Divina

Divina

lunes, 16 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 62

Pau

Diez minutos después sigo de pie en la acera. Tengo las piernas y los brazos entumecidos y estoy tiritando. Pedro volverá de un momento a otro; no puedo creer que de verdad vaya a dejarme aquí sola. Borracha y sola.

Cuando me dispongo a llamarlo recuerdo que él tiene mi teléfono.

«Genial... ¿En qué coño estaba pensando?» No estaba pensando, ése es el problema. Todo iba tan bien, y yo ni siquiera le he concedido el beneficio de la duda. En lugar de hacerlo, he besado a otro chico. Me dan ganas de vomitar sólo de pensarlo.

«¿Por qué no ha vuelto todavía?»

Tengo que ir adentro. Hace demasiado frío aquí, y quiero otra copa. Se me está empezando a pasar la borrachera, y no estoy preparada para enfrentarme a la realidad.
Una vez en la casa, voy directamente a la cocina para servirme una bebida. Ésta es la razón por la que no debería beber. El sentido común me abandona cuando estoy ebria. He pensado lo peor de él y he cometido un error tremendo.

—¿Pau? —dice Zed detrás de mí.

—Hola —gruño. Levanto la cabeza del frío banco de la cocina y me vuelvo para mirarlo.

—Esto..., ¿qué haces? —dice riéndose a medias—. ¿Estás bien?

—Sí..., estoy bien —miento.

—¿Dónde está Pedro?

—Se ha ido.

—¿Se ha ido? ¿Sin ti?

—Sí. —Doy un trago a mi bebida.

—¿Por qué?

—Porque soy una idiota —respondo con sinceridad.

—Lo dudo mucho. —Sonríe.

—No, en serio, esta vez sí.

—¿Te apetece hablar de ello?

—La verdad es que no —suspiro.

—Vale..., pues te dejo sola —dice, y empieza a alejarse. Pero entonces se vuelve otra vez
—. No tiene por qué ser tan complicado, ¿sabes?

—¿El qué? —le pregunto, y lo sigo hasta que nos sentamos a una mesa de la cocina.

—El amor, las relaciones..., todo eso. No tiene por qué ser tan difícil.

—¿Ah, no? ¿No es siempre así?

La única referencia previa que tengo es Noah, y con él nunca nos peleábamos así, pero tampoco sé si lo quería. Al menos, no como quiero a Pedro. Tiro el alcohol al fregadero y me sirvo un vaso de agua.

—No lo creo. Yo nunca he visto a nadie pelearse como lo hacéis vosotros dos.

—Es porque somos muy diferentes, eso es todo.

—Sí, supongo que así es. —Sonríe.

Cuando compruebo el reloj, ha pasado una hora desde que Pedro se marchó dejándome aquí.
Puede que no vaya a volver después de todo.

—¿Perdonarías a alguien que ha besado a otra persona? —le pregunto por fin a Zed.

—Supongo que depende de las circunstancias.

—¿Y si lo hubiese hecho delante de ti?

—Joder, no. Eso es imperdonable —dice con una expresión de disgusto.

—Vaya.

Se inclina hacia mí con compasión.

—¿Ha hecho eso?

—No. —Levanto la vista y lo miro a los ojos—. He sido yo.

—¿Tú? —pregunta claramente sorprendido.

—Sí..., ya te he dicho que soy una idiota.

—Sí, siento decirlo, pero lo eres.

—Sí —coincido.

—¿Cómo vas a volver a casa? —pregunta entonces.

—Pues sigo esperando que regrese a por mí, aunque está claro que no lo va a hacer. —Me muerdo el labio.

—¿Quieres que te lleve? —dice, pero cuando miro a mi alrededor con vacilación, añade—: Steph y Tristan estarán arriba, si prefieres...

Lo miro sin dejarlo acabar.

—¿Podrías llevarme ahora? No quiero meter la pata más todavía, pero se me está pasando la borrachera, por suerte, y quiero volver a casa e intentar hablar con Pedro.

—Claro. Vamos —dice Zed, y apuro el agua antes de seguirlo hasta su coche.

