Pedro
—¿Hay algún otro sitio adonde te apetezca ir? —le pregunto cuando volvemos al coche.
El hombre del restaurante pijo en el que había reservado mesa ha dicho que mi nombre no estaba en la lista. He mantenido la compostura para no joder la noche, pero era un capullo de mucho cuidado. Agarro con fuerza el volante.
Calma. Tengo que relajarme. Miro a Pau y sonrío.
Ella se muerde el labio y aparta la mirada.
La situación ha sido horrible.
—En fin, menuda vergüenza —digo en un tono inseguro y exageradamente agudo—. ¿Se te ocurre algún sitio en particular, ahora que parece ser que hemos pasado al plan B? —le pregunto, deseando saber de algún otro sitio bonito al que llevarla. Uno en el que nos dejen entrar.
—La verdad es que no. Cualquier sitio donde sirvan comida ya me vale —sonríe.
Ha llevado esto muy bien, y me alegro. Ha sido humillante que nos hayan prohibido la entrada.
—Vale... ¿McDonald’s, entonces? —bromeo sólo para oírla reír.
—Llamaríamos un poco la atención en McDonald’s así vestidos.
—Sí, un poco —coincido.
No tengo ni puta idea de adónde ir. Debería haber elaborado un plan de emergencia por si acaso. La noche ya está siendo un desastre, y eso que todavía no ha empezado.
Paramos en un semáforo y miro a mi alrededor. Hay un montón de gente en el parking que tenemos al lado.
—¿Qué hay ahí? —pregunta Pau intentando asomarse por mi lado.
—No lo sé, creo que hay una pista de patinaje sobre hielo o alguna mierda de ésas —le digo.
—¿Patinaje sobre hielo? —pregunta elevando la voz como cuando se emociona por algo.
«No, por favor...»
—¿Vamos? —pregunta. «Mierda.»
—¿A patinar sobre hielo? —pregunto inocentemente, como si no supiera a qué se está refiriendo. «Por favor, di que no. Por favor, di que no.»
—¡Sí! —exclama.
—Es que... no... —No he patinado sobre hielo en mi vida, y no tenía intención de hacerlo, pero si eso es lo que quiere, supongo que no me voy a morir por intentarlo... Bueno, puede que sí, pero lo haré de todos modos—. Claro..., ¿por qué no?
Cuando la miro, veo que está sorprendida. No esperaba que accediera. Joder, ni yo tampoco.
—Espera..., ¿qué vamos a ponernos? Sólo llevo este vestido y unas Toms. Debería haberme puesto vaqueros, habría sido divertido —dice casi haciendo pucheros.
—Si quieres vamos a la tienda y te compras algo de ropa. Yo llevo algunas cosas en el maletero — le digo.
No me puedo creer que vaya a pasar por toda esta mierda para ir a patinar sobre hielo.
—¡Vale! —responde sonriente—. ¡Tener el maletero lleno de ropa resulta bastante útil después de todo! Oye... y ¿por qué llevas siempre tanta ropa ahí? Nunca me lo has contado.
—Era una costumbre. Cuando me quedaba a dormir en casa de las chicas..., quiero decir, cuando salía toda la noche, necesitaba ropa limpia por la mañana, y nunca tenía, así que empecé a guardarla en el maletero. Es bastante práctico —le explico.
Frunce los labios ligeramente y sé que no debería haber mencionado a las otras chicas, aunque eso sucediera antes de conocerla a ella. Ojalá supiera cómo eran las cosas entonces, y que me las follaba sin ningún tipo de sentimiento. No era lo mismo. No las tocaba de la manera en que la toco a ella, no estudiaba cada milímetro de sus cuerpos, ni me deleitaba con sus jadeos e intentaba acompasar los míos con los suyos, ni deseaba desesperadamente que dijeran que me querían mientras entraba y salía de ellas.
No permitía que me tocaran mientras dormíamos, y si me quedaba en la misma cama que ellas era porque estaba demasiado borracho como para marcharme. No tenía nada que ver con lo que vivo con ella y, si lo supiera, tal vez no le importaría saber lo que pasó con ellas. Si yo fuera ella... La idea de imaginar a Pau follando con otro tío invade mi mente y me provoca náuseas.
—¿ Pedro? —dice en voz baja, devolviéndome a la realidad.
—¿Qué?
—¿Me has oído?
—No..., perdona. ¿Qué has dicho?
—Que ya te has pasado Target.
—Ah, mierda, perdón. Daré la vuelta.
