Pedro
Ha sido un día muy largo. Demasiado largo, y estoy a punto de irme a dormir. Después de la charla a corazón abierto con Ken, estoy agotado. Y, encima, mientras cenábamos, he tenido que aguantar cómo Landon se follaba con la mirada a Sarah, Sonya... o como coño se llame.
Aunque habría preferido que Pau no se fuera sin despedirse de mí, no puedo decirlo en voz alta porque no me debe ningún tipo de explicación.
He jugado limpio, tal y como le prometí, y he cenado en silencio mientras Karen y mi padre, o quienquiera que sea, me miraban con cautela, esperando a que estallara o arruinara la velada.
Pero no lo he hecho. Me he quedado callado masticando bien cada bocado. Incluso he mantenido los codos fuera de ese horrible mantel que Karen cree que añade un toque primaveral a la mesa o algún rollo de ésos, pero se equivoca. Es horrendo, y alguien debería quemarlo cuando ella no mire.
Me siento un poco mejor, jodidamente raro, pero un poco mejor después de hablar con mi padre. Me parece divertido seguir llamando ahora padre a Ken, cuando de adolescente ni siquiera podía decir su nombre sin refunfuñar o desear que no se hubiera largado para darle un puñetazo. Ahora que entiendo, o comprendo de alguna forma, cómo se sentía y por qué hacía lo que hacía, es como si parte de la ira que tenía dentro desde hace tanto tiempo se hubiera desvanecido.
Eso sí, ha sido raro sentir cómo abandonaba mi cuerpo. Lo había leído en algunas novelas — perdón, lo llaman—, pero no lo había sentido antes de hoy. No estoy seguro de que me guste el sentimiento, aunque admitiré que ayuda a distraerme del constante dolor de echar de menos a Pau. O algo así.
Me siento mejor... ¿Más feliz? No lo sé, pero no puedo dejar de pensar en el futuro. Un futuro en el que Pau y yo vamos a comprar alfombras y estanterías, o lo que sea que haga la gente casada. Las únicas personas casadas que conozco que se soportan la una a la otra son Ken y Karen, y no tengo ni idea de lo que hacen juntos. Aparte de fabricar bebés a los cuarenta y tantos, claro. Siento una especie de vergüenza inmadura al respecto, y finjo que no estaba pensando en su vida sexual.
La verdad sea dicha, planear el futuro es mucho más divertido de lo que imaginaba. Jamás había esperado nada del futuro, ni del presente, nunca antes. Siempre supe que estaría solo, así que no me molestaba en imaginar estúpidos planes ni deseos. Hasta hace ocho meses no sabía que podía existir alguien como Pau. No tenía ni idea de que esa odiosa rubia andaba suelta mientras esperaba a poner mi vida patas arriba volviéndome completamente loco y haciéndome quererla más que respirar.
Maldita sea, si hubiera sabido que estaba ahí fuera, no habría perdido el tiempo follándome a cada tía que podía. Antes ninguna fuerza de ojos azul grisáceo me ayudaba ni me guiaba en mi vida hecha mierda, así que cometí demasiados errores y ahora tengo que currármelo más que la mayoría para intentar enmendarlos.
Si pudiera volver atrás, no tocaría a ninguna otra chica. A ninguna. Y si hubiera sabido lo bueno que sería tocar a Pau, me habría estado preparando, contando los días hasta que se colara en mi habitación de la casa de la fraternidad para trastear mis libros y mis cosas después de pedirle de forma explícita que no lo hiciera.
Lo único que me permite vagamente mantener el control de mí mismo es la esperanza de que ella venga al final. Verá que esta vez no voy a echarme atrás en lo que he dicho.
Pienso casarme con ella aunque tenga que arrastrarla hasta el altar.
Ése es otro de nuestros problemas, esos pensamientos prepotentes. Por mucho que lo niegue en su cara, no puedo evitar sonreír al imaginármela con su vestido blanco, gruñendo y gritándome mientras yo la arrastro literalmente por los pies a lo largo del camino alfombrado hacia el altar, al tiempo que un arpa, o cualquiera de esos instrumentos que nadie utiliza si no es en bodas y funerales, toca cualquier mierda de canción.
Si tuviera su teléfono, le escribiría sólo para asegurarme de que está bien. Pero ella no quiere que lo tenga. Tuve que hacer uso de todo mi autocontrol para no birlarle el móvil del bolsillo a Landon después de la cena y copiarlo.
Estoy tumbado en esta cama cuando debería estar conduciendo camino de Seattle. Debería, podría, necesitaría hacerlo..., pero no lo haré. Tengo que darle un poco de espacio o se alejará aún más de mí. Cojo mi móvil en la oscuridad y observo las fotos que tengo de ella. Si las imágenes de recuerdos es todo lo que voy a tener de momento, voy a necesitar más fotos. Setecientas veintidós no son suficientes.
En lugar de seguir el camino de un acosador obsesivo, me levanto de la cama y me pongo unos pantalones. No creo que a Landon ni a la preñada Karen les gustara verme desnudo. Bueno, tal vez sí. Sonrío al pensarlo y me paro un momento para elaborar mi plan. Landon se pondrá testarudo, lo sé, pero es fácil de convencer. Al segundo chiste comprometido respecto a su nueva novia, me estará gritando el número de Pau sonrojado como un niño de parvulario.
Llamo dos veces a la puerta, dándole el aviso justo antes de abrir. Está dormido, tumbado panza arriba con un libro sobre el pecho. El puto Harry Potter. Debería haberlo imaginado...
Oigo un ruido y veo una luz intermitente. Como una señal divina, la pantalla de su teléfono se ilumina y lo cojo de su mesilla de noche. El nombre de Pau y el principio de un mensaje: «Landon, ¿estás despierto? Porque...».
La vista previa no muestra más. Necesito ver cómo sigue.
Giro el cuello en círculos, intentando que los celos no se apoderen de mí. «¿Por qué le está escribiendo a estas horas?»
Trato de adivinar su contraseña, pero es más complicado que con Pau. La suya era obvia y cómica, en serio. Sabía que, como yo, tendría miedo de olvidarla y elegiría 1234. Ésa es nuestra contraseña para todo. Números pin, el código de compra de programación de la tele por cable, cualquier cosa que necesite números, ésos son los que usamos siempre.
Es como si ya casi estuviéramos casados, joder. Podríamos casarnos y que a la vez un hacker robara nuestras identidades, ¡ja!
Golpeo a Landon con una almohada de su cama y gruñe:
—Despierta, capullo.
—Vete.
—Necesito el teléfono de Pau.
Golpe.
—No.
Golpe. Golpe. Golpe más fuerte.
—¡Ay! —gimotea, y se sienta—. Vale, te daré su teléfono.
Busca a tientas su móvil, que yo le pongo en la mano mientras miro los números que toca, por si acaso. Me da el teléfono una vez desbloqueado. Le doy las gracias y apunto el número en mi móvil. El alivio que siento cuando le doy a «Guardar» es patético, pero lo cierto es que me da igual.
Le arreo un golpe de regalo a Landon con la almohada y salgo de la habitación.
Me parece haberlo oído maldecirme hasta que he cerrado la puerta riendo. Podría acostumbrarme a sentir esto, esta especie de esperanza mientras le escribo un simple mensaje de buenas noches a mi chica y aguardo ansioso su respuesta. Parece que las cosas están mejorando para mí, por fin, y el último paso es el perdón de Pau. Sólo necesito que vuelva una pizca de la esperanza que ella siempre ha puesto en mí.
«¿Pedoooo?», dice el mensaje.
Mierda, empezaba a pensar que iba a ignorarme.
No, Peeeeedo, no. Pedro a secas.
Decido empezar la conversación chinchándola, a pesar de que quiero suplicarle que vuelva de Seattle y no volverme loco y presentarme allí en mitad de la noche.
Lo siento, me cuesta escribir en este teclado, es demasiado sensible.
Me la imagino tumbada en la cama allá en Seattle, con el ceño fruncido y bizqueando mientras usa el dedo índice para pulsar cada letra.
Ya, los iPhone, ¿eh? Tu antiguo teclado era gigante, así que me imagino por qué te está costando tanto.
Me responde con una cara sonriente y me deja impresionado y me divierte su recién estrenado uso de los emoticonos. Los odio con toda mi alma y siempre me he negado a usarlos, pero aquí estoy, descargando a toda velocidad esa mierda para contestarle con una cara sonriente igual que la suya.
«¿Sigues ahí?», me pregunta justo cuando se la mando.
Sí, ¿qué haces despierta a estas horas? He visto que le mandabas un mensaje a Landon.
No debería haber escrito eso. Pasan unos segundos y me envía una imagen de una pequeña copa de vino. Tendría que haber imaginado que estaría de charla con Kim, después de todo.
«Así que vino, ¿eh?», le escribo, acompañado de algo que parece una cara de sorpresa, creo. «¿Por qué hay tantas cosas de éstas? ¿Cuándo necesita alguien mandar la imagen de un tigre? ¡Madre mía!»
Sintiéndome curioso y un poco eufórico por la atención que me está prestando, le mando el maldito tigre y me río para mí mismo cuando me responde con un camello. Me río cada vez que me manda una imagen estúpida que dudo que nadie use para nada.
Me alegro de que lo haya pillado, que haya sabido que le mandaba el tigre porque literalmente no tenía sentido. Ahora estamos jugando a «manda el emoticono más raro», y aquí estoy yo, tumbado en la oscuridad, riéndome tanto que me duele la tripa.
«No me quedan más», dice después de unos cinco minutos de mandarnos cosas.
Ni a mí. ¿Estás cansada?
Sí, he bebido demasiado vino.
¿Te lo has pasado bien?
Me sorprende querer que diga que sí, que ha pasado un buen rato aunque yo no formara parte de él.
Sí. ¿Estás bien? Espero que todo haya ido bien con tu padre.
Ha ido bien, tal vez pueda contártelo cuando vaya a Seattle.
Acompaño el mensaje de presión con un corazón y lo que parece un rascacielos.
Puede.
Siento haber sido tan mal novio. Te mereces algo mejor que yo, pero te quiero.
Mando el mensaje antes de poder detenerme. Es verdad, y no puedo evitar decirlo ahora. He cometido el error de guardarme para mí mismo lo que siento por ella y por eso ahora duda enseguida de mis promesas.
Tengo demasiado vino en el cuerpo para esta conversación. Christian oyó a Trevor follando en su despacho.
Pongo los ojos en blanco al leer su nombre en la pantalla. «Puto Trevor.»
Puto Trevor.
Eso ef lo qeu he dicho. Le he dixho a Kim lo mijmu.
«Demasiadas erratas como para leer eso. Vete a dormir y escríbeme mañana —le digo.
Luego añado otro mensaje—: Por favor. Por favor, escríbeme mañana.»
En mi rostro se instala una sonrisa cuando me manda los dibujitos de un móvil, una cara soñolienta y un maldito tigre.
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