiembla la voz.

—Adiós, Carly —repito lanzándole una mirada asesina.

Pau se pone de pie, aunque le ceden un poco las rodillas.

—No. Dime dónde tiene el coche.

La cojo del codo para detenerla pero me aparta y gimotea porque se ha hecho daño.

—¡No me toques! —sisea entre dientes.
»Carly, ¿dónde tiene el coche? —le pregunta Pau otra vez.

Carly levanta las manos y nos mira a uno y a otro.

—En el bar en el que trabajo. Vale, ya me voy —dice echando a andar.

—Pau... —le suplico.

«Mierda, ¿por qué soy tan imbécil?...» —Aléjate de mí —replica ella.

La mejilla se le hunde un poco. Sé que se la está mordiendo por dentro para no llorar. Ahora que la tengo aquí delante, mirando a la nada e intentando aparentar frialdad, echo de menos los tiempos en los que no paraba de llorar.

—Pau, tenemos... —empiezo a decir, pero me falla la voz.

Ahora el emocional soy yo, y me la suda. El pánico que se ha apoderado de mí al ver su coche arrugado como un papel me tiene temblando como una hoja, y lo único que quiero es abrazarla.
Pau sigue sin mirarme.

—Vete o le pediré al policía que te eche —me espeta.

—Si se acerca, lo mato —replico.

Sus ojos me miran como látigos.

—No. ¡Estoy harta de escucharte! No estoy muy segura de lo que pasó anoche, pero lo he sabido toda la mañana, no sé cómo pero sabía que estabas con otra. Sólo que estaba intentando obligarme a creer que no era así.

—Podemos solucionarlo —le suplico—. Siempre lo hacemos.

—¡ Pedro! ¡¿Es que no ves que acabo de tener un accidente?! —grita y, al ver que se echa a llorar, la paramédica se acerca de nuevo—. Seguro que ni siquiera eres capaz de verlo, tu versión de la realidad es muy retorcida. Anoche me escribiste una nota diciéndome que habías salido a desayunar con tu padre esta mañana. Luego me mandas un mensaje de texto diciéndome que te has quedado a dormir la mona en el coche después de haber estado bebiendo con Landon. ¡Con Landon! Piensas que soy tan idiota como para creerme cualquier cosa, por muy contradictoria que sea. —Me lanza una mirada asesina—. Está claro que eres una contradicción andante, así que ya veo por qué te parece que la realidad también lo es, pero estás muy equivocado.

Acabo de darme cuenta de lo imbécil que he sido, y me quedo sin habla un instante. Soy imbécil.

Soy Imbécil con mayúsculas. Y no sólo por no haber sabido atenerme a una sola mentira.
La paramédica le pone a Pau la mano en el hombro y le pregunta:

—¿Todo bien? Tenemos que llevarte al hospital para examinarte.

Pau se seca las lágrimas, me mira carente de emoción y le dice a la mujer:


—Sí. Podemos irnos cuando quieran. Estoy lista para marcharme.

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