Pau
—¿Tienes planes para el resto de la noche? —me pregunta Pedro mientras detiene el coche en la entrada de vehículos de la casa de su padre.
—No, estudiar y dormir. Una noche loca. —Le sonrío.
—Yo echo de menos dormir. —Frunce el ceño y pasa el dedo índice por los surcos del volante.
—¿No duermes? —Claro que no duerme—. ¿Estás... has estado...? —empiezo.
—Sí, todas las noches —me dice, y se me cae el alma a los pies.
—Lo siento.
Detesto esto. Detesto que lo atormenten esas pesadillas. Detesto ser su único elixir, lo único que consigue hacer que desaparezcan.
—No te preocupes. Estoy bien —asegura, pero las ojeras debajo de sus ojos indican lo contrario.
Invitarlo a entrar sería una idea tremendamente estúpida. Se supone que tengo que pensar qué quiero hacer con mi vida de ahora en adelante, no pasar la noche con Pedro. Se me hace raro que me esté dejando en casa de su padre, y por eso mismo tengo que buscarme mi propio apartamento.
—Puedes entrar si quieres. Sólo para dormir, todavía es pronto —le ofrezco finalmente, y levanta la cabeza al instante.
—¿Estás segura? —dice, y yo asiento antes de arrepentirme.
—Sí..., pero sólo para dormir —le recuerdo con una sonrisa, y él asiente.
—Ya lo sé, Pau.
—No lo decía en ese sentido... —intento explicarle.
—Lo he pillado —resopla.
«Vale...»
La distancia que hay entre nosotros es incómoda pero necesaria al mismo tiempo. Quiero acercar la mano y retirarle el único mechón rebelde que le cae sobre la frente, pero eso sería demasiado. Necesito espacio, tanto como necesito a Pedro. Es todo muy confuso, y sé que invitarlo a entrar no me ayudará a aclarar toda esta confusión, pero quiero que duerma bien.
Le ofrezco una leve sonrisa y él me mira durante un segundo y luego niega con la cabeza.
—¿Sabes qué? Será mejor que me vaya. Tengo trabajo que hacer y... —empieza.
—No pasa nada. En serio —lo interrumpo, y abro la puerta del coche para huir del bochorno que siento.
No debería haber hecho eso. Se supone que tengo que distanciarme, y aquí estoy, permitiendo que me rechace... otra vez.
Cuando llego a la puerta, me acuerdo de que me he dejado el vestido y los tacones en el coche de Pedro, pero cuando me vuelvo ya está dando marcha atrás por el sendero.
Mientras me desmaquillo y me preparo para acostarme, mi mente reproduce la cita una y otra vez. Pedro ha estado tan... agradable. Pedro ha sido agradable. Se ha vestido de manera elegante, y no se ha peleado con nadie. Ni siquiera ha insultado a nadie. Es un progreso importante. Empiezo a reírme como una idiota cuando me acuerdo de sus caídas en la pista de hielo. Él estaba rabioso, pero ha sido muy divertido. Con su figura alta y desgarbada y esas piernas que no paraban de tambalearse con los patines, desde luego ha sido una de las cosas más graciosas que he visto en mi vida.
No tengo claro cómo me siento con respecto al hecho de que se haya quitado los piercings, pero él me ha asegurado que quería hacerlo, así que no es culpa mía. Me pregunto qué opinarán sus amigos.
Me ha cambiado ligeramente el humor cuando me ha contado lo de la fiesta de cumpleaños. No sé qué pensaba que iba a hacer, pero desde luego lo de la fiesta no se me había pasado por la cabeza. Sin embargo, soy una estúpida, porque al fin y al cabo cumple la mayoría de edad.
Quiero pasar su veintiún cumpleaños con él más que nada en el mundo, pero siempre que voy a esa maldita casa de la fraternidad ocurre algo malo, y no quiero continuar con ese ciclo, y menos con lo delicadas que están las cosas entre nosotros. Lo último que necesito es beber y empeorarlo todo. No obstante, me gustaría regalarle alguna cosa. Se me da fatal hacer regalos, pero ya pensaré algo. Me detengo frente a la habitación de Landon, pero no me contesta cuando llamo a la puerta. Abro y veo que está durmiendo, así que decido irme a la cama yo también.
Abro la puerta de mi habitación y casi me da un infarto cuando veo una figura sentada sobre el colchón. Dejo caer mi bolsa de aseo sobre la cómoda..., entonces me doy cuenta de que es Pedro y me tranquilizo. Mientras lo observo, veo que cruza los tobillos por delante de él, incómodo.
—Yo... eh... siento haber sido un capullo antes. Quería quedarme. —Se pasa los dedos por su pelo rebelde.
—Y yo te he invitado a quedarte —le recuerdo, y me acerco a la cama.
Suspira.
—Lo sé, y lo siento. ¿Puedo quedarme, por favor? Lo he pasado muy bien esta noche contigo, y estoy tan cansado...
Lo medito durante unos instantes. Quería que se quedara. Echo de menos la reconfortante sensación de tenerlo en mi cama, pero ha dicho que tenía cosas que hacer.
—Y ¿qué pasa con tu trabajo? —pregunto con una ceja enarcada.
—Puede esperar —responde. Parece angustiado.
Me siento a su lado en la cama, cojo la almohada y la coloco sobre mi regazo.
—Gracias —dice, y me acerco a él.
Es como un imán para mí; soy incapaz de mantenerme ni siquiera a unos centímetros de distancia.
Lo miro y él sonríe, y entonces baja la vista al suelo. Mi cuerpo, actuando a su libre albedrío, se inclina hacia él y coloca mi mano sobre la suya. Tiene las manos frías, y la respiración agitada.
«Te he echado de menos —me gustaría confesarle—. Quiero estar cerca de ti.»
Él me aprieta la mano suavemente y apoyo la cabeza en su hombro. Uno de sus brazos me rodea la espalda y me estrecha con fuerza.
—Lo he pasado muy bien esta noche —le digo.
—Yo también, nena. Yo también.
Oírlo llamarme «nena» hace que quiera estar aún más cerca de él. Levanto la vista y veo que me está mirando los labios. De manera instintiva, ladeo la cabeza y acerco la boca a la suya. Cuando pego los labios a los suyos, se inclina hacia atrás para apoyarse en los codos, y me monto sobre su regazo.
Apoya una mano en mi zona lumbar y acerca mi cuerpo más todavía al suyo.
—Te he echado de menos —dice, y me lame la lengua. Echo en falta el frío del aro de metal, pero mis ansias por él calientan mi cuerpo y hacen que todo lo demás sea irrelevante.
—Yo a ti también —contesto.
Hundo los dedos en su pelo y lo beso con fuerza. Mi mano libre serpentea por sus fuertes músculos por debajo de su camisa, pero Pedro me detiene y se aparta, conmigo todavía en el regazo.
Sonríe claramente mortificado.
—Creo que deberíamos dejar este encuentro en algo apto para todos los públicos. —Se pone colorado y respira agitadamente contra mi rostro.
Quiero protestar, decirle que necesito su tacto, pero sé que tiene razón. Suspirando, me quito de su regazo y me tumbo al otro extremo de la cama.
—Perdona, Pau. No quería decir... —No termina la frase.
—No, tienes razón. De verdad, no te preocupes. Vamos a dormir. —Sonrío, pero mi cuerpo vibra tras el contacto.
Se tumba lejos de mí, ciñéndose a su lado de la cama con una almohada entre nosotros, y me hace recordar nuestros comienzos. No tarda en quedarse dormido, y sus serenos ronquidos inundan el aire. Sin embargo, cuando me despierto en mitad de la noche, Pedro se ha ido y me ha dejado una nota sobre su almohada:
Gracias otra vez. Tenía cosas que hacer.
A la mañana siguiente, le mando un mensaje a Pedro en cuanto me despierto para desearle un feliz cumpleaños y me visto mientras espero su respuesta. Me habría gustado que se quedara, pero a la luz del día me siento aliviada de no tener que enfrentarme al incómodo momento de despertar juntos después de una primera cita.
Suspirando, guardo el móvil en la mochila y me dirijo al piso de abajo para reunirme con Landon y decirle que faltaré a la mitad de las clases hoy porque quiero ir a buscar un regalo para Pedro.
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