Pedro
Pau no responde a mis llamadas y me estoy empezando a cabrear. ¿Faltan quince minutos para que termine mi puto cumpleaños y no me coge el teléfono?
Vale, debería haberla llamado antes, pero aun así... Ni siquiera ha contestado al mensaje que le he mandado hace unas horas. Creía que lo habíamos pasado bien anoche; incluso me invitó a entrar en casa de mi padre para que pudiera dormir. Me sentí fatal al rechazar su ofrecimiento, pero sabía lo que pasaría si entraba. Habría llevado las cosas demasiado lejos, y tengo que dejar que sea ella la que haga el primer movimiento. No puedo aprovecharme de ella ahora, aunque, joder, me gustaría hacerlo.
—Creo que me voy a ir ya —le digo a Logan, obligándolo a despegarse de la chica de pelo negro y piel morena que, obviamente, tanto le gusta.
—No, no puedes irte todavía, no hasta... ¡Ah! ¡Ahí están! —grita, y señala hacia adelante. Me vuelvo y veo a dos chicas con gabardina que vienen hacia nosotros. «¿Es una puta broma?» La multitud empieza a aplaudir y a silbar.
—No me van las strippers —le digo.
—¡Venga ya, tío! ¿Cómo has sabido que eran strippers? —Se echa a reír.
—¡Llevan gabardinas y tacones altos! —Esto es una puta gilipollez.
—¡Vamos, hombre! ¡A Pau no le importará! —añade Logan.
—Ésa no es la cuestión —gruño, aunque sí que lo es. No es la única cuestión, pero sí la más importante.
—¿Eres el cumpleañero? —dice una de las chicas.
Su pintalabios rojo intenso ya me está dando dolor de cabeza.
—No, no, no. No lo soy —miento, y salgo pitando por la puerta.
—¡Vamos, Pedro! —gritan unas cuantas voces.
Y una mierda. No pienso darme la vuelta. Pau se volvería loca si se enterara de que he estado de fiesta con unas strippers. Casi puedo oírla gritándome por ello en estos momentos. Ojalá me hubiera cogido el teléfono. Pruebo a llamarla una vez más mientras Nate intenta llamarme por la otra línea. No pienso volver ahí por nada del mundo. Ya he participado bastante en la celebración.
Seguro que está cabreada conmigo por no haberla llamado antes, pero nunca sé cuándo debo llamarla y cuándo no. No pretendo agobiarla, pero tampoco quiero darle demasiado espacio. La situación pende de un hilo y no sé cómo actuar.
Compruebo mi teléfono una vez más y veo que el «Hola» que le he mandado es el último mensaje recibido o enviado. Parece ser que esta noche seremos mi apartamento solitario y yo de nuevo.
Feliz cumpleaños de mierda.
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