Pau
Junio
—¿Qué tal estoy? —Doy una vuelta delante del espejo de cuerpo entero, dándole tironcitos al vestido, que me llega justo por la rodilla. La seda granate tiene un tacto nostálgico cuando la acaricio con los dedos. Me enamoré de la tela y del color en cuanto me lo probé, me recuerdan a mi pasado, a cuando era otra persona—. ¿Me sienta bien?
Este vestido es un poco diferente de la versión anterior. El otro era menos ajustado y tenía el cuello alto y manga francesa. Éste es más entallado, con un escote recortado y sin mangas. Siempre amaré el vestido anterior, pero me gusta cómo me queda éste hoy.
—Te queda muy bien, Paula. —Mi madre se apoya en el marco de la puerta con una sonrisa.
He intentado tranquilizarme, pero me he tomado cuatro tazas de café y media bolsa de palomitas y llevo todo el día dando vueltas como una loca por casa de mi madre.
Hoy es la graduación de Pedro. Me preocupa un poco que mi compañía no sea bien recibida, que me invitaran tan sólo por educación y que la retiraran mientras hemos estado separados. Las horas y los minutos han pasado, igual que siempre, sólo que esta vez no estoy intentando olvidarlo. Esta vez lo estoy recordando y me estoy recuperando, y rememoro el tiempo que pasé con él con una sonrisa.
Aquella noche de abril, la noche en la que Landon me sirvió unas cuantas verdades en bandeja de plata, me fui directa a casa de mi madre. Llamé a Kimberly y lloré por teléfono hasta que me dijo que fuera una mujer, que dejara de llorar y que hiciera algo por arreglar mi vida.
No me había dado cuenta de lo oscura que se había vuelto mi existencia hasta que empecé a ver de nuevo la luz. Me pasé la primera semana completamente sola, sin salir apenas de mi dormitorio de la infancia y obligándome a comer. Sólo podía pensar en Pedro y en lo mucho que lo echaba de menos, en lo mucho que lo necesitaba y lo quería.
La semana siguiente fue menos dolorosa, igual que las demás veces que hemos roto, sólo que en esta ocasión era distinto. En esta ocasión tenía que recordarme a mí misma que Pedro estaba mejor, con su familia, y que no lo había dejado abandonado a su suerte. Si necesitaba algo, tenía a su familia. Las llamadas diarias de Karen eran lo único que evitaba que cogiera el coche y fuera a comprobar que él estaba bien. Necesitaba poner mi vida en orden pero también necesitaba estar segura de que no le estaba haciendo más daño ni a Pedro ni a nadie a mi alrededor.
Me había convertido en esa chica, esa que es una carga para todo el mundo, sin siquiera darme cuenta porque sólo tenía ojos para Pedro. Su opinión era lo único que parecía tener importancia, y me pasé días y noches intentando enderezarlo, arreglar lo nuestro, mientras estropeaba todo lo demás, incluyéndome a mí misma.
Pedro fue muy persistente las primeras tres semanas pero, al igual que Karen, empezó a llamar cada vez menos hasta que ya sólo recibía dos llamadas a la semana, una de cada uno. Karen me asegura que él es feliz, así que no puedo enfadarme porque haga su vida y no me llame tanto como querría o me gustaría que me llamase.
Con quien más hablo es con Landon. Se sintió fatal al día siguiente de decirme todo lo que me dijo. Fue a la habitación de Pedro a pedirme disculpas y se lo encontró a él solo y cabreado. Landon me llamó de inmediato y me rogó que volviera y lo dejara explicarse, pero le aseguré que estaba bien y que era mejor que me alejara por un tiempo. Por mucho que quisiera irme con él a Nueva York, necesitaba regresar al lugar en el que comenzó la destrucción de mi vida y volver a empezar. Sola.
Lo que más me dolió fue que Landon me recordara que yo no era parte de su familia. Me hizo sentir que sobraba, que no me querían, que no tenía vínculos con nada ni con nadie.
Me sentí sola, desconectada, vagando de un lado a otro mientras intentaba aferrarme a la primera persona que me aceptara. Dependía demasiado de los demás y estaba perdida en el ciclo de querer que me quisieran. Odiaba sentirme así más que nada en el mundo y sé que Landon sólo lo dijo porque estaba enfadado, pero no andaba desencaminado. A veces la ira hace aflorar lo que de verdad sentimos.
—Si sigues soñando despierta, no llegarás nunca. —Mi madre se acerca y abre el cajón superior de mi joyero. Deposita unos pequeños pendientes de diamantes en la palma de mi mano y me la coge entre las suyas—. Ponte éstos. No será tan malo como crees. No pierdas la calma y no des señales de debilidad.
Me echo a reír ante su intento por hacerme sentir mejor y me pongo los pendientes.
—Gracias. —Le sonrío a su imagen en el espejo.
Cómo no, siendo Carol Young, me sugiere que me retire el pelo de la cara, me ponga más pintalabios y unos tacones más altos. Le doy amablemente las gracias por sus consejos pero no los sigo y, en silencio, le agradezco que no insista.
Mi madre y yo estamos trabajando para tener la relación que siempre soñé tener con ella. Está aprendiendo que soy una mujer, joven pero capaz de tomar mis propias decisiones. Y yo estoy aprendiendo que no se convirtió en la mujer que es a propósito. Mi padre la destrozó hace muchos años y nunca se recuperó. Está trabajando en ello, más o menos igual que lo estoy haciendo yo.
Me sorprendió que me contara que había conocido a alguien y que llevaban saliendo varias semanas. Aunque la mayor sorpresa me la llevé al ver que el hombre en cuestión, David, no era ni médico, ni abogado, ni tenía un coche lujoso. Tiene una panadería y nunca he conocido a nadie que se ría tanto como él. Tiene una hija de diez años que se ha aficionado a probarse mi ropa, que le queda grande, y que me deja practicar con ella lo que voy aprendiendo sobre maquillaje y peluquería. Es una niña adorable, se llama Heather y perdió a su madre a los siete años. Lo que más me sorprende es lo dulce que mi madre es con ella. David saca cosas que nunca antes había visto en mi madre, y me
encanta lo mucho que ella se ríe y sonríe cuando lo tenemos en casa.
—¿Cuánto tiempo me queda? —me vuelvo hacia mi madre y me pongo los zapatos fingiendo no ver cómo pone los ojos en blanco al comprobar que he escogido los zapatos con el tacón más bajo que tengo. Me va a dar algo si tengo que andar con tacones.
—Cinco minutos si quieres llegar pronto, como es tu costumbre. —Menea la cabeza y se recoge la melena rubia sobre un hombro.
Ha sido una experiencia increíble y muy emocionante ver cambiar a mi madre, ver cómo se agrietaba su fachada de piedra y cómo se convertía en una persona mejor. Es muy bonito contar con su apoyo, sobre todo hoy, y le doy las gracias por haberse guardado lo que opina acerca de que asista sola a la ceremonia.
—Espero que no haya mucho tráfico —digo—. ¿Y si hay un accidente? Son dos horas de trayecto que podrían convertirse en cuatro, se me arrugaría el vestido y se me estropearía el peinado y...
Mi madre ladea la cabeza.
—Todo irá bien. Le estás dando demasiadas vueltas. Píntate los labios y al coche.
Suspiro y hago exactamente lo que me dice, esperando que, por una vez, todo vaya según lo previsto.
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