Divina

Divina

lunes, 30 de noviembre de 2015

After 3 Capítulo 33


Pedro

—¿Quieres una copa? —pregunta Lillian.

—Vale. —Me encojo de hombros y miro la hora.

Se levanta y se acerca un carrito auxiliar plateado. Observa el contenido de las botellas, selecciona una y me la muestra rápidamente como si fuese una azafata de televisión o algo así. Mientras le quita el tapón a una botella de brandy, que probablemente sea más cara que el inmenso televisor que hay instalado en la pared, me mira de nuevo con fingida compasión.

—No puedes ser un cobarde eternamente.

—Cállate.

—Te pareces mucho a ella —dice entre risitas.

—¿A Pau? No, qué va. Además, ¿tú qué sabes?

—No, a Pau, no. A Riley.

—¿En qué?

Lillian vierte el líquido oscuro en un vaso curvo y me lo pone en la mano antes de sentarse de nuevo en el sofá.

—¿Y tu bebida? —pregunto.

Ella niega con la cabeza con aire solemne.

—Yo no bebo.

Cómo no. Y yo no debería beber, pero el aroma intenso y ligeramente dulce del brandy acalla la irritante voz de mi conciencia.

—¿Vas a decirme en qué me parezco a ella o no? —insisto.

—No lo sé, pero os parecéis. Ella también tiene ese aire taciturno, como si estuviese enfadada con el mundo —dice, y hace un gesto exagerado con la cara y cruza las piernas por debajo de ella.

—Bueno, a lo mejor tiene motivos para estar enfadada —digo para defender a su novia a pesar de que ni siquiera la conozco.

Después me bebo la mitad del vaso de licor. Es fuerte, envejecido hasta la perfección, y siento cómo me quema hasta las suelas de las botas.
Lillian no contesta. Frunce los labios y mira la pared que tengo detrás sumida en sus pensamientos.

—Oye, no me va ese rollo psicológico de que tú hablas, yo hablo, y luego decimos un montón de gilipolleces —le digo, y ella asiente.

—No, gilipolleces no, pero sí creo que al menos deberías empezar a idear un plan para disculparte con Paulina.

—Se llama Paula —espeto cabreado ante su error.

Ella sonríe y se coloca el pelo castaño sobre uno de sus hombros.

—Pau, perdón. Tengo una prima que se llama Paulina y supongo que tenía el nombre en mente.

—¿Qué te hace pensar que voy a disculparme? —digo, y pego la lengua al velo del paladar mientras espero su respuesta.

—Estás de broma, ¿no? ¡Le debes una disculpa! —exclama—. O al menos tienes que decirle que irás a Seattle con ella.

Gruño.

—No pienso ir a Seattle, joder.

«¿Por qué cojones Pau y su doble no paran de agobiarme con la mierda de Seattle?»

—Bueno, pues entonces espero que se vaya sin ti —dice secamente.

Me quedo mirando a esta chica que pensaba que podría llegar a entenderme.

—¿Qué has dicho?

Me apresuro a dejar el vaso de brandy sobre la mesa y el líquido marrón se derrama sobre la blanca superficie.
Lillian enarca una ceja.

—He dicho que espero que vaya igualmente, porque has intentado joderle su contrato de alquiler y aun así no estás dispuesto a trasladarte con ella.

—Afortunadamente, me importa una puta mierda lo que pienses.

Me levanto dispuesto a marcharme. Sé que tiene razón, pero estoy harto de esto.

—Claro que te importa, aunque no quieras admitirlo. Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que los que decís que no os importa nada sois precisamente a los que más os importan las cosas.

Recojo el vaso y apuro su contenido antes de dirigirme a la puerta.

—No me conoces en absoluto —digo con los dientes apretados.

Lillian se levanta y se aproxima como si tal cosa.

—Claro que sí. Ya te he dicho que eres como Riley.

—Pues lo siento por ella, porque tiene que aguantar lo suyo... —empiezo a atacarla, pero me refreno.

Esta chica no ha hecho nada malo. Está intentando ayudarme, y no merece que pague mis movidas con ella.
Suspiro.

—Perdona, ¿vale?

Vuelvo al salón y me desplomo sobre el sofá.