Me meto en el primer aparcamiento que encuentro y cambio de sentido. Pau está obsesionada con esa tienda, y no lo entenderé jamás. Es como el Marks & Spencer de Londres pero más cara, y me da ganas de abofetear a los empleados, con sus estúpidos polos rojos y sus caquis. Pero ella siempre me dice que «En Target hay artículos de calidad y una gran variedad para elegir». Y no lo niego, pero los grandes almacenes siguen siendo una de esas cosas de Estados Unidos que hacen que me sienta como el extranjero que soy.
—Entraré de un salto y cogeré lo primero que vea —dice Pau cuando aparco.
—¿Estás segura? Si quieres, te acompaño. —Me apetece ir con ella, pero no puedo imponerle mi presencia. Esta noche, no.
—Si quieres...
—Quiero —contesto antes de que termine de hablar.
A los diez minutos ya tiene la cesta llena de un montón de mierda. Ha acabado cogiendo un suéter gigante y unas mallas de licra. Ella dice que no, que se llaman leggings, pero a mí me parecen mallas de licra. Intento imaginármela con ellas puestas mientras coge unos guantes, una bufanda y un gorro. Por su comportamiento, cualquiera diría que nos vamos a la puta Antártida; aunque la verdad es que hace un frío de cojones ahí fuera.
—Creo que también deberías comprarte unos guantes. El hielo está muy frío, y cuando te caigas se te congelarán las manos —repite.
—No me voy a caer... pero bueno, me llevaré unos guantes, ya que insistes. —Sonrío y ella me devuelve el gesto mientras mete un par de guantes negros en la cesta.
—¿Quieres también un gorro? —pregunta.
—No, llevo uno de lana en el maletero.
—Cómo no.
Saca la bufanda de la cesta y la deja de nuevo en su sitio.
—¿No te llevas la bufanda? —le pregunto.
—Creo que con esto ya voy bien —dice señalando la cesta llena.
—Sí, yo diría que sí —bromeo, pero ella pasa por alto mi comentario y se acerca a la sección de los calcetines.
Vamos a pasarnos toda la noche en esta maldita tienda.
—Vale, creo que ya estoy —anuncia luego por fin.
En la caja, intenta discutir conmigo por el hecho de que quiera pagar sus cosas, como siempre hace, pero no cedo. Esto es una cita que yo le pedí, así que no pienso dejar que pague nada. Pone los ojos en blanco varias veces y se niega a permitirme que pague por sus cosas.
«¿Cómo va de dinero? Si le hiciera falta, ¿me lo diría? ¿Debería preguntarle?» Joder, estoy pensando demasiado en todo esto.
Cuando volvemos al aparcamiento donde está la pista de patinaje, Pau está deseando salir corriendo del coche, pero yo aún tengo que cambiarme de ropa. Mientras lo hago, ella mira hacia el otro lado por la ventanilla. Después le digo que podemos ir a buscar unos aseos para que se cambie.
Pero ella se encoge de hombros.
—Iba a cambiarme en el coche para no tener que ir cargando con el vestido.
—No, hay demasiada gente. Alguien podría verte desnuda.
Me vuelvo y veo que en la zona donde hemos aparcado no hay prácticamente nadie, pero aun así...
— Pedro..., no pasa nada —dice algo molesta.
Debería haberme llevado la pelota antiestrés que vi anoche sobre la mesa de mi padre.
—Si insistes —resoplo, y ella empieza a quitarles las etiquetas a la ropa nueva.
—¿Me bajas la cremallera antes de salir? —me pregunta.
—Eh..., sí. —Me inclino en su dirección y ella se levanta el pelo para darme acceso a la cremallera.
Le he desabrochado este vestido infinidad de veces, pero ésta es la primera que no podré tocarla mientras lo deja caer por sus brazos.
—Gracias. Y ahora espérame fuera —me ordena.
—¿Qué? Si ya te he visto... —empiezo a decir.
— Pedro...
—Vale. Date prisa. —Salgo del coche y cierro la puerta. Soy consciente de que lo que acabo de decir ha sido una grosería. Abro la puerta rápidamente y me agacho—: Por favor —añado, y la cierro de nuevo.
Oigo cómo se ríe dentro del coche.
Minutos después, sale y se peina su larga melena con la mano antes de ponerse un gorrito morado en la cabeza. Cuando se reúne conmigo al otro lado del vehículo, la encuentro... mona. Siempre está guapa y sexi, pero con ese suéter gigante, el gorro y los guantes parece aún más inocente que de costumbre.
—Toma, te has olvidado los guantes —dice, y me los entrega.
—Menos mal, no habría sobrevivido sin ellos —bromeo, y ella me propina un codazo.
Joder, qué preciosa es.
Hay muchas cosas que me gustaría decirle, pero no me apetece soltar algo inapropiado y fastidiar la noche.
