Pedro
El profesor de Pau sonríe y le pega un sutil repaso con la mirada, pero yo lo veo en tecnicolor.
—Me alegra volver a verte —dice pero, por cómo se mueve con la música, no sé si me lo dice a mí o a ella.
—El profesor Soto vive ahora en Seattle —me informa Pau.
—Qué bien —digo por lo bajo.
Pau me oye y me da un codazo. Le rodeo la cintura con el brazo.
A Jonah el gesto no le pasa desapercibido. Luego vuelve a mirarla a la cara.
«Está conmigo, capullo.»
—Sí —dice él—, me trasladé al campus de Seattle hace un par de semanas. Solicité el puesto hace un par de meses y por fin me lo han dado. Ya era hora de llevarse el grupo a otra parte —nos dice como si debiera importarnos.
—The Reckless Few van a tocar aquí esta noche, y más noches si podemos convencerlos —presume Christian.
Jonah le sonríe y se mira las botas.
—Creo que eso se puede arreglar —comenta levantando la vista con una sonrisa. Se acaba la copa con un solo movimiento y dice—: Será mejor que nos preparemos para la actuación.
—Sí —repone Christian—. No consientas que os distraigamos.
Le da una palmada a Soto en el hombro y el profesor se vuelve para sonreírle a Pau por última vez antes de abrirse paso entre la gente hacia el escenario.
—Son increíbles. ¡Esperad a oírlos! —exclama Vance dando palmas antes de rodear la cintura de Kimberly con el brazo y conducirla a una mesa en primera fila.
Ya los he oído. No son para tanto.
Pau me mira nerviosa.
—Es buena persona —señala—. Recuerda que declaró en tu favor cuando estuvieron a punto de expulsarte.
—No, yo no recuerdo nada de eso. Lo único que sé es que le gustas y que misteriosamente está viviendo en Seattle y da clases en tu campus.
—Ya lo has oído, hace meses que solicitó el traslado... Y no le gusto.
—Sí que le gustas.
—A ti te parece que le gusto a todo el mundo —contraataca.
Es imposible que sea tan ingenua como para creer que ese pavo es trigo limpio.
—¿Hacemos una lista? —replico—. Tenemos a Zed, al puto Trevor, al cretino del camarero... ¿Me dejo a alguien? Ah, ahora podemos añadir al profesor pervertido, que te estaba mirando como si fueras el postre. —Miro al capullo en el minúsculo escenario, se mueve como si fuera el tío más importante del mundo pero finge no darle importancia.
—El único que cuenta de esa lista es Zed. Trevor es un encanto y no supone ningún peligro. A Robert es posible que no vuelva a verlo, y Soto no es un acosador.
Ha dicho una palabra que me chirría.
—¿Es «posible»?
—Está claro que no voy a volver a verlo. Estoy contigo, ¿vale? —Me coge de la mano y me relajo.
He de asegurarme de quemar o tirar por el retrete el número de ese camarero. Por si las moscas.
—Sigo creyendo que ese capullo es un acosador. —Señalo el escenario con la cabeza, hacia el desgraciado con cazadora de cuero.
Puede que tenga que hablar con mi padre para asegurarme de que no es tan turbio como me lo parece a mí. Pau se metería directa en la boca del lobo, siempre se equivoca respecto al carácter de la gente.
Me lo demuestra con una sonrisa radiante, me mira como una idiota por todo el champán que le corre por las venas. Aquí sigue, conmigo, después de toda la mierda que le he hecho tragar...
—Creía que era un club de jazz. Este grupo es más... —Pau empieza a intentar distraerme de la lista interminable de hombres que desean su afecto.
—¿Penosa? —la interrumpo.
Me pega un manotazo en el brazo.
—No, sólo que no es jazz. Son más del rollo de The Fray...
—¿The Fray? Por favor, no insultes a tu grupo favorito. —Lo único que recuerdo del grupo del profesor es que eran patéticos.
Me pega con el hombro.
—Y el tuyo.
—Va a ser que no.
—No finjas que no te gustan. Sé que te encantan.
Me estrecha la mano y meneo la cabeza. No voy a negarlo, pero tampoco voy a admitirlo.
Miro a la pared y a las tetas de Pau mientras espero que la banda de pacotilla empiece a tocar.
—¿Nos vamos ya? —pregunto.
—Sólo una canción —dice Pau.
