Pau
Pedro camina ligeramente detrás de mí a propósito, y de repente desearía volver a estar en décimo curso, cuando me anudaba un jersey alrededor de la cintura para taparme el culo.
—Vas a tener que comprarte más pantalones de ésos —dice en voz baja.
Recuerdo la última vez que me puse pantalones de yoga delante de él y los comentarios vulgares que me hizo, y aquellos pantalones no eran ni la mitad de ceñidos que éstos. Me río ligeramente y lo agarro de la mano para obligarlo a caminar a mi lado en vez de detrás de mí.
—Dime que no es verdad que vayas a venir a yoga.
Por más que lo intento, no puedo imaginarme a Pedro haciendo las posturas.
—Claro que sí.
—Pero sabes lo que es, ¿no? —le pregunto cuando llegamos a la sala.
—Sí, Pau. Sé lo que es, y voy a venir —resopla.
—¿Por qué?
—Eso da igual, sólo quería pasar más tiempo contigo.
—Ah.
Su explicación no me convence, pero me muero de ganas de verlo haciendo yoga, y pasar más tiempo con él tampoco está mal.
La instructora se sienta en una esterilla de color amarillo en el centro de la sala. Su cabello castaño y rizado recogido en un moño alto y su camiseta de flores me causan una buena sensación.
—¿Dónde está la gente? —me pregunta Pedro mientras cojo una esterilla morada de la estantería de la pared.
—Hemos llegado pronto —digo.
Le paso una azul y él la examina antes de colocársela debajo del brazo.
—Cómo no. —Sonríe sarcásticamente y me sigue hasta la parte delantera de la sala.
Empiezo a colocar mi esterilla directamente frente a la instructora, pero Pedro me coge del brazo y me detiene.
—Ni hablar, nos pondremos al fondo —dice, y veo cómo el rostro de la profesora se ilumina con una ligera sonrisa al oír sus palabras.
—¿Qué? ¿Que nos pongamos al fondo en clase de yoga? No, yo siempre me pongo delante.
—Exacto. Vamos a ponernos atrás —repite él, y me quita la esterilla de las manos para dirigirse al fondo de la sala.
—Si vas a ponerte tan gruñón no deberías quedarte —le susurro.
—No me pongo gruñón.
La instructora nos saluda y se presenta como Marla cuando nos sentamos en nuestras esterillas. Después Pedro me asegura con rotundidad que va colocada, y me entra la risa. Va a ser una clase divertida. Sin embargo, cuando la clase empieza a llenarse de chicas con mallas estrechas y tops minúsculos y todas parecen mirar a Pedro, me voy poniendo cada vez menos zen. Por supuesto, él es el único chico presente. Por fortuna, él no parece reparar en toda la atención femenina que está recibiendo. Eso, o simplemente ya está acostumbrado... Sí, eso debe de ser. Siempre llama la atención de esta manera. Y no culpo a las chicas, pero es mi novio y tienen que mirar a otra parte.
Sé que muchas de ellas lo miran por los tatuajes y los piercings, y deben de estar preguntándose qué narices hace en clase de yoga. —¡Bueno, empecemos! —anuncia la instructora. Se presenta como Marla ante todos los demás y da una breve charla sobre por qué y cómo acabó enseñando yoga.
—¿No se va a callar nunca? —gruñe Pedro al cabo de unos minutos.
—Estás ansioso por hacer las posturitas, ¿verdad? —digo enarcando una ceja.
—¿Qué posturitas? —inquiere.
—Primero empezaremos con unos estiramientos —anuncia Marla justo entonces. Pedro se sienta inmóvil en el suelo mientras todas las demás imitamos los gestos de la profesora. Noto que me mira todo el tiempo.
—Se supone que tienes que estirar —lo regaño, y él se encoge de hombros pero no se mueve. Entonces, con voz cantarina, Marla le llama la atención:
—A ver, el de atrás, a estirar.
—Eh..., claro —farfulla, y descruza sus largas piernas, las extiende por delante de él e intenta tocarse los dedos de los pies. Me obligo a volverme hacia adelante para no mirar a Pedro y no reírme.
—Se supone que tienes que tocarte los dedos de los pies —le dice la chica rubia que tiene al lado.
—Eso intento —responde él con una sonrisa excesivamente empalagosa.
¿Por qué le ha contestado? Y ¿por qué estoy tan celosa? Ella le sonríe como una tonta y yo no paro de imaginarme que le estampo la cabeza contra la pared. Siempre estoy riñendo a Pedro por su temperamento, y aquí estoy yo ahora, planeando el asesinato de esa zorra... y llamándola zorra aunque no la conozco.
