Pau
La tensión puede cortarse con un cuchillo, y juraría que Kimberly ha abierto la ventana sólo por eso. Intercambiamos miradas amistosas a través del salón.
—No es tan difícil coger el teléfono o responder a un mensaje. Yo he venido en coche desde allí y tú me has contestado hace una hora —dice Pedro con rabia, regañando a Christian.
Suspiro, igual que Kimberly. Estoy segura de que ella también se pregunta cuántas veces piensa repetir Pedro lo de «He venido en coche desde allí».
—Ya te he dicho que lo siento. Estábamos en el centro y, al parecer, mi móvil decidió no tener cobertura. —Christian avanza con la silla de ruedas más allá de donde está Pedro —. Estas cosas pasan, Pedro. «De ratones y hombres quedan truncados los proyectos mejores», y todo eso...
Pedro le echa a Christian una de sus miradas antes de rodear la isleta de la cocina y colocarse a mi lado.
—Creo que ya lo ha pillado —le susurro.
—Sí, bueno, más le vale —responde.
Permanece con el ceño fruncido y se gana una mueca irritada de su padre biológico.
—Menudo humor tienes hoy, y eso después de lo que acabamos de hacer —lo chincho confiando en que se le pase el enfado.
Se inclina hacia mí y veo que la esperanza sustituye a la ira en sus ojos.
—¿A qué hora quieres que vayamos a cenar?
—¿Cenar? —interviene Kimberly.
Me vuelvo hacia ella y sé exactamente lo que está pensando.
—No es lo que imaginas.
—Sí lo es —dice Pedro.
Tengo ganas de abofetearlos a los dos, a ella por entrometida y a él por engreído. Claro que quiero ir a cenar con Pedro. He querido estar a su lado desde que lo conocí.
Pero no voy a dejarme llevar, no voy a caer en el círculo vicioso de nuestra relación destructiva. Tenemos que hablar, hablar de verdad, sobre todo lo que ha pasado y de mis planes de futuro. Del futuro de irme a Nueva York con Landon dentro de tres semanas.
Ha habido demasiados secretos entre nosotros, demasiados pinchazos evitables cuando esos secretos salían a la luz de la peor forma, y no quiero que ésta sea una de esas situaciones. Es hora de ser madura, de tener agallas y decirle a Pedro lo que pienso hacer.
Es mi vida, yo elijo. A él no tiene que parecerle bien, ni a nadie. Pero al menos debo contarle la verdad antes de que lo sepa por otra persona.
—Podemos irnos cuando quieras —respondo tranquilamente, ignorando la sonrisita de Kimberly. Mira mi camiseta arrugada y mis pantalones de chándal.
—No vas a ir vestida así, ¿verdad?
No he tenido tiempo de fijarme en lo que me ponía, estaba demasiado preocupada pensando en que Kimberly llamaría a la puerta y nos pillaría a los dos desnudos.
—¡Shhh!
Pongo los ojos en blanco y me alejo de él. Oigo cómo me sigue hasta el baño, pero cuando llego cierro la puerta y corro el pestillo. Intenta entrar y lo oigo reír antes de notar un ruido sordo en la puerta. Imaginarlo golpeándose la cabeza contra la madera me hace sonreír.
Sin decirle ni una palabra desde el otro lado, abro el grifo de la ducha y me desnudo para entrar antes de que el agua haya tenido tiempo de calentarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario