Pedro
La voz familiar de Nate resuena en el estrecho pasillo:
—¡Alfonso!
«Mierda.» Sabía que no podría hacer esto sin cruzarme con uno de ellos. He venido al campus para hablar con mis profesores. Quería asegurarme de que mi padre pudiera entregarles mis últimos trabajos. Tener amigos, o padres, en puestos de importancia la verdad es que ayuda, y me han dado permiso para faltar al resto de las clases de este trimestre. Me he estado perdiendo muchas, de todas formas; la diferencia no se notará demasiado.
El pelo rubio de Nate es más largo ahora, y lo lleva peinado en una especie de tupé desordenado.
—Oye, tío, me ha parecido que intentabas evitarme hace un momento —dice mirándome directamente a la cara.
—Qué perspicaz, ¿no? —replico mientras me encojo de hombros. ¿Para qué mentir?
—Siempre he odiado esas palabrotas que usas. —Ríe.
Podría haber pasado sin verlo hoy, incluso sin volver a verlo jamás. No es que tenga nada en contra de él, siempre me ha caído algo mejor que el resto de mis amigos, pero ya he superado toda esa mierda.
Interpreta mi silencio como otra oportunidad para intervenir.
—Hace siglos que no te veo por el campus. ¿Te vas a graduar pronto?
—Sí, a mediados del mes que viene.
Camina a mi lado a paso lento.
—Logan también. Irás a la ceremonia, ¿no?
—Ni de coña. —Me río—. ¿Me lo estás preguntando en serio?
En mi mente aparecen flashes de la bronca que me echó Pau, y me muerdo el labio para no sonreír. Sé que ella quiere que vaya a la ceremonia de graduación, pero no pienso ir ni loco.
«¿Tal vez debería reconsiderarlo?»
—Vale... —me dice. Luego señala mi mano—. ¿Y esa escayola?
La levanto un momento y lo miro.
—Es una larga historia.
«Una que no pienso contarte.
»¿Lo ves, Pau? Estoy aprendiendo a controlarme.
»Aunque te esté hablando en mi cabeza y tú ni siquiera estés aquí.
»Vale, puede que siga estando loco, pero estoy siendo más amable con la gente... Deberías sentirte orgullosa.
»Mierda, qué mal lo llevo.»
Nate sacude la cabeza y sostiene abierta la puerta del edificio de la administración para que pase.
—¿Cómo te va todo? —me pregunta. Siempre ha sido el más hablador de la pandilla.
—Bien.
—¿Y a ella?
Mis botas dejan de avanzar por la acera y Nate da un paso atrás y levanta las manos como defendiéndose.
—Sólo te lo pregunto como amigo. No os he visto a ninguno de los dos, y tú ya hace tiempo que no respondes a nuestras llamadas. Zed es el único que habla con Pau.
«¿Está intentando cabrearme?»
—Zed no habla con ella —le suelto mosqueado porque he dejado que el hecho de que mencionara a Zed me haya tocado la fibra con tanta facilidad.
Nate se lleva una mano a la frente en un gesto nervioso.
—No lo decía en ese sentido, pero nos contó lo de su padre y dijo que había ido al funeral, así que...
—Así que nada. Él no es nada para ella. Aparta.
Esta conversación no va a ninguna parte, y me recuerda por qué ya no pierdo el tiempo con ninguno de ellos.
—Vale.
Si lo miro, sé que habrá puesto los ojos en blanco. Pero luego me sorprende cuando dice con una pizca de emoción en la voz:
—Nunca te he hecho nada, ¿sabes?
Cuando me vuelvo para mirarlo, su expresión va acorde con su voz.
—No quiero ser un capullo —le digo sintiéndome un poco culpable. Nate es un buen tío, mejor que yo y que la mayoría de nuestros amigos. Bueno, sus amigos; míos ya no lo son. Entonces mira más allá de mí y replica:
—Pues nadie lo diría.
—No, no lo soy. Sólo es que paso de chorradas, ¿sabes? —me planto delante de él—.
Paso de toda esa mierda. Las fiestas, el alcohol, fumar, los ligues..., paso de todo eso. Así que no intento ser borde contigo, sólo es que ya paso de todo eso.