—No veo bien, voy a ponerme más cerca —le digo a Pedro. Parece sorprendido.
—¿Por qué? No estaba...
—No pasa nada, es que quiero ver y oír la clase —le explico, y arrastro mi esterilla unos metros hasta colocarla justo delante de él. Me siento y termino de estirarme con el grupo. No necesito volverme para ver la expresión en el rostro de Pedro.
—Pau —sisea intentando captar mi atención, pero no me vuelvo—. Pau.
—Empecemos con la postura del perro boca abajo. Es una postura básica muy sencilla —dice Marla.
Me inclino hacia adelante, apoyo las manos en la esterilla y miro a Pedro a través del hueco entre mi estómago y el suelo. Está de pie, con la boca abierta. De nuevo, Marla se da cuenta de que Pedro no se mueve.
—Oye, tío, ¿vas a unirte a la clase? —pregunta de broma. Si vuelve a hacerlo, no me extrañaría que la insultara delante de toda la clase. Cierro los ojos y elevo las caderas de manera que me quedo totalmente doblada.
—Pau —oigo que me llama una vez más—. Paulaaaaaaa.
—¿Qué quieres, Pedro? Estoy intentando concentrarme —digo mirándolo de nuevo. Se ha inclinado y está tratando de hacer la postura, pero su largo cuerpo está doblado formando un ángulo incómodo y no puedo evitar partirme de risa.
—¡¿Quieres hacer el favor de no reírte?! —me espeta, y yo me río todavía más.
—Esto se te da fatal —lo pico.
—Me estás distrayendo —replica con los dientes apretados.
—¿Ah, sí? ¿Y eso? —Me encanta tener el control con Pedro porque no sucede muy a menudo.
—Ya lo sabes, guarra —susurra. Sé que la chica que tiene al lado nos está oyendo, pero me da igual. Es más, espero que nos oiga.
—Pues mueve la esterilla. Me levanto deliberadamente para estirarme y vuelvo a inclinarme hacia adelante para hacer la postura.
—Muévete tú... Estás jugando conmigo.
—Provocándote —lo corrijo.
—Bien, ahora vamos a pasar a la media pinza —anuncia Marla. Me incorporo de nuevo y me doblo por la cintura, colocando las manos sobre las rodillas y asegurándome de que mi espalda forma un ángulo de noventa grados.
—Venga ya —gruñe Pedro al ver mi trasero prácticamente en su cara. Me vuelvo para mirarlo y veo que ni siquiera se acerca a la postura; tiene las manos en las rodillas, pero su espalda está prácticamente recta.
—¡Eso es! Ahora la pinza —indica la instructora, y yo me inclino hacia adelante doblando el cuerpo.
—Es como si quisiera que te follase aquí delante de todo el mundo —dice, y yo me vuelvo inmediatamente para asegurarme de que nadie lo ha oído.
—Chsss... —le chisto, y oigo cómo se ríe.
—Mueve la esterilla o pienso decir todo lo que se me está pasando por la cabeza en este mismo instante —me amenaza, y me incorporo de inmediato y vuelvo a colocarme a su lado. —Buena chica —dice sonriendo con petulancia.
—Puedes decirme esas cosas después —susurro, y él ladea la cabeza.
—Lo haré, no lo dudes —me asegura, y siento un cosquilleo en el estómago. No participa mucho el resto de la clase, y la rubia acaba cambiándose de sitio hacia la mitad, probablemente porque Pedro no para de hablar.
—Se supone que hay que meditar —le susurro, y cierro los ojos. Toda la sala está en silencio, excepto por los siseos de Pedro.
—Esto es una puta mierda —protesta.
—Nadie te ha pedido que te apuntaras.
—No sabía que era tan aburrido. Estoy a punto de quedarme dormido.
—Deja de quejarte.
—No puedo. Me has puesto todo cachondo, y ahora estoy aquí sentado, con las piernas cruzadas, meditando y con una erección en una sala llena de gente.
—¡ Pedro! —silbo, más alto de lo que pretendía.
—Chsss... —chistan varias voces. Él se ríe, le saco la lengua y la chica que tengo a mi derecha me mira mal. Esto de venir a yoga juntos no va a funcionar; o me echan o me suspenden.
—Vamos a dejar esta clase —dice Pedro cuando termina la meditación.
—La dejarás tú, yo no. Necesito un crédito de educación física —lo informo.
—¡Ha estado muy bien para ser el primer día! —dice Marla para despedirnos—. Nos vemos a finales de semana. Namasté. Enrollo mi esterilla, pero Pedro ni siquiera se molesta y la mete tal cual en la estantería.
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