Pedro
—No —miente, y se pone de puntillas para intentar alcanzar la caja que tengo en la mano izquierda, de modo que la levanto más todavía.
—Pone mi nombre en la etiqueta —señalo, y ella baja la mirada.
¿Por qué tiene tanta vergüenza?
—Es que..., bueno, te compré algunas cosas, pero ahora me parecen tonterías, así que no hace falta que las abras.
—Quiero hacerlo —le aseguro, y me siento en el borde de la cama.
No debería haber roto esa espantosa silla.
Pau suspira y mantiene su posición al otro extremo del cuarto mientras tiro de los extremos del papel de regalo pegados con cinta adhesiva. Me fastidia la cantidad de celo que ha utilizado para envolver esta caja, pero admito que estoy un poco... ... emocionado.
No es emoción exactamente, sino felicidad. No recuerdo cuándo fue la última vez que recibí un regalo de cumpleaños de alguien, ni siquiera de mi madre. Desde una edad muy temprana dejé bien claro que odiaba los cumpleaños, y me comportaba de una manera tan desagradable cada vez que mi madre me compraba algo que dejó de hacerlo antes de que cumpliera dieciséis años.
Mi padre me mandaba una tarjeta de mierda con un cheque dentro todos los años, pero yo me dedicaba a quemarlos. Llegué a mearme en los que envió cuando cumplí los diecisiete.
Cuando por fin abro la caja, encuentro varias cosas dentro.
La primera es una copia destrozada de Orgullo y prejuicio y, en cuanto la saco, Pau se acerca y me la quita de las manos.
—Esto es una tontería..., olvídalo —dice, pero está claro que no pienso hacerlo.
—¿Por qué? Devuélvemelo —le exijo extendiendo la mano.
Cuando me pongo de pie parece darse cuenta de que es imposible que gane esta batalla, de modo que me devuelve el libro. Mientras lo hojeo veo que hay frases subrayadas en amarillo fosforescente por toda la novela.
—¿Recuerdas cuando me dijiste que habías estado subrayando a Tolstói? —me pregunta, y se pone más roja que nunca.
—Sí, ¿y?
—Bueno, pues... es que yo también subrayaba frases de libros —admite, y me mira a los ojos.
—¿En serio? —digo, y lo abro por una página que está prácticamente cubierta de marcas.
—Sí. Sobre todo éste. No hace falta que lo releas todo ni nada. Sólo pensé que... Se me da fatal hacer regalos, lo siento.
Eso no es cierto. Me encantará leer qué palabras de su novela favorita le recuerdan a mí. Éste es el mejor regalo que podrían haberme hecho en la vida. Son estas cosas, las cosas sencillas, las que me dan esperanzas de que podemos hacer que esto funcione, el hecho de que los dos estuviésemos haciendo lo mismo, que los dos leamos a Jane Austen, sin saberlo.
—No es verdad —le digo, y vuelvo a sentarme en la cama.
Dejo la novela debajo de mi pierna para que no intente quitármela de nuevo. Una leve carcajada escapa de mis labios al ver otro de los objetos de la caja.
—¿Para qué es esto? —pregunto con una sonrisa maliciosa, sosteniendo la carpeta de anillas de piel.
—Esa cosa que usas para trabajar se está pelando por los bordes y está hecha un desastre.
Mira, ésta tiene etiquetas para cada semana, o tema, lo que prefieras. —Sonríe.
Me hace gracia que me haya regalado esto porque me doy cuenta de la cara de horror que pone cada vez que me ve meter mis papeles en mi antigua carpeta. Me niego a dejar que me la organice a pesar de sus numerosos intentos, y sé que la saca de quicio. No quiero que vea lo que hay dentro.
—Gracias. —Me río.
—Eso no era un regalo, en realidad: te la compré hace tiempo e iba a tirar la otra, pero nunca tuve la ocasión de hacerlo —admite riéndose.
—Eso es porque siempre la llevaba conmigo. Te veía las intenciones —bromeo.
Me falta abrir la bolsa pequeña, y una vez más me echo a reír al ver lo que contiene.
«Kickboxing» es lo primero que leo en el pequeño ticket.
—Es una semana de kickboxing en el gimnasio de nuestro... de tu barrio. —Sonríe, claramente orgullosa de su ingenioso regalo.
—Y ¿qué te hace pensar que me interesa practicar kickboxing?
—Ya lo sabes.
Es obvio que me lo ha comprado para que libere la rabia con el deporte.
—Nunca lo he probado.
—A lo mejor te gusta —dice.
—No tanto como darle una buena paliza a alguien —contesto, y ella frunce el ceño—. Es broma.
Cojo el CD que queda dentro de la bolsa. El capullo que llevo en mi interior quiere burlarse de Pau por haber comprado un CD cuando podría haberlo descargado directamente de internet. Disfrutaré escuchando cómo tararea sus canciones; supongo que es el segundo álbum de The Fray.
Estoy convencido de que ya se sabe todos los temas a la perfección, y que le encantará explicarme su significado mientras conducimos escuchándolo.
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