A diez minutos del apartamento, empiezo a temer la reacción de Pedro cuando vea que Zed me ha acompañado a casa. Intento esforzarme por recuperar la sobriedad, pero las cosas no funcionan así.
Estoy mucho menos ebria que hace una hora, pero sigo borracha.

—¿Puedo llamarlo desde tu teléfono? —le pregunto a Zed.
Aparta una mano del volante y se la lleva al bolsillo para buscar su móvil.

—Toma... Mierda, no tiene batería —dice cuando presiona el botón superior y ve el símbolo de la batería agotada.

—Gracias de todos modos —respondo encogiéndome de hombros.

No obstante, llamar a Pedro desde el teléfono de Zed seguramente no sea muy buena idea. No es tan mala como la de besar a un chico cualquiera delante de sus narices, pero sigue sin ser una buena idea.

—¿Y si no está en casa? —digo.

Zed me mira socarronamente.

—Tienes llaves, ¿no?

—No he cogido las mías... No pensé que fuera a necesitarlas.

—Ah..., vaya... Bueno, seguro que sí que está —dice, aunque parece nervioso.

Pedro lo asesinaría si me encontrara en su casa. Cuando llegamos al apartamento, Zed aparca y busco con la mirada el coche de Pedro. Está donde siempre, menos mal. No sé qué habría hecho si no llega a estar aquí.

Zed insiste en acompañarme hasta arriba. Aunque creo que la cosa no acabará bien, no sé si seré capaz de llegar sola al piso en mi estado de embriaguez.

Maldito sea Pedro por dejarme en esa fiesta. Maldito sea por ser un idiota impulsivo. Maldito sea Zed por ser tan majo y temerario cuando no debería serlo. Y maldito sea Washington por su clima frío.

Cuando llegamos al ascensor, empieza a latirme la cabeza al ritmo de mi corazón. Necesito pensar qué voy a decirle a Pedro. Estará muy cabreado conmigo, y tengo que pensar en una buena manera de disculparme que no implique el sexo. No estoy acostumbrada a ser yo la que tiene que disculparse, ya que siempre es él quien mete la pata. Estar en esta posición no es nada agradable. De hecho, es bastante horrible.

Avanzamos por el pasillo y no puedo evitar sentirme como si estuviésemos preparándonos para caminar por una tabla rodeados de tiburones, y no sé si será Zed o si seré yo la que acabe en el agua.

Llamo a la puerta y él aguarda unos pasos por detrás de mí mientras esperamos a que Pedro abra. Esto ha sido muy mala idea. Debería haberme quedado en la fiesta. Llamo de nuevo, esta vez con más fuerza. ¿Y si no abre?
¿Y si se ha llevado mi coche y no está en casa? No se me había ocurrido la posibilidad.

—Si no abre, ¿puedo quedarme en tu casa? —digo intentando contener las lágrimas.

No quiero quedarme en casa de Zed y hacer que Pedro se enfade todavía más conmigo, pero no se me ocurre otra opción.
¿Y si no me perdona? No puedo vivir sin él. Zed apoya la mano en mi espalda y me la frota para consolarme. No puedo llorar, tengo que estar tranquila cuando abra..., si es que abre.

—Claro que sí —responde Zed por fin.

—¡ Pedro! Abre la puerta, por favor —le ruego en voz baja, y apoyo la frente contra la madera.

No quiero gritar porque no quiero montar una escena a las dos de la mañana. Bastante hartos estarán ya los vecinos de nuestros gritos.

—Me temo que no va a abrir. —Suspiro y me recuesto contra la pared un momento.
Entonces, por fin, cuando empezamos a alejarnos, la puerta se abre.

—Vaya..., mira quién ha decidido pasarse por aquí —dice Pedro observándonos desde la puerta. Algo en su tono me da escalofríos. Cuando me vuelvo para mirarlo, tiene los ojos inyectados en sangre y las mejillas rosadas—. ¡Zed, tío! Me alegro de verte —exclama arrastrando las palabras. Está borracho.

Se me despeja la mente al instante.

Pedro..., ¿has estado bebiendo?

Me mira de manera imperiosa, claramente inestable.

