Divina

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domingo, 27 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 43


Pau

Decir que he estado evitando a Pedro sería quedarme corta. Conforme han ido pasando los días (sólo dos, aunque parecen cuarenta), lo he evitado a toda costa. Aunque sé que está en esta casa, no puedo ni verlo. Ha llamado a mi puerta unas cuantas veces, pero por mi parte no ha recibido más que burdas excusas sobre por qué no le estoy respondiendo.

No estaba preparada.

Sin embargo, he estado retrasando lo que tengo que decirle durante demasiado tiempo ya, y Karen empezará a inquietarse, lo sé. Está rebosante de felicidad, y sé que no quiere seguir ocultando la llegada de un nuevo miembro a la familia durante mucho más tiempo. 

Sería injusto que tuviera que hacerlo; debería estar feliz, orgullosa y emocionada. No puedo ser una cobarde y privarla de eso.

De modo que, cuando oigo sus pesadas botas frente a mi puerta, aguardo pacientemente, patéticamente, deseando que llame y que se marche al mismo tiempo. Sigo esperando que llegue el día en que mi mente se despeje, en el que mis pensamientos vuelvan a tener sentido. Cuanto más tiempo pasa, más me pregunto hasta qué punto eran claros mis pensamientos. ¿He estado siempre así de confundida, así de insegura acerca de mí misma y de mis decisiones?

Espero en la cama, con los ojos cerrados y el labio latiendo bajo mis dientes, a que se marche antes de llamar. Y me siento decepcionada pero aliviada al mismo tiempo cuando oigo que cierra de un portazo su dormitorio al otro lado del pasillo.

Haciendo acopio de todas mis fuerzas y con el teléfono en la mano, compruebo mi imagen en el espejo por última vez y cruzo el pasillo. Justo cuando levanto la mano para llamar, la puerta se abre y ahí está Pedro, sin camiseta, mirándome.

—¿Qué te pasa? —me pregunta inmediatamente.

—Nada, es que... —Ignoro el nudo que se me forma en el estómago cuando enarca las cejas con preocupación.

Sus manos me tocan. Sus pulgares presionan con suavidad mis mejillas y yo me quedo plantada en la puerta mirándolo, sin un pensamiento coherente al alcance.

—Tengo que hablar contigo de una cosa —digo por fin.

Mis palabras suenan apagadas, y la confusión nubla sus brillantes ojos verdes.

—No me gusta cómo ha sonado eso —señala con aire sombrío, y aparta las manos de mi rostro.

Se dispone a sentarse en el borde de la cama y me hace un gesto para que yo haga lo propio. No confío en la falta de distancia que nos separa, e incluso el cargado aire de la habitación parece estar burlándose de mí.

—¿Y bien? ¿De qué se trata? —Se coloca las manos detrás de la cabeza y se inclina hacia atrás sobre ellas.

Los shorts deportivos que lleva le están estrechos; el elástico de la cintura le queda tan bajo que puedo ver que no lleva calzoncillos.

Pedro, siento haber estado tan distante. Sabes que sólo necesitaba un poco de tiempo para aclararme —digo a modo de preámbulo.

Eso no es lo que había planeado decirle, pero por lo visto los planes de mi boca difieren de los de mi cabeza.

—No pasa nada. Me alegro de que hayas venido a hablar conmigo, porque ambos sabemos que a mí se me da como el culo darte espacio, y me estaba volviendo loco. —Parece aliviado ahora que por fin estamos hablando.

Me mira a los ojos con tanta intensidad que soy incapaz de apartar la vista.

—Lo sé.

No puedo negar el hecho de que parece haber aprendido a controlarse durante la última semana. Me gusta que se haya vuelto algo menos impredecible, pero el escudo que me he construido sigue presente, sigue acechando en un segundo plano, esperando a que me dé la espalda, como siempre hace.

—¿Has hablado con Christian? —le pregunto a continuación.

Necesito volver al tema que nos ocupa antes de acabar demasiado perdida en nuestro interminable caos.
Se pone tenso al instante y resopla.

—No. —Me mira con recelo.

«Esto no va bien.»

—Perdona —digo—. No pretendía ser insensible. Sólo quería saber dónde tienes la cabeza en estos momentos.


Tarda unos instantes en responder, y el silencio se alarga entre nosotros como una carretera infinita.

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