Pau
No tengo muy claro cómo me siento hoy. No estoy precisamente contenta, pero tampoco me siento desgraciada. Estoy muy confundida, y ya echo de menos a Pedro. Patético, lo sé. No puedo evitarlo. Llevaba mucho tiempo sin verlo y casi había conseguido expulsarlo de mi organismo, pero con sólo un beso ha conseguido instalarse en mis venas de nuevo, destruyendo el poco sentido común que me quedaba.
Landon y yo esperamos a que el semáforo para los peatones se ponga en verde y me alegro de haberme puesto una sudadera, porque el frío no da tregua.
—Bueno, parece que ha llegado el momento de hacer esas llamadas a la Universidad de Nueva York —dice, y saca una lista de nombres.
—¡Vaya! ¡La NYU! —exclamo—. Seguro que te irá genial allí. Es fantástico.
—Gracias. Estoy un poco nervioso por si no me aceptan para el trimestre de verano, y no quiero tomarme el verano sabático.
—¿Estás tonto? ¡Claro que te aceptarán, para cualquier trimestre! ¡Tienes unas notas fantásticas! —Me echo a reír—. Y tienes un padrastro rector.
—¿Quieres llamar tú por mí? —bromea.
Nos separamos y quedamos en encontrarnos en el aparcamiento al final del día.
Se me hace un nudo en el estómago cuando llego al gran edificio de la Facultad de Ciencias Medioambientales y abro la pesada puerta doble. Zed está sentado en un banco de cemento delante de uno de los árboles del vestíbulo. Al verme, una sonrisa se dibuja en su rostro al instante y se pone de pie para recibirme. Viste una camisa blanca de manga larga y unos vaqueros. La tela de la camisa es tan fina que se transparentan las líneas de sus tatuajes.
—Hola. —Sonríe.
—Hola.
—He pedido pizza, llegará enseguida —me dice, y nos sentamos los dos en el banco y charlamos sobre cómo nos ha ido el día hasta ahora.
Cuando llega la comida, Zed me guía hasta una sala llena de plantas que parece ser un invernadero. Hileras de flores diferentes que no había visto en mi vida inundan el reducido espacio. Zed se acerca a una de las pequeñas mesas y toma asiento.
—Huele de maravilla —le digo mientras me siento delante de él.
—¿El qué? ¿Las flores?
—No, la pizza. Bueno, las flores también. —Me río.
Me muero de hambre. No me ha dado tiempo de desayunar esta mañana y llevo despierta desde que Pedro ha irrumpido en el apartamento de Zed buscándome.
Coge una porción de pizza y la dobla por la mitad como recuerdo que solía hacer mi padre. Antes de darle un bocado, me pregunta:
—¿Cómo fueron las cosas anoche? Bueno... esta mañana.
Empiezo a sentirme incómoda al observarlo, y el aroma de las flores me recuerda a las horas que pasaba en el invernadero de la casa de mi infancia, huyendo de los gritos de mi padre alcohólico hacia mi madre.
Aparto la mirada de él y termino de masticar antes de contestarle:
—Al principio fue un desastre, como siempre.
—¿Al principio? —Ladea la cabeza y se relame los labios.
—Sí. Discutimos, como siempre, aunque ahora parece haber mejorado algo —digo simplemente.
No voy a hablarle a Zed sobre cómo Pedro se desmoronó y se postró de rodillas ante mí; es algo demasiado personal y no le interesa a nadie más que a Pedro y a mí.
—¿Qué quieres decir?
—Se disculpó.
Me lanza una mirada que no me gusta un pelo.
—Y ¿te lo tragaste?
—No, le respondí que no estaba preparada para nada todavía. Sólo le dije que lo pensaría.
Me encojo de hombros.
—No irás a perdonarlo, ¿verdad? —dice con un tono cargado de decepción.
—No voy a volver con él así sin más, y no pienso regresar a ese apartamento.
Zed deja su porción sobre su servilleta.
—No deberías malgastar ni un minuto en pensarlo, Pau. ¿Qué más tiene que hacer para que te mantengas alejada de él?
Me mira como si le debiera una respuesta.
—Las cosas no funcionan así. No es tan sencillo eliminarlo de mi vida. He dicho que no voy a salir con él ni nada, pero hemos pasado por muchas cosas juntos, y lo ha estado pasando muy mal sin mí.
Zed pone los ojos en blanco.
—Ya, ¿beber y colocarse con Jace es su versión de pasarlo mal? —me dice, y se me cae el alma a los pies.
—No ha estado con Jace. Estaba en Inglaterra.
«Porque estaba en Inglaterra, ¿verdad?»
—Pues anoche estuvo en casa de Jace, justo antes de presentarse en mi casa.
—¿En serio?
Jamás pensé que Pedro volvería a quedar con Jace.
