Pau
No me puedo creer que Pedro haya tenido la poca vergüenza de acusarme de
intentar quedarme embarazada o de pensar siquiera que sería capaz de hacerle
algo así..., a él y a mí misma. Es totalmente absurdo.
Todo iba muy bien —demasiado bien, la verdad—, hasta que ha mencionado lo
del condón. Debería haber salido del agua y haber cogido uno. Sé que tenía un
montón en la parte superior de su maleta. Vi cómo los embutía ahí después de
que yo hiciera las maletas perfectamente ordenadas.
Debe de sentirse frustrado con todo este lío de Seattle y por eso ha
reaccionado de manera tan exagerada, y puede que yo también. Después del cabreo
que me he cogido tras los groseros comentarios de Pedro y de que haya echado a
perder nuestro... momento en el jacuzzi, necesito una ducha de agua caliente.
Segundos más tarde, el agua empieza a surtir su efecto en mis tensos músculos,
me relaja los nervios y me aclara las ideas. Ambos hemos reaccionado de manera
exagerada, él más que yo, y la discusión era totalmente innecesaria. Alargo la
mano para coger el champú, y entonces me doy cuenta de que estaba tan centrada
en alejarme de él que he olvidado coger mi neceser. Genial.
—¿ Pedro? —lo llamo.
Dudo que me oiga con el ruido de la ducha y del jacuzzi, pero aparto la
cortina de flores y espero a que aparezca por si acaso. Al cabo de unos
segundos, al ver que no lo hace, cojo la toalla y me cubro con ella. Dejando un
rastro de agua a mi paso, me dirijo al dormitorio y me acerco hasta las
maletas, que están sobre la cama. Entonces oigo la voz de Pedro.
No distingo lo que dice, pero sí su tono de fingida cortesía, lo que me
lleva a la conclusión de que está intentando ser amable y ocultar su
frustración. Y eso me lleva a la conclusión de que le importa lo suficiente esa
conversación como para no ser él mismo.
Recorro a hurtadillas el suelo de madera y, como tiene puesto el altavoz,
oigo que alguien dice:
—Porque soy agente
inmobiliaria, y mi trabajo es llenar apartamentos vacíos.
Pedro suspira.
—Vale, y ¿tienes algún
apartamento más que llenar? —pregunta.
Un momento... ¿ Pedro está intentando conseguirme un apartamento? La idea me deja pasmada a
la par que emocionada. Por fin empieza a ceder con lo de Seattle y está
tratando de ayudarme en lugar de ponerme trabas. Ya era hora.
La mujer al otro lado del teléfono, cuya voz, por cierto, me resulta
bastante familiar, responde:
—Cuando hablé contigo me
diste la impresión de que no debía perder el tiempo buscándole un apartamento a
tu amiga Pau.
«¿Qué? Espera... Entonces ¿él...?» No sería capaz.
—En realidad..., no es
tan horrible como te la pinté. No ha destrozado ningún apartamento ni se ha
marchado sin pagar —dice, y se me cae el alma a los pies.
Sí ha sido capaz.
Cruzo las puertas del balcón hecha una furia.
—¡Eres un cerdo egoísta! —Grito lo primero que me viene a la cabeza.
Pedro se vuelve hacia mí, pálido y con la boca muy abierta. Se le cae el
teléfono al suelo y me mira como si fuese una especie de horrible criatura que
ha venido para acabar con él.
—¿Hola? —dice la voz de Sandra
a través del altavoz, y él se agacha para coger el teléfono y silenciarla.
La furia me invade.
—¿Cómo has podido? ¿Cómo has podido hacer algo así?
—Es que... —empieza.
—¡No! ¡Ni se te ocurra hacerme perder el tiempo con tus excusas! ¡¿En qué
diablos estabas pensando?! —grito agitando frenéticamente un brazo en su
dirección.
Corro echando humo de nuevo al dormitorio y él me sigue, rogándome:
—Pau, escúchame.
Me vuelvo herida, y fuerte, y dolida, y airada.
—¡No! Escúchame tú a mí, Pedro —digo con los dientes apretados intentando
bajar la voz. Pero no puedo—: ¡Estoy harta de esto! ¡Estoy harta de que
intentes sabotear todo aquello de mi vida que no tiene que ver contigo! —grito
apretando los puños con fuerza a los costados.
—No es eso lo que...
—¡Cállate! ¡Cierra la maldita boca! Eres un egoísta y un arrogante...,
eres... ¡Grrr!
No pienso con claridad. No paro de echar pestes por la boca y de agitar las
manos en el aire delante de mí.
