Pau
El trayecto en coche ha sido tan horrible como esperaba. La carretera parecía no tener fin, cada línea amarilla era una de sus sonrisas, una de las veces que frunce el ceño. Cada interminable hilera de coches parecía burlarse de cada error que haya cometido, y cada coche en la carretera era otro extraño, otra persona con sus propios problemas. Me he sentido sola, demasiado sola, en mi pequeño coche mientras me alejaba cada vez más de donde quería estar.
«¿Soy tonta por luchar incluso contra eso? ¿Seré lo bastante fuerte como para luchar contracorriente esta vez? ¿Acaso quiero hacerlo?»
¿Qué posibilidades hay de que esta vez, después de lo que parecen cientos de veces, vaya a ser diferente? ¿Está simplemente desesperado diciendo lo que siempre he querido oír porque sabe lo mucho que me he distanciado de él?
Siento que mi cabeza es como una novela de dos mil páginas llena de pensamientos profundos, parloteos absurdos y un montón de preguntas chungas para las que no tengo respuestas.
Al detenerme delante de la casa de Kimberly y Christian hace unos minutos, la tensión acumulada en mis hombros era casi insoportable. Podía sentir literalmente mis músculos tensándose bajo la piel hasta el punto de partirse y, mientras estoy aquí sentada en el salón, esperando a que Kim baje, la tensión no ha hecho más que aumentar.
Smith desciende por la escalera y arruga la nariz disgustado.
—Dice que bajará en cuanto termine de frotarle la pierna a mi padre —anuncia. No puedo evitar reírme al oír al pequeño de los hoyuelos.
—Vale. Gracias.
No ha dicho ni una palabra cuando me ha abierto la puerta hace tan sólo unos minutos. Sólo me ha mirado de arriba abajo y me ha hecho una señal con la mano para que entrara con una sonrisilla. Y lo cierto es que me ha impresionado su sonrisa, pequeña o no.
Se sienta en el borde del sofá sin decir ni una palabra y se concentra en un aparato que tiene en la mano mientras yo lo observo. El hermano pequeño de Pedro. Es tan raro pensar que este niño adorable al que parezco disgustarle por algún motivo ha sido todo este tiempo su hermano biológico... Sin embargo, de alguna forma tiene sentido, puesto que siempre ha demostrado mucha curiosidad por Pedro y parecía disfrutar de su compañía cuando a la mayoría de las personas no les ocurre. Se vuelve y me pilla mirándolo.
—¿Dónde está tu Pedro?
«Tu Pedro.» Parece que cada vez que me hace esa pregunta, «mi Pedro » está lejos. Esta vez, más lejos que nunca.
—Está...
Entonces Kimberly entra en el salón y viene directa hacia mí con los brazos abiertos. Por supuesto, lleva zapatos de tacón y va maquillada. Supongo que el mundo exterior sigue girando, aunque el mío se haya detenido.
—¡Pau! —chilla mientras rodea mis hombros con los brazos y me aprieta tan fuerte que me hace toser—. ¡Vaya, ha pasado demasiado tiempo!
Me estrecha contra sí una vez más antes de echarse atrás y cogerme del brazo para llevarme a la cocina.
—¿Cómo va todo? —le pregunto, y me subo al mismo taburete en el que siempre solía acabar sentada.
Ella se queda de pie frente a la barra de desayuno y se pasa las manos por su melena rubia hasta los hombros, se la echa hacia atrás y se la recoge en un moño flojo en lo alto de la cabeza.
—Bueno, parece ser que todos sobrevivimos al maldito viaje a Londres. —Compone una mueca y yo hago lo mismo—. Por los pelos, pero así fue.
—¿Cómo está la pierna del señor Vance?
—¿El señor Vance? —se ríe—. No, no vas a volver a eso por todas las cosas raras que han sucedido. Ya te dije que puedes llamarlo Christian o Vance. Su pierna se está curando; por suerte, el fuego quemó la ropa del todo, pero muy poco la piel —dice con el ceño fruncido y los hombros temblorosos.
—¿Se ha metido en líos? Líos legales, quiero decir... —pregunto tratando de no parecer insistente.
—En realidad, no. Se inventó una historia sobre un grupo de vándalos que entraron a la fuerza y destrozaron la casa antes de quemarla. Es un caso de incendio provocado sin culpables.
