Pau
Cuando la alarma de mi móvil suena a las nueve tengo que obligarme a levantarme de la cama. Casi no he dormido, me he pasado la noche dando vueltas. La última vez que he mirado el reloj eran las tres de la madrugada y no estaba segura de si había dormido algo o llevaba despierta todo el rato.
Pedro está dormido, con los brazos cruzados en la barriga. Esta noche no me ha abrazado ni una sola vez. El único contacto que hemos tenido han sido sus manos buscándome en sueños, sólo para asegurarse de que estaba ahí antes de que volvieran a su barriga. Su cambio de humor no me ha sorprendido del todo. Sé que no quería venir a la boda, pero lo que no tiene mucho sentido para mí es que esté tan nervioso, y sobre todo que se niegue a hablar de ello conmigo. Me gustaría preguntarle cómo esperaba llevar el hecho de que me mudara a Inglaterra si ni siquiera me quiere aquí para un fin de semana.
Paso la mano por su frente para apartar la mata de pelo y bajo por la mandíbula acariciando la barba incipiente que la oscurece. Sus párpados tiemblan y me apresuro a apartarme y me pongo en pie. No quiero despertarlo, su sueño no ha sido mucho mejor que el mío. Ojalá supiera qué lo tiene así. Ojalá no se hubiera cerrado a mí de esa manera.
Me lo contó todo en la carta que me escribió y luego destruyó, y aunque la mayoría de las cosas se referían a terribles errores que había cometido, los asumí y seguí hacia adelante. Nada de lo que hizo en el pasado le hará ningún daño a nuestro futuro. Necesita saberlo. Tiene que saberlo o lo nuestro jamás funcionará.
No me resulta difícil encontrar el baño, y espero pacientemente a que el agua pase de ser marrón a incolora. La ducha es ruidosa y la presión del agua muy fuerte, casi dolorosa, pero hace maravillas con la tensión acumulada en los músculos de mi espalda y mis hombros.
Me he puesto unos vaqueros y una camiseta de tirantes de color crema, pero dudo si ponerme una sudadera estampada de flores. No tiene botones, por lo que Pedro no puede pedirme que me la abroche; tiene suerte de que no vaya a llevar sólo la camiseta de tirantes. Ya casi es primavera, y en Londres se siente como tal.
Trish no me habló de una hora exacta para nuestra pequeña excursión de hoy, así que bajo para preparar café. Una hora más tarde, vuelvo arriba para coger mi libro electrónico y leer un rato. Pedro se ha vuelto y está boca arriba con el ceño fruncido. Sin molestarlo, salgo rápido y bajo a la mesa de la cocina otra vez. Pasan un par de horas y me siento aliviada cuando Trish cruza la puerta de atrás. Lleva el pelo castaño recogido, como yo, en un moño bajo y, cómo no, lleva puesto un chándal.
—Esperaba que estuvieras despierta, quería darte tiempo para dormir después del largo día de ayer. —Sonríe—. Estoy lista cuando tú lo estés.
Echo una última mirada a la estrecha escalera esperando que Pedro baje con una sonrisa y me despida con un beso, pero no sucede. Cojo mi bolso y sigo a Trish, que sale por la puerta de atrás.
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