—Oye, si querías llevar un jersey tan grande podrías haberte puesto uno mío y haberte ahorrado veinte pavos —digo.
Ella me coge de la mano pero me suelta al instante.
—Perdona —murmura, y se pone colorada.
Quiero cogerla de la mano otra vez pero, una vez en la pista, una mujer nos recibe y me distrae.
—¿Qué número tenéis? —pregunta con voz grave.
Miro a Pau y ella contesta por los dos. La mujer vuelve con dos pares de patines de hielo y yo me horrorizo al verlos. Esto no puede acabar bien de ninguna manera.
Sigo a Pau hasta un banco cercano y me quito los zapatos. Se pone los dos patines en un instante cuando yo todavía no he metido ni medio pie en uno. Espero que se aburra pronto y quiera que nos marchemos.
—¿Todo bien por ahí? —se mofa de mí cuando por fin me ato los cordones del segundo patín.
—Sí. ¿Dónde dejo los zapatos? —le pregunto.
—Yo os los guardo —responde la mujer bajita de antes, que aparece de repente.
Le entrego mi calzado y Pau hace lo mismo.
—¿Preparado? —me pregunta, y me pongo de pie.
Me agarro a la barandilla de inmediato. «¿Cómo cojones voy a hacer esto?» Pau reprime una sonrisa.
—Es más fácil cuando te desplazas sobre el hielo. Joder, eso espero.
Pero no es más fácil, y me caigo tres veces en cinco minutos. Pau se ríe en cada ocasión, y he de admitir que, de no llevar los guantes, ahora mismo tendría las manos congeladas.
Se ríe y me ofrece la mano para ayudarme a levantarme.
—¿Recuerdas que hace media hora has dicho convencido que no ibas a caerte?
—¿Tú qué eres?, ¿una especie de patinadora sobre hielo profesional? —le pregunto mientras me levanto.
Odio el patinaje sobre hielo más que nada en el mundo en estos momentos, pero Pau parece estar pasándolo en grande.
—No, hacía tiempo que no patinaba, pero solía hacerlo mucho con mi amiga Josie.
—¿Josie? Nunca te había oído decir que tuvieses amigas donde vivías.
—No tenía muchas, la verdad, pasaba la mayor parte del tiempo con Noah. Josie se trasladó allí antes de mi último curso.
—Ah.
No entiendo por qué no tenía muchas amigas. ¿Y qué si es un poco obsesiva-compulsiva, y pudorosa y se obsesiona con las novelas? Es simpática, a veces incluso demasiado, con todo el mundo.
Menos conmigo, claro. A mí me las hace pasar canutas constantemente, pero me encanta eso de ella.
La mayor parte del tiempo.
Media hora más tarde todavía no hemos dado ni una vuelta entera a la pista gracias a mi gran habilidad.
—Tengo hambre —dice por fin, y mira hacia un puesto de comida con luces parpadeantes encima.
Sonrío.
—Pero todavía no te has caído y me has arrastrado contigo de manera que acabas aterrizando sobre mí y mirándome a los ojos, como en las películas —replico.
—Esto no es una película —me recuerda, y se dirige hacia la salida.
Ojalá me hubiera agarrado de la mano mientras patinábamos; si hubiera conseguido mantenerme de pie, claro. Todas las parejitas felices parecen burlarse de nosotros mientras recorren la pista en círculos a nuestro alrededor, cogiditos de las manos.
En cuanto salgo de la pista, me quito los horribles patines, se los devuelvo a la mujer menuda y recupero mis zapatos.
—Tienes un gran futuro en los deportes —me pincha Pau por enésima vez cuando me reúno con ella en el puesto de comida, donde está devorando un gofre y llenándose el suéter morado de azúcar glas.
—Ja, ja. —Pongo los ojos en blanco. Todavía me duelen los tobillos de esa mierda—. Te podría haber llevado a otro sitio a comer, los gofres no son precisamente lo que yo entiendo por una buena cena —le digo, y bajo la vista al suelo.
—No pasa nada. Hacía mucho tiempo que no me comía uno. —Se ha comido los suyos y la mitad del mío.
La pillo mirándome otra vez; su rostro tiene una expresión pensativa, como si estuviera estudiando mi cara.
—¿Por qué me miras tanto? —pregunto por fin, y aparta la mirada.
—Perdona..., es que no estoy acostumbrada a verte sin piercings —admite mirándome otra vez.
—Tampoco hay tanta diferencia.
Sin darme cuenta, me he llevado los dedos a la boca.
—Ya..., pero se me hace raro. Me había acostumbrado a verlos.