—Me parece un poco raro que quede con alguien que tiene gran parte de culpa en todo lo que ha pasado cuando, según parece, detesta que yo esté cerca de ti.
—Ya..., pero tú también estabas implicado —le recuerdo.
—No en lo de ponerte al tanto. Yo no tuve nada que ver cuando te avergonzaron delante de todo el mundo. Jace y Molly lo prepararon todo, y Pedro lo sabe. Por eso le dio una paliza a Jace. Y yo quería decírtelo todo el tiempo; para mí no era sólo una apuesta, Pau. Pero para él, sí. Lo demostró cuando nos enseñó las sábanas.
He perdido el apetito y tengo ganas de vomitar.
—No quiero seguir hablando de esto.
Zed asiente y levanta una mano a modo de disculpa.
—Tienes razón. Lamento haber sacado el tema. Es sólo que me gustaría que me dieras a mí la mitad de oportunidades que le das a él. Yo nunca haría cosas como quedar con Jace si estuviera en el lugar de Pedro y, además, Jace siempre está rodeado de chicas...
—Vale —lo interrumpo. No puedo seguir oyendo hablar más sobre Jace y las chicas de su apartamento.
—Hablemos de otra cosa. Lo siento si he herido tus sentimientos, de verdad, pero es que no lo entiendo. Eres demasiado buena para él, y le has dado muchas oportunidades. Sin embargo, no volveré a sacar el tema a menos que tú quieras hablar de ello. —Alarga el brazo por encima de la mesa y apoya la mano sobre la mía.
—No te preocupes —respondo, pero no puedo creer que Pedro haya visto a Jace después de lo que ocurrió. Su casa sería el último lugar al que pensé que iría.
Zed se levanta y se acerca a la puerta.
—Ven. Quiero enseñarte algo. —Me levanto y lo sigo—. Espera aquí —dice cuando llego al centro de la sala.
Las luces se apagan y espero quedarme a oscuras. Pero en lugar de eso unas luces de neón verdes, rosa, naranja y rojas sorprenden a mis ojos. Cada hilera de flores brilla con un color diferente, unas más que otras.
—¡Vaya! —exclamo en un susurro.
—¿A que mola? —pregunta.
—Sí, mucho.
Me acerco a una fila lentamente admirando la escena.
—Básicamente las diseñamos y después modificamos las semillas para hacer que brillaran así. — De repente se coloca detrás de mí—. Mira esto.
Me coge del brazo y guía mi mano para que toque el pétalo de una flor que brilla de color rosa. Ésta en concreto no brilla tanto como las demás..., al menos hasta que mi dedo la toca, y entonces parece cobrar vida. Retiro la mano al instante, sorprendida, y oigo cómo Zed se ríe detrás de mí.
—Pero ¿cómo es posible? —pregunto fascinada.
Me encantan las flores, especialmente los lirios, y estas flores modificadas genéticamente se parecen mucho y han pasado a ser mis nuevas favoritas.
—Con la ciencia todo es posible —dice con el rostro iluminado por el resplandor que emiten las flores y una amplia sonrisa.
—Eres un empollón —bromeo, y él se ríe.
—Mira quién fue a hablar —replica, y esta vez me río yo.
—Cierto. —Toco la flor de nuevo y veo cómo su brillo se intensifica una vez más—. Esto es increíble.
—Imaginé que te gustaría. Estamos intentando hacer lo mismo con un árbol; el problema es que los árboles tardan mucho más tiempo en crecer que las flores. Pero también viven más; las flores son demasiado frágiles. Si no las cuidas, se marchitan y mueren. —Su tono es suave, y no puedo evitar compararme con la flor, y tengo la sensación de que él está haciendo lo mismo.
—Ojalá los árboles fueran tan bonitos como las flores —digo.
Se coloca delante de mí.
—Podrían serlo, si alguien los hiciera de esa manera. Si cogimos unas flores normales y corrientes y las convertimos en esto, también podemos hacer lo mismo con un árbol. Con los cuidados y las atenciones pertinentes, podrían brillar como las flores, pero ser mucho más fuertes. —Permanezco callada mientras él acaricia mi mejilla con el dedo pulgar—. Tú mereces esa clase de atención, Pau.
Mereces estar con alguien que te haga brillar, no con alguien que te arrebate la luz.
Entonces Zed se inclina para besarme.
Retrocedo y choco con la hilera de flores. Por fortuna, ninguna se cae y yo me recompongo.
—Lo siento, no puedo.
—¿No puedes, qué? —dice levantando ligeramente la voz—. ¿Dejar que sea yo quien te enseñe lo feliz que podrías ser?
—No..., no puedo besarte. Ahora mismo no puedo. No puedo estar todo el tiempo entre uno y otro. Anoche estaba en tu cama, y esta mañana he besado a Pedro, y ahora...
