Divina

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sábado, 26 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 38


Pedro

Pau no ha dicho ni una palabra desde que he entrado en el taxi, y estoy demasiado ocupado intentando controlar mi temperamento como para comentar nada. Verla allí fuera, en la oscuridad, huyendo de algo, de Zed, concretamente, me está volviendo loco de rabia, y sería demasiado fácil ceder ante ella. Liberarla.

Pero no puedo hacerlo. Esta vez no. Esta vez le demostraré que puedo controlar mi boca y mis puños. Me he metido en este taxi con ella en lugar de aplastarle a Zed la cabeza contra el suelo como se merecía. Espero que lo tenga en cuenta. Espero que esto ayude a mi causa, aunque sea sólo un poco.

Pau todavía no ha intentado escapar, y no ha replicado cuando le he dicho al taxista que nos llevase a casa de su madre para recoger sus cosas. Eso es buena señal. Tiene que serlo. 

Su ropa, empapada, se ciñe a cada milímetro de su cuerpo, y tiene el pelo pegado a la frente. Se lo aparta con la mano y suspira cuando unos mechones rebeldes insisten en caer. Me cuesta un mundo no alargar la mano y colocárselos detrás de las orejas.

—Espere aquí mientras vamos adentro —le digo al taxista—. Saldremos antes de cinco minutos, así que no se le ocurra marcharse.

Me ha recogido tarde de todos modos, así que no debería importarle esperar. Aunque no me quejo: si hubiera llegado a tiempo, no me habría encontrado con Pau, sola bajo la lluvia.

Ella abre la puerta y cruza el jardín. No se inmuta cuando la lluvia cae sobre ella y envuelve su cuerpo, casi arrebatándomela. Tras recordarle al taxista que no se mueva por segunda vez, corro tras ella antes de que la lluvia nos separe más todavía.

Contengo el aliento y me obligo a pasar por alto la camioneta roja aparcada delante de la casa. De alguna manera, Zed ha llegado aquí antes que nosotros, como si supiera adónde iba a llevarla. Pero no puedo perder los estribos. Tengo que demostrarle a Pau que soy capaz de contenerme y de anteponer sus sentimientos a los míos.

Entra en la casa y yo la sigo unos segundos después. Pero Carol ya está encima de ella cuando lo hago.

—Paula, ¿cuántas veces vas a hacer esto? ¡Te estás arrastrando de nuevo a una situación que sabes que no va a funcionar!

Zed está de pie en medio del salón, formando un charco de agua en el suelo. Pau se pinza el puente de la nariz con los dedos, un signo de puro agobio, y una vez más tengo que esforzarme por mantener mi puta boca cerrada.

Una palabra en falso por mi parte hará que se quede aquí, a horas de distancia de mí.
Pau levanta una mano, un gesto a caballo entre una orden y una súplica.

—Madre, ¿quieres dejarlo ya? No voy a hacer nada. Sólo quiero irme de esta casa. Estar aquí no me está ayudando, y tengo un trabajo y unas clases a las que asistir en Seattle.

«¿Seattle?»

—¿Vas a volver a Seattle esta noche? —exclama Carol.

—Esta noche, no; mañana. Te quiero, madre, y sé por qué haces lo que haces, pero, de verdad, sólo necesito estar cerca de mi..., en fin —Pau me mira, y sus ojos grises reflejan una clara vacilación—... de Landon. Quiero estar cerca de Landon en estos momentos.

«Vaya...»

Zed abre entonces la puta boca:

—Yo te llevaré.

No puedo evitar intervenir ante su sugerencia.

—No, de eso nada.

Estoy intentando ser paciente y tal, pero esto es demasiado. Debería haber irrumpido en la casa, haber cogido la bolsa de Pau y haberla llevado en brazos hasta el taxi antes de que a Zed le diera tiempo incluso de mirarla.

La sonrisa burlona que tiene en la cara, la misma que me ha dedicado hace tan sólo unos minutos, me está incitando. Está intentando provocarme, hacer que estalle delante de Pau y de su madre. Quiere jugar conmigo, como siempre.

Pero esta noche no va a pasar. No le daré esa satisfacción.

—Pau, coge tu bolsa —digo, pero el ceño fruncido en el rostro de ambas mujeres hace que reconsidere mi elección de palabras—. Por favor. Coge tu bolsa, por favor.

La severa expresión de Pau se suaviza. Desaparece por el pasillo y entra en su antiguo dormitorio.
La mirada de Carol oscila entre Zed y yo antes de decir:

—¿Qué ha pasado para que saliera corriendo bajo la lluvia? ¿Cuál de los dos ha provocado eso? — Su mirada asesina resulta casi cómica, la verdad.

