Pau
Pedro aparca lo más cerca que puede de la cafetería, pero el campus está atestado, ya que todo el mundo ha regresado de las vacaciones de Navidad. Maldice a cada vuelta que da por el parking, y yo intento no reírme del cabreo que lleva. Resulta bastante adorable.
—Dame tu mochila —dice cuando salgo del coche.
Se la paso con una sonrisa y le doy las gracias por ser tan considerado. Pesa bastante, es cómoda, pero pesa.
Se me hace raro estar de nuevo en la facultad. Han cambiado y sucedido muchas cosas desde la última vez que estuve aquí. El viento frío azota mi piel y Pedro se pone un gorro de lana en la cabeza antes de subirse la cremallera de la chaqueta hasta arriba. Apretamos el paso por el aparcamiento y por la calle. Debería haberme puesto una chaqueta más gruesa, y guantes, y también un gorro. Pedro tenía razón al decirme que no debería haberme puesto el vestido, pero no pienso admitirlo.
Él está adorable con el pelo escondido bajo el gorro, y tiene las mejillas y la nariz rojas del frío.
Sólo Pedro estaría aún más atractivo si cabe con este tiempo.
—Ahí está —dice señalando a Landon mientras entramos en la cafetería.
La familiaridad del pequeño establecimiento me calma los nervios, y sonrío en cuanto veo a mi mejor amigo sentado a una mesa, esperándome.
Sonríe al vernos.
—Buenos días —nos saluda.
—¡Buenos días! —canturreo.
—Voy a ponerme a la cola —farfulla Pedro, y se dirige hacia el mostrador.
No esperaba que se quedara, ni que fuese a por mi café, pero me alegro de que lo haga. Este trimestre no coincidimos en ninguna asignatura, y lo voy a echar de menos. Me he acostumbrado a verlo todo el día.
—¿Lista para el nuevo trimestre? —pregunta Landon cuando tomo asiento frente a él.
La silla chirría contra el suelo embaldosado y llama la atención de todo el mundo. Sonrío a modo de disculpa y me vuelvo para ver bien a Landon.
Se ha cambiado el peinado. Se ha apartado el pelo de la frente y la verdad es que le sienta muy bien. Echo un vistazo a la cafetería y empiezo a darme cuenta de que quizá debería haberme puesto unos vaqueros y una sudadera. Soy la única persona que va arreglada, excepto por Landon, que lleva una camisa azul claro y unos pantalones color caqui.
—Sí y no —le digo, y él asiente.
—Yo igual. ¿Cómo van las cosas... —se inclina para susurrar—, ya sabes, entre vosotros?
Me vuelvo y veo que Pedro está de espaldas a nosotros. La camarera frunce el ceño y pone los ojos en blanco cuando él le entrega la tarjeta de débito para pagar, y yo me pregunto que habrá podido hacer para irritarla tanto ya a primera hora de la mañana.
—Bien, la verdad. ¿Qué tal vas tú con Dakota? Parece que haya pasado mucho más de una semana desde la última vez que nos vimos.
—Bien, se está preparando para irse a Nueva York.
—Eso es fantástico. Me encantaría ir a Nueva York. —No me puedo ni imaginar lo que debe de ser estar en esa ciudad.
—A mí también. —Sonríe. Me gustaría pedirle que no lo haga, pero sé que no puedo hacer eso—. Todavía no me he decidido —añade respondiendo a mis pensamientos—. Quiero ir para estar cerca de ella. Llevamos mucho tiempo separados. Pero me encanta la WCU, y no sé si quiero alejarme de mi madre y de Ken para ir a una ciudad enorme donde no conozco absolutamente a nadie, excepto a ella, claro.
Asiento e intento animarlo aunque vaya en contra de mis propios deseos.
—Seguro que te va de maravilla allí. Podrías ir a la Universidad de Nueva York y podríais alquilar un apartamento y vivir juntos —digo.
—Sí, pero es que no sé.
