Pedro
El apartamento está lleno otra vez, y yo voy por mi segunda bebida y mi primer porro. El constante ardor del licor en la lengua y del humo en mis pulmones empieza a causar efecto. Si no sintiera tanto dolor estando sobrio, no volvería a probar esta bazofia nunca más.
—Llevo dos días con esta mierda y ya me está picando de la hostia —protesto para quien quiera escucharme.
—Es una mierda, tío, pero así aprenderás a no ir haciendo agujeros en las paredes —me provoca Mark con una sonrisa burlona.
—Sí, a ver si aprendes —dicen James y Janine a la vez.
Ella extiende a continuación la mano hacia mí.
—Dame otro de tus analgésicos.
—Esta puta yonqui se ha tragado medio frasco en menos de dos días.
No es que me importe, yo no me los tomo, y desde luego me importa una mierda lo que ella se meta en el cuerpo. Al principio pensé que las pastillas me ayudarían, que me colocarían más que la mierda de James, pero no ha sido así. Sólo hacen que esté cansado, y estar cansado te lleva a dormir, lo cual me lleva a las pesadillas, que siempre tienen relación con ella.
Pongo los ojos en blanco y me levanto.
—Voy a darte el puto frasco.
Me dirijo al dormitorio de Mark para sacar las pastillas de debajo de mi pequeño montón de ropa. Ha pasado casi una semana y sólo me he cambiado una vez. Antes de irse, Carla, la tía insufrible con complejo de salvavidas, me cosió unos horribles parches negros para cubrir los agujeros de mis vaqueros. Le habría dicho de todo si no supiera que, si lo hiciera, James me habría echado en el acto.
—¡Pedro Alfonso! ¡Teléfono! —La voz aguda de Janine resuena por el salón.
«¡Mierda!» Me he dejado el móvil en la mesa del salón.
Al ver que no respondo de inmediato, oigo que dice descaradamente:
—El señor Alfonso se encuentra ocupado en este momento; ¿quién lo llama?
—Dame el teléfono ahora mismo —digo corriendo de nuevo al salón y lanzándole las pastillas a Janine para que las atrape.
Intento mantener la calma cuando me saca el dedo y continúa hablando, dejando que el frasco caiga al suelo. Ya me estoy hartando de sus gilipolleces.
—¡Caray! Landon es un nombre muy sexi; ¿eres estadounidense? Me encantan los hombres americanos...
Sin ninguna delicadeza, le quito el móvil de las manos y me lo pego a la oreja.
—¿Qué coño quieres, Landon? ¿No crees que si quisiera hablar contigo ya te habría contestado a las últimas..., qué sé yo, treinta putas llamadas? —ladro.
—¿Sabes qué, Pedro? —Su voz es tan áspera como la mía—. Vete a la mierda. Eres un capullo egoísta, y no sé en qué estaba pensando para llamarte. Pau superará esto sin ti, como siempre.
La línea se corta.
«¿Superar qué?» ¿De qué cojones está hablando? ¿De verdad quiero saberlo?
¿A quién quiero engañar? Por supuesto que quiero. Lo llamo inmediatamente, me abro paso a través de un par de personas y salgo al rellano vacío para tener algo de privacidad. El pánico se apodera de mí y mi mente perjudicada imagina el peor de los escenarios.
Cuando Janine aparece en el descansillo con claras intenciones de cotillear, me dirijo al coche de alquiler que aún tengo en mi poder.
—¿Qué? —me espeta Landon.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué ha pasado? —«Ella está bien, ¿verdad? Tiene que estarlo»—. Landon, dime que Pau se encuentra bien. —No tengo paciencia para su silencio.
—Es Richard. Ha muerto.
No sé qué esperaba oír, pero eso desde luego que no. A pesar de mi estado, lo siento. Siento una punzada de dolor en mi interior por la pérdida, y lo detesto. No debería sentir esto, apenas conocía a ese yon... hombre.
—¿Dónde está Pau?
Ésa es la razón por la que Landon ha estado llamándome sin parar. No era para echarme un sermón por dejar a Pau, sino para informarme de que su padre ha muerto.
