Divina

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lunes, 23 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 96


Pau

Me duele el corazón de oírlo. Se le da demasiado bien.

—Siempre haces lo mismo. Repites lo mismo una y otra vez pero nunca cambia nada —le digo.

—Tienes razón —reconoce mirándome a los ojos—. Es cierto. Sí, he de admitir que los primeros días estaba tan cabreado que no quería ni verte porque estabas exagerando. Entonces me di cuenta de que podía ser el final y me asusté. Sé que no te he tratado como debería, no sé cómo querer a nadie salvo a mí mismo, Pau. Lo estoy intentando con todas mis fuerzas... Vale, puede que no con todas mis fuerzas, pero lo haré a partir de ahora, te lo juro.

Lo miro. Me ha dicho eso mismo demasiadas veces.

—Eres consciente de que eso ya me lo habías dicho antes, ¿verdad?

—Lo sé, pero esta vez lo digo en serio. Después de ver a Natalie, yo...
«¿Natalie?»

Me he quedado a cuadros.

—¿La has visto?

¿Sigue enamorada de él? ¿O lo odia? ¿Le ha arruinado la vida?

—Sí, la vi y hablé con ella. Está embarazada.

«Lo que faltaba.»

—Llevaba años sin verla, Pau —dice con sarcasmo. Me ha leído el pensamiento—. Está comprometida y es muy feliz. Me dijo que me perdonaba y me contó lo feliz que le hacía casarse porque era un gran honor, o algo así, pero me abrió los ojos. —Da otro paso hacia mí.

No siento ni los brazos ni las piernas a causa del frío y estoy furiosa con Pedro. Furiosa se queda corto. Estoy que muerdo y con el corazón roto. Va y viene y es agotador. Ahora está aquí, delante de mí, hablando de matrimonio, y no sé qué pensar.
No debería haberme ido con él. Ya lo tenía decidido: iba a olvidarme de él aunque fuera lo último que hiciera en este mundo.

—¿Qué decías? —pregunto.

—Que ahora me doy cuenta de lo afortunado que soy de tenerte, de que hayas permanecido a mi lado a pesar de toda la mierda que te he hecho tragar.

—Lo eres. Y deberías haberte dado cuenta mucho antes. Siempre te he querido más de lo que tú me quieres a mí y...

—¡Eso no es verdad! Te quiero más de lo que nadie ha querido nunca a otra persona. Yo también lo he pasado fatal, Pau. Me he puesto enfermo, literalmente, sin ti. No podía comer y parecía un muerto viviente. Lo estaba haciendo por ti, para que pudieras pasar página —explica.

—Eso no tiene sentido. —Me aparto el pelo húmedo de la cara.

—Lo tiene. Tiene mucho sentido. Pensé que, si me mantenía fuera de tu vida, podrías seguir adelante y ser feliz sin mí, con tu Elijah.

—¿Quién es Elijah?
«¿De qué me está hablando?»

—¿Qué? Ah. El prometido de Natalie. Ha encontrado a alguien a quien amar y que quiere casarse con ella. Si ella ha podido, tú también —me dice.

—Pero ese alguien... ¿no eres tú? —le pregunto.

Pasan unos segundos y no dice nada. Está perplejo y frenético, se tira del pelo por décima vez en una hora. Franjas de luces rojas y anaranjadas aparecen entonces por detrás de las casas de la manzana. Tengo que entrar antes de que todo el mundo se levante y me vea con bóxer y tacones. Qué vergüenza.

—Ya me parecía a mí —suspiro, y no me permito derramar ni una sola lágrima más por él. Al menos no hasta que esté sola.

Pedro está de pie ante mí con expresión ausente. Marco el número de Landon y le pido que me abra. Debería haberme imaginado que Pedro sólo iba a luchar por sacarme del apartamento de Zed.
Ahora que tiene la ocasión perfecta para decirme todo lo que necesito oír, se queda sin habla.

—Entra, hace un frío que pela —dice Landon cerrando la puerta detrás de mí.

No quiero aburrirlo con mis problemas ahora mismo. Acaba de llegar de Nueva York y no puedo ser tan egoísta.
Coge la manta que cuelga del respaldo del sofá y me la echa por los hombros.

—Subamos antes de que se despierten —sugiere, y asiento.

Entre Pedro y la nieve no siento ni la cabeza ni el cuerpo. Miro el reloj mientras sigo a Landon escaleras arriba. Las seis y diez. Tengo que meterme en la ducha dentro de diez minutos. Va a ser un día muy largo. Landon abre la puerta de la habitación en la que he estado durmiendo y enciende la luz mientras yo me siento en el borde de la cama.