—¿Ves? Disculparse no es tan difícil, ¿verdad? —Lillian sonríe, se acerca al carrito de nuevo y trae la botella de brandy hasta donde me encuentro.

—Está claro que necesitas otro trago. —Sonríe y coge mi vaso vacío.

—Pau detesta que beba —farfullo tras mi tercera copa.

—¿Te pones desagradable cuando lo haces?

—No —respondo sin pensar. Pero, al ver que está verdaderamente interesada, medito la pregunta y reconsidero mi respuesta—. A veces.

—Hum...

—Y ¿tú por qué no bebes? —pregunto.

—No lo sé. Simplemente no bebo.

—Y ¿tu novio..., perdón, tu novia bebe?
Asiente.

—Sí, a veces. Aunque no tanto como antes.

—Vaya.

Es posible que la tal Riley y yo tengamos más en común de lo que pensaba.

—¡¿Lillian?! —grita entonces su padre, y oigo crujir la escalera.

Me incorporo y me aparto de ella por instinto, y ella centra la atención en él.

—¿Sí, papá?

—Es casi la una de la madrugada. Creo que ya va siendo hora de que se marche tu compañía —dice.

«¿La una? ¡Joder!»

—Vale. —Asiente y me mira de nuevo—. A veces se le olvida que ya soy adulta —susurra claramente irritada.

—De todos modos tengo que marcharme ya. Pau me va a matar —respondo.

Cuando me levanto, mi equilibrio no es tan estable como debería.

—Puedes volver mañana si quieres, Pedro —dice el amigo de mi padre cuando llego a la puerta.

—Pídele perdón y piensa acerca de lo de Seattle —me recuerda Lillian.

Pero estoy decidido a no hacerle caso y salgo por la puerta, desciendo los escalones y recorro el acceso pavimentado. Me encantaría saber a qué se dedica su padre; es evidente que está forrado de pasta.

Todo está muy oscuro. Ni siquiera me veo la mano cuando la meneo como un idiota delante de mi cara. Cuando llego al inicio del sendero, las luces exteriores de la cabaña de mi padre aparecen ante mis ojos y me guían hacia su acceso y por los escalones del porche.

La puerta mosquitera cruje cuando la abro y maldigo. Lo último que necesito en estos momentos es que mi padre se despierte y huela el brandy en mi aliento. Aunque, bueno, puede que él también quiera un poco.

Mi Pau interior me reprende al instante por mi cínico pensamiento. Me pellizco el puente de la nariz y sacudo la cabeza para sacarla de mi mente.

Estoy a punto de tirar una lámpara al suelo mientras intento descalzarme. Me agarro a la esquina de la pared para sostenerme y por fin consigo colocar las botas junto a los zapatos de Pau. Empiezan a sudarme las palmas de las manos mientras subo la escalera lo más despacio posible. No estoy borracho, pero sí bastante achispado, y sé que va a enfadarse aún más que antes. Esta tarde estaba fuera de sus casillas, y ahora que he estado por ahí hasta tan tarde, y encima bebiendo, va a perder los papeles. La verdad es que me siento bastante asustado ahora mismo. Estaba tan furiosa antes que me ha insultado y me ha ordenado que me largara.

La puerta de la habitación que compartimos se abre con un leve crujido e intento ser lo más silencioso posible y atravesar la oscuridad sin despertarla.
No tengo esa suerte.
La lámpara de la mesilla de noche se enciende y Pau fija su mirada impasible en mí.

—Perdona..., no quería despertarte —me disculpo.

Frunce sus labios carnosos.

—No estaba dormida —declara, y empiezo a sentir una tensión en el pecho.

—Sé que es muy tarde, lo siento —digo sin hacer pausas.

Ella me mira con recelo.

—¿Has estado bebiendo?

A pesar de su expresión, le brillan los ojos. El modo en que la tenue luz de la lámpara ilumina su rostro hace que me den ganas de alargar la mano y tocarla.

—Sí —digo aguardando su furia.

Suspira y se lleva las manos a la frente para apartarse los mechones rebeldes que se han soltado de su cola de caballo. No parece alarmada ni tampoco sorprendida por mi estado.
Treinta segundos después, sigo esperando su ira. Pero nada.

