Divina

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jueves, 26 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 120


Pau

—¿Quién empezó? —pregunto, esforzándome por no sacar mis propias conclusiones como de costumbre.

Pedro intenta mirarme a los ojos, pero aparto la mirada.

—He ido a buscarlo después de acompañarte a clase —dice.

—Me prometiste que lo dejarías en paz.

—Lo sé.

—Y ¿por qué no lo has hecho?

—Se pasó de la raya. Empezó a provocarme. Me dijo que habíais follado. —Me mira con absoluta desesperación—. No me estás mintiendo respecto a eso, ¿verdad? —pregunta, y casi pierdo la compostura.

—No pienso volver a contestar a esa pregunta. Ya te he dicho que no ha pasado nada entre nosotros, y aquí estás, volviendo a preguntármelo en una maldita celda —digo frustrada.

Pone los ojos en blanco y se sienta en el pequeño banco metálico del calabozo. Me está cabreando de verdad.

—¿Por qué has ido a buscarlo? Quiero saberlo.

—Porque tenía que darle una paliza, Pau. Quería que supiera que no debe volver a acercarse a ti. Estoy harto de sus putos jueguecitos y de que crea que tiene posibilidades contigo. ¡Lo he hecho por ti!

Me cruzo de brazos.

—¿Cómo te sentirías tú si yo hubiera ido a buscarlo después de haberte dicho que no lo haría? Creía que los dos estábamos intentando hacer que esto funcionara, pero me has mentido descaradamente. Sabías que no ibas a cumplir tu parte del trato, ¿verdad?

—Sí, lo sabía, ¿vale? Pero eso ahora ya no importa, lo hecho hecho está —resopla como un niño furioso.

—A mí sí me importa, Pedro. No paras de meterte en líos innecesariamente.

—Era muy necesario, Pau.

—¿Dónde está Zed? ¿También está en la cárcel?

—Esto no es una cárcel.

Pedro...

—No sé dónde está, ni me importa, y a ti tampoco. No vas a acercarte a él.

—¡Deja de ser así! ¡Deja de decirme lo que puedo o no puedo hacer! ¡No lo soporto, joder!

—¿Estás diciendo tacos? —replica con una sonrisa divertida.

¿Por qué le parece gracioso? Esta situación no tiene ninguna gracia. Empiezo a alejarme de él y la sonrisa desaparece de sus labios.

—Pau, vuelve —me pide, y me doy la vuelta.

—Voy a buscar a tu padre para ver qué pasa.

—Dile que se dé prisa.

Le gruño literalmente mientras me alejo. Piensa que porque su padre es el rector se va a ir de rositas y, sinceramente, espero que así sea, pero me pone de los nervios ver la poca importancia que le da a todo este asunto.

—¡¿Qué cojones miráis?! —lo oigo gritarles a los policías, y me froto las sienes con los dedos.

Encuentro a Ken y a Landon hablando con un hombre mayor de pelo cano y bigote. Lleva una corbata y unos pantalones negros de vestir, y por su porte diría que es alguien importante. Cuando Landon advierte mi presencia, se acerca a mí.

—¿Quién es ése? —le pregunto en voz baja.

—Es el decano.

—Eso es el vicerrector, ¿verdad?

Mi amigo parece preocupado.

—Sí.

—¿Qué pasa? ¿Qué dicen? —Intento escuchar la conversación, pero no oigo nada.

—Pues... la cosa no pinta bien. Ha habido muchos daños en el laboratorio donde estaba Zed. Estamos hablando de miles de dólares de desperfectos. Y, además, Zed tiene la nariz rota y una conmoción cerebral. Se lo han llevado al hospital.

Empieza a hervirme la sangre. No le ha dado a Zed una simple paliza. ¡Ha estado a punto de matarlo!

—Además, Pedro tiró a un profesor al suelo. Una chica que va a la misma clase que Zed ya ha firmado una declaración en la que dice que Pedro iba buscándolo. La cosa pinta muy mal. Ken está haciendo todo lo posible para evitar que Pedro vaya a la cárcel, pero no sé si será posible. —Landon suspira y se pasa los dedos por el pelo—. Lo único que evitará que lo encarcelen es que Zed decida no presentar cargos. E, incluso así, no sé si será posible.