Nate saca un cigarrillo de su bolsillo y el único sonido entre nosotros es el de su mechero. Parece que haga tanto tiempo desde que paseaba por el campus con él y los demás... Parece tan lejano que mi rutina cada mañana fuera criticar a la gente y cuidar de colegas resacosos... Parece que hace tanto tiempo que mi vida gira sólo alrededor de ella...
—Entiendo lo que dices —responde tras una calada—. No me puedo creer que lo estés diciendo, pero lo pillo, y espero que sepas que siento, por la parte que me toca, lo que pasó con Dan y Steph.
Sabía que estaban planeando algo, pero no tenía ni idea de qué era.
En lo último que quiero pensar es en Steph y en Dan y en la que montaron.
—Sí, bueno, podríamos darle vueltas y más vueltas —replico—, pero el resultado sería el mismo. Nunca se acercarán siquiera a respirar el mismo aire que Pau.
—Steph se ha ido de todas formas.
—¿Adónde?
—Luisiana.
Bien, la quiero lo más lejos de Pau que pueda estar.
Espero que Pau me escriba; digamos que aceptó hacerlo hoy, y confío en que lo haga. Si no lo hace pronto, estoy seguro de que caeré y le escribiré yo primero. Estoy intentando darle espacio, pero nuestra conversación por emoticonos de anoche fue la más divertida que hemos tenido desde..., bueno, desde unas horas antes, cuando estaba dentro de ella.
Aún me cuesta creer la puta suerte que tuve de que me dejara siquiera acercarme a ella.
Luego me comporté como un gilipollas, pero eso no viene al caso.
—Tristan se ha ido con ella —dice Nate.
El viento vuelve a soplar, y el campus parece un lugar mejor ahora que sé que Steph se ha ido del estado.
—Menudo idiota ése también —repongo.
—No, qué va —contesta Nate defendiendo a su amigo—. Le gusta de verdad. Bueno, la quiere, supongo.
Resoplo.
—Pues lo que yo te digo: un idiota.
—Tal vez la conozca de una forma distinta que nosotros.
Sus palabras me hacen reír de un modo tranquilo e irritado.
—¿Qué más hay que conocer? Es una puta loca —replico.
No me puedo creer que de verdad esté defendiendo a Steph, bueno, a Tristan, que está saliendo de nuevo con ella a pesar de ser una puta psicópata que intentó hacerle daño a Pau.
—No lo sé, tío, pero Tristan es mi colega y no lo juzgo —dice Nate, y luego me mira con frialdad —. La mayoría seguramente diría lo mismo de Pau y de ti.
—Espero que estés comparándome a mí con Steph y no a Pau.
—Está claro. —Pone los ojos en blanco y apaga el cigarrillo a sus pies—. Tendrías que venir conmigo a la casa de la fraternidad. Por los viejos tiempos. No habrá mucha gente, sólo algunos de nosotros.
—¿Dan? —El móvil vibra entonces en mi bolsillo, lo saco y veo el nombre de Pau en la pantalla.
—No lo sé, pero puedo asegurarme de que no se acerca mientras estés allí.
Estamos de pie en el aparcamiento. Mi coche está a unos pasos y la moto de Nate está aparcada en primera fila. Aún no me creo que no se haya cargado ese maldito trasto. Ese montón de chatarra se le cayó al menos cinco veces el día que le dieron la licencia, y sé que no se pone casco cuando circula por la ciudad.
—No, gracias, tengo planes, de todas formas —miento a la vez que le mando un saludo de vuelta a Pau.
Me gustaría que mis planes incluyeran hablar con ella durante horas. Casi he aceptado ir a la maldita residencia de la fraternidad, pero mis «viejos amigos» siguen yendo con Dan, lo que me recuerda perfectamente por qué dejé de ir con ellos.
—¿Estás seguro? —insiste Nate—. Podríamos charlar un rato por última vez antes de que te gradúes y dejes preñada a tu chica. Ya sabes que es lo que toca, ¿no? —me chincha. Su lengua brilla al sol y yo aparto su brazo.
—¿Te has hecho un piercing en la lengua? —le pregunto pasando un dedo por la pequeña cicatriz junto a mi ceja.
