Pau
«Hola», dice el mensaje de Pedro y, por ridículo que parezca, siento miles de mariposas en el estómago.
«¿Qué tal la fiesta?», le escribo, y me meto otro puñado de palomitas en la boca. Me he pasado dos horas seguidas frente a la pantalla de mi libro electrónico y necesito un descanso.
«Una mierda. ¿Puedo ir a verte?», responde.
Casi salto de la cama. Antes, después de pasarme horas buscando algo decente que regalarle, he tomado la decisión de que mi «espacio» puede esperar hasta después de su cumpleaños. Me da igual si parezco patética o necesitada. Si prefiere pasar el tiempo conmigo en vez de con sus amigos, pienso aceptarlo. Se está esforzando mucho, y tengo que reconocerlo. Es verdad que tenemos que hablar sobre el hecho de que no quiera un futuro conmigo y de cómo afectará eso a mi carrera.
Pero eso puede esperar a mañana. Le contesto:
Sí. ¿Cuánto tardas?
Rebusco en el armario y saco una blusa azul sin mangas que Pedro me dijo en su día que me quedaba bien. Tendré que ponerme unos vaqueros; de lo contrario, pareceré una idiota encerrada en esta habitación con un vestido puesto. Me pregunto cómo irá él. ¿Llevará el pelo hacia atrás como ayer? ¿Se aburría en la fiesta sin mí y ha preferido venir a verme en lugar de quedarse allí? Está cambiando mucho, y lo adoro por ello.
«¿Por qué me pongo tan tonta?»
Media hora.
Corro al cuarto de baño para cepillarme los dientes y quitarme los restos de palomitas. Aunque no debería besarlo, ¿no? Es su cumpleaños..., por un beso no pasará nada y, la verdad, se merece un beso por todo el empeño que ha puesto hasta ahora. Un beso no cambiará nada de lo que estoy intentando hacer.
Me retoco el maquillaje y me paso el cepillo por el pelo antes de recogérmelo en una coleta. Está claro que pierdo el juicio en lo que a Pedro se refiere, pero ya me fustigaré por ello mañana. Sé que no suele celebrar los cumpleaños, pero quiero que éste sea diferente. Me gustaría que supiera que es importante.
Cojo el regalo y empiezo a envolverlo rápidamente. El papel que he comprado está repleto de notas musicales y quedaría muy bien para forrar libros. Estoy nerviosa y despistada, y no debería estarlo.
«Vale, hasta ahora», le envío, y me dirijo al piso de abajo después de escribir su nombre en la etiqueta del regalo.
Me encuentro a Karen bailando al ritmo de una vieja canción de Luther Vandross, y no puedo evitar echarme a reír cuando se vuelve con la cara toda roja.
—Perdona, no sabía que estabas ahí —dice claramente avergonzada.
—Me encanta esa canción. Mi padre la escuchaba todo el tiempo —le digo, y ella sonríe.
—Tu padre tiene buen gusto, entonces.
—Lo tenía.
Sonrío cuando me viene a la cabeza un recuerdo bastante bonito de mi padre bailando conmigo en brazos en la cocina..., antes de que anocheciera y le pusiera un ojo morado a mi madre por primera vez.
—¿Qué vas a hacer esta noche? Landon está en la biblioteca otra vez —me dice, aunque ya lo sabía.
—Iba a preguntarte si me ayudarías a preparar una tarta o algo para Pedro. Es su cumpleaños, y llegará dentro de una media hora. —No puedo evitar sonreír.
—¿De veras? Pues claro que sí, podemos hacer una tarta rápida... o, mejor, ¡hagamos una de dos capas! ¿Qué le gusta más: el chocolate o la vainilla?
—Tarta de chocolate con cobertura de chocolate —le digo.
Por mucho que a veces crea que no lo conozco, lo conozco mejor de lo que pienso.
—Bien, ¿me sacas los moldes? —pregunta, y me pongo a ello.
Treinta minutos después, estoy esperando a que la tarta se enfríe del todo para poder echarle la cobertura antes de que llegue Pedro. Karen ha sacado algunas velas usadas. Sólo ha encontrado un uno y un tres, pero estoy segura de que a él le hará gracia.
Entro en el salón y miro por la ventana para ver si ha llegado ya, pero el sendero está vacío. Seguramente sólo se esté retrasando un poco. Únicamente han pasado cuarenta y cinco minutos.
—Ken llegará a casa dentro de una hora —señala Karen—, iba a cenar con algunos colegas. Sé que soy una persona horrible, pero le he dicho que me dolía la barriga. Detesto esas cenas. —Se echa a reír y yo la acompaño mientras intento alisar la cobertura de chocolate por los bordes de la tarta.
—No te culpo —le digo, y hundo las velas en la tarta.
Después de colocarlas de manera que ponga «31», decido cambiarlas para que ponga «13». Karen y yo nos echamos a reír y me peleo con el glaseado duro para escribir el nombre de Pedro bajo las cursis velas.
—Qué... bonito —miente.
Tuerzo el gesto al ver lo mal que se me da esto.
—La intención es lo que cuenta. O, al menos, eso espero.
—Le encantará —me asegura ella antes de subir al piso de arriba para darnos a Pedro y a mí un poco de intimidad cuando llegue.
Ya ha pasado una hora desde que me mandó el mensaje, y estoy aquí sentada sola en la cocina, esperando a que aparezca. Quiero llamarlo, pero si no va a venir debería ser él quien me llamara para decírmelo.
Vendrá. Al fin y al cabo, lo de venir ha sido idea suya. Vendrá.
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