La cabeza me da vueltas.

—Expulsión —oigo decir al hombre de pelo cano, y Ken se frota la barbilla.

«¿Expulsión?» ¡No pueden expulsar a Pedro! Dios mío, esto es un desastre.

—Es mi hijo —dice Ken en voz baja, y yo me acerco a hurtadillas a ellos.

—Lo sé, pero atacar a un profesor y destrozar bienes de la universidad no es ninguna tontería — repone el hombre.

Maldito sea Pedro y su temperamento.

—Esto es un desastre —le digo a Landon, y él asiente hoscamente.

Quiero tirarme al suelo y echarme a llorar o, mejor aún, quiero entrar en la celda donde está encerrado Pedro y darle un puñetazo en toda la cara. Pero ninguna de esas dos cosas va a ayudar.

—¿Y si hablas con Zed y le pides que no presente cargos? —sugiere Landon.

Pedro se volvería loco si se enterara de que me he acercado a él.

Aunque no debería hacerle caso. Él no me lo hace a mí.

—Lo sé —responde Landon—, pero no se me ocurre qué más sugerir.

—Supongo que tienes razón. —Miro de nuevo a Ken y me vuelvo en dirección al pasillo, hacia el lugar donde está Pedro.

Él es mi principal prioridad, pero me siento fatal por lo que le ha hecho a Zed, y espero que el chico esté bien. Tal vez si voy a hablar con él pueda convencerlo de que no presente cargos. Eso al menos eliminaría un problema.

—¿Sabes a qué hospital lo han llevado? —le pregunto a Landon.

—Creo que me ha parecido oír que estaba en el Grandview.

—Vale. Bien, iré allí primero.

—¿Quieres que te acerque a tu coche?

—Mierda. Me ha traído Pedro.

Landon se mete la mano en el bolsillo y me entrega las llaves del suyo.

—Toma. Conduce con precaución.

Sonrío a mi mejor amigo.

—Gracias.

No tengo ni la menor idea de qué haría sin él pero, puesto que va a marcharse pronto, supongo que tendré que averiguarlo. Me entristece pensarlo, pero aparto la idea de mi mente; ahora no puedo pararme a pensar en la marcha de Landon.

—Yo iré a hablar con Pedro para contarle lo que está pasando.

—Gracias otra vez. —Le doy un fuerte abrazo.

Cuando llego a la puerta, la voz furiosa de Pedro retruena por el pasillo.

—¡Pau! ¡Ni se te ocurra ir a verlo! —grita.

Hago caso omiso y abro la puerta doble.

—¡Lo digo en serio! ¡¡¡Pau!!! ¡Vuelve ahora mismo!

El aire frío amortigua su voz cuando salgo. ¿Cómo se atreve a decirme lo que tengo que hacer de esa manera? ¿Quién se ha creído que es? Está hecho un asco porque es incapaz de controlar su temperamento y sus celos. Estoy intentando ayudarlo a solucionar esto. 

Tiene suerte de que no le haya dado un guantazo por haber roto su promesa. Joder, es desesperante.

Cuando llego al hospital Grandview, la mujer en el puesto de enfermería se niega a proporcionarme información sobre Zed. No me confirma si está aquí ni si ha venido en algún momento.

—Es mi novio, y necesito verlo —le digo a la joven rubia de bote.

Hace un globo con el chicle y se enrosca un mechón de pelo en el dedo.

—¿Tu novio? ¿El chico lleno de tatuajes? —Se echa a reír, está claro que no me cree.

—Sí. Ése mismo —digo en tono severo, casi amenazador, y me sorprende lo intimidante que puedo llegar a sonar.

Parece ser que funciona, porque se encoge de hombros y me indica:

—Por ese pasillo. Es la primera puerta a la izquierda —y se marcha.