—¿El qué no sabes? —interrumpe Pedro, que deja mi café delante de mí pero no se sienta
—. Bueno, no importa. Tengo que irme. Mi primera clase empieza dentro de cinco minutos al otro lado del campus —explica, y yo me estremezco al pensar en llegar tarde el primer día de las nuevas clases.
—Vale, te veré después de yoga. Es mi última clase —le digo, y él me sorprende inclinándose para darme un beso en los labios y otro en la frente.
—Te quiero, ten cuidado con los estiramientos —me aconseja.
Tengo la sensación de que, si sus mejillas no estuviesen ya rojas por el frío, ahora lo estarían de todos modos por otra causa, y desvía la mirada al suelo cuando recuerda que Landon está con nosotros. Definitivamente, las muestras de afecto en público no son lo suyo.
—Lo tendré. Te quiero —le digo.
Pedro se despide de Landon con un incómodo saludo con la cabeza y se marcha por la puerta.
—Eso ha sido... raro. —Landon enarca las cejas y bebe un sorbo de café.
—La verdad es que sí. —Me río, apoyo la barbilla en mi mano y suspiro feliz.
—Deberíamos ir yendo a religión —dice Landon.
Recojo mi mochila del suelo y mi bolsa de deporte y lo sigo fuera de la cafetería.
Afortunadamente nuestra primera clase no está lejos. Tengo muchas ganas de empezar esta asignatura. Debe de ser muy interesante, aunque polémica, y que Landon venga conmigo también es un incentivo. Cuando entramos en el aula, no somos los primeros estudiantes en llegar, pero la primera fila está completamente vacía. Landon y yo nos sentamos por el centro y sacamos nuestros libros. Es agradable volver a estar en mi elemento. Los estudios siempre han sido lo mío, y me encanta que Landon sea como yo.
Esperamos pacientemente mientras llegan los demás estudiantes, la mayoría de los cuales hablan a grito pelado. El tamaño reducido de la clase no ayuda con el ruido.
Por fin llega un señor alto que parece demasiado joven para ser profesor y empieza la lección de inmediato.
—Buenos días a todos. Como la mayoría de vosotros sabréis ya, soy el profesor Soto.
Estáis en la asignatura de religión internacional; es posible que os aburráis en algunas ocasiones, aunque os aseguro que aprenderéis un montón de cosas que no os servirán para nada en el mundo real, pero, oye, para eso está la universidad, ¿no? —Sonríe, y todo el mundo se echa a reír.
Vaya, esto es algo diferente.
—Bien, empecemos. No seguiremos ningún programa ni ningún orden estricto, no es mi estilo. Pero acabaréis aprendiendo todo lo que necesitáis saber. El setenta y cinco por ciento de la nota provendrá de un diario que tendréis que elaborar. Y sé que estaréis pensando: «¿Qué tendrá que ver un diario con la religión?». Pues en principio, nada..., pero en cierto modo sí que está relacionado. Para estudiar y llegar a comprender cualquier forma de espiritualidad, tendréis que abriros a la idea de que todo es posible. Elaborar un diario os ayudará, y algunas de las cosas que os pediré que anotéis en él implicarán temas con los que la gente no suele sentirse demasiado cómoda, temas controvertidos o embarazosos para algunos. No obstante, al mismo tiempo, tengo grandes expectativas de que todo el mundo saldrá de esta clase con una mente abierta y tal vez un poco de conocimiento. —Sonríe de nuevo y se desabrocha la chaqueta.
Landon y yo nos miramos el uno al otro al mismo tiempo. «¿No hay programa?», articula Landon.
«¿Un diario?», respondo yo en silencio.
El profesor Soto se sienta en su enorme mesa frente a la clase y saca una botella de agua de su cartera.
—Podéis hablar entre vosotros hasta el final de la clase, o podéis marcharos por hoy. Mañana empezaremos a trabajar de verdad. Pero firmad la hoja de asistencia para que veamos cuántos han faltado el primer día —anuncia con una sonrisa sarcástica.