Tiene las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes y las pupilas dilatadas. Se toma otra copa. Se alisa el vestido y le da un tirón al bajo de su vestido.
—¿Al menos puedo sentarme? —digo señalando la fila de taburetes vacíos junto a la barra.
Cojo a Pau de la mano y me la llevo hacia allí. La siento en el taburete que hay en uno de los extremos, el que está más cerca de la pared y más lejos de la gente.
—¿Qué van a tomar? —nos pregunta un hombre joven con perilla y un acento italiano falso como él solo.
—Una copa de champán y un agua —digo mientras Pau se coloca entre mis piernas. La cojo de la cintura y siento las lentejuelas de su vestido contra la palma de la mano.
—Sólo servimos la botella entera de champán, señor —me dice el camarero con una sonrisa de disculpa, como si no estuviera seguro de que pudiera permitirme una botella de su puto champán.
—Sírveles una botella entera —dice la voz de Vance a mi lado, y el camarero asiente mirándonos a los dos.
—Lo quiere frío —recalco con chulería.
El chico asiente de nuevo y se apresura a ir a por la botella. «Capullo.»
—Deja de vigilarnos, que no eres nuestro canguro —le digo a Vance.
Pau me mira mal, pero no le hago ni caso.
Él pone los ojos en blanco, como el petardo sarcástico que es.
—Es evidente que no os estoy vigilando. Pau no tiene edad para beber.
—Ya, ya —digo.
Alguien lo llama entonces y Christian me da una palmada en el hombro antes de irse.
Al instante, el camarero descorcha una botella de champán y vierte el líquido en una copa para Pau. Ella le da las gracias con educación y él le responde con una sonrisa más falsa que su acento.
Esta pantomima me está matando.
Se lleva la copa a los labios y apoya la espalda contra mi pecho.
—Qué bueno está.
Entonces dos hombres pasan junto a nosotros y le dan un repaso a Pau. Ella se da cuenta. Lo sé por cómo se aprieta contra mí y apoya la cabeza en mi hombro.
—Ahí está Sasha —dice por encima del ruido que emite la guitarra del profesor Acosador, que está haciendo la prueba de sonido.
La rubia alta está buscando algo: a su novio o a algún tipejo al que cepillarse.
—¿A quién le importa? —replico, la cojo del codo con delicadeza y hago que se vuelva para verle la cara.
—No me gusta —dice Pau.
—No le gusta a nadie.
—¿No te gusta? —pregunta.
«¿Está loca?»
—¿Por qué iba a gustarme?
—No lo sé. —Sus ojos se posan en mi boca—. Porque es guapa.
—¿Y?
—No sé... Estoy rara. —Menea la cabeza intentando hacer desaparecer el resentimiento que veo en su expresión.
—Pau, ¿estás celosa?
—No —dice con un mohín.
—No tienes por qué. —Abro más las piernas y la estrecho contra mí—. Ella no es lo que quiero. — Miro su pecho casi al descubierto—. Yo te quiero a ti. —Dibujo la línea de su escote con el índice, como si no estuviéramos en un club lleno a rebosar.
—Sólo por mis tetas —dice susurrando la última palabra.
—Evidentemente. —Me río, provocándola.
—Lo sabía. —Se hace la ofendida pero sé que se está riendo por encima del borde de la copa.
—Sí. Y ahora que ya sabes la verdad, ¿me dejas que te las folle?
Una ducha de champán mana de su boca y aterriza en mi camisa y en mi regazo.
—¡Perdona! —chilla cogiendo una servilleta de la barra. Me la pasa por la camisa, que es fea que te cagas, y luego empieza a secarme la entrepierna.
Le cojo la muñeca y le quito la servilleta:
—Yo de ti no lo haría.
—Ah —dice, y se ruboriza hasta el cuello.
Uno de los miembros de la banda se pone al micrófono y hace las presentaciones. Intento que no me den arcadas cuando empieza a sonar el horror. Pau está embobada mientras tocan una canción tras otra y yo me encargo de que su copa esté siempre llena.
Doy gracias por cómo estamos sentados. Bueno, yo estoy sentado. Ella está de pie entre mis piernas, de espaldas a mí, pero puedo verle la cara si me apoyo en la barra. Los tonos rojizos de la iluminación, el champán y ella siendo... ella... Está resplandeciente. Ni siquiera puedo ponerme celoso porque es... preciosa.
