Pau
Zed me acaricia la mejilla y se me eriza el vello de la nuca. Me tira del
brazo para acercarme más a él. Me golpeo la rodilla con el volante mientras me
siento sobre su regazo y me maldigo por haber estado a punto de estropear el
momento, pero él no parece darse cuenta y me abraza y me estrecha contra su
pecho. Le echo las manos al cuello y nuestras bocas se mueven en perfecta
sincronía.
Sus labios son un país extranjero para mí; no son como los de Pedro. Su lengua
se mueve de otra manera, no acaricia la mía y no me muerde el labio inferior
entre beso y beso.
«No los compares, Pau. Lo necesitas. Tienes que dejar de pensar en él.
Seguro que ya está en la cama con cualquiera, puede que con Molly.» Mira que,
como esté con Molly...
«Habrías sido feliz en todo momento, no sólo a veces.»
Sé que Zed tiene toda la razón. Me habría ido mucho mejor con él. Me lo
merezco. Merezco ser feliz. Ya he sufrido bastante y he tenido que tragar
suficiente mierda con Pedro para que ni siquiera se haya molestado en llamarme
y hablarlo conmigo. Sólo alguien muy débil volvería corriendo con alguien que
la ha pisoteado una y otra vez. No puedo ser así, tengo que ser fuerte y seguir
adelante. O por lo menos intentarlo.
Me siento mejor ahora, en este momento, de lo que me he sentido en los
últimos nueve días. Nueve días no parecen tanto tiempo hasta que te los pasas
contando cada segundo, esperando agónicamente lo que no va a pasar. Entre los
brazos de Zed puedo respirar al fin, puedo ver la luz al final del túnel.
Zed siempre me ha tratado bien y siempre ha estado ahí. Ojalá me hubiera
enamorado de él y no de Pedro.
—Joder, Pau... —gime, y le tiro del pelo.
Lo beso con más intensidad.
—Espera... —masculla en mi boca, y me aparto lentamente—. ¿Qué pasa aquí?
—Me mira a los ojos.
—No... No lo sé... —Me tiembla la voz y estoy sin aliento.
—Yo tampoco...
—Perdona... Es que estoy un poco inestable y he pasado por mucho, y lo que
me has dicho ha hecho que... No sé... No debería haberlo hecho. —Miro hacia
otra parte y me bajo de su regazo, de vuelta al asiento del conductor.
—No tienes por qué disculparte... Sólo es que no quiero que te hagas una
idea equivocada, ¿sabes? Únicamente quiero saber qué significa esto para ti —me
dice.
«¿Qué significa para mí?»
—No tengo respuesta para eso, aún no. Yo...
—Eso creía —dice con un ligero matiz de enfado.
—Es que no sé...
—No pasa nada, lo entiendo. Sigues enamorada de él.
—Sólo han pasado nueve días, Zed. No puedo evitarlo. —No sé cómo me las
apaño, pero no hago más que liarla, y cada embrollo es más gordo que el
anterior.
—Lo sé. No te estoy diciendo que dejes de quererlo ni que vayas a dejar de
hacerlo. Sólo es que no quiero ser el segundo plato. Acabo de empezar a salir
con alguien. No había salido con nadie desde que te conocí, hasta que apareció
Rebecca. Pero luego, cuando te llevé a tu casa y vi cómo reaccionaste cuando te
dije que estaba saliendo con alguien, empecé a pensar... Sé que soy un idiota,
pero empecé a pensar que no querías que pasara página o algo así.
Aparto la vista de su hermoso rostro y miro por la ventanilla.
—No eres un segundo plato... —digo—. Me apetecía besarte. Sólo que no sé
muy bien ni lo que pienso ni lo que hago. Nada tiene sentido desde hace nueve
días, y cuando te he besado ha sido alucinante y he dejado de pensar en él. He
sentido que podía hacerlo, que podía olvidarlo, pero sé que no es justo que te
utilice de este modo. Estoy confusa y he perdido la razón. Perdona que te haya
forzado a serle infiel a tu novia, no era ésa mi intención. Sólo es que...
—No espero que lo olvides tan pronto. Sé hasta qué punto te tiene en sus
garras...
No lo sabe él bien.
—Dime una cosa —dice luego, y yo asiento—. Dime que al menos intentarás
permitirte ser feliz. No te ha llamado ni una vez. Te ha hecho pasar un
calvario y ni siquiera está intentando luchar por ti. Si fuera yo, pelearía por
ti. Para empezar, nunca te habría dejado marchar. —Extiende el brazo y me mete
un mechón perdido detrás de la oreja—. Pau, no necesito una respuesta
inmediata. Sólo necesito saber que estás lista para intentar ser feliz. Sé que
no estás preparada para una relación conmigo, pero puede que algún día lo
estés.
La cabeza me va a cien, el corazón se me va a salir del pecho y me duele al
mismo tiempo, y es como si me faltara el aire. Quiero decirle que lo intentaré
pero no me salen las palabras. La media sonrisa de Pedro por las mañanas cuando
por fin consigo que se levante después de haberse pasado un rato protestando
por la alarma de mi móvil. La voz somnolienta con la que pronuncia mi nombre.
El modo en que intenta que me quede en la cama con él hasta que tengo que salir
corriendo muerta de la risa de la habitación. El café, que le gusta sin leche y
sin azúcar, igual que a mí. El hecho de que lo quiero más que a nada en el
mundo y cómo desearía que fuera distinto. Ojalá pudiera ser exactamente igual
pero distinto. No tiene sentido, ni para mí ni para nadie, pero así son las
cosas.
Ojalá no lo quisiera como lo quiero. Ojalá no hubiera hecho que me
enamorara de él.
—Lo entiendo. No pasa nada —dice Zed, y se esfuerza por sonreír pero
fracasa estrepitosamente.
—Lo siento... —aseguro, y de verdad que no sabe cuánto.
Se baja del coche, cierra la puerta y vuelvo a sentirme sola.
—¡Mierda! —grito y golpeo el volante con las manos, cosa que también me
recuerda a Pedro.
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