—¿Lo has besado?
Se queda boquiabierto y yo me alegro de que la sala esté a oscuras excepto por el brillo de las flores.
—Bueno, me ha besado él a mí, pero yo he dejado que lo hiciera antes de apartarme —le explico —. Estoy confundida, y hasta que sepa lo que voy a hacer, no puedo ir por ahí besándome con todo el mundo. No está bien.
No dice nada.
—Lo siento si te he dado falsas esperanzas y te he hecho creer que...
—No pasa nada —responde Zed.
—No, sí que pasa. No debería haberte metido en todo este lío hasta que pudiera pensar con claridad.
—No es culpa tuya. Soy yo quien no deja de insistir. No me importa que me des falsas esperanzas mientras pueda estar cerca de ti. Sé que nos iría bien juntos, y tengo todo el tiempo del mundo para esperar a que tú también te des cuenta —dice, y se aleja para encender la luz.
¿Cómo puede ser siempre tan comprensivo?
—Oye, si me odiases no te lo tendría en cuenta —le aseguro, y me cuelgo la mochila en el hombro.
—Yo jamás te odiaría —dice, y sonrío.
—Gracias por enseñarme esto. Es increíble.
—Gracias por venir. Pero déjame al menos que te acompañe a clase, ¿no? —se ofrece con una sonrisa.
Me dirijo a los vestuarios para cambiarme y coger mi esterilla y entro en la sala de yoga sólo cinco minutos antes de la hora. Una morena alta ocupa mi sitio delante, y me veo obligada a ponerme en la última fila, cerca de la puerta. Había planeado decirle a Zed que jamás podré sentir por él lo que siento por Pedro, que lamento haberlo besado y que sólo podemos ser amigos, pero no he sido capaz de hacerlo con todas las cosas bonitas que me decía. Me ha pillado totalmente por sorpresa cuando me ha contado que Pedro estuvo en casa de Jace anoche.
Siempre creo que sé lo que tengo que hacer hasta que Zed empieza a hablar. Su voz suave y sus ojos amables me aturden y confunden mis pensamientos.
Cuando vuelva a casa de Landon tengo que llamar a Pedro y contarle lo de la comida con Zed y preguntarle qué hacía en casa de Jace... ¿Qué estará haciendo ahora? ¿Habrá venido hoy a la facultad?
La clase de yoga es justo lo que necesito para aclararme las ideas. Una vez concluida me siento mucho mejor. Enrollo la esterilla y salgo de la sala. Entonces, de repente, oigo que alguien me llama justo cuando llego al vestuario.
Me vuelvo y veo que Pedro corre hacia mí y se pasa la mano por el pelo.
—Verás..., quería hablar contigo de una cosa...
Parece contrariado, como si estuviera... ¿nervioso?
—¿Ahora? No creo que éste sea el lugar...
No quiero debatir sobre nuestros problemas en medio del gimnasio.
—No... no es eso —dice con voz muy aguda. Está nervioso, esto no puede ser nada bueno. Él nunca se pone nervioso.
—Me preguntaba... No sé... Bueno, da igual. —Se ruboriza, da media vuelta y se dispone a marcharse.
Suspiro y me vuelvo para entrar en el vestuario a cambiarme.
—¿Quieres salir conmigo? —exclama entonces, casi chillando. Me vuelvo sin poder ocultar mi sorpresa.
—¿Qué?
—Como una cita..., ya sabes... ¿Podemos salir por ahí? Sólo si tú quieres, claro, pero podría estar bien. No estoy seguro, pero me gustaría... —Se detiene, y yo decido acabar con su humillación al ver que sus mejillas se tornan rojo escarlata.
—Claro —respondo, y Pedro me mira a los ojos.
—¿En serio? —Sus labios se transforman en una sonrisa, una sonrisa nerviosa.
—Sí.
No sé cómo acabará esto, pero nunca antes me ha pedido salir. Lo más cerca que hemos estado de tener una cita fue cuando me llevó a aquel arroyo y después a cenar. Pero todo aquello fue una mentira, así que no fue una cita real. Fue su manera de meterse en mis bragas.
—Vale... ¿Cuándo? ¿Ahora mismo? ¿O mañana? ¿O a finales de semana?
No recuerdo haberlo visto nunca tan nervioso. Resulta adorable, e intento no reírme.
—¿Mañana? —propongo.
—Sí, mañana está bien. —Sonríe y se muerde el labio inferior. El ambiente entre nosotros es incómodo, pero de una manera positiva.
—Genial...
Me siento nerviosa, como las primeras veces que estaba cerca de él.
—Genial —repite.
Da media vuelta, se marcha apresuradamente y casi tropieza con una colchoneta de lucha libre.
Entro en los vestuarios y empiezo a partirme de la risa.
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