Pedro
Me despierto bañado en sudor otra vez. Se me había olvidado lo horrible que
es despertarse así casi todas las noches. Creía que las noches en vela eran
agua pasada, pero ahora vuelven a torturarme.
Miro el reloj: las seis de la mañana. Necesito dormir, dormir de verdad.
Dormir sin interrupciones. La necesito a ella, necesito a Pau. Tal vez, si
cierro los ojos y finjo que está aquí conmigo, consiga volver a dormirme...
Cierro los párpados y trato de imaginar que estoy tumbado boca arriba y
ella tiene la cabeza apoyada en mi pecho. Intento recordar el perfume a
vainilla de su pelo, su respiración lenta cuando duerme. Por un momento casi
puedo sentirla, su suave piel contra mi pecho desnudo... Es oficial: me estoy
volviendo loco.
«Mierda.»
Mañana estaré mejor. Seguro. Llevo pensando eso... diez días. Si pudiera
volver a verla sólo una vez, seguro que no sería tan malo. Sólo una vez. Si
pudiera volver a verla sonreír, podría soportar haberla dejado marchar. ¿Estará
mañana en la cena de Christian? Parece probable...
Miro el techo e intento imaginarme qué se pondrá para la cena. ¿Se pondrá
el vestido blanco que sabe que tanto me gusta? ¿Se rizará el pelo y se lo
recogerá a un lado o se hará una coleta? ¿Se maquillará? La verdad es que no le
hace ninguna falta.
«Maldita sea.»
Me incorporo y me levanto de la cama. No voy a poder volver a dormirme.
Bajo la escalera y veo que Mike está sentado en la cocina leyendo el periódico.
—Buenos días, Pedro —me saluda.
—Hola —mascullo, y me sirvo una taza de café.
—Tu madre está durmiendo.
—No me digas... —Pongo los ojos en blanco.
—Está muy contenta de tenerte aquí.
—Venga ya. Me he portado fatal desde que llegué.
—Eso es verdad. Pero se alegró de que te abrieras a ella. Siempre estaba
muy preocupada por ti...
Hasta que conoció a Pau. Entonces dejó de preocuparse tanto.
—Pues imagino que tendrá que volver a preocuparse —suspiro.
¿Por qué está intentando mantener una charla a corazón abierto conmigo a
las seis de la mañana?
—Quería hablar contigo —dice entonces, y se vuelve hacia mí.
—¿Y bien?... —replico mirándolo de reojo.
— Pedro, quiero a tu madre y tengo intención de casarme con ella.
Escupo el café de vuelta a la taza.
—¿Quieres casarte con ella? ¿Estás loco?
Enarca una ceja.
—No veo qué tiene de locura que quiera casarme con ella.
—No lo sé... Ya ha estado casada... y tú eres nuestro vecino..., su vecino.
—Puedo cuidar de ella como se merece, como deberían haber cuidado de ella
toda la vida. Si no lo apruebas, lo siento mucho, pero pensé que debía
informarte de que, llegado el momento adecuado, voy a pedirle que pase el resto
de su vida conmigo de manera oficial.
No sé qué decirle a este hombre que ha vivido en la casa de al lado toda mi
vida. Un hombre al que nunca he visto enfadado, ni una sola vez. La quiere, se
nota, pero ahora mismo se me hace muy raro.
—Está bien —asiento.
—Está bien —repite, y mira detrás de mí.
Mi madre entra en la cocina en albornoz y despeinada.
—¿Qué haces despierto tan temprano, Pedro? ¿Vas a volver a casa? —pregunta.
—No podía dormir, y ésta es mi casa —le digo, y me tomo otro trago de café.
Ésta es mi casa.
—Ya... —Sonríe medio dormida.
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