Niega con la cabeza y pone los ojos en blanco. A continuación, se sacude las manos en el vestido y vuelve a mirarme.
—¿Y tú qué tal, Pau? Sentí mucho lo de tu padre. Debería haberte llamado más; he estado ocupada intentando asimilar todo esto. —Alarga el brazo sobre la encimera de granito y pone la mano sobre la mía—. Aunque eso no es ninguna excusa.
—No, no. No te disculpes. Tenías demasiado entre manos y yo no habría sido la mejor compañía de todas formas. Si me hubieras llamado, puede que ni siquiera hubiera sido capaz de contestar. Me he estado volviendo loca, literalmente.
Intento reírme, pero incluso yo percibo el sonido falso y seco que sale de mí.
—Me lo imagino. —Me mira escéptica—. ¿Qué pasa con esto? —Sus manos se mueven frente a mí, y entonces miro mi sudadera cutre y mis vaqueros sucios.
—No lo sé, han sido dos semanas muy largas.
Me encojo de hombros y me pongo el pelo despeinado detrás de las orejas.
—Está claro que vuelves a estar de bajón. ¿ Pedro ha hecho algo nuevo o es aún lo de Londres?
Kimberly arquea una ceja perfecta, lo que me recuerda lo pobladas que deben de estar las mías. Las pinzas y la cera han sido lo último en lo que podía pensar, pero Kim es una de esas mujeres que te hacen querer estar guapa todo el tiempo para mantenerte a su nivel.
—No exactamente. Bueno, en Londres hizo lo mismo que hace siempre, pero al final le dije que habíamos terminado. —Viendo el escepticismo en sus ojos azules, añado—: Va en serio. Estoy pensando en mudarme a Nueva York.
—¿Nueva York? ¡Qué demonios! ¿Con Pedro? —exclama. Pero luego agrega boquiabierta—: Ah, lo siento, acabas de decirme que habéis roto —y se golpea la frente
con la mano de forma dramática.
—De hecho, me voy con Landon. Se traslada a la NYU y me ha pedido que lo acompañe. Voy a pasar el verano y, con un poco de suerte, entraré en la facultad en otoño.
—Caray..., espera un momento —dice riendo.
—Es un gran cambio, lo sé. Es sólo que..., bueno, necesito largarme de aquí y, como Landon también se va, me parece que todo encaja.
Es una locura, una completa locura, irme a la otra punta del país, y la reacción de Kimberly es la prueba de ello.
—No tienes por qué darme explicaciones —aclara—. Creo que es una buena idea, sólo que me sorprende. —Ni siquiera intenta reprimir una sonrisa—. Tú, marchándote a la otra punta del país, sin un plan y sin tomarte un año para disponerlo todo.
—Es una estupidez, ¿verdad? —le pregunto no muy segura de lo que querría escuchar.
—¡No! ¿Desde cuándo te muestras tan insegura? Chica, sé que has pasado por un montón de cosas, pero necesitas recomponerte. Eres joven, brillante y guapa. ¡La vida no es tan mala! Mierda, intenta curarle las quemaduras a tu prometido después de que te dé la sorpresa diciéndote que tiene un hijo ya crecidito cuando acaba de pegártela con su... —hace gestos circulares en el aire con los dedos y pone los ojos en blanco— amor perdido de la juventud y cuídalo cuando lo que deseas en realidad es partirle la crisma.
No sé si intentaba ser graciosa, pero tengo que morderme la lengua para no reírme al imaginar la escena que acaba de dibujar en mi cabeza. Sin embargo, cuando se ríe un poco no puedo evitar seguirla.
—En serio, no pasa nada si estás triste, pero si dejas que la tristeza controle tu vida, nunca tendrás vida.
Sus palabras golpean en algún lugar entre mi yo egoísta y llorica y mis nervios por mudarme a Nueva York sin un plan firme.
Tiene razón. He pasado por muchas cosas en el último año, pero ¿qué bien puede hacerme estar así? ¿Sentir tristeza y dolor por la pérdida en cada pensamiento? Por mucho que me guste la tranquilidad de no sentir nada, no soy yo misma. He notado cómo mi ser se escurría con cada pensamiento negativo, y empezaba a temer que nunca volvería a ser yo. Ahora todavía no lo soy, pero quién sabe si algún día...