—Sí, hace un mes más o menos. Aún no me puedo creer que te quitaras esos aros. Buena forma de evitar lo segundo que te he dicho... —Se ríe y yo intento recordar lo que ha dicho. Algo sobre mi chica... y de dejarla preñada.
—Ah, no, ni de coña. Aquí nadie se preña, capullo. Vete al infierno si crees que puedes maldecirme con esa mierda. —Le doy un empujón en el hombro y se ríe con más ganas.
El matrimonio es una cosa, pero los bebés son otra completamente diferente.
Vuelvo a mirar el móvil. Por mucho que me guste ponerme al día con Nate, quiero centrarme en Pau y sus mensajes, sobre todo porque ha escrito algo acerca de ir al médico. Le escribo una respuesta rápida.
—Mira, ahí está Logan.
Nate hace que deje de observar el móvil y siga su mirada hasta localizar a Logan, que viene hacia nosotros.
—Mierda —añade Nate, y mi mirada se centra entonces en la chica que camina junto a él.
Me suena su cara, pero no sé...
Molly. Es Molly, aunque ahora su pelo es negro en lugar de rosa. Parece que hoy es mi día de suerte...
—Bueno, debo irme. Tengo cosas que hacer —digo intentando evitar el potencial desastre que viene de cara. Tal como me vuelvo para marcharme, Molly se acerca a Logan y él le rodea la cintura con el brazo.
«Pero ¿qué coño...?»
—¿Ellos?... —alucino—. ¿Esos dos, follando?...
Miro a Nate y el cabrón ni siquiera intenta ocultar la gracia que le hace.
—Sí, ya hace tiempo —explica—. No se lo dijeron a nadie hasta hace unas tres semanas. Yo los pillé antes, por cierto. Sabía que algo estaba pasando cuando ella dejó de estar siempre de mala leche.
Molly se aparta la melena negra y le sonríe a Logan. Ni siquiera recuerdo haberla visto sonreír nunca. No la soporto, pero ya no la odio como solía hacerlo. Ayudó a Pau...
—¡Ni se te ocurra largarte hasta que me digas por qué has estado evitándonos! —grita Logan desde la otra punta del parking.
—¡Tengo mejores cosas que hacer! —le grito yo a mi vez, y miro de nuevo el teléfono.
Quiero saber por qué Pau ha vuelto al médico. En su último mensaje evitaba la pregunta, y necesito saberlo. Estoy seguro de que está bien, sólo soy un capullo entrometido.
Molly sonríe con suficiencia.
—¿Cosas mejores? ¿Como follarte a la cerebrito de Pau en Seattle? E, igual que en los viejos tiempos, le saco el dedo y le digo:
—Que te jodan.
—No seas bobo. Todos sabemos que no habéis dejado de follar desde que os conocisteis —se burla.
Miro a Logan como diciendo «Haz que se calle o lo haré yo», pero él se limita a encogerse de hombros.
—Hacéis muy buena pareja vosotros dos.
Le levanto una ceja a mi viejo amigo y esta vez es él quien me enseña el dedo.
—Al menos ahora te deja en paz, ¿no? —dispara Logan, y yo me río. En eso tiene razón.
—¿Dónde está, por cierto? —pregunta Molly—. No es que me importe, no me gusta nada.
—Lo sabemos —dice Nate, y ella pone los ojos en blanco.
—Tú tampoco le gustas a ella. Ni a nadie, en realidad —le recuerdo en tono de burla.
—Touché. —Sonríe y se apoya en el hombro de Logan.
Puede que Nate tenga razón: no parece estar de tan mala leche como antes.
—Bueno, me ha encantado veros, chicos, en serio —digo con sarcasmo, y me vuelvo para largarme —. Tengo mejores cosas que hacer, así que pasadlo bien hagáis lo que hagáis. Y, Logan, de verdad, tienes que seguir follándotela. Parece que surte efecto. —Los saludo con la cabeza y me subo al coche.
Tal y como cierro la puerta del coche, oigo una mezcla de frases: «Está de mejor humor», «Encoñado» y «Me alegro por él».
Y lo más raro de todo es que la última provenía de la Maldita Zorra en persona.
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