Pau
Coge la lámpara de la mesita auxiliar, arranca el cable de la pared y la tira contra el suelo. Después agarra un florero y lo estrella contra la pared de ladrillo. ¿Por qué su primer instinto es siempre romper todo lo que tenga a mano?
—¡Para! —grito—. ¡Pedro, vas a romper todas nuestras cosas! ¡Para, por favor!
—¡Esto es culpa tuya, Pau! ¡Tú lo has provocado! —me grita, y se hace con otro florero.
Corro por el salón y se lo quito de las manos antes de que lo haga añicos.
—¡Ya lo sé! Pero, por favor, habla conmigo —le ruego. Ya no puedo seguir conteniendo las lágrimas—. Por favor, Pedro —sollozo.
—¡La has cagado, Pau! ¡Y mucho!
Golpea la pared con el puño.
Sabía que esto iba a pasar y, la verdad, me sorprende que haya tardado tanto. Me alegro de que por lo menos haya escogido golpear el muro de yeso en lugar del de ladrillo, de lo contrario se habría hecho daño en la mano, o algo peor.
—¡Déjame en paz, joder! ¡Lárgate! —chilla, y empieza a pasearse de un lado a otro antes de apoyar las dos manos contra la pared.
—Te quiero —digo sin pensar.
Necesito que se calme, pero está demasiado borracho y me está intimidando.
—¡Pues no lo parece! ¡Has besado a otro puto tío! ¡Y has traído a Zed a mi puta casa! Se me parte el corazón cuando menciona a Zed. Pedro lo ha humillado.
—Lo sé..., lo siento.
Reprimo el impulso de decirle que es un hipócrita. Sí, sé que lo que he hecho ha estado mal, muy mal, pero yo lo he perdonado por hacerme daño muchas veces.
—Sabes perfectamente que me jode mucho verte con otra persona, ¡y tú vas y haces esa mierda! —Las venas de su cuello se tornan moradas y está empezando a parecer un monstruo.
— Pedro, he dicho que lo siento —insisto, hablando lo más suave y relajadamente posible—. ¿Qué más quieres que te diga? No pensaba con claridad.
Se tira de los pelos.
—Que digas que lo sientes no hace que desaparezca de mi mente. No paro de verlo. Me acerco y me coloco justo delante de él. Apesta a whisky.
—Pues entonces mírame. Mírame.
Llevo las manos a sus mejillas y lo obligo a dirigir sus ojos hacia mí.
—Lo has besado. Has besado a otro tío —dice en un tono mucho más calmado que hace
unos segundos.
—Lo sé, y lo siento mucho. No sabía lo que hacía. Ya sabes que a veces puedo ser muy irracional. —Eso no es excusa.
—Lo sé, cariño, lo sé. —Espero que esas palabras lo tranquilicen.
—Me hace daño —dice, aunque la furia ha desaparecido de sus ojos enrojecidos—. Por eso no tenía novia, aunque nunca he querido tenerla, pero esto es lo que pasa cuando la gente sale... o se casa. Por estas mierdas es por lo que necesito estar solo. No quiero pasar por esto. —Se aparta de mí.
Me duele el pecho porque suena como un niño; un niño solitario y triste. No puedo evitar pensar en Pedro cuando era pequeño, escondiéndose mientras sus padres se peleaban porque Ken abusaba del alcohol.
— Pedro, por favor, perdóname. No volverá a ocurrir, jamás volveré a hacer algo así.
—Da igual, Pau, uno de los dos lo hará. Eso es lo que hace la gente que se quiere. Se hacen daño entre sí y luego rompen, o se divorcian. Y yo no quiero eso para nosotros. No quiero eso para ti.
Me acerco más a él.
—Eso no nos pasará a nosotros. Nosotros somos diferentes.
Niega ligeramente con la cabeza.
—Le pasa a todo el mundo; mira nuestros padres.
—Nuestros padres se casaron con la persona equivocada, eso es todo. Mira a Karen y a tu padre. — Me alegro de comprobar que ahora está mucho más calmado.
—Ellos también acabarán divorciándose —repone.
—No, Pedro. No lo creo.
—Yo sí. El matrimonio es una mierda: «Oye, me gustas, vamos a vivir juntos y a firmar un papel para prometernos que jamás nos dejaremos, aunque luego no lo cumplamos». ¿Por qué iba a querer nadie hacer eso voluntariamente? ¿Quién quiere atarse a una persona para siempre?
No estoy preparada para procesar lo que acaba de decirme. ¿No imagina un futuro conmigo? Sólo está diciendo eso porque está borracho, ¿no?