—¿A ti qué te importa? Ahora tienes otro novio.

Pedro...

No sé qué decirle. Está claro que está como una cuba. La última vez que lo vi así fue la noche que Landon me llamó para que fuera a casa de Ken. Conociendo el historial de su padre con la bebida, y viendo el miedo que tenía Trish de que Pedro hubiera empezado a beber de nuevo, se me cae el alma a los pies.

—Gracias por traerme a casa, creo que es mejor que te vayas —le digo amablemente a Zed. Pedro está demasiado borracho como para estar cerca de él.

—¡Nooo! —exclama Pedro —. ¡Pasa! ¡Tomemos algo! —Coge a Zed del brazo y tira de él hacia el interior del apartamento.

Los sigo, protestando:

—No es buena idea, Pedro. Estás borracho.

—Tranquila —me dice Zed haciéndome un gesto con la mano. Es como si estuviera deseando morir.

Pedro se tambalea hasta la mesita auxiliar, coge la botella de licor oscuro que hay sobre ella y sirve una copa.

—Sí, Pau. Relájate.

Quiero gritarle por hablarme de esa manera, pero me ha abandonado la voz.

—Aquí tienes. Voy a por otro vaso para ti, Pau —farfulla, y desaparece en la cocina.
Zed se sienta en el sillón y yo tomo asiento en el sofá.

—No voy a dejarte aquí sola con él. Está muy borracho —susurra—. Pensaba que no bebía.

—Y no bebe..., así no. Esto es culpa mía. —Entierro la cabeza entre las manos.
Detesto que Pedro se haya emborrachado por lo que he hecho. Quería tener una conversación civilizada con él para poder disculparme por todo.

—No, no lo es —me asegura Zed.

—¡Ésta... para ti! —grita Pedro cuando irrumpe de nuevo en el salón, y me pasa un vaso lleno hasta la mitad de licor.

—No quiero beber más. Ya he bebido bastante por esta noche. —Le quito el vaso de las manos y lo dejo sobre la mesita.

—Como quieras. Más para mí entonces. —Me sonríe, y es una sonrisa malévola, no esa sonrisa que tanto adoro.

Estoy empezando a asustarme. Sé que Pedro jamás me haría daño físicamente, pero no me gusta nada esta cara de él. Preferiría que me gritara o que golpeara una pared a que esté aquí bebiendo sin parar mientras se muestra tan relajado. Demasiado relajado.
Zed hace un pequeño brindis y se lleva la bebida a los labios.

—Es como en los viejos tiempos, ¿verdad? Ya sabes, como cuando querías follarte a mi chica — dice Pedro, y Zed escupe su bebida de nuevo en el vaso.

—No. Tú la has dejado allí sola; yo sólo la he traído a casa —responde Zed con tono amenazador.

Pedro menea su propia bebida en el aire.

—No me refiero a lo de esta noche, y lo sabes. Aunque estoy bastante cabreado contigo porque te hayas tomado la libertad de traerla a casa. Ya es mayorcita, sabe defenderse.

—No debería tener que defenderse —replica Zed.

Pedro golpea el vaso contra la mesa y doy un brinco.

—¡Eso no es asunto tuyo! Aunque desearías que lo fuera, ¿verdad?

Me siento como si estuviera en medio de un tiroteo y quisiera apartarme pero mi cuerpo no me lo permitiera. Observo horrorizada cómo mi señor Darcy particular empieza a transformarse en Tom Buchanan...

—No —contesta Zed.

Pedro se sienta a mi lado, pero mantiene sus ojos vidriosos fijos en Zed. Miro la botella de alcohol y veo que queda menos de la mitad. Espero que Pedro no se haya bebido todo lo que falta en la última hora y media.

—Claro que sí —replica él—. No soy idiota. La deseas. Molly me contó todo lo que dijiste en su día.

—Déjalo estar, Pedro —gruñe Zed, y esto no hace sino provocar más a mi chico—. Eso te pasa por hablar con Molly.

—Ay, Pau es tan guapa... ¡Pau es tan dulce...! ¡Pau es demasiado buena para Pedro! ¡ Pau debería estar conmigo! —se burla Pedro. «¿Qué?»