—Él —contestamos los dos al unísono señalándonos mutuamente, como si fuésemos niños.

Carol pone los ojos en blanco, da media vuelta y sigue a su hija por el estrecho pasillo. Miro a Zed.

—Ya puedes largarte.

Sé que Carol me está oyendo pero, sinceramente, ahora mismo me importa una mierda.

—Pau no quería que me fuera; sólo estaba confundida. Vino a mí y me suplicó que me quedara aquí con ella —me suelta.

Sacudo la cabeza, pero continúa:

—Ya no quiere estar contigo. Has gastado tu último cartucho por lo que a ella respecta, y lo sabes. ¿No ves cómo me mira? ¿Cómo me desea?

Cierro los puños y respiro hondo para calmarme. Como Pau no se dé prisa en salir con la bolsa, el salón acabará teñido de rojo para cuando regrese. Maldito sea este cabrón y su puta sonrisita.

«Ella no lo besaría jamás. No lo haría.»

Las imágenes de mis pesadillas se reproducen tras mis párpados y me acercan un paso más a mi límite. Veo las manos de Zed sobre su barriga preñada, las uñas de ella arañando su espalda. El modo en
que siempre se ha relacionado con las chicas de otros...

«Ella jamás haría eso. Jamás lo besaría.»

—Esto no va a funcionar —me obligo a decir—. No vas a conseguir que te ataque delante de ella.

Eso se acabó.

Joder, quiero partirle la puta cabeza y ver cómo se le desparraman los sesos. Lo necesito.
Zed se sienta en el brazo del sofá y sonríe.

—Me lo has puesto muy fácil. Me ha dicho lo mucho que me desea. Me lo ha dicho hace menos de media hora. —Se mira la muñeca vacía como si estuviera mirando la hora en un reloj. Siempre ha sido un payaso dramático.

—¡Pau! —grito para calcular cuántos segundos más tengo que tolerar la presencia de este gilipollas.

El silencio inunda la casa, seguido del murmullo de las voces de Pau y de su madre. Cierro los ojos un momento y rezo para que la madre de Carol no haya convencido a Pau de que se quede en este pueblo de mala muerte una noche más.

—Te saca de quicio, ¿verdad? —se mofa Zed pinchándome de nuevo—. ¿Cómo crees que me sentí yo cuando te follaste a Sam? Fue mil veces peor que la mierda de celos que estás sintiendo tú ahora mismo.

Como si él fuera capaz de imaginar siquiera lo que Pau significa para mí. Lo miro con hastío.

—Ya te he dicho que cierres la puta boca y te largues. A nadie le importa una mierda lo tuyo con Sam. Era una tía fácil, demasiado fácil para mi gusto, sinceramente, y ésa es la verdad.

Zed avanza un paso hacia mí y yo enderezo la espalda para recordarle que mi altura es una de las muchas ventajas que tengo sobre él. Ha llegado mi momento de joderlo a él.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta que hable de tu querida Samantha?

La mirada de Zed se vuelve oscura y me advierte que no siga, pero me niego. ¿Cómo se atreve a besar a Pau y a intentar utilizar sus sentimientos como arma contra mí? Está claro que no sabe que yo guardo un arsenal completo en la manga.

—Cállate —dice bruscamente, sacándome aún más de quicio.

Puede que no use las manos esta vez, pero mis palabras le harán más daño.

—¿Por qué? —Echo un vistazo al pasillo para asegurarme de que Pau sigue ocupada con su madre mientras torturo a Zed verbalmente—. ¿No quieres que te cuente la noche que me la follé? La verdad es que casi ni me acuerdo, pero sé que para ella fue algo tan memorable que lo anotó todo en ese diario que tenía. Supongo que no era gran cosa, pero al menos estaba entregada.

Yo sabía lo mucho que a Zed le gustaba, y por aquel entonces di por hecho que, al tener una relación, ella supondría todo un reto. La sorpresa me la llevé yo cuando vi que la chica acabó siendo más un incordio que un juguete.

—Me la follé hasta hartarme, te lo aseguro. Por eso debió de fingir lo del embarazo después. Te acuerdas, ¿no?

Por un breve instante, me paro a considerar cómo debió de sentirse cuando se enteró. Intento recordar qué me pasó por la cabeza cuando decidí ir tras ella. Sabía que estaban saliendo. La había oído mencionar su nombre en la reprografía de Vance, y me sentí intrigado al instante. Sólo conocía a Zed desde hacía unas semanas, y pensé que sería divertido joderlo un poco.

—Se suponía que eras mi amigo —dice patéticamente.