Como si me leyera el pensamiento, se vuelve y me regala una sonrisa. Me encanta verla así, tan despreocupada..., tan joven. Tengo que hacer que se sienta así más a menudo.
—Son buenos, ¿verdad? —Mueve la cabeza al ritmo de la música, lenta pero intensa.
Me encojo de hombros.
—No —replico. No son terribles, pero a buenos no llegan ni de lejos.
—Callaaaaa —dice exagerando la palabra, y me da la espalda. Momentos después, empieza a balancear las caderas al ritmo de la voz llorona del cantante. Joder.
Bajo la mano a sus caderas y se aprieta más contra mí sin dejar de moverse. El ritmo de la canción se acelera, igual que Pau. Joder...
Hemos hecho muchas cosas... Yo he hecho casi de todo, pero nadie nunca había bailado así conmigo. Algunas chicas, e incluso algunas strippers, se me han despelotado en el regazo, pero no así. Esto es lento, embriagador... Y me pone mogollón. Le sujeto la otra cadera con la mano y se vuelve un poco para dejar la copa en la barra. Con las manos vacías, me sonríe con lujuria y mira en dirección al escenario. Levanta una mano y me pasa los dedos por el pelo. Coloca la otra encima de la mía.
—No pares —le suplico.
—¿Seguro? —Me tira del pelo.
Me cuesta creer que esta chica seductora con un vestido corto, que menea las caderas y me tira del pelo, sea la misma que escupe el champán cuando hablo de follarle las tetas. Me pone a mil.
—Joder, sí —susurro, y la cojo de la nuca para atraer su boca hacia la mía—. Muévete pegada a mí... —Le doy un apretón en la cadera—. Más cerca.
Y eso hace. La altura del taburete es perfecta, estoy en el lugar justo para que me restriegue el culo contra el sitio que más ganas tiene de ella.
Miro un momento alrededor. No quiero que nadie más la vea bailar.
—Estás muy sexi... —le digo al oído— cuando bailas así en público... Sólo para mí.
Juro que la he oído gemir y no puedo más. Le doy la vuelta y le meto la mano debajo de la falda.
— Pedro —protesta cuando aparto las bragas.
—Nadie nos está mirando y, aunque nos mirasen, no verían nada —le aseguro. No lo haría si supiera que alguien puede verlo—. Te ha gustado montar el numerito, ¿verdad? —le digo. No puede negarlo: está chorreando.
No contesta. Apoya la cabeza en mi hombro y me tira del bajo de la camisa, agarrándolo como suele agarrarse a las sábanas. Entro y salgo de ella, intentando seguir el ritmo de la canción. Casi al instante se le tensan los muslos y está a punto de correrse en mis dedos.
Gime para que sepa el placer que le doy. Se pega más a mí, me chupa el cuello. Sus caderas se hunden en mí y siguen el ritmo de mis dedos, que entran y salen de su coño húmedo. La música y las voces ahogan sus gemidos y es posible que me esté haciendo sangre en el vientre con las uñas.
—Estoy a punto —gruñe con la boca pegada a mi cuello.
—Eso es, nena. Córrete para mí. Aquí mismo, Pau. Córrete —la invito con dulzura.
Asiente y me muerde un tendón del cuello. La polla me palpita en los pantalones, intentando escapar de los vaqueros. Pau deja caer todo su peso sobre mí cuando se corre y la sujeto con fuerza. En cuanto levanta la cabeza está jadeando, colorada, feliz y encendida bajo las luces.
—¿Coche o baño? —pregunta cuando me llevo los dedos a la boca y me los chupo.
—Coche —contesto, y se acaba el champán. Que page Vance. No tengo tiempo para buscar al camarero.
Pau me coge entonces de la mano y tira de mí hacia la puerta. Me tiene ganas y yo la tengo como una piedra gracias a su jueguecito en la barra.
—¿Ése no es...? —Pau frena en seco poco antes de llegar a la salida del club.
Pelo negro de punta... Juraría que la paranoia me provoca alucinaciones. Pero ella también lo ha visto.
—¿Qué coño hace aquí? ¿Le has dicho que íbamos a venir? —le espeto.
He mantenido la calma toda la noche y ahora aparece este gilipollas para jodérmela.
—¡No! ¡Por supuesto que no! —exclama Pau, defendiéndose. Por su mirada sé que dice la verdad.
