Pau
Me despierto con una alarma extraña y tardo unos instantes en recordar que desconecté mi teléfono anoche por Pedro. Después recuerdo haber estado esperando en la cocina, desilusionándome cada vez más a cada minuto que pasaba, y al final no se presentó.
Me lavo la cara y me preparo para el largo trayecto hasta Vance; lo único que echo de menos del apartamento es lo cerca que estaba de la editorial. Y a Pedro, claro. Y las estanterías llenas de libros que cubrían las paredes. Y la cocina pequeña pero perfecta. Y esa lámpara. Y a Pedro.
Cuando llego abajo, en la cocina sólo está Karen. Traslado la mirada directamente hacia la tarta con las velas con el número equivocado encima y los estúpidos garabatos con los que puse « Pedro », pero que ahora, después de haber estado ahí toda la noche, parece que ponga «Mierda».
Y puede que lo ponga de verdad.
—Al final no pudo venir —le digo sin mirarla a los ojos.
—Ya..., me lo he imaginado. —Me sonríe con compasión y se limpia las gafas en el delantal.
Es un ama de casa ejemplar. Siempre está cocinando o limpiando algo. Pero no sólo eso, sino que también es amable y adora a su marido y a su familia, incluido al grosero de su hijastro.
—Estoy bien. —Me encojo de hombros y me sirvo una taza de café.
—No tienes por qué estar bien siempre, cielo.
—Lo sé. Pero es más fácil estar bien —repongo, y ella asiente.
—Nadie dice que tenga que ser fácil —asegura, y casi me echo a reír ante la ironía de oírla usar las palabras que emplea siempre Pedro en mi contra—. Cambiando de tema, estamos planeando hacer una excursión a la playa la semana que viene. Si te apetece venir, estás invitada. —Una de las cosas que más me gustan de la madre de Landon es que nunca me presiona para hablar de nada.
—¿A la playa? ¿A finales de enero? —pregunto.
—Tenemos un bote con el que nos gusta salir a navegar antes de que haga demasiado calor. Vamos a ver ballenas, y es muy bonito. Deberías venir.
—¿En serio? —Nunca he subido a un bote, y la idea me aterra, pero lo de ir a ver ballenas suena interesante—. Vale, genial.
—¡Estupendo! Lo pasaremos muy bien —me asegura, y se dirige al salón.
Enciendo mi teléfono de nuevo cuando llego a Vance. Tengo que dejar de apagarlo cuando estoy enfadada. Basta con que ignore sus llamadas la próxima vez. Si le ocurriera algo a mi madre y no pudiera contactar conmigo, me sentiría fatal.
Kimberly y Christian están la una encima del otro en el vestíbulo cuando salgo del ascensor. Él le susurra algo al oído y ella se ríe antes de colocarse el pelo detrás de la oreja y sonreírle ampliamente cuando él la besa. Ambos sonríen sin parar.
Corro a mi despacho para llamar a mi madre, ya va siendo hora, pero no lo coge. El manuscrito que empiezo a leer consigue cabrearme ya en las primeras cinco páginas.
Cuando ojeo las últimas, leo «Sí, quiero» y suspiro. Estoy harta de las mismas historias de siempre. Chica conoce a chico, el chico la quiere, tienen un problema, hacen las paces, se casan, tienen hijos, fin. Tiro las páginas a la basura sin leer más. Me siento mal por no darle una oportunidad, pero no me interesa.
Necesito una historia realista en la que aparezcan problemas reales, más allá de una pelea o incluso de una ruptura. Un problema real. Personas que se hieren pero que vuelven a por más..., como hago yo, por supuesto. Ahora me doy cuenta.
Christian pasa por delante de mi despacho y respiro hondo antes de levantarme para seguirlo. Me aliso la falda e intento practicar lo que quiero decirle con respecto a Seattle. Espero que Pedro no me fastidie la oportunidad de ir.
—¿Christian? —pregunto llamando a su puerta ligeramente.
—¿Pau? Pasa —dice con una sonrisa.
—Lamento molestarlo, pero quería saber si tendría unos momentos para hablar —pregunto. Me hace un gesto con la mano para que me siente—. He estado pensando mucho en Seattle. ¿Habría alguna posibilidad de trasladarme allí? Si es demasiado tarde lo entenderé, pero me gustaría mucho ir.
Trevor me lo comentó, y he pensado que sería una gran oportunidad para mí si...
Christian levanta las manos, se echa a reír y me detiene:
—¿De verdad quieres ir? —pregunta con una sonrisa—. Seattle es un lugar muy distinto de éste.—Sus ojos verdes son amables, pero tengo la sensación de que no está del todo convencido.
—Sí, sin duda. Me encantaría ir... —Y es verdad. Me encantaría. ¿No?
—¿Y Pedro? ¿Se irá contigo? —Se tira del nudo de la corbata para aflojarse un poco la tela estampada que rodea su cuello.
¿Debería decirle que Pedro se niega a ir? ¿Que su lugar en mi futuro es incierto y que es un cabezota y un paranoico?
—Aún lo estamos hablando —respondo finalmente.
Mi jefe me mira a los ojos.
—Me encantaría que vinieras a Seattle con nosotros —dice, y al instante añade—: Y Pedro también. Podría venir y ocupar su antiguo puesto —sugiere, y se echa a reír—. Si es que puede mantener la boca cerrada...
—¿En serio?
—Sí, por supuesto. Deberías haberlo dicho antes. —Juguetea con su corbata un poco más hasta que al final se la quita del todo y la deja sobre la mesa.
—¡Muchísimas gracias! ¡Se lo agradezco enormemente! —digo con sinceridad.
—¿Has pensado cuándo podrías trasladarte? Kim, Trevor y yo nos iremos dentro de un par de semanas, pero tú puedes venir cuando estés lista. Sé que tendrás que hacer el traslado de expediente.
Te ayudaré en todo lo que pueda.
—Dos semanas serán suficientes —respondo sin pensar.
—Genial, eso es estupendo. Kim se pondrá muy contenta. —Sonríe y veo cómo desvía la mirada hacia la foto que tiene de ellos dos juntos sobre la mesa.
—Gracias otra vez, significa mucho para mí —le digo antes de salir de su despacho.
Seattle.
Dos semanas.
¡Voy a mudarme a Seattle dentro de dos semanas! Estoy preparada.
«¿Verdad?»
Por supuesto que sí. Llevo años aguardando este momento. Es sólo que no esperaba que sucediera tan pronto.
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