Pedro
Mis palabras son ciertas. Siempre la encuentro. Y suelo encontrarla
haciendo cosas que me sacan de mis casillas, como estando en compañía de Trevor
o de Zed.
No me puedo creer que salga y los descubra aquí sentados en el muro,
hablando sobre cómo se escondía de mí. Esto es una mierda. Se aferra a Zed para
no perder el equilibrio mientras recorro el césped helado.
— Pedro —exclama claramente sorprendida ante mi presencia.
—Sí, Pedro —digo repitiendo sus palabras.
Zed se aparta de ella e intento mantener la calma. ¿Por qué cojones está
aquí fuera sola con Zed? Le dije que se quedara dentro. Cuando le he preguntado
a Steph dónde coño estaba Pau, lo único que me ha respondido ha sido «Zed».
Después de cinco minutos buscándola por toda la casa, principalmente en las
habitaciones, por fin he salido a buscarla afuera, y aquí están. Juntos.
—Se suponía que tenías que quedarte dentro —digo, y añado «nena» para
suavizar mi tono severo.
—Y se suponía que tú ibas a volver enseguida —me contesta—. Cariño.
Exhalo e inspiro hondo antes de hablar de nuevo. Siempre reacciono a todos
mis impulsos, y estoy intentando dejar de hacerlo. Pero, joder, no me lo pone
fácil.
—Vayamos adentro —digo, y estiro la mano esperando que me dé la suya.
Tengo que alejarla de Zed y, para ser sincero, yo también tengo que
alejarme de él. Ya le di una paliza en su día, y a una parte de mí no le
importaría volver a dársela.
—Voy a hacerme un tatuaje, Pedro —me dice Pau mientras la ayudo a bajar del
muro.
—¿Qué?
«¿Está borracha?»
—Sí... Deberías ver el tatuaje nuevo de Zed. Es muy bonito. —Sonríe—.
Enséñaselo, Zed.
¿Por qué coño está mirándole los tatuajes? ¿Qué me he perdido? ¿Qué más
estaban haciendo? ¿Qué más le ha enseñado? Siempre ha ido detrás de ella, desde
el día que la conoció, como yo. La diferencia es que yo sólo quería follármela
y a él le gustaba de verdad. Pero gané yo, me eligió a mí.
—No creo... —empieza Zed, visiblemente incómodo.
—No, no. Adelante, enséñamelo, por favor —digo con sarcasmo.
Él exhala un poco de humo y, para mi espanto y mi absoluto disgusto, se
levanta la camiseta. Cuando se aparta el vendaje veo que el tatuaje en sí mola
bastante, pero no entiendo por qué cojones ha tenido la necesidad de mostrárselo
a mi chica.
Pau sonríe.
—¿A que es fantástico? Yo quiero uno. ¡Voy a tatuarme una cara sonriente!
No puede estar hablando en serio. Me muerdo el labio inferior para evitar
reírme en su cara. Miro a Zed, que sacude la cabeza y se encoge de hombros.
Parte de mi enfado desaparece ante el ridículo tatuaje que pretende hacerse.
—¿Estás borracha? —le pregunto.
—Puede —dice con una risa tonta.
«Genial.»
—¿Cuánto has bebido? —pregunto.
Yo me he tomado dos copas, pero es evidente que ella ha bebido más.
—No lo sé... ¿Cuánto has bebido tú? —bromea, y me levanta la camiseta.
Apoya sus manos frías contra mi piel caliente y me encojo antes de que
hunda la cabeza en mi pecho.
«¿Lo ves, Zed? Es mía. No tuya ni de nadie más, sólo mía.» —¿Cuánto ha
bebido? —le pregunto a él.
—No sé cuánto habrá bebido antes, pero acabamos de jugar dos partidas de
Birra pong... con vodka sour de cereza.
—¿Cómo que «acabamos»? ¿Habéis jugado a Birra pong juntos? —pregunto con
los dientes apretados.
—No. ¡A Vodka sour de cereza pong! —me corrige Pau, muerta de risa, y
levanta la cabeza—. ¡Y hemos ganado! ¡Dos veces! He tirado yo casi todo el
tiempo. Steph y Tristan también eran bastante buenos, pero les hemos dado una
paliza. ¡Dos veces! —
Levanta la mano como esperando a que Zed se la choque, y
él hace el gesto en el aire de mala gana desde el lugar donde permanece
sentado.
Así es Pau, una tía que está tan acostumbrada a ser la mejor y la más lista
en todo que hasta se alegra de ganar un juego de Birra pong.
Y me encanta.
—¿Vodka a palo seco? —le pregunto a Zed.
