Divina

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martes, 24 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 101

Pau

Para cuando termino de ducharme y secarme el pelo ya son las seis y ya hace rato que el sol se ha escondido. Llamo a la puerta de la habitación de Landon, pero no obtengo respuesta. Tampoco veo su coche aparcado fuera, aunque últimamente ha estado dejándolo en el garaje, así que puede que todavía esté ahí.

No sé qué ponerme porque no sé adónde vamos a ir. No puedo evitar mirar por la ventana constantemente, esperando ansiosa el coche de Pedro. Cuando la brillante luz de los faros aparece por fin, se me hace un nudo en el estómago.

Casi toda mi ansiedad se esfuma al ver que sale del coche vestido con la camisa negra que se puso para la cena. ¿Lleva pantalones de vestir? Madre mía, sí que los lleva. Y zapatos, zapatos negros y brillantes. Vaya. ¿ Pedro se ha arreglado? Me siento inapropiada, pero su manera de mirarme disipa mi desasosiego.

Se ha esforzado mucho. Está muy guapo, e incluso se ha peinado para la ocasión. Lleva el pelo hacia atrás, y sé que ha utilizado algún producto para fijarlo porque no le cae sobre la frente al caminar, como suele hacerlo.
Se ruboriza.

—Esto..., hola.

—Hola. —No puedo dejar de mirarlo. «Un momento...»—. ¿Y tus piercings? —Los aros de metal han desaparecido de su ceja y de su labio.

—Me los he quitado. —Se encoge de hombros.

—¿Por qué?

—No lo sé... ¿No crees que estoy mejor así? —Me mira a los ojos.

—¡No! Me encantaba cómo estabas antes... Ahora también, pero deberías volver a ponértelos.

—Ya no quiero llevarlos. —Se acerca a la puerta del acompañante de su coche y la abre para mí.

Pedro..., espero que no te los hayas quitado pensando que así me vas a gustar más, porque no es verdad. Te quiero del mismo modo. Por favor, vuelve a ponértelos.

Sus ojos se iluminan al oír mis palabras y yo aparto la mirada antes de subirme al coche. Por muy enfadada que esté con él, no quiero que sienta que tiene que cambiar su aspecto por mí. Lo prejuzgué cuando vi sus piercings la primera vez, pero aprendí a amarlos. Forman parte de él.

—No es eso, de verdad. Llevaba ya tiempo pensando en quitármelos. Los he llevado toda la vida y ya me he cansado. Además, ¿quién cojones va a contratarme para un trabajo de verdad con esa mierda en la cara? —Se abrocha el cinturón y me mira.

—Pues claro que te contratarán, estamos en el siglo XXI. Si te gustan...

—No es para tanto. Me gusta bastante el aspecto que tengo sin ellos, es como si ya no me estuviera escondiendo, ¿sabes?

Lo miro de nuevo y analizo su nueva imagen.
Está guapísimo, como siempre, pero resulta agradable que no haya ningún tipo de distracciones en su rostro perfecto.

—Bueno, creo que estás perfecto sea como sea, Pedro; sólo espero que no pienses que quiero que tengas un aspecto determinado, porque no es cierto —le aseguro, y lo digo de verdad.

Cuando me mira, me sonríe con tanta timidez que se me olvida la bronca que quería echarle.

—Bueno, ¿adónde me vas a llevar? —le pregunto.

—A cenar. Es un sitio muy bonito —responde con voz temblorosa.

El Pedro inseguro se ha convertido en mi Pedro favorito.

—¿He oído hablar de él?

—No lo sé. Puede.

El resto del trayecto transcurre en silencio. Murmuro algunas de las canciones de The Fray, canciones que parecen gustarle mucho a Pedro ahora, mientras él mira atento a través del parabrisas.

No para de frotarse el muslo con la mano mientras conduce, y sé que se trata de un tic nervioso.
Cuando llegamos al restaurante, parece sofisticado y muy caro. Todos los vehículos que hay en el aparcamiento valen más que la casa de mi madre, no me cabe duda.

—Pretendía abrirte la puerta —me dice cuando me dispongo a bajar del coche.

—Si quieres, la cierro para que me la abras —le propongo.

—Eso no cuenta, Paula. —Me sonríe con una sonrisa petulante, y no puedo evitar sentir las mariposas en el estómago que aparecen cada vez que me llama por mi verdadero nombre.

Solía sacarme de quicio, pero lo cierto es que me encantaba cada vez que lo decía para chincharme. Me gusta casi tanto como su manera de llamarme «Pau».

—Hemos vuelto a lo de «Paula», por lo que parece. —Le sonrío.

—Sí, así es —contesta, y me coge del brazo.


Veo que su confianza va aumentando a cada paso que damos hacia el restaurante.

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