—¿De verdad quieres que me vaya? ¿Eso es lo que deseas?, ¿dejarlo? —le pregunto mirándolo directamente a los ojos.
No me responde.
—¿ Pedro?
—No... Joder..., no, Pau. Te quiero. Te quiero un montón, pero tú... Lo que has hecho ha sido horrible. Has cogido todos mis miedos y los has convertido en realidad con un solo gesto. —Sus ojos se humedecen y se me parte el corazón.
—Lo sé, y me siento fatal por haberte hecho daño.
Mira la habitación y comprendo que todo lo que hemos construido aquí era su intento de demostrarme que me quiere.
—Deberías estar con alguien como Noah —dice.
—No quiero estar con nadie que no seas tú. —Me seco los ojos.
—Tengo miedo de que lo hagas.
—¿El qué? ¿Dejarte por Noah?
—No por él exactamente; por alguien como él.
—No lo haré, Pedro. Te quiero. No quiero a nadie más, sólo a ti. Me gusta todo de ti, así que deja de dudar de ti.
Me duele pensar que se siente de esta manera.
—Entonces ¿no empezaste a salir conmigo sólo para cabrear a tu madre?
—¿Qué? —exclamo, pero él me mira y espera una respuesta—. No, claro que no. Mi madre no tiene nada que ver con lo nuestro. Me enamoré de ti porque..., bueno, porque no tenía elección. No pude evitarlo. Intenté no hacerlo por lo que pudiera pensar ella, pero era inevitable. Siempre te he amado, quisiera o no hacerlo.
—Ya.
—¿Qué puedo hacer para que me creas?
Después de todo por lo que hemos pasado, ¿cómo puede pensar que estaba con él para rebelarme contra mi madre?
—Pues podrías empezar por no besarte con otros —dice.
—Sé que eres inseguro, pero deberías saber que te quiero. He luchado por ti desde el primer día, con mi madre, con Noah, con todo el mundo.
Sin embargo, algo de lo que acabo de decir lo ha molestado.
—¿Inseguro? —replica—. Yo no soy inseguro. Pero tampoco pienso quedarme ahí sentado mientras juegas conmigo como si fuera un puto idiota.
Con su repentina recuperación de la ira, empiezo a cabrearme yo también.
—¿A ti te preocupa que yo juegue contigo?
Sé que lo que he hecho está mal, pero él me ha hecho cosas mucho peores. Él sí que me trató como si fuera una idiota, y lo perdoné.
—No empieces con esa mierda —ruge.
—Hemos recorrido un largo camino, hemos pasado por muchas cosas, Pedro. No dejes que un error lo eche todo a perder. —Jamás pensé que sería yo la que tuviera que rogarle que me perdonara.
—Tú lo has echado todo a perder, no yo.
—Deja de ser tan frío conmigo. Tú también me has hecho muchas cosas a mí —le espeto.
La furia regresa a su rostro y se aparta bruscamente de mí gritando por encima del hombro:
—¡¿Sabes qué? Yo habré hecho muchas cosas, pero tú has besado a un tío delante de mis narices!
—Ah, ¿como aquella vez que Molly estaba encima de ti y la besaste delante de mí? Se vuelve rápidamente.
—Ahí no estábamos juntos.
—Puede que para ti no, pero yo creía que sí.
—Eso no tiene importancia, Pau.
—¿Quieres decir que no vas a dejarlo pasar?
—No sé qué quiero decir, pero me estás rayando.
—Creo que deberías irte a la cama —le sugiero.
A pesar del breve momento de comprensión de los últimos minutos, está claro que su mente sigue en modo cruel.
—Y yo creo que no deberías decirme lo que tengo que hacer —replica.
—Sé que estás enfadado y herido, pero no puedes hablarme de esa manera. No está bien y no pienso tolerarlo. Me da igual si estás borracho o no.
—No estoy herido —dice fulminándome con la mirada. Pedro y su orgullo.
—Acabas de decir que sí.
—No, no es verdad, no me digas lo que acabo de decir.
—Está bien. Está bien. —Levanto las manos, dándome por vencida. Estoy agotada y no pienso tirar de la anilla de la granada que es Pedro en estos momentos.
Se acerca al portallaves y coge su llavero mientras trastabilla para ponerse las botas. —¿Qué estás haciendo? —pregunto, y corro hacia él.
—Me largo, ¿a ti qué te parece?
—No vas a ir a ninguna parte. Has estado bebiendo, y mucho. —Intento quitarle las llaves, pero él se las mete en el bolsillo.