—No, la mezcla tenía sólo un poco de vodka, pero ha bebido muchos vasos.
—¿Y la has traído aquí a la oscuridad sabiendo que estaba borracha?
—inquiero alzando la voz.
Pau acerca el rostro al mío y puedo oler la combinación de vodka en su
aliento.
— Pedro, por favor, relájate. He sido yo quien le ha pedido si podía salir
aquí con él. Al principio me ha dicho que no, porque sabía que reaccionarías...
así. —Frunce el ceño e intenta apartar las manos de mi estómago desnudo, pero
yo vuelvo a colocarlas contra mi piel. Rodeo su cintura con los brazos y la
estrecho más contra mí.
«¿Que me relaje? ¿Acaba de decirme que me relaje?»
—Y no nos olvidemos de que tú me has dejado sola. Podríamos haberr sssido
commmpañeros de Birrrrra pong —añade arrastrando las palabras.
Sé que tiene razón, pero me está cabreando. Con toda la gente que había,
¿por qué ha tenido que jugar precisamente con Zed? Sé que él todavía siente
algo por ella, nada comparado con lo que siento yo, pero por cómo la mira sé
que ella le importa.
—¿Tengo o no razón? —pregunta ella.
—Sí, Pau —gruño para ver si así se calla.
—Me voy adentro —anuncia Zed, y tira el cigarrillo al suelo antes de
marcharse.
Pau se queda mirándolo.
—Eres un tocahuevos —dice mientras intenta apartarse de mí de nuevo—.
Deberías volver a lo que fuera que estuvieras haciendo.
—No pienso ir a ninguna parte —replico, pasando por alto a propósito su
comentario sobre mi ausencia.
—Pues deja de ser tan capullo, porque esta noche pienso divertirme.
Me mira. Sus iris parecen aún más claros que de costumbre con las rayas
negras que se ha pintado alrededor de los ojos.
—No puedes esperar que me alegre de encontrarte a solas con Zed.
—¿Preferirías que estuviera a solas con otra persona?
Se pone de muy mala leche cuando está borracha.
—No, no me estás entendiendo... —digo.
—No hay nada que entender. No he hecho nada malo, así que deja de
comportarte como un imbécil o no pienso estar contigo —me amenaza.
—Vale, estaré de mejor humor. —Pongo los ojos en blanco.
—Y tampoco pongas los ojos en blanco —me regaña, y aparto los brazos de su
cintura.
—Vale, tampoco pondré los ojos en blanco. —Sonrío.
—Así me gusta —dice, e intenta contener una sonrisa.
—Esta noche estás muy mandona.
—El vodka me hace más valiente.
Siento cómo sus manos descienden por mi vientre.
—Entonces ¿quieres hacerte un tatuaje? —pregunto, y le subo las manos otra
vez, pero ella desafía mi intento y las baja más aún.
—Sí, puede que cinco. —Se encoge de hombros—. No lo tengo claro.
—No vas a tatuarte nada. —Me río, aunque lo digo muy en serio.
—¿Por qué no? —Sus dedos juegan con el elástico de mi bóxer.
—Ya hablaremos de eso mañana, cuando estés sobria. —Sé que no le parecerá
tan buena idea cuando no esté borracha—. Vayamos adentro.
Desliza la mano en el interior de mi bóxer y se pone de puntillas. Doy por
hecho que va a besarme en la mejilla, pero acerca la boca a mi oreja. Siseo
entre dientes cuando me estruja suavemente con la mano.
—Yo creo que deberíamos quedarnos aquí fuera —susurra.
«Joder.»
—Va a ser verdad que el vodka te hace más valiente —digo, y mi voz
entrecortada me traiciona.
—Sí..., y me pone cach... —empieza a decir, demasiado alto.
Le tapo la boca cuando un grupo de chicas borrachas pasan por nuestro lado.
—Tenemos que entrar, hace frío, y no creo que a esta gente le haga gracia
que te folle entre los arbustos. —Sonrío con aire de superioridad y sus pupilas
se dilatan.
—Pero a mí sí me la haría —replica en cuanto le quito la mano de la boca.
—Joder, Pau, unas pocas bebidas y te has vuelto una obsesa sexual.
Me río y recuerdo el viaje a Seattle y las obscenidades que salieron de sus
labios carnosos. Tengo que llevarla adentro antes de tomarle la palabra y
arrastrarla hasta los arbustos. Me guiña un ojo.
—Sólo por ti.
Me echo a reír.
—Vamos. —Le ofrezco la mano y tiro de ella por el patio hasta la casa.