«¿Debería volver a ponérmelos?» No me los he quitado por ella. Lo que le he dicho es verdad. Siento que estaba escondiéndome detrás de ellos, que estaba usando los aros de metal para mantener a la gente a cierta distancia. Los piercings intimidan a la gente y eso hace que eviten hablarme o que se me acerquen, y siento que ya estoy superando esa etapa de mi vida. No quiero mantener alejada a la gente, y menos a Pau. Quiero atraerla hacia mí.
Me los hice cuando era sólo un adolescente. Falsifiqué la firma de mi madre y me emborraché antes de tambalearme hasta la tienda. El muy capullo sabía que había bebido, pero me los hizo de todos modos. No me arrepiento en absoluto; pero ya no los necesito.
Lo de los tatuajes es diferente. Me encantan y sé que siempre será así. Seguiré cubriéndome el cuerpo de tinta, revelando pensamientos que soy incapaz de expresar con palabras. Bueno, en realidad no es ése el caso, teniendo en cuenta que son un montón de tonterías sin relación que no guardan ningún significado en absoluto, pero quedan bien, así que me importa una mierda.
—No quiero que cambies —me dice, y levanto la vista para mirarla—. No físicamente. Sólo quiero que me demuestres que puedes tratarme mejor y que dejes de controlarme. Tampoco deseo que cambies tu personalidad. Sólo quiero que luches por mí, no que te conviertas en una persona con la que crees que quiero estar.
Sus palabras me llegan al alma y amenazan con desgarrármela y abrírmela.
—No es eso lo que pretendo —contesto.
Intento cambiar por ella, pero no de ese modo. Esto lo he hecho por mí, y por ella.
—Quitármelos sólo ha sido un paso en todo esto. Estoy intentando convertirme en una persona mejor, y los piercings me recuerdan una mala época de mi vida. Un tiempo que quiero dejar atrás —le digo.
—Ah —dice casi en un susurro.
—¿Te gustaban, entonces? —Sonrío.
—Sí, mucho —admite.
—Si quieres me los vuelvo a poner —le ofrezco, pero niega con la cabeza.
Estoy mucho menos nervioso ahora que hace dos horas. Ésta es Pau, mi Pau, y no debería estar nervioso.
—Sólo si tú quieres hacerlo —añade.
—Puedo ponérmelos cuando te... —me interrumpo.
—¿Cuando qué? —pregunta ladeando la cabeza.
—Es mejor que no termine la frase.
—¡Venga! ¿Qué ibas a decir?
—Vale, como quieras. Iba a decir que puedo ponérmelos cuando te folle si tanto te excitan.
Su expresión de espanto me hace reír, y ella se vuelve mirando a todas partes para comprobar que nadie me ha oído.
—¡ Pedro! —me reprende con una mezcla de diversión y vergüenza.
—Te lo he advertido... Además, esta noche no he hecho ningún comentario lascivo. Tengo derecho a hacer al menos uno.
—Cierto —coincide con una sonrisa, y bebe un trago de limonada.
Quiero preguntarle si eso significa que se ve practicando el sexo conmigo otra vez, ya que no me ha corregido, pero algo me dice que éste no es el momento. No es sólo porque quiera sentirla de nuevo, es porque, joder, la echo muchísimo de menos. Nos estamos llevando bastante bien, para tratarse de nosotros. Sé que en gran parte es porque yo no me estoy comportando como un capullo por una vez. La verdad es que no es tan difícil. Sólo tengo que pensar antes de decir cualquier gilipollez.
—Mañana es tu cumpleaños. ¿Qué piensas hacer? —me pregunta después de unos minutos de silencio.
«Mierda.»
—Pues... Logan y Nate me van a dar una especie de fiesta. No tenía intención de ir, pero Steph ha dicho que fueron todos a comprarme algo y que se han gastado un montón de pasta, así que supongo que al menos me pasaré un rato. A no ser..., ¿querías hacer algo? Si es así, no iré —le digo.
—No, tranquilo. Seguro que en la fiesta te lo pasas mucho mejor.
—¿Quieres venir? —Y, como sé la respuesta, añado—: Nadie sabe lo que pasa entre nosotros, excepto Zed, claro.
Tengo que obligarme en no centrarme en por qué cojones está Zed al tanto de mis putos asuntos.
—No, aunque gracias de todos modos. —Sonríe, pero el gesto no alcanza sus ojos.
—No tengo por qué ir. Si quiere pasar mi cumpleaños conmigo, Logan y Nate pueden irse a tomar viento.
—No, tranquilo, de verdad. Tengo cosas que hacer de todas formas —replica, y aparta la mirada.
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