Zed evita mi mirada.

—Cierra la puta boca, Pedro.

—¿Has oído, nena? Zed creía que podía tenerte. —Se ríe.

—Ya basta, Pedro —digo, y me levanto del sofá.

Zed parece humillado. No debería haberle pedido que me trajera a casa. ¿De verdad dijo esas cosas sobre mí? Había dado por hecho que su actitud conmigo se debía a que se sentía avergonzado por lo de la apuesta, pero ahora ya no estoy segura.

—Mírala, seguro que lo estás pensando ahora mismo..., ¿verdad? —lo provoca Pedro. Zed lo fulmina con la mirada y deja el vaso sobre la mesita—. Nunca será tuya, chaval, ríndete. No será de nadie. Sólo mía. Soy el único que se la follará jamás. Soy el único que sabrá nunca lo que se siente estando con ella...

—¡Ya basta! —grito—. Pero ¿qué coño te pasa?

—Nada, sólo estoy diciendo la verdad —responde Pedro.

—Estás siendo cruel —replico—. ¡Y me estás faltando al respeto! —Me vuelvo hacia Zed—: Creo que deberías marcharte.

Él mira a Pedro, y después otra vez a mí.

—Estoy bien —le aseguro.

No sé qué va a pasar, pero sé que no será ni la mitad de malo de lo que puede llegar a ser si continúa aquí.

—Por favor —le ruego.

Por fin, Zed asiente.

—Está bien, me iré. Tiene que solucionar su mierda. Bueno..., tenéis.

—Ya la has oído: lárgate —le espeta Pedro —. Pero no te sientas mal, a mí tampoco me quiere. — Da otro trago a su copa—. Le gustan más los tíos guapos y bien vestidos.
Se me cae el alma a los pies, y sé que me espera una noche muy larga. No sé si debería estar asustada, pero no lo estoy. Bueno, puede que un poco, aunque no pienso irme a ninguna parte.

—Largo —repite Pedro señalando mientras Zed se dirige hacia la salida.
Una vez que se ha marchado del apartamento, Hardin cierra la puerta y se vuelve hacia mí.

—Tienes suerte de que no le haya dado una paliza por haberte traído. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí —contesto. Discutir con él no me parece buena idea en estos momentos.

—¿Por qué te has molestado en venir?

—Vivo aquí.

—No por mucho tiempo. —Se pone más alcohol en el vaso.

—¿Qué? —Me quedo sin aliento—. ¿Vas a echarme?
Cuando el vaso está lleno, me guiña un ojo.

—No —dice—, acabarás yéndote por voluntad propia.
—No, no lo haré.

—Puede que tu nuevo amante tenga espacio en su casa. Hacíais muy buena pareja.
Su detestable manera de hablarme me recuerda los comienzos de nuestra relación, y no me gusta nada.

Pedro, deja de decir esas cosas, por favor. Ni siquiera lo conozco. Y siento muchísimo lo que he hecho.

—Diré lo que me salga de los cojones, del mismo modo que tú haces lo que te da la puta gana.

—He cometido un error, y lo siento, pero eso no te da derecho a tratarme de esta manera tan cruel ni a beber así. Estaba borracha y de verdad creía que había pasado algo entre esa chica y tú. No sabía qué pensar. Lo siento, jamás te haría daño a propósito —digo lo más rápido que puedo y esforzándome porque lo entienda, pero sé que no me está escuchando.

—¿Aún sigues hablando? —me espeta.

Suspiro y me muerdo un carrillo. «No llores. No llores...»

—Me voy a la cama. Hablaremos cuando no estés tan borracho.


No dice nada; ni siquiera me mira, de modo que me quito los zapatos y me dirijo al dormitorio. En cuanto cierro la puerta, oigo el vaso estrellarse. Salgo corriendo al salón y me encuentro la pared mojada y el suelo lleno de cristales. Observo con impotencia cómo coge los otros dos vasos y los estampa contra la pared. Bebe un último trago directamente de la botella y después la arroja también con todas sus fuerzas.

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