Ella hace pucheros hasta que entramos y eso provoca que me duela la
entrepierna más todavía, especialmente cuando saca el labio inferior. Me dan
ganas de volverme y mordérselo. Joder, estoy tan cachondo como ella, y yo no
estoy borracho. Puede que un poco colocado, pero borracho no. Se habría
enfadado mucho si me hubiera visto arriba.
Yo no he fumado, pero estaba en la
habitación, y no paraban de echarme el humo a la cara.
La arrastro entre la multitud y la dirijo hasta la habitación menos
atestada del piso de abajo, que resulta ser la cocina. Pau apoya los codos en
la isla y me mira. ¿Cómo puede estar igual de guapa que cuando salimos de casa?
Todas las demás chicas tienen un aspecto espantoso a estas horas, después de la
primera bebida se les empieza a correr el maquillaje, se les alborota el pelo y
su aspecto es desaliñado. Pero Pau, no. Pau parece una puta diosa en
comparación con ellas. En comparación con cualquiera.
—Quiero otra bebida, Pedro —dice, pero cuando niego con la cabeza, me saca
la lengua como una niña—. Por favor... Me lo estoy pasando bien, no seas
aguafiestas.
—Vale, una más, pero debes dejar de hablar como si tuvieras diez años
—bromeo.
—De acuerdo, señor. Le ruego acepte mis disculpas por mi inmaduro lenguaje.
No volveré a repetir semejante indiscreción...
—O como una vieja —digo, riéndome—. Pero puedes volver a llamarme señor.
—Joder, vale, tío. Coño, dejaré de hablar como una puta... —empieza, pero
no termina la frase porque los dos empezamos a reírnos a carcajadas.
—Esta noche estás como una cabra —le digo.
Se ríe.
—Lo sé, es divertido.
Me alegro de que lo esté pasando bien, aunque no puedo evitar sentirme
molesto por el hecho de que lo haya pasado bien con Zed y no conmigo. Sin
embargo, no voy a decir nada porque no quiero fastidiarla.
Se incorpora y da un trago a su bebida.
—Vamos a buscar a Steph —propone.
—¿Ya sois amigas otra vez? —le pregunto mientras la sigo. No sé cómo me
siento al respecto.
Supongo que me parece bien...
—Eso creo. ¡Mira, ahí están! —exclama señalando a Tristan y a Steph
sentados en el sofá.
Cuando entramos en el salón, un pequeño grupo de tíos que están sentados en
el suelo se vuelven para mirar a Pau. Ella ni siquiera se percata de sus
expresiones lascivas, pero yo sí. Les lanzo una mirada de advertencia y casi
todos se vuelven de nuevo menos un tipo rubio que se parece ligeramente a Noah.
Sigue mirando mientras pasamos. Yo me planteo si darle una patada en la cara
sería buena idea o no. Pero decido coger a Pau de la mano en lugar de dar
hostias, al menos por ahora.
Ella se vuelve al instante para mirar nuestras manos unidas, y abre unos
ojos como platos. ¿Por qué se sorprende tanto? Bueno, ya sé que normalmente no
me siento cómodo haciéndolo, pero en esta ocasión, sí... ¿O no?
—¡Por fin aparecéis! —grita Steph mientras nos acercamos.
Molly está sentada en el suelo, al lado de un tipo que reconozco. Estoy
seguro de que es un estudiante de primer curso y que su padre tiene terrenos en
Vancouver, lo que lo convierte en un hijo de papá. Hacen una pareja ridícula,
pero me alegro de que no me agobie por ahora. Es una pesada, y Pau la detesta.
—Estábamos fuera —explico.
—Me aburro —dice Nate, meneando la cerveza con el dedo.
Me acomodo en un extremo del sofá y siento a Pau sobre mi regazo. Todos nos
miran, pero me importa una mierda. Que alguien se atreva a decir algo. Al cabo
de unos segundos, todos apartan la mirada excepto Steph, que se queda
observándonos más tiempo de la cuenta antes de sonreír. No le devuelvo el gesto,
pero no le digo nada tampoco, lo cual es un avance, ¿no?
—Deberíamos jugar a Verdad o desafío —sugiere alguien, y tardo un instante
en asimilar quién ha sido.
«¿Qué cojones...?»
Levanto la cabeza y miro a Pau, que sigue sentada sobre mi regazo.
—Ya, como si de verdad quisieras jugar —replica Molly mofándose de ella.
—¿A qué viene eso? Tú odias esos juegos —le digo en voz baja.
Ella sonríe con malicia.
—No lo sé, creo que esta noche podría ser divertido.
Sigo su mirada hasta Molly, y no sé si quiero saber lo que está pasando por
la preciosa cabecita de Pau.
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