Divina

Divina

sábado, 21 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 87


Pau

Once días. Han pasado once días desde la última vez que supe de Pedro, y no ha sido nada fácil.

Sin embargo, la compañía de Zed ha sido de gran ayuda.

Hoy es la cena en casa de Christian, y he estado todo el día temiendo que ver las caras de siempre me recuerde a Pedro y que de un plumazo se desmoronen los muros que he levantado. Basta una pequeña grieta para que deje de estar protegida.

Finalmente, cuando es la hora de salir, respiro profundamente e inspecciono mi aspecto una vez más en el espejo. Me he peinado como siempre: con el pelo suelto y rizos suaves, pero el maquillaje es más oscuro que de costumbre. Me pongo la pulsera que Pedro me regaló en la muñeca; aunque sé que no debería llevarla, me siento desnuda sin ella. Se ha convertido en una parte tan importante de mí... El vestido me sienta aún mejor que ayer, y me alegro de haber recuperado los kilos que perdí en los primeros días de ayuno.

«I just want it back the way it was before. And I just want to see you back at my front door... » («Sólo quiero que vuelva a ser como antes. Sólo quiero volver a verte en mi puerta...»), suena la música mientras cojo la cartera de mano. En el siguiente compás, me quito los auriculares y los meto dentro.

Me reúno con Karen y Ken abajo, los dos van muy elegantes. Ella lleva un vestido largo con un estampado azul y blanco y él traje y corbata.

—Estáis estupendos —le digo a Karen, y se pone colorada.

—Gracias, cielo, tú también —responde sonriéndome de oreja a oreja.
Es muy dulce. Cuando tenga que dejarlos voy a echarlos muchísimo de menos.

—Estaba pensando que esta semana podríamos trabajar un rato en el invernadero. ¿Qué te parece? —me pregunta mientras andamos hacia el coche.

Mis tacones repiquetean sobre el hormigón del garaje.

—Me encantaría —le contesto, y me subo al asiento trasero de su Volvo.

—Esto va a ser muy divertido. Hacía tiempo que no íbamos a una fiesta como ésta. —Karen coge la mano de Ken y se la pone en el regazo mientras él maniobra para sacar el coche.

No envidio lo mucho que se quieren; me recuerdan que las personas pueden ser buenas y cariñosas.

—Landon llegará muy tarde de Nueva York. Lo recogeré a las dos de la madrugada —dice Karen con entusiasmo.

—Qué ganas tengo de verlo —contesto.

Y es cierto... He echado de menos a mi mejor amigo, sus sabias palabras y su cálida sonrisa.
La casa de Christian Vance es tal cual la imaginaba. De un estilo muy moderno, con la estructura casi transparente. Parece que sólo las vigas y los cristales la sujetan a la colina. En el interior, cada elemento de la decoración está pensado para combinarse orgánicamente en un conjunto perfecto. Es impresionante, y me recuerda a un museo en el sentido de que nada de lo que contiene ha sido tocado antes.
Kimberly nos saluda en la puerta principal.

—Muchísimas gracias por venir —dice, y me da un abrazo.

—Gracias a ti por invitarnos. —Ken le estrecha la mano a Christian—. Enhorabuena por la mudanza.

Me quedo sin aliento al ver el agua a través de las ventanas de atrás. Ahora entiendo por qué casi toda la estructura es de cristal: la casa se asienta junto a un gran lago. El agua en el exterior parece no tener fin, y la puesta de sol, que se refleja en el lago, es tan apabullante que me ciega. El hecho de que la casa esté sobre una colina y que el jardín haga pendiente te hace creer que estás flotando sobre las aguas.

—Ya está aquí todo el mundo. —Kimberly nos lleva al salón, que, como el resto de la casa, es perfecto.