—Sé que tienes razón, Kim. Es que no sé cómo parar. Estoy tan enfadada todo el tiempo...—Cierro los puños y ella asiente—. O triste. Hay mucha tristeza y dolor. No sé cómo borrarlo, y me está devorando, apoderándose de mi mente.
—Bueno, no resulta tan fácil como ha podido sonar al decirlo —repone—, pero lo primero es que estés ilusionada. ¡Te mudas a Nueva York, tía! Demuéstralo. Si vas lloriqueando por las calles de la gran ciudad, no vas a hacer amigos. —Sonríe, suavizando así sus palabras.
—¿Y qué si no puedo? Quiero decir, ¿qué pasa si siempre me siento así?
—Pues que siempre te sentirás así, eso es todo. Pero ahora no puedes pensar así. A mis años he aprendido... —sonríe—, no son muchos años, debo decir, pero he aprendido que pasan cosas malas y hay que seguir adelante. Es una mierda y, créeme, sé que todo esto es por Pedro. Siempre es por Pedro, pero has de aceptar el hecho de que no va a darte lo que quieres y necesitas, así que haz lo que esté en tu mano por que parezca que sigues adelante sin él. Si puedes engañarlo, a él y de paso al resto, al final acabarás creyéndolo tú también y se hará realidad.
—¿Crees que podría? Ya sabes, seguir adelante sin él de verdad —digo retorciendo los dedos sobre el regazo.
—Voy a lanzarme y a mentirte porque es lo que necesitas oír ahora. —Kimberly se acerca a un armario y saca dos copas de vino—. Ahora mismo necesitas oír un montón de chorradas y elogios.
Siempre tendrás tiempo de enfrentarte a la verdad más adelante, pero ahora...
Rebusca en el cajón bajo el fregadero y coge un sacacorchos.
—Ahora beberemos vino y te contaré todo tipo de historias de ruptura que hagan que la tuya parezca un juego de niños.
—¿Te refieres a la película de terror?—pregunto sabiendo que no hablaba de aquel horrible muñeco pelirrojo.
—No, listilla. —Me da un toque en el muslo—. Me refiero a todas las mujeres que conozco que llevaban años casadas y sus maridos se tiraban a sus hermanas. Ese tipo de mierdas harán que te des cuenta de que tampoco lo tienes tan mal.
Pone una copa de vino frente a mí y, cuando estoy a punto de protestar, Kim la levanta y me la pega a los labios.
Una botella y media más tarde, me estoy partiendo de risa apoyada en la encimera para no caerme. Kimberly ha repasado un increíble montón de relaciones de locura, y al final he dejado de mirar el móvil cada diez segundos. De todas formas, Pedro no tiene mi número, no dejo de recordármelo. Por supuesto, estamos hablando de él, y si quiere el número encontrará la manera de conseguirlo.
Algunas de las historias que Kim me ha contado en la última hora parecen demasiado increíbles para ser verdad. Estoy segura de que el vino la ha hecho adornarlas para que parecieran peores de lo que eran.
La mujer que llegó a su casa y se encontró a su marido desnudo en la cama con la vecina... y su marido.
La historia con demasiados detalles de la mujer que intentó cargarse a su marido pero dio la foto equivocada y el matón estuvo a punto de matar a su hermano. (Su marido acabó teniendo una vida mucho mejor que la suya.)
Luego estaba el hombre que dejó a su esposa después de veinte años por una mujer que tenía la mitad de su edad para acabar enterándose de que era su sobrina nieta. Puaj. (Sí, siguieron juntos.)
Una chica que se acostaba con su profesor de universidad y presumió de ello hablando con la mujer que le hacía la manicura, quien —sorpresa— resultó ser la esposa del profesor. La chica suspendió ese trimestre.
El hombre que se casó con una francesa sexi que conoció en el súper y luego se enteró de que no era francesa. Era de Detroit y una estafadora bastante convincente.
La mujer que, durante un año, engañó a su marido con un hombre que había conocido en internet.
Cuando al final lo vio en persona, se llevó una buena sorpresa cuando resultó ser su propio marido.
No puede ser que una mujer pillara a su marido acostándose con su hermana, luego con su madre y después con la abogada de su divorcio. No es posible que entonces lo persiguiera por todo el bufete de abogados lanzándole los zapatos de tacón a la cabeza mientras él corría, sin pantalones, por los pasillos.
