Pau
Molly.
Rezo para que esté aquí por pura casualidad, pero cuando Steph aparece detrás de ella, me encojo en el reservado.
—¡Hola, Pau! —saluda Steph sentándose en el sitio de enfrente y pegándose a la pared para que «alguien» pueda sentarse a su lado.
«¿Por qué me habrá invitado a comer con ella y con Molly?»
—Cuánto tiempo sin verte —me dice el putón de Molly.
No sé qué decirles a ninguna de las dos. Quiero levantarme y marcharme, pero me limito a sonreír y a responder:
—Sí.
—¿Has pedido ya? —me pregunta Steph haciendo caso omiso del hecho de que ha traído consigo a mi archienemiga, a mi única enemiga, en realidad.
—No. —Cojo el bolso para buscar el móvil.
—Oye, no hace falta que llames a tu papíto, no muerdo —se mofa Molly.
—No iba a llamar a Pedro —le digo. En realidad, iba a enviarle un mensaje. Son cosas muy distintas.
—Ya, claro —contesta, y se ríe.
—Para —salta Steph—. Molly, has dicho que ibas a comportarte.
—¿Por qué has venido? —le pregunto a la chica a la que detesto más que a nadie en el mundo.
Se encoge de hombros.
—Tengo hambre —responde tan tranquila. Está claro que esta arpía se burla de mí. Cojo la sudadera y me dispongo a levantarme.
—Será mejor que me vaya.
—¡No, quédate! Por favor... Estás a punto de mudarte y no volveré a verte —dice Steph haciendo pucheros.
—¿Qué?
—Te vas dentro de unos días, ¿no?
—¿Quién te lo ha contado?
Molly y Steph se miran la una a la otra.
—Zed, creo —dice Steph—. No importa. Creía que me lo ibas a contar tú.
—Iba a hacerlo, pero han pasado muchas cosas. Mi idea era contártelo hoy... —digo, y entonces miro a Molly como si quisiera explicar por qué no lo he hecho.
—Pues me habría gustado enterarme por ti. Yo fui tu primera amiga aquí. —Steph saca el labio inferior en un gesto que me hace sentir mal y que parece un poco cómico, así que doy las gracias cuando la camarera llega para preguntarnos qué queremos para beber.
Mientras Molly y Steph piden sus refrescos, le mando un mensaje a Pedro.
Imagino que estarás durmiendo la mona en el sofá, pero estoy comiendo con Steph y se ha traído a Molly.
Le doy a «Enviar» y miro a las dos chicas.
—¿Estás emocionada? —me pregunta entonces Steph—. ¿Qué vais a hacer Pedro y tú?
Me encojo de hombros y miro a un lado y a otro. No voy a hablar de mi relación delante de la hija de Satanás.
—Puedes hablar delante de mí. Créeme, tu vida petarda no me interesa lo más mínimo —resopla Molly, y bebe un trago de agua.
—¿Que te crea? —Me echo a reír y mi móvil vibra.
Es Pedro.
Vuelve a casa.
No sé qué esperaba que me dijera, pero su consejo, o más bien que no me haya dado ninguno, me decepciona. Le contesto:
No, tengo hambre.
—Mira, Pedro y tú sois muy monos y todo eso, pero vuestra relación me importa un rábano —me informa Molly—. Ahora tengo mi propia relación de la que preocuparme.
—Genial. Me alegro por ti.
Qué pena me da el pobre diablo que haya caído en sus garras.
—Hablando de tu relación, Molly, ¿cuándo vamos a conocer al chico misterioso? —le pregunta Steph.
Molly se la quita de encima con un gesto de la mano.
—No lo sé. Hoy, no.
La camarera vuelve con nuestras bebidas y nos toma nota. En cuanto se va, Molly se vuelve hacia mí, su verdadera presa.
—¿Te ha cabreado mucho que Zed esté planeando meter a Pedro entre rejas? —me pregunta, y casi me atraganto con el agua.
La idea de que Pedro vaya a la cárcel me hiela la sangre en las venas.
—Estoy intentando evitarlo.
—Te deseo buena suerte. A menos que tu plan consista en follarte a Zed, no creo que haya nada que puedas hacer —vuelve a burlarse de mí y golpea la mesa con sus uñas verde fluorescente.
—Eso no es posible —rujo.
Aquí tengo algo que puedes comerte. De verdad, vuelve antes de que pase cualquier cosa y yo no pueda salvarte.
¿Salvarme de qué? ¿De Molly y de Steph? Steph es mi amiga, y ya he demostrado que soy capaz de comerme a Molly con patatas, y no dudaré en volver a hacerlo si es necesario. Es odiosa y no la soporto, pero ya no me da ningún miedo.
Por el mensaje obsceno de Pedro, sé que sigue borracho. Al ver que no le contesto, me envía otro:
Sal de ahí, lo digo en serio.
Guardo mi móvil en el bolso y me concentro en las chicas.
—Ya lo has hecho una vez —insiste Molly—, ¿qué problema hay?
—¿Perdona? —le digo.