En realidad no es mi estilo, me gusta más una decoración clásica, pero la casa de Vance es realmente exquisita. Dos largas mesas rectangulares llenan el espacio, decoradas con flores de colores y pequeños recipientes con velas flotando en su interior junto a cada uno de los asientos. Elegante y colorido, parece sacado de una revista. Kimberly se ha superado con esta fiesta.

Trevor se sienta a la mesa más cercana a la ventana, junto con otras caras que me resultan familiares de la oficina, incluyendo a Crystal, del departamento de marketing, y su futuro marido.
Smith está dos sitios más abajo, enfrascado en un videojuego en el móvil.

—Estás preciosa. —Trevor me sonríe y se levanta para saludar a Ken y a Karen.

—Gracias. ¿Qué tal? —pregunto.

Su corbata es exactamente del mismo azul que sus ojos, que brillan radiantes.

—¡Genial! Preparado para la gran mudanza.

—¡Me imagino! —contesto, pero lo que realmente pienso es: «Ojalá yo también pudiera trasladarme a Seattle...».

—Trevor, qué alegría verte. —Ken le estrecha la mano y yo bajo la vista cuando noto un ligero tirón en mi vestido.

—Hola, Smith, ¿cómo estás? —pregunto al pequeño de brillantes ojos verdes.

—Bien. —Se encoge de hombros. Entonces, en voz baja, pregunta—: ¿Dónde está tu Pedro?

No sé qué decirle, y su forma de llamarlo «mi Pedro » remueve algo en mi interior. Los muros de piedra están empezando a desquebrajarse y todavía no hace ni diez minutos que estoy aquí. 

—Está... —empiezo a decir—, no está aquí ahora mismo.

—Pero va a venir, ¿no?

—No, lo siento. No creo que venga, cariño.

—Ah.

Es una mentira terrible, y cualquiera que conozca a Pedro lo sabría, pero le digo al pequeño:

—Me dijo que te mandara recuerdos —y le revuelvo un poco el pelo. Por culpa de Pedro, he tenido que engañar a un niño pequeño. Estupendo.

Smith sonríe poco convencido y se sienta otra vez a la mesa.

—Está bien. Me gusta tu Pedro.

«A mí también —quiero decirle—, pero no es mío.»

Durante los siguientes quince minutos, llegan veinte invitados más y Christian enciende su sistema de sonido ultramoderno. Con sólo apretar un botón, una suave melodía de piano inunda la estancia. Jóvenes camareros uniformados desfilan alrededor de las mesas con bandejas de canapés y yo elijo uno que parece un pedazo de pan cubierto de tomates y salsa.

—La oficina de Seattle es alucinante, deberíais verla —nos dice Christian a un pequeño grupo de invitados—. Está casi encima del agua, es el doble de grande que la de aquí. No me puedo creer que por fin me esté expandiendo.

Trato de parecer interesada mientras un camarero me ofrece una copa de vino blanco. En verdad sí que me interesa, sólo es que estoy distraída. Me distrae oír hablar de Pedro y la idea de Seattle. Me quedo mirando el agua y me imagino a Pedro y a mí mudándonos a vivir juntos a un apartamento en medio del ajetreo de una nueva ciudad, un sitio nuevo, con gente nueva. Haríamos nuevos amigos y comenzaríamos una nueva vida juntos. Pedro trabajaría otra vez para Vance y alardearía día y noche de que gana más dinero que yo, y tendría que pelearme con él para que me permitiera pagar la factura de la luz.

—¿Pau?

La voz de Trevor me saca de mis ensoñaciones.

—Perdona... —tartamudeo, y me doy cuenta de que nos hemos quedado aparte y que está acabando, o comenzando, una historia que no sabía que estaba contándome.

—Como te decía, mi apartamento está cerca del nuevo edificio, en pleno centro... 
Deberías ver las vistas. —Sonríe—. Seattle es maravilloso, especialmente de noche.

Sonrío y asiento. Seguro que lo son. Seguro, segurísimo, que lo son.

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