Los alumnos empiezan a gritar para celebrarlo y se apresuran a abandonar el aula. Landon me mira encogiéndose de hombros y ambos nos levantamos cuando la clase se queda vacía. Somos los últimos en firmar la hoja de asistencia.
—Bueno, supongo que no hay mal que por bien no venga. Así puedo llamar a Dakota un rato entre clases —dice Landon.
El resto del día transcurre bastante rápido, y estoy deseando ver a Pedro. Le he mandado varios mensajes pero no me ha contestado aún. Los pies me matan mientras me dirijo al edificio del gimnasio. No me había dado cuenta de lo lejos que estaba caminando. El olor a sudor inunda mis orificios nasales cuando abro la puerta principal. Entro corriendo en los vestuarios en cuya puerta se muestra una figura con un vestido. Las paredes están repletas de taquillas pintadas de rojo. Bajo la pintura desconchada se ve el metal del que están hechas.
—¿Cómo sabemos qué taquilla tenemos que utilizar? —le pregunto a una chica morena que lleva puesto un bañador.
—Puedes usar la que quieras y cerrarla con el candado que hayas traído —dice.
—Vaya...
Cómo no, no se me ha ocurrido traer ningún candado.
Al ver mi expresión, rebusca en su bolsa y me entrega un candado pequeño.
—Toma, tengo uno de sobra. La combinación está en la parte de atrás; no he quitado la pegatina todavía.
Le doy las gracias mientras sale del vestuario. Me pongo unos pantalones de yoga negros nuevos y una camiseta blanca y también salgo. Mientras me dirijo a la sala de yoga, un grupo de jugadores de lacrosse pasan por mi lado. Varios de ellos hacen comentarios vulgares que decido pasar por alto.
Todos siguen su camino excepto uno.
—¿Vas a hacerte animadora para el año que viene? —pregunta el chico, y sus ojos marrón oscuros, casi negros, me miran de arriba abajo.
—¿Yo? No, sólo voy a clase de yoga —tartamudeo.
Somos las únicas personas en el pasillo.
—Vaya, qué lástima. Estarías preciosa con minifalda.
—Tengo novio —digo.
Intento sortearlo, pero me bloquea el paso.
—Y yo tengo novia... Pero ¿qué más da? —Sonríe y avanza hacia mí, arrinconándome.
Su aspecto no me intimida en lo más mínimo, pero algo en su sonrisa de superioridad me pone los pelos de punta.
—Llego tarde a clase —digo.
—Puedo acompañarte... o podrías saltártela y así te enseño el edificio.
Apoya el brazo en la pared, al lado de mi cabeza, y yo doy un paso atrás, sin poder ir a ninguna parte.
—Apártate de ella —truena la voz de Pedro detrás de mí, y mi acosador se vuelve para mirarlo.
Con esos shorts largos de baloncesto y una camiseta negra con las mangas recortadas que muestra sus brazos tatuados, su aspecto intimida más que nunca.
—Vaya..., lo siento, tío. No sabía que tenía novio —miente.
—¿No me has oído? Te he dicho que te apartes de ella.
Pedro avanza hacia nosotros y el jugador de lacrosse retrocede rápidamente, pero él lo agarra de la camiseta y lo estampa contra la pared.
No lo detengo.
—Como vuelvas a acercarte a ella, te aplastaré la cabeza contra esta pared. ¿Me has entendido? — ruge.
—Sss... sí —tartamudea el tipo antes de salir corriendo.
—Menos mal —digo, y me abrazo a su cuello—. ¿Qué haces aquí? ¡Creía que no necesitabas más clases de educación física! —le cuestiono.
—He decidido venir a una. Y me alegro de haberlo hecho. —Suspira y me coge de la mano.
—¿A cuál te has apuntado? —pregunto.
No me imagino a Pedro haciendo ejercicio.
—A la tuya.
Sofoco un grito.
—Venga ya.
—Ve haciéndote a la idea.
Su furia parece desvanecerse mientras sonríe ante mi cara de pasmo.
se puso buenísima, que suerte que se amigaron
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