—Me importa una mierda. Necesito más bebida.
—¡No! De eso nada. Ya has bebido suficiente, y has roto la botella.
Intento echarle mano al bolsillo, pero me agarra de la muñeca como ha hecho un millón de veces. Sin embargo, esta vez es diferente, porque está muy enfadado, y por un instante tengo miedo.
—Suéltame —lo desafío.
—No intentes evitar que me vaya y te soltaré. —No afloja, y trato de fingir que no me importa.
— Pedro..., vas a hacerme daño.
Me mira a los ojos y me suelta al instante. Cuando levanta la mano, me encojo y retrocedo, pero sólo iba a pasarse la mano por el pelo.
El pánico se refleja en sus ojos.
—¿Creías que iba a pegarte? —dice casi en un susurro, y yo me aparto más todavía.
—Yo..., no lo sé... Estás muy enfadado, y me estás dando miedo. —Sabía que no iba a hacerme daño, pero ésta es la manera más fácil de hacer que entre en razón.
—Deberías saber que jamás te haría daño. Por mucho que haya bebido, jamás te tocaría un puto pelo. —Me fulmina con la mirada.
—Para odiar tanto a tu padre no parece importarte lo más mínimo comportarte como él —le espeto.
—¡Vete a la mierda! ¡No soy como él! —grita.
—¡Sí que lo eres! ¡Estás borracho, me has dejado tirada en esa fiesta y has roto todo cuanto había en el salón, incluida mi lámpara favorita! Te estás comportando igual que él..., igual que era él antes.
—Sí, bueno, y tú te comportas como tu madre. Como una esnob malcriada y una... —escupe con desprecio, y sofoco un grito.
—¿Quién eres tú? —pregunto, y sacudo la cabeza.
Me marcho de la habitación. No quiero seguir escuchándolo, y sé que si continuamos discutiendo mientras está así de borracho las cosas acabarán mal. Ha llevado la falta de respeto hacia mi persona hasta un nuevo nivel.
—Pau..., yo... —empieza.
—Cállate —le digo volviéndome, y continúo caminando hacia el dormitorio.
Puedo soportar sus comentarios groseros, y que me grite, porque, joder, es verdad que he besado a un tío delante de él, pero ahora ambos necesitamos distanciarnos antes de decir algo aún peor de lo que nos hemos dicho ya.
—No he querido decir eso —asegura siguiéndome.
Cierro la puerta y el pestillo al entrar. Puede que no logremos hacer que esto funcione. Puede que él esté demasiado enfadado con el mundo y que yo sea demasiado irracional. Lo presiono demasiado y él hace lo mismo conmigo.
No, eso no es verdad. Es precisamente esa presión que nos imponemos el uno al otro la que hace que esto funcione. A pesar de las peleas y las tensiones, entre nosotros hay pasión. Tanta pasión que casi me ahoga, que me hunde..., y él es la única luz, el único que puede salvarme a pesar de todo, aunque sea precisamente él quien me está condenando.
Pedro golpea la madera con suavidad.
—Pau, abre la puerta.
—¡Vete, por favor! —grito.
—¡Maldita sea, Pau! Abre la puerta ahora mismo. ¡Lo siento, ¿vale?! —chilla, y empieza a aporrearla.
Cruzando los dedos para que no la eche abajo, me dirijo a la cómoda para rebuscar en mi último cajón. Al ver el papel blanco me siento aliviada. Voy al armario y me encierro en él. Empiezo a leer la nota que Pedro me escribió y los golpes de la puerta se amortiguan hasta que dejan de existir. El dolor que siento en el pecho se disuelve, como el de mi cabeza. No hay nada más allá de esta carta, más allá de las palabras perfectas de mi imperfecto Pedro.
La leo una y otra vez hasta que mis lágrimas cesan, así como el ruido en el pasillo. Deseo con toda mi alma que no se haya marchado, pero no voy a salir para averiguarlo. Me duele el corazón, y los ojos, y necesito tumbarme.
Llevándome la carta conmigo, arrastro mi cuerpo hasta la cama y me acuesto con el vestido puesto. Por fin, el sueño se apodera de mí y soy libre de soñar con el Pedro que escribió esas palabras en una hoja de papel en una habitación de hotel.
Cuando me despierto en mitad de la noche, doblo la carta, vuelvo a guardarla en el cajón y abro la puerta del dormitorio. Pedro está en el pasillo, acurrucado en el suelo de hormigón. Creo que es mejor no despertarlo, así que lo dejo durmiendo la mona y vuelvo a la cama.
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