Me estoy riendo, me río con todas mis fuerzas ahora mismo, Kimberly se agarra la barriga y asegura que vio al hombre días más tarde con la marca del tacón de su futura exmujer brillando en el centro de la frente.
—¡No es broma! ¡Menudo follón! ¡Y lo mejor de todo es que ahora han vuelto a casarse!
Golpea con la mano en la encimera y yo sacudo la cabeza al oír el volumen de su voz ahora que está borracha. Me alegro de ver que Smith se ha ido arriba y ha dejado a las dos mujeres escandalosas bebiendo vino solas; si no me sentiría mal por confundirlo con nuestras risas a costa de las desgracias ajenas.
—Los hombres son gilipollas —dice entonces Kimberly—. Todos y cada uno de ellos. —Y hace chocar su copa de vino, que ha rellenado, con la mía vacía—. Pero, la verdad sea dicha, las mujeres también son gilipollas, así que, la única manera de que funcione es encontrar a un gilipollas al que puedas soportar. Uno que haga que tú seas un poco menos gilipollas.
Christian elige ese momento para entrar en la cocina.
—Toda esta charla sobre los gilipollas se oye desde el vestíbulo.
Se me había olvidado que estaba en la casa. Me cuesta un poco darme cuenta de que va en silla de ruedas. Me oigo a mí misma lanzar un gritito ahogado y Kimberly me mira con una sonrisilla en los labios.
—Se pondrá bien —me asegura.
Él le sonríe a su prometida y ella se revuelve un poco como siempre que la mira así. Eso me sorprende. Sabía que iba a perdonarlo, lo que no sabía es que ya lo hubiera hecho o que pudiera parecer tan contenta mientras lo hacía.
—Lo siento. —Ella le sonríe a su vez y se acerca a él, y Christian busca sus labios y la atrae a su regazo.
Hace un gesto de dolor cuando el muslo de ella se apoya en la pierna herida y de inmediato Kim se coloca sobre la otra pierna.
—Parece peor de lo que es —me dice él cuando ve que mis ojos van una y otra vez de la silla a la piel quemada de su pierna.
—Es verdad. Se está aprovechando totalmente de la situación —lo chincha Kimberly mientras le da un toquecito en el hoyuelo de la mejilla izquierda. Aparto la mirada.
—¿Has venido sola? —pregunta Vance ignorando la mirada que Kim le dirige cuando le muerde el dedo.
No puedo dejar de mirarlos, aunque sepa que no voy a estar en su lugar en un futuro próximo, o tal vez nunca.
—Sí. Pedro ha vuelto a casa de su... —me interrumpo para corregirme— a casa de Ken.
Christian parece decepcionado, y Kimberly ya no lo mira, pero yo siento que el agujero en mi interior que había estado tapado durante la última hora comienza a abrirse de nuevo al mencionar a Pedro.
—¿Cómo está? Me gustaría mucho que contestara a mis llamadas..., ese pequeño gilipollas... — murmura Christian.
Culparé al vino, pero le suelto:
—Tiene muchas cosas de las que preocuparse ahora mismo. —La dureza de mi tono es evidente, y al instante me siento como una idiota—. Lo siento, no pretendía que sonara así. Sólo sé que hay muchas cosas que le preocupan en este momento. No pretendía ser brusca.
Decido ignorar la sonrisita que distingo en la cara de Kimberly al ver que defiendo a Pedro.
Christian sacude la cabeza y se ríe.
—No pasa nada. Me lo merezco todo. Lo sé. Sólo quiero hablar con él, pero también sé que ya vendrá cuando esté listo. Las voy a dejar, señoritas, sólo quería ver a qué venían tantas risas y chillidos.
Espero que no fuera todo a costa mía.
Después de eso, besa a Kimberly, con rapidez pero con ternura, y dirige su silla afuera de la cocina.
Extiendo la copa hacia ella, pidiendo que me la rellene.
—Un momento, ¿eso significa que ya no vas a trabajar conmigo? —pregunta Kimberly—. ¡No puedes dejarme con todas esas mujeres malvadas! Eres la única a la que puedo soportar, además de a la nueva novia de Trevor.
—¿Trevor tiene novia?
