Pedro
El capullo que donó esperma para engendrar a Pau se
zampa dos platos llenos hasta arriba antes de pararse siquiera a respirar.
Estoy seguro de que estaba muerto de hambre, es lo que tiene vivir en la calle.
No es que no sienta pena por la pobre gente que está pasando una mala racha...
Es que este hombre en concreto es un borracho que abandonó a su hija, así que
no me da ni un poquito de lástima. Después de beberse un vaso de agua de un
trago, le sonríe radiante a mi chica:
—Eres una gran cocinera, Pauli.
Creo que voy a gritar como vuelva a llamarla así.
—Gracias —sonríe ella como la buena persona que es.
Se está tragando sus gilipolleces, que llenan las
grietas emocionales que él creó cuando la abandonó siendo una niña.
—Lo digo de verdad. ¿Podrías enseñarme a preparar
esta receta algún día?
«Y ¿dónde ibas a hacerla? ¿En tu cocina
inexistente?»
—Claro —dice Pau levantándose para recoger su plato
y el mío.
—Será mejor que me vaya. Gracias por la cena —suelta
el capullo de Richard poniéndose de pie.
—No, puedes... puedes quedarte aquí esta noche, si
quieres, y mañana te llevaremos de vuelta a... casa —repone ella lentamente, no
muy segura de cómo describir la situación de su padre.
Yo sí que estoy seguro de que esto no me gusta un
pelo.
—Sería estupendo —dice Richard frotándose los
brazos.
Seguro que se muere por un trago, el muy cabrón. Pau
sonríe.
—Genial. Voy al dormitorio a buscar una almohada y
unas sábanas. —Nos mira a su padre y a mí; seguro que sabe lo que opino de esto
porque le pregunta—: No te importa quedarte aquí un minuto, ¿verdad?
Su padre se echa a reír.
—Claro. Además, me interesa conocer mejor a Pedro.
«No, créeme, no te interesa.»
Ella frunce el ceño al ver mi expresión y sale de la
cocina dejándonos a solas.
—Dime, Pedro, ¿dónde conociste a mi Pau? —pregunta
Richard. La oigo cerrar la puerta y espero un instante para asegurarme de que
no nos oye—. ¿ Pedro?
—Dejemos una cosa clara —le espeto apoyándome en la
mesa, lo que le sorprende un poco—. No es tu Pau... Es mía. Y sé que estás
tramando algo, así que no creas que me engañas ni por un segundo.
Levanta las manos a la defensiva.
—Yo no tramo nada, sólo...
—¿Qué quieres? ¿Dinero?
—¿Qué? No, no quiero dinero. Quiero tener relación
con mi hija.
—Has tenido nueve años para eso... Sin embargo, sólo
estás aquí porque te la encontraste por casualidad en un aparcamiento. No es
como si hubieras estado buscándola —le ladro, y en mi imaginación lo estoy
estrangulando.
—Lo sé. —Menea la cabeza y mira al suelo—. Sé que he
cometido muchos errores y quiero compensarla.
—Estás borracho... Aquí, sentado en mi cocina, estás
borracho. Conozco a un borracho cuando lo veo. No siento la menor simpatía por
un hombre que abandona a su familia y nueve años después ni siquiera se ha
molestado en enderezar su vida.
—Sé que tienes buenas intenciones, y me alegra ver
que intentas defender a mi hija, pero no voy a fastidiarla esta vez. Sólo
quiero poder conocerla... a ella y a ti.
Me quedo en silencio, intentando calmar mis
pensamientos iracundos.
—Eres mucho más agradable delante de ella —comenta
con calma.
—Y tú eres peor actor cuando no la tienes delante
—contraataco.
—Tienes todo el derecho del mundo a desconfiar de
mí, pero dame una oportunidad. Hazlo por ella.
—Si le haces daño, date por muerto —replico.
Es posible que deba sentir algún remordimiento por
amenazar al padre de Pau, pero lo único que siento es rabia y desconfianza
hacia un borracho patético. Mi instinto me dice que la proteja, que no simpatice
con un tipo al que no conozco de nada.
—No le haré daño —promete.
Pongo los ojos en blanco y le doy un trago a mi vaso
de agua.
Creyendo que su promesa lo arregla todo, intenta
bromear.
—En esta conversación creo que tenemos los papeles
invertidos.
No le hago ni caso y me voy al dormitorio. No tengo
más remedio, no quiero que Pau entre en la cocina y me pille estrangulando a su
padre.
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