—Está aquí, en casa, pero su madre viene de camino para recogerla. Está en estado de shock, creo; no ha dicho nada desde que lo encontró.
La última parte de la frase me deja impactado y me agarro del pecho.
—¡Joder! ¿Lo encontró ella?
—Sí. —La voz de Landon se quiebra al final, y sé que está llorando.
No me molesta, como de costumbre.
—¡Mierda! —«¿Por qué ha tenido que pasar esto? ¿Cómo ha podido pasarle esto justo después de que yo la alejase de mí?»—. ¿Dónde estaba ella, dónde estaba su cuerpo?
—En tu apartamento. Fue allí para recoger lo que le quedaba y para dejar tu coche.
Por supuesto. Incluso después de cómo la traté, es lo bastante considerada como para pensar en mi coche.
Pronuncio las palabras que quiero y a la vez no quiero pronunciar:
—Déjame hablar con ella. —Durante todos estos días he deseado oír su voz, y he tocado fondo.
Las últimas dos noches me he dormido escuchando el mensaje automático que me recuerda que se ha cambiado de número.
—¿No me has oído, Pedro? —dice Landon exasperado—. No ha dicho una palabra ni se ha movido en dos días, excepto para usar el baño, aunque ni siquiera estoy seguro de que lo haya hecho.
Yo no he visto que se mueva para nada. No bebe ni come.
Toda la mierda que he estado intentando bloquear, que he estado intentando obviar, me inunda y me arrastra. No me importan cuáles sean las consecuencias, y no me importa que la poca cordura que me queda desaparezca: necesito hablar con ella. Llego hasta el coche y me meto dentro. Sé perfectamente lo que tengo que hacer.
—Intenta ponerle el teléfono en la oreja. Hazme caso y hazlo —le ordeno a Landon, y arranco el coche, rogando en silencio a quien me esté escuchando ahí arriba que no me pare la policía de camino al aeropuerto.
—Me preocupa que oír tu voz empeore las cosas —lo oigo decir a través del manos libres.
Subo el volumen al máximo y coloco el teléfono sobre el salpicadero.
—¡Maldita sea, Landon! —Golpeo la puta escayola contra el volante. Bastante difícil me resulta ya intentar conducir con ella—. Colócale el teléfono en la oreja de una vez, por favor. —Intento mantener la calma, a pesar de la tormenta de sensaciones que me asolan en mi interior.
—Está bien, pero no digas nada que pueda angustiarla. Bastante está pasando ya.
—¡No me hables como si tú lo supieras mejor que yo! —Mi ira hacia el sabelotodo de mi hermanastro ha alcanzado nuevos niveles, y casi cruzo la mediana mientras le grito.
—Puede que no lo haga, pero lo que sí sé es que eres un auténtico idiota por haberle hecho lo que sea que le hayas hecho esta vez. Y ¿sabes qué más sé? Que, si no fueras tan egoísta, estarías aquí con ella y ella no habría acabado en el estado en el que se encuentra ahora —me espeta—. Ah, y una cosa más...
—¡Ya basta! —Golpeo el volante con la escayola de nuevo—. Ponle el teléfono en la oreja.
Comportarte como un capullo no ayuda en nada. Pásale el puto teléfono.
Oigo un silencio seguido de la suave voz de Landon:
—¿Pau? ¿Me oyes? Claro que me oyes. —Se ríe con tristeza. El dolor que desprende su voz mientras intenta incitarla a hablar es evidente—. Pedro está al teléfono, y...
Un leve canturreo atraviesa el altavoz, y me inclino hacia el teléfono para intentar oír el sonido. «¿Qué es eso?» Continúa durante varios segundos, débil y hechizado, y tardo demasiado tiempo en darme cuenta de que es la voz de Pau repitiendo la misma palabra una y otra, y otra vez.
—No, no, no —dice sin cesar—, no, no, no, no...
Lo poco que quedaba intacto de mi corazón se parte en demasiados pedazos como para poder contarlos.
—¡No, por favor, no! —grita al otro lado de la línea.
«Joder...»
—Está bien, está bien. No tienes por qué hablar con él.
La llamada se corta y vuelvo a telefonear, aunque sé que nadie va a responder.
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