Pau
No puedo dormir. Me despierto cada media hora para ver si Pedro ha
intentado llamarme. Nada. Compruebo que he puesto la alarma. Mañana tengo clase
y Zed va a llevarme a casa de Landon temprano para arreglarme y llegar a la
facultad a tiempo.
Intento cerrar los ojos pero no paro de pensar, de recordar cómo Pedro me
suplicaba en sueños que volviera a casa. Aunque fuera un sueño, me mata verlo
así. Después de dar mil vueltas en el pequeño sofá, decido hacer lo que debería
haber hecho antes.
Abro la puerta de la habitación de Zed y lo oigo roncar con suavidad. No
lleva camiseta y está durmiendo boca abajo con los brazos a modo de almohada.
Una batalla campal se libra en mi interior mientras él se despierta.
—¿Pau? —Se incorpora—. ¿Estás bien? —Parece alarmado.
—Sí..., perdona que te haya despertado... Me preguntaba si me dejarías
dormir aquí —digo tímidamente.
Me mira un segundo antes de decir:
—Por supuesto que sí —y se mueve un poco para dejarme sitio en la cama.
Trato de ignorar que en la cama no hay sábanas. Al fin y al cabo, es un
estudiante y no todo el mundo es tan pulcro como yo. Me pasa una almohada y me
tumbo a su lado. Estamos a menos de treinta centímetros.
—¿Quieres hablar? —pregunta.
«¿Quiero hablar?», me pregunto.
—No, esta noche, no. No consigo aclararme las ideas.
—¿Hay algo que yo pueda hacer? —Tiene una voz muy dulce en la oscuridad.
—¿Puedes acercarte un poco más? —le pido, y eso es justo lo que hace.
Estoy nerviosa y me vuelvo para verle la cara. Me acaricia la mejilla con
el pulgar. Es una caricia tierna y delicada.
—Me alegro de que estés aquí conmigo y no con él —susurra.
—Yo también
—contesto sin saber si lo digo de corazón o no.
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