—Eh, que no te juzgo. Yo me he tirado a Pedro y también a Zed —me recuerda.
Estoy tan frustrada que quiero gritar.
—No me he acostado con Zed —mascullo.
—Ya, ya... —dice Molly, y Steph le lanza dagas por los ojos.
—¿Quién te ha dicho eso? ¿Quién os ha dicho que me he acostado con Zed? —les pregunto.
—Nadie —contesta Steph antes de que Molly pueda abrir la boca—. Ya basta de hablar de Zed. Quiero que me hables de Seattle. ¿ Pedro se va contigo?
—Sí —miento. No quiero admitir, y menos delante de Molly, que Pedro se niega a venir conmigo a Seattle.
—Así que os vais a marchar los dos. Será muy raro no teneros por aquí —dice Steph con el ceño fruncido.
Será raro empezar de cero en otra universidad después de todo lo que ha pasado en la WCU. Pero es justo lo que necesito, empezar de cero. Esta ciudad está viciada por los recuerdos de traiciones y falsos amigos.
—Deberíamos quedar todos este fin de semana, la última fiesta —dice Steph. Gruño en protesta.
—No, nada de fiestas.
—No, no será una fiesta. Sólo la pandilla de siempre. —Me mira con algo similar a una súplica en sus ojos—. Seamos sinceras: lo más probable es que no volvamos a vernos, y Pedro debería volver a salir con sus amigos al menos una última vez.
Vacilo y tengo que desviar la mirada hacia la barra.
La voz de Molly pone fin al silencio:
—No sufras, que yo no estaré.
Vuelvo a mirarlas y en ese preciso instante llega nuestra comida.
Pero he perdido el apetito. «¿De verdad va diciendo la gente por ahí que me he acostado con Zed? ¿Habrá oído Pedro los rumores? ¿Será Zed capaz de meter realmente a Pedro en la cárcel?» Me duele la cabeza.
Steph se come unas patatas fritas y, sin haber terminado de masticarlas, dice:
—Háblalo con Pedroy dime algo. Podríamos quedar en el apartamento de alguien, incluso en el de Tristan y Nate. Así no aparecerá ningún capullo inesperado.
—Se lo preguntaré... Pero no sé si querrá.
Bajo la vista a la pantalla del móvil. Tres llamadas perdidas. Un mensaje:
Contesta cuando te llamo.
Volveré en cuanto acabe de comer, cálmate. Bebe agua.
Le respondo y me como un par de patatas fritas.
Pero a Molly le puede la tensión y empieza a cantar como un canario.
—Seguro que le gusta la idea. Nosotros éramos sus amigos hasta que tú llegaste y lo estropeaste.
—Yo no lo estropeé.
—Vaya que no. Está muy cambiado, y ya ni siquiera nos llama.
—Sus amigos... —me burlo—. A él tampoco lo llama nadie. El único que habla con él de vez en cuando es Nate.
—Eso es porque sabemos... —empieza a decir Molly.
Pero Steph levanta las manos.
—Basta, joder —protesta masajeándose las sienes.
—Voy a pedir que me lo envuelvan para llevar. Ha sido mala idea quedar —le digo. No sé en qué estaba pensando al traer a Molly, al menos podría haberme avisado.
Steph me mira comprensiva.
—Lo siento, Pau. Creía que os llevaríais bien ahora que ya no le interesa tirarse a Pedro. —Mira a Molly, que se encoge de hombros.
—Nos llevamos mejor que antes.
Quiero partirle la cara de cretina que tiene, pero el móvil de Steph interrumpe mis pensamientos violentos.
Una mirada de perplejidad le cruza la cara. Luego dice:
—Es Pedro, me está llamando. —Me acerca el teléfono para que lo vea.
—No he respondido a sus mensajes. Lo llamo enseguida —le digo. Steph asiente e ignora la llamada.
—Es un acosador —dice Molly hincando los dientes en una patata.
Me muerdo la lengua y le pido a la camarera que me lo envuelva para llevar. Apenas he tocado la comida, pero no quiero montar una escena en un restaurante.
—Piensa acerca de lo del sábado, por favor. Podríamos organizar una cena en vez de una fiesta —se ofrece Steph. Luego me dedica su mejor sonrisa—. Por favor...
—Veré qué puedo hacer, pero nos vamos de viaje y no volveremos hasta el viernes por la tarde. Asiente de nuevo.
—Tú eliges día y hora.
—Gracias. Ya te aviso —le digo, y pago mi parte de la cuenta.
No me gusta la idea pero, en cierto sentido, tiene razón. No vamos a volver a vernos. Pedro va a marcharse, tal vez no a Seattle, pero ahora que lo han expulsado tampoco va a quedarse aquí, y debería ver a su grupo de amigos por última vez.
—Está llamando de nuevo —me dice Steph. No se molesta en ocultar que le parece muy divertido.
—Dile que estoy de camino.
Me levanto y me dirijo hacia la puerta.
Cuando me vuelvo, Molly y ella están hablando con el móvil de Steph encima de la mesa.
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