Doy un sorbo al vino frío. Kimberly tenía razón: el vino y las risas me están ayudando. Siento que estoy sacando la cabeza del cascarón, intentando volver a la vida, y con cada chiste y cada historia absurda me parece un poco más fácil.
—¡Sí! ¡La pelirroja! Ya sabes, la que nos lleva lo de los medios sociales.
Intento situar a la mujer, pero no veo más allá del vino danzando en mi cabeza.
—No la conozco; ¿cuánto llevan saliendo?
—Tan sólo unas semanas. Pero ¿sabes qué? —Los ojos de Kim se iluminan con lo que más le gusta, los cotilleos de oficina—. Christian los oyó cuando estaban juntos un día.
Doy otro sorbo de vino, esperando a que se explique.
—Pero muy juntos... O sea, ¡que se lo estaban montando en su oficina! Y lo más increíble son las cosas que oyó... —Se interrumpe un momento para reírse—. Son unos pervertidos. Quiero decir, Trevor es una bestia en la cama. Hubo azotes, se llamaban cosas guarras y todo eso.
Estallo en carcajadas como una colegiala atolondrada; una colegiala que ha bebido demasiado vino.
—¡No puede ser!
No puedo imaginarme al dulce Trevor azotando a nadie. La simple imagen hace que me ría aún más, y sacudo la cabeza intentando no pensar mucho en ello. Trevor es atractivo, muy atractivo, pero es tan correcto y dulce que cuesta creerlo.
—¡Te lo juro! Christian estaba seguro de que la tenía atada a la mesa o algo porque, cuando lo vio al día siguiente, ¡estaba desatando algo de las esquinas!
Kimberly hace gestos en el aire y un chorro de vino frío sale disparado de mi nariz.
Cuando acabe esta copa, voy a parar. ¿Dónde está Pedro, la autoridad en materia de alcohol, cuando lo necesito?
« Pedro.»
El corazón se me acelera y la risa se me corta de golpe hasta que Kimberly añade otro escabroso detalle a la historia:
—He oído que tiene una fusta en su despacho.
—¿Una fusta? —pregunto bajando la voz.
—Fusta de cuero, busca en Google. —Se ríe.
—No me lo puedo creer... Es tan dulce y amable... ¡No puede ser que ate a una mujer a su mesa y se lo monte con ella así!
No me lo puedo imaginar siquiera. Mi mente traicionera controlada por el vino empieza a imaginarse a Pedro, y mesas, y ligaduras y azotes...
—¿Quién se lo monta en su despacho si no? Por Dios, ¡si las paredes son de papel!
Estoy boquiabierta. Aparecen en mi mente imágenes reales intermitentes, recuerdos de Pedro haciéndome apoyar en mi escritorio, y mi piel, ya estaba caliente, se ruboriza y arde.
Kimberly me dirige una mirada cómplice y echa la cabeza atrás.
—Supongo que los mismos que se lo montan en los gimnasios de casas ajenas —me acusa con una risita.
La ignoro a pesar de la horrible vergüenza que siento.
—Volviendo a Trevor —digo ocultando la cara todo cuanto puedo con mi copa.
—Sabía que era rarito. Los hombres que llevan traje todos los días son siempre unos raritos.
—Sólo en esas novelas subidas de tono —respondo mientras pienso en un libro que quiero leerme pero que aún no he podido.
—Esas historias tienen que salir de alguna parte, ¿no? —me guiña un ojo—. No dejo de pasar por delante del despacho de Trevor esperando oír cómo lo hacen, pero no ha habido suerte... de momento.
Lo absurdo de esta noche me ha hecho sentir ligera de una forma que hacía tiempo que no me sentía. Intento atrapar este sentimiento y mantenerlo agarrado a mi pecho con fuerza todo cuanto pueda, no quiero que se me escape.
—Quién iba a imaginar que Trevor fuera tan rarito, ¿eh? —añade Kim. Mueve arriba y abajo las cejas y yo sacudo la cabeza.
—Puto Trevor —digo, y espero en silencio a que Kimberly estalle en carcajadas.
—¡Puto Trevor! —chilla, y yo me uno a ella, pensando en el nombrecito mientras lo repetimos por turnos con nuestras mejores impresiones de su creador.
Puto Trevor!! Quien iba a decir q era todo un pillín!!������
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