—No sé en qué estaba pensando. Pero justo estaba intentando solucionarlo.
Lo cierto es que no debería sorprenderme. Debería haber imaginado que Pedro
estaba detrás de la repentina desaparición de Sandra. No es capaz de dejar de
interferir en mi vida, en mi carrera, y ya estoy harta.
—Exacto; justo a eso me refería. Siempre haces algo. Siempre me ocultas
algo. Siempre encuentras nuevas maneras de controlar todo lo que hago, ¡y ya no
lo aguanto más! Esto es demasiado. —No puedo evitar pasearme de un lado a otro
de la habitación, mientras Pedro me observa con cautela—. Puedo soportar que
seas un poco sobreprotector y que te pelees de vez en cuando. Mierda, puedo
soportar que seas un auténtico capullo la mitad del tiempo porque en el fondo
sé que sólo haces lo que crees que es mejor para mí. Pero estás intentando
arruinar mi futuro, ¡y no pienso permitirlo, joder!
—Lo siento —dice. Y sé que lo dice de verdad, pero...
—¡Siempre lo sientes! Siempre es la misma mierda: haces algo, me ocultas
algo, dices algo, lloro, dices que lo sientes y, ¡hala!, todo olvidado —digo
apuntándolo con un dedo—. Pero esta vez no va a ser así.
Siento una tremenda necesidad de darle un bofetón en toda la cara pero, en
lugar de hacerlo, busco algo con lo que descargar mi ira. Agarro un almohadón
con volantes de la cama y lo tiro contra el suelo. Cojo otro y hago lo mismo.
No ayuda mucho a sofocar la rabia que me quema por dentro, pero me sentiría aún
peor si destrozara alguna de las cosas de Karen.
Esto es agotador, y no sé cuánto más voy a poder aguantar sin venirme
abajo.
A la mierda. No pienso venirme abajo esta vez. Estoy harta de hacerlo, es
lo que hago siempre. Necesito recoger mis propios pedazos, recomponerlos y
apartarlos de Pedro para evitar que terminen de nuevo hechos añicos a sus pies.
—Estoy harta de este círculo vicioso. Te lo he dicho mil veces, pero no me
escuchas. Siempre encuentras la manera de continuarlo, y no puedo más. ¡Se
acabó!
Creo que jamás había estado tan enfadada con él. Sí, ha hecho cosas peores,
pero siempre las he superado. Nunca antes habíamos estado en esta situación,
una situación en la que yo pensaba que él había dejado de ocultarme cosas, y en
la que creía que había entendido que no puede interferir en mi carrera. Esta
oportunidad es muy importante para mí. He sido testigo toda mi vida de lo que
le pasa a una mujer que no tiene nada propio. Mi madre nunca ha tenido nada que
haya conseguido por sí misma, algo que fuera suyo, y yo necesito eso. Necesito
hacer esto, necesito demostrar que, a pesar de ser joven, puedo labrarme un
porvenir por mí misma, cosa que ella no fue capaz de hacer. No puedo permitir
que nadie me arrebate esta oportunidad como lo hizo ella.
—¿Se acabó... lo nuestro? —pregunta con voz temblorosa y entrecortada—. Has
dicho que se acabó...
No sé qué es lo que se ha acabado. Debería ser lo nuestro, pero sé que no
debo decir eso ahora mismo. Normalmente, a estas alturas ya estaría llorando y
perdonándolo con un beso..., pero hoy no.
—Joder, estoy agotada y no lo soporto. ¡Las cosas no pueden seguir así!
¡Ibas a dejar que me fuese a Seattle sin un sitio donde vivir para forzarme a
quedarme aquí!
Pedro se coloca delante de mí, en silencio. Respiro hondo esperando que mi
ira disminuya, pero no lo hace. No para de aumentar hasta que prácticamente
empiezo a verlo todo rojo. Cojo el resto de los almohadones e imagino que son
floreros de cristal que se estrellan contra el suelo formando un estropicio
para que otro lo recoja. El problema es que acabaría siendo yo quien lo
hiciera. Él no se arriesgaría a cortarse para evitar que me cortase yo.
—¡Lárgate! —le grito.
—No, lo siento, ¿vale? Yo...
—¡Que te largues! —escupo, y él me mira como si no me conociera de nada.
Y puede que así sea.
Deja caer los hombros y sale de la habitación. Cierro la puerta de golpe
cuando lo hace y me dirijo al balcón. Me siento en la silla de mimbre y observo
el mar para intentar relajarme.
No tengo lágrimas, sólo recuerdos. Recuerdos y arrepentimientos.
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