—¿Tu amigo? Ninguno de esos degenerados era amigo tuyo. Apenas te conocía; no era nada personal. —Miro hacia el pasillo para asegurarme de que Pau no anda cerca, y entonces me aproximo a él y lo agarro del cuello de la camisa—. Como tampoco era nada personal que Stephanie te presentara a Rebecca, aunque ella sabía que estaba saliendo con Noah. Algo personal es lo que tú estás intentando conseguir tirándote a Pau. Sabes que ella para mí significa mucho más de lo que cualquiera de esas putas de oficina significaron para ti.

Me coge desprevenido cuando me empuja y me estampa contra la pared. Los cuadros que hay colgados traquetean y caen al suelo. Al oír el estrépito, Pau y su madre salen corriendo al pasillo.

—¡Vete a la mierda! ¡Yo también podría haberme follado a Pau! ¡Se habría entregado alegremente a mí esta noche si no hubieras aparecido! —Su puño impacta contra mi mandíbula, y Pau chilla horrorizada.

El intenso sabor a cobre inunda mi boca, y me trago la sangre antes de limpiarme la de los labios y la barbilla con la manga.

—¡Zed! —lo increpa Pau mientras corre a mi lado—. ¡Sal de aquí ahora mismo! —Golpea su pecho con sus pequeños puños y yo la agarro y pongo espacio entre ellos.

La pura sensación de oírla hablarle así me llena de satisfacción. Esto es lo que llevo advirtiéndole desde hace tanto tiempo: que nunca ha sido el chico dulce e inocente que le había hecho creer.

Sí, sé que es verdad que siente algo por ella, eso salta a la vista, pero sus intenciones nunca fueron buenas. Él mismo acaba de demostrárselo, y yo no podría estar más feliz. Soy un cabrón egoísta, pero nunca he dicho que no lo fuera.
Sin mediar palabra, Zed sale por la puerta, hacia la lluvia. La luz de los faros de su vehículo atraviesa las ventanas antes de desaparecer calle abajo.

—¿ Pedro? —dice Pau con voz suave y exhausta.

Llevamos en el asiento trasero de este taxi casi una hora sin decir absolutamente nada. 

—¿Qué? —digo con voz ronca, y me aclaro la garganta.

—¿Quién es Samantha?

Llevo esperando que me haga esa pregunta desde que hemos salido de casa de su madre. Podría mentirle; podría inventarme alguna historia que dejara a Zed como el gilipollas que es. O puedo ser sincero para variar.

—Era una chica que trabajaba en Vance con una beca. Me la tiré cuando salía con Zed. —Decido no mentirle, pero lamento haber empleado esas ásperas palabras al ver que Pau se encoge—. Lo siento, sólo quería ser sincero —añado en un intento de suavizarlas.

—¿Sabías que era su novia cuando te acostaste con ella? —pregunta mirando directamente a mi interior, como sólo ella puede hacerlo.

—Sí, lo sabía. Por eso lo hice. —Me encojo de hombros y paso por alto los remordimientos que amenazan con salir a la superficie.

—¿Por qué? —Sus ojos buscan una respuesta decente en los míos, pero no tengo ninguna. Sólo tengo la verdad. La sucia y desagradable verdad.

—No puedo darte ninguna excusa. Para mí era sólo un juego. —Suspiro.

Ojalá no fuera una persona tan horrible. No por Zed, ni por Samantha, sino por esta chica dulce y preciosa que ni siquiera me juzga con la mirada mientras espera que siga explicándome.

—Olvidas que no era la misma persona antes de conocerte. No me parecía en nada al hombre que tú conoces. Bueno, sé que ahora piensas que soy lo peor pero, créeme, me habrías odiado todavía más si me hubieras conocido entonces. —Aparto la mirada y me vuelvo hacia la ventanilla—. Sé que no lo parece, pero me has ayudado mucho. Me has dado un propósito, Pau.

Oigo una súbita exhalación y me encojo al pensar cómo deben de haber sonado mis palabras.
Patéticas e hipócritas, seguro.

—Y ¿cuál es ese propósito? —pregunta tímidamente en la repentina calma de la noche.

—Aún estoy tratando de averiguarlo. Pero lo haré, así que, por favor, intenta seguir conmigo el tiempo suficiente como para que encuentre la respuesta.


Se queda mirándome pero no dice nada, cosa que agradezco. No creo que pudiera soportar su rechazo en este momento. Me vuelvo de nuevo hacia la ventanilla y observo la absoluta oscuridad del paisaje que nos rodea, y me alegro de que nada determinante y devastador haya salido de su boca.

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