—¿Te encuentras bien? Parece que te has quedado helada —dice, y asiento. Le agradezco que no haga ningún comentario sobre mi vestimenta.

—¿Qué tal por Nueva York? —pregunto, pero sé que mi voz carece de entonación o interés. Sí que me interesa la vida de mi mejor amigo, el problema es que me he quedado sin emociones que expresar.
Me mira preocupado.

—¿Seguro que te apetece que te lo cuente? Puede esperar hasta la hora del café.

—Seguro —le digo obligándome a sonreír.

Estoy acostumbrada al tira y afloja con Pedro, lo que no significa que duela menos, pero sabía que iba a suceder. Siempre ocurre lo mismo. Es increíble que se fuera a Inglaterra para alejarse de mí. Ha dicho que tenía que aclararse las ideas, pero soy yo la que tiene que aclararse. No debería haberme quedado tanto tiempo en la calle hablando con él. 

Debería haber hecho que me trajera y haberme metido en la casa en vez de escucharlo. Lo que ha dicho me ha dejado más confusa que antes. Por un momento pensé que iba a decir que cree que tenemos futuro, que quiere un futuro a mi lado, pero cuando ha llegado la hora de la verdad, ha vuelto a dejar que me marchase.

En cuanto ha reconocido que quería llevarme a Inglaterra para que no lo dejara debería haberme largado, pero lo conozco demasiado bien. Sé que no cree merecer que nadie lo quiera, y sé que en su cabeza esa idea absurda tiene sentido. El problema es que no es lo que hace la gente normal; no puede esperar que lo deje todo y a todos para quedarme atrapada con él en Inglaterra. No podemos vivir allí sólo porque él tenga miedo de que lo deje.

Tiene muchos problemas que ha de resolver él solito. Y yo también. Lo quiero, pero he de quererme más a mí.

—Ha estado bien, me ha encantado. El apartamento de Dakota es alucinante, y su compañera de piso es muy amable —empieza a decir Landon.

Lo único en lo que yo puedo pensar es en lo agradable que debe de ser tener una relación sin complicaciones. Me acuerdo de las horas y horas que Noah y yo nos pasamos viendo películas; con él todo era sencillo. Pero a lo mejor por eso no duró. Tal vez por eso quiero tanto a Pedro, porque es un reto y hay tanta pasión entre nosotros que casi acaba con los dos.
Me da más detalles y se me contagia su entusiasmo por Nueva York.

—¿Vas a irte a vivir allí? —le pregunto.

—Sí, creo que sí. No hasta que acabe el semestre, pero quiero estar cerca de ella. La echo mucho de menos —me cuenta.

—Lo sé. Me alegro mucho por ti, de verdad.

—Siento lo de Pedro...

—No lo sientas. Se acabó. Estoy harta. No puedo más. Tal vez deba irme a Nueva York contigo. — Sonrío y se le ilumina la cara con esa sonrisa que adoro.

—Sabes que podrías.

Siempre digo lo mismo. Siempre digo que se ha acabado y luego vuelvo con Pedro, es un bucle infinito. Tomo una decisión.

—El martes hablaré con Christian de Seattle.

—¿En serio?

—Tengo que hacerlo —le digo, y asiente porque está de acuerdo.

—Voy a vestirme para que puedas ducharte. Nos vemos abajo cuando hayas terminado de arreglarte.

—Te he echado mucho de menos.

Me pongo de pie y lo abrazo con fuerza. Las lágrimas ruedan por mis mejillas y él me abraza aún más fuerte.

—Perdona, estoy fatal. Soy un desastre desde que irrumpió en mi vida —digo llorando y soltándolo.

—¿Pau? —dice cuando llega a la puerta de su habitación.

—¿Sí?

Me mira con toda la comprensión del mundo en los ojos.

—Que no pueda quererte como tú quieres que te quiera no significa que no te quiera con toda su alma —dice.

¿Eso qué significa? Proceso sus palabras mientras cierro la puerta del baño y abro el grifo de la ducha. Pedro me quiere, eso lo sé, pero sigue cometiendo un error detrás de otro y yo sigo cometiendo el error de aguantárselos. ¿Me quiere con toda su alma? ¿Basta con eso? Me quito la camiseta de Zed y oigo que llaman a la puerta.

—¡Un momento, Landon! —grito, y vuelvo a ponerme la camiseta para cubrirme el cuerpo.

Sin embargo, cuando abro la puerta veo que no es Landon. Es Pedro, y tiene las mejillas cubiertas de lágrimas y los ojos rojos.

—¿ Pedro?


Me coge de la nuca y me atrae hacia su boca antes de que pueda resistirme.

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