Pedro
Joder, Noah es insoportable. No entiendo cómo Pau pudo aguantarlo todos esos años.
Estoy empezando a pensar que se escondía de él en ese invernadero y no de Richard.
No me sorprendería; de hecho, a mí me están entrando ganas de hacerlo ahora mismo.
—No creo que haya sido buena idea que llames a ese tío —dice Noah desde el sofá, al otro lado del inmenso salón de casa de sus padres—. No me gusta nada. Tú tampoco me gustas, pero él es aún peor.
—Cállate —gruño, y vuelvo a mirar el extraño cojín del ostentoso sofá que he reclamado durante los últimos días.
—Es mi opinión. No entiendo por qué lo llamas si le tienes tanto odio.
No sabe cuándo cerrar la boca. Odio este sitio por no tener un hotel a menos de treinta kilómetros de casa de la madre de Pau.
—Porque ella no lo odia —exhalo con fastidio—. Confía en él aunque no debería, y necesita una especie de amigo en estos momentos, ya que a mí no quiere verme.
—Y ¿qué hay de mí? ¿Y de Landon? —Noah tira de la anilla de una lata de refresco y la abre con un fuerte sonido. Hasta su manera de abrir los refrescos me enerva.
No quiero decirle que lo que realmente me preocupa es que Pau vuelva con él, que prefiera la seguridad de esa relación en lugar de darme a mí otra oportunidad. Y, en cuanto a Landon, bueno, jamás lo admitiré, pero la verdad es que necesito que en este caso sea mi amigo. No tengo ninguno, y supongo que, en cierto modo, lo necesito. Un poco.
Mucho. Lo necesito mogollón y, a excepción de Pau, no tengo a nadie más, y a ella apenas la tengo, así que no puedo perderlo a él también.
—Sigo sin entenderlo. Si a él le gusta ella, ¿por qué quieres que esté cerca? Salta a la vista que eres muy celoso, y sabes lo que es robarle la novia a otro mejor que nadie.
—Ja. Ja. —Pongo los ojos en blanco y miro por los enormes ventanales que cubren la pared delantera de la casa.
La casa de los Porter es la más grande de esta calle, y probablemente la más grande de todo este pueblo de mierda. No quiero que se lleve la impresión equivocada. Sigo odiándolo, sólo permito que ande cerca de mí porque debo concederle a Pau el espacio que necesita sin irme demasiado lejos.
—Además, ¿a ti qué te importa? ¿De repente vas a fingir ser mi amiguito? Sé que me detestas, como yo a ti. —Me quedo observándolo, con su estúpido cárdigan y sus mocasines marrones, a los que sólo les falta tener un penique pegado en la parte superior.
—No me importas tú; me importa Pau —replica él—. Sólo quiero que sea feliz. Tardé mucho en asimilar lo que había pasado entre nosotros porque me había acostumbrado a ella. Me sentía cómodo y condicionado a seguir de ese modo, así que no podía entender por qué iba a querer ella a alguien como tú. No lo entendía, y sigo sin hacerlo, la verdad, pero he visto lo mucho que ha cambiado desde que te conoció. Y no en un sentido negativo, es un cambio positivo. —Me sonríe—. Menos por lo de esta semana, obviamente.
¿Cómo puede pensar eso? Sólo le he hecho daño y la he destrozado desde que irrumpí en su vida.
—Bueno —digo revolviéndome incómodo en el sofá—, basta de estrechar lazos por hoy. Gracias por no ser un capullo.
Me levanto y me dirijo a la cocina, donde la madre de Noah está batiendo algo. Durante mi estancia aquí, he descubierto que me entretiene muchísimo el modo en que balbucea y acaricia con los dedos la cruz que lleva al cuello cada vez que estoy en la misma habitación que ella.
—Deja en paz a mi madre o te echo de casa —me advierte Noah en tono burlón, y tengo que reprimir una carcajada.
Si no echara tanto de menos a Pau, me reiría con este gilipollas.
—Vas a ir al funeral, ¿verdad? Puedes venir con nosotros si quieres; saldremos dentro de una hora —me ofrece, y me paro por un momento.
Me encojo de hombros y tiro de un trozo del extremo inferior de mi escayola.
—No, no creo que sea buena idea.
—¿Por qué no? Lo has pagado tú. Eras su amigo, en cierto modo. Creo que deberías ir.
—Deja de hablar de ello, y recuerda lo que te dije sobre lo de ir pregonando que yo he puesto la pasta —lo amenazo—. Es decir: ni se te ocurra hacerlo.
Noah pone sus estúpidos ojos azules en blanco y salgo de la habitación para torturar a su madre y dejar de pensar durante un rato en la idea de que Zed esté en la misma casa que Pau.
¿En qué estaría pensando cuando lo llamé?
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