Bueno, no ha sido tan difícil. Debería mostrarme así de contundente más a menudo. Sigo las instrucciones que me ha dado y llego a la primera puerta a la izquierda. Está cerrada, de modo que llamo despacito antes de entrar. Espero que no se haya confundido de habitación.
Zed está sentado en el borde de la cama del hospital. Sólo lleva puestos unos vaqueros y unos calcetines. Su cara...

—¡Dios mío! —exclamo sin remedio al verlo.

Ya sabía que tenía la nariz rota, pero su aspecto es espantoso. La tiene totalmente hinchada, y los dos ojos morados. Su pecho está cubierto de vendajes. Sólo el conjunto de estrellas que lleva tatuadas debajo de la clavícula está descubierto y sin cortes.

—¿Estás bien? —pregunto acercándome a la cama.

Espero que no esté enfadado conmigo por haber venido aquí, al hospital; al fin y al cabo, todo esto es por mi culpa.

—No mucho —contesta tímidamente.

Exhala hondo y se atusa el pelo antes de abrir los ojos. A continuación da unas palmaditas sobre la cama a su lado y me acerco para sentarme junto a él.

—¿Quieres contarme lo que ha pasado?

Zed me mira a los ojos con los suyos de color caramelo y asiente.

—Yo estaba en el laboratorio, no en el que estuvimos el otro día, sino en el de tejidos vegetales. De repente ha llegado y se ha puesto a decirme que me alejara de ti.

—Y ¿qué ha pasado después?

—Le he dicho que no le perteneces y me ha estampado la cabeza contra una barrera de metal.

Me encojo de dolor al oírlo y ver su nariz.

—¿Le has dicho que te acostaste conmigo? —le pregunto, sin saber si creérmelo o no.

—Sí, se lo he dicho. Y lo siento muchísimo, pero tienes que entender que me estaba atacando, y sabía que ésa era la única forma de detenerlo. Me siento como un capullo por haber dicho eso, lo siento mucho, Pau.

—Me prometió que no te haría nada si me mantenía alejada de ti —le digo.

—Bueno, pues parece ser que ha vuelto a romper otra de sus promesas —replica señalando su nariz.

Me quedo callada un minuto intentando reproducir la pelea en mi mente. Estoy furiosa con Zed por haberle dicho a Pedro que nos acostamos juntos, pero me alegro de que lo haya admitido y se haya disculpado. No sé con cuál de los dos estoy más enfadada. Es difícil enojarse con Zed cuando lo tengo aquí al lado, con tantas lesiones por mi culpa, y a pesar de eso sigue mostrándose amable conmigo.

—Lamento que esto siga sucediendo por mi culpa —le aseguro.

—No es culpa tuya. Es mía, y de él. Él sólo te ve como una especie de propiedad, y me saca de quicio. ¿Sabes qué me dijo? Que no debería «meterme con algo que es suyo»; así es como habla de ti cuando no estás delante, Pau —dice con voz sosegada y tranquila, muy distinta de la de Pedro.

A mí tampoco me gusta que piense que le pertenezco, pero me preocupa que los demás también lo vean. Pedro no es capaz de dominar sus emociones, y nunca había tenido una relación.

—Sólo está siendo territorial.

—No puedo creer que lo estés defendiendo.

—No es eso. No sé qué pensar. Está en la cárcel... Bueno, está en una celda en el campus, y tú estás en el hospital. Todo esto es demasiado para mí. Sé que no debería quejarme, pero estoy harta de tanto drama todo el tiempo... Cada vez que siento que puedo respirar tranquila, pasa algo que lo fastidia. Me estoy asfixiando.

—Él te está asfixiando —me corrige.

No es sólo Pedro. Es todo: esta facultad, la traición de mis supuestos amigos, Pedro, Landon me abandona, mi madre, Zed...

—Esto me lo he hecho a mí misma.

—Deja de culparte por sus errores —responde Zed algo irritado—. Hace estas cosas porque no le importa nadie que no sea él. Si le importaras, no habría venido a por mí y no habría roto su promesa. No te habría dejado plantada la noche de su cumpleaños... Podría ponerte mil ejemplos.

—¿Me escribiste mensajes desde su móvil?

—¿Qué? —Apoya la mano en la cama para acercarse a mí—. ¡Joder! —Silba de dolor.

