Pedro
—Va a ser la hostia, tío —me dice Nate mientras se sube al muro de piedra al final del aparcamiento.
—Por supuesto —contesto.
Me aparto del humo del tabaco de Logan y me siento al lado de Nate.
—Y más te vale no escabullirte, porque llevamos meses planeando esto —me informa Logan.
Balanceo las piernas hacia adelante y hacia atrás y, por un segundo, me planteo empujar a Logan del muro por todo lo que se ha metido conmigo por haberme quitado los piercings.
—Iré. Ya os he dicho que iré.
—¿Vas a traerla? —pregunta Nate, refiriéndose claramente a Pau.
—No, está ocupada.
—¿Ocupada? Cumples veintiún años, tío. Te has quitado los piercings por ella, tiene que venir — señala Logan.
—Siempre que viene pasa alguna mierda. Y, por última vez, no me los he quitado por ella. — Pongo los ojos en blanco y recorro con el dedo las grietas en el cemento.
—Podrías pedirle que le diera otra paliza a Molly. Aquello fue digno de ver —se ríe Nate.
—Fue una pasada, y es muy divertida cuando está borracha. Y cuando dice tacos es para mearse. Es como oír a mi abuela. —Logan se echa a reír también.
—¿Queréis dejar de hablar de Pau de una puta vez? No va a venir.
—Vale, relájate, tío —sonríe Nate.
Ojalá no me hubiesen organizado ninguna fiesta, porque quería pasar mi cumpleaños con ella. No me importan una mierda los cumpleaños, pero quería verla. Sé que no tiene nada que hacer, pero no quiere estar con mis amigos, y no se lo reprocho.
—Oye, ¿te pasa algo con Zed? —pregunta Nate mientras nos dirigimos a clase.
—Sí, que es un capullo que no para de rondar a Pau. ¿Por qué?
—Por nada, porque el otro día la vi a ella entrando en el edificio ese de medioambiente o como se llame y me pareció raro —dice.
—¿Cuándo fue eso?
—Hará un par de días. El lunes, creo.
—¿Estás de...? —Pero me detengo a media frase porque sé que habla en serio.
«Maldita sea, Pau, ¿qué parte de “mantente alejada de Zed” no has entendido?»
—Aunque no te importará que Zed venga, ¿no? Porque ya se lo hemos dicho a todos y no quiero tener que retirarle la invitación a nadie —prosigue Nate; siempre ha sido el más agradable del grupo.
—Me importa una mierda. No es él quien se la está follando, sino yo —le digo, y se echa a reír. Si supiera cómo están las cosas en realidad...
Nate y Logan me dejan delante del edificio del gimnasio, y he de admitir que estoy ansioso por ver a Pau. Me pregunto cómo llevará el pelo hoy, y si se habrá puesto esos pantalones que tanto me gustan.
«Pero ¿qué coño...?» Todavía alucino al sorprenderme pensando en este tipo de cosas tan absurdas. Si alguien llega a decirme hace unos meses que iba a estar soñando despierto sobre cómo lleva el pelo una tía, le habría partido los dientes. Y aquí estoy ahora, esperando que Pau se lo haya recogido para poder verle la cara.
Horas más tarde, no me puedo creer que esté en la casa de la fraternidad de nuevo. Me parece que han pasado siglos desde que vivía aquí. No lo echo de menos en absoluto, pero tampoco me gusta nada vivir solo en ese apartamento.
Este curso ha sido una puta locura. No me puedo creer que haya cumplido veintiún años y que vaya a terminar la carrera el año que viene. Mi madre se ha puesto a llorar por teléfono antes y a decirme que estoy creciendo demasiado deprisa, y he acabado colgándole porque no paraba. En mi defensa he de decir que no he colgado sin más, sino que he fingido durante toda la conversación que estaba a punto de acabarse la batería.
La casa está llena de personas, la calle repleta de coches, y me pregunto quién cojones es toda esta gente y qué hacen en mi cumpleaños. Sé que la reunión no es toda en mi honor. Es sólo una excusa para dar una fiesta a lo grande, pero aun así... Justo cuando empezaba a desear que Pau estuviera aquí, veo el espantoso pelo rosa de Molly y me alegro de que no haya venido.
—Ahí está el cumpleañero —dice sonriendo mientras entra en la casa delante de mí.
—¡Alfonso! —grita Tristan desde la cocina; por lo que parece, ya ha estado bebiendo.
—¿Y Pau? —pregunta Steph.
Todos mis amigos están a mi alrededor formando un pequeño círculo y mirándome mientras intento improvisar algo. Lo último que necesito ahora es que sepan que estoy intentando persuadirla para que vuelva conmigo.
—Un momento..., ¿dónde coño están tus piercings? —exclama Steph a continuación, y me coge de la barbilla y me ladea la cabeza para examinarme como si fuese una puta rata de laboratorio.
—Quita —gruño, apartándome.
—¡Joder! Te estás transformando en uno de ellos —dice Molly, y señala a un grupo de pijos asquerosos que hay al otro lado de la habitación.
—No es verdad —respondo fulminándola con la mirada.
Ella se echa a reír e insiste:
—¡Claro que sí! Te dijo ella que te los quitaras, ¿verdad?
—No. Me los quité porque me salió de los cojones. Métete en tus asuntos —le espeto.
—Lo que tú digas —dice poniendo los ojos en blanco, y se marcha, gracias a Dios.
—No le hagas ni caso. Bueno, di, ¿va a venir Pau? —insiste Steph, y yo niego con la cabeza—. ¡La echaremos de menos! Ojalá saliera más —dice, y bebe un trago de su vaso rojo.
—Ya —murmuro entre dientes, y me lleno un vaso de agua.
Para mi desgracia, el volumen de la música y las voces aumentan conforme avanza la noche. Todo el mundo está borracho antes de las ocho. Todavía no he decidido si quiero beber o no. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo hasta aquella noche en casa de mi padre, cuando destruí toda la vajilla de porcelana de Karen. Antes venía a estas fiestas de mierda sin beber nada..., bueno, al menos la mayor parte del tiempo era así.
Apenas recuerdo mis primeros días de facultad, botella tras botella, zorra tras zorra... Todo está borroso, y me alegro por ello. Nada tenía sentido hasta que apareció Pau. Busco un hueco en el sofá al lado de Tristan y me pongo a pensar en ella mientras mis amigos juegan a otro estúpido juego para beber.
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