Continúa ahí sentada en la cama, apoyada en las manos, mirándome con decepción mientras yo sigo de pie e incómodo en el centro de la habitación.

—¿Vas a decir algo? —pregunto por fin con la esperanza de interrumpir el desagradable silencio.

—No.

—¿Y eso?

—Estoy agotada, y tú, borracho. No tengo nada que decir —replica sin emoción alguna.

Me paso la vida nervioso, anticipando el momento en que ya no pueda más y diga que hasta aquí hemos llegado y que está harta de soportar mis mierdas y, sinceramente, tengo miedo de que ese momento haya llegado.

—No estoy borracho, sólo he tomado tres copas. Sabes que para mí eso no es nada —digo, y me siento en el borde de la cama.

Un escalofrío me recorre la espalda cuando veo que se desplaza más cerca de la cabecera para apartarse de mí.

—¿Dónde estabas? —pregunta con voz suave.

—En la cabaña de al lado.

Continúa mirándome, esperando más información.

—Estaba con una chica que se llama Lillian. Su padre fue a la universidad con el mío, y hemos estado hablando, una cosa ha llevado a la otra y...

—Joder... —Pau cierra los ojos con fuerza, se tapa los oídos con las manos y se lleva las rodillas al pecho.

Le cojo las dos muñecas con una mano y se las coloco sobre su regazo con suavidad.

—No, no, no es lo que piensas. Joder. Estábamos hablando sobre ti —le digo, y espero a que ponga los ojos en blanco, como siempre, y sus gestos de incredulidad ante todo lo que le digo. Abre los ojos y me mira.

—¿Sobre mí?

—Sobre toda esta mierda de Seattle.

—¿Has hablado con ella sobre Seattle cuando conmigo no quieres hablar de ello?

Su tono no es de enfado, sino de curiosidad, y estoy confundido de la hostia. Yo no quería hablar con esa chica, prácticamente me ha obligado a hacerlo, pero supongo que en cierto modo me alegro de que lo haya hecho.

—No es así de simple. Además, tú me pediste que me fuera —le recuerdo a la chica con la cara de Pau que tengo delante, pero sin su actitud de siempre.

—Y ¿has estado con ella todo este tiempo?

Veo cómo le tiembla el labio inferior antes de apretar los dientes contra él.

—No. Fui a pasear y me encontré con ella.

Acerco la mano para apartarle un mechón rebelde de la mejilla y no me lo impide. Tiene la piel caliente y parece brillar bajo la tenue luz de la lámpara. Apoya el rostro contra mi palma y cierra los ojos mientras le acaricio el pómulo con el pulgar.

—Se parece mucho a ti.

No esperaba esa reacción. Sinceramente, esperaba que estallase la tercera guerra mundial.

—Entonces ¿te gusta? —pregunta entreabriendo ligeramente sus ojos grises para mirarme.

—Sí, es maja. —Me encojo de hombros y los cierra de nuevo.

Su calma me ha pillado por sorpresa, y eso, junto con el brandy envejecido, da como resultado un Pedro tremendamente confundido.

—Estoy cansada —dice, y levanta la mano para apartar la mía de su rostro.

—¿No estás furiosa? —pregunto.

Algo no va bien, pero no sé qué es. Puto alcohol.

—Sólo estoy cansada —responde, y se tumba sobre las almohadas.

Vale...

Campanas de alarma, no, más bien sirenas de alerta de tornado estallan en mi cabeza ante la falta de emoción que transmite su voz. Hay algo que no me está diciendo, y quiero que lo diga.


Pero mientras se queda dormida, o al menos finge hacerlo, me doy cuenta de que tengo que elegir pasar por alto su silencio esta noche. Es tarde. Si la agobio me obligará a marcharme de nuevo, y no puedo consentirlo. No puedo dormir sin ella, y tengo suerte de que me esté permitiendo estar cerca de ella después de toda la mierda con Sandra. 

También tengo suerte de que el alcohol me esté dando sueño, de modo que no me pasaré toda la noche despierto pensando qué se estará cociendo en la mente de Pau.

1 comentario:

  1. se puso buenísima, me parece que el amigo del padre iba a meter la pata

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