—¿Necesitas algo? ¿Llamo a una enfermera? —le ofrezco, distrayéndome momentáneamente de mi pregunta.

—No, voy a vestirme para largarme de aquí. Deben de estar terminando de prepararme el alta. Bueno, ¿qué decías de unos mensajes? —pregunta.

Pedro cree que fuiste tú quien me escribió unos mensajes la noche de su cumpleaños fingiendo ser él para que pensara que iba a venir cuando él no sabía nada.

—Está mintiendo. Yo jamás haría algo parecido, y lo sabes.

—No lo sé, él cree que estás intentando hacer que lo odie o algo así.

La mirada de Zed es tan intensa que me siento obligada a apartar la mía.

—Eso ya lo está consiguiendo él solito, ¿no?

—No —le contesto. Por muy enfadada que esté con él y por mucho que me estén confundiendo las palabras de Zed, quiero defender a Pedro.

—Sólo dice eso para que pienses que soy una especie de villano o algo así, cuando no lo soy. Yo siempre he estado ahí para ti cuando él no estaba. Ni siquiera es capaz de cumplir las promesas que te hace. Ha entrado en el laboratorio y me ha atacado, ¡a mí y a un profesor! No paraba de decir que iba a matarme, y lo he creído. Si el señor Sutton no hubiera aparecido, lo habría hecho. Ya sabe que puede conmigo, me ha golpeado en numerosas ocasiones. —Zed tiembla y se pone de pie. Coge su camiseta verde de la silla y levanta los brazos para ponérsela—. Mierda. —Se le cae al suelo.

Me levanto de la cama para ayudarlo y recojo la camiseta.

—Levántalos todo lo que puedas —digo, y él alza los brazos hacia adelante para ayudarme a vestirlo.

—Gracias. —Intenta sonreír de nuevo.

—¿Qué es lo que más te duele? —le pregunto, evaluando su rostro hinchado otra vez.

—El rechazo —responde tímidamente.

«Touchée.»

Bajo la vista y empiezo a quitarme las pielecitas de alrededor de las uñas.

—La nariz —añade para quitarle peso al asunto—. Cuando me la han colocado en su sitio.

—¿Vas a presentar cargos contra él? —Por fin le hago la pregunta que he venido a hacerle.

—Sí.

—Por favor, no lo hagas —le suplico mirándolo a los ojos.

—Pau, no me pidas eso. No es justo.

—Lo sé. Lo siento, pero si presentas cargos irá a la cárcel, a la cárcel de verdad.
La sola idea hace que sienta pánico de nuevo.

—Me ha roto la nariz y tengo una conmoción; si me llega a estampar la cabeza contra el suelo una vez más, me habría matado.

—No estoy diciendo que lo que ha hecho esté bien, pero te lo ruego, por favor, Zed. Ya va a tener problemas en la universidad. Sé que está muy mal que te pida esto pero, por favor, al menos piénsalo.

—Y ¿tú qué vas a hacer? —me pregunta.

—No lo sé, me están pasando muchas cosas últimamente y no puedo pensar con claridad— admito.

—Está bien —suspira—. No presentaré cargos contra él pero, por favor, prométeme que pensarás en todo esto. Que pensarás en lo fácil que podría ser tu vida sin él, Pau. Me ha atacado sin ningún motivo, y aquí estás tú limpiando su mierda, como siempre —dice claramente irritado.

Y no se lo reprocho. Estoy usando sus sentimientos en su contra para persuadirlo de que no presente cargos contra Pedro.

—Lo haré. Muchísimas gracias —le digo, y Zed asiente.

—Ojalá me hubiera enamorado de alguien que pudiera corresponderme —añade en un tono tan bajo que apenas si puedo oírlo.


¿«Enamorado»? ¿Zed está enamorado de mí? Sabía que sentía algo... Pero ¿amor? Su pelea con Pedro, y la razón por la que está en el hospital en estos momentos, ha sido por mi culpa. Pero ¿me quiere? Tiene novia, y yo no paro de romper y de volver con Pedro. 

Lo miro y rezo para que sea la medicación la que habla por él.

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