Zed nos ve y frunce el ceño con malicia. Como le gusta meter cizaña, se nos acerca.
—¿Qué haces tú aquí? —le pregunto cuando se acerca.
—Lo mismo que tú. —Se yergue y mira a Pau. Qué ganas tengo de subirle el escote para taparle el canalillo y romperle a ese cretino los dientes.
—¿Cómo sabías que estábamos aquí? —le suelto.
Pau me da un tirón del brazo y nos mira a uno y a otro.
—No lo sabía. He venido a ver tocar al grupo.
Entonces se nos acerca un tío con la misma piel bronceada que Zed.
—Deberíais largaros —les digo.
— Pedro, por favor —me suplica Pau detrás de mí.
—No —le susurro. Ya estoy harto de Zed y todas sus mierdas.
—Oye... —El tío se planta entre nosotros—. Van a tocar más. Vamos a decirles que hemos llegado.
—¿Conocéis a Soto? —le pregunta Pau.
«Joder, Pau.»
—Sí —contesta el extraño.
Casi puedo ver las teorías conspiranoicas volando por la cabeza de Pai, preguntándose cómo es que se conocen. Como lo que quiero es no ver a Zed, la cojo del brazo y la llevo a la salida.
—Ya nos veremos —dice él poniendo para Pau su mejor sonrisa de «soy un cachorrito y quiero que te sientas mal por mí y me quieras porque soy patético» antes de seguir al otro tío hacia el escenario.
Salgo a toda velocidad hacia el aire frío de la noche. Pau me sigue de cerca, insistiendo con lo mismo:
—Te juro que no sabía que iba a venir aquí. ¡Te lo juro!
Le abro la puerta del acompañante.
—Lo sé, lo sé —le digo para que se calle mientras hago lo posible por tranquilizarme—. Déjalo estar, por favor. No quiero que nos estropee la noche.
Rodeo el coche y me siento junto a ella.
—De acuerdo —accede y asiente.
—Gracias —suspiro.
Meto la llave en el contacto y Pau me coge de la mejilla y me obliga a volverme hacia ella.
—Te agradezco mucho el esfuerzo que estás haciendo esta noche. Sé lo mucho que te cuesta, pero significa un mundo para mí. —Sonrío contra la palma de su mano mientras la escucho.
—Bien.
—Lo digo en serio. Te quiero, Pedro. Muchísimo.
Le digo lo mucho que la quiero mientras trepa por su asiento y se sienta a horcajadas en mi regazo. Me desabrocha la bragueta y me baja los pantalones a toda velocidad. Su mano se cierra rápidamente en mi cuello y me arranca la camisa, de la que saltan los dos botones superiores. Le subo el vestido para ver su cuerpo desnudo y ella mete la mano en mi bolsillo de atrás para sacar el condón que imaginaba que íbamos a necesitar.
—Sólo te deseo a ti. Siempre —me asegura para tranquilizar mi mente inquieta mientras me pone el condón.
La cojo de las caderas y la levanto. En el coche, todo es tan pequeño que la siento más cerca, más adentro, cuando se deja caer sobre mí. La lleno, del todo, es mía, y siseo posesivo. Me tapa la boca con sus besos y se traga mis gemidos mientras mueve lentamente las caderas, igual que en el club.
—Te la he metido hasta los huevos —le digo cogiéndola del moño y tirando de él para obligarla a que me mire.
—Me gusta —gime sintiéndola toda, hasta el fondo.
Una de sus manos se hunde en mi pelo y con la otra me coge del cuello. Está muy sexi por el alcohol, la adrenalina y las ganas que me tiene..., lo mucho que necesita mi cuerpo y esta conexión apasionada y en estado puro que sólo nosotros compartimos. No la encontrará con nadie más, y yo tampoco. Con Pau lo tengo todo, y ella no podrá dejarme nunca.
—Joder, te quiero —gimo en su boca mientras me tira del pelo y me agarra con fuerza del cuello. No es incómodo, sólo una leve presión, pero me vuelve loco.
—Te quiero —jadea cuando levanto las caderas para ir a su encuentro y se la meto con más fuerza que antes.
La miro fijamente y disfruto con cómo flexiona los músculos de la pelvis. El placer aumenta poco a poco en la base de mi columna y noto que ella se tensa mientras la sigo ayudando con mis caderas.
Tiene que ir a que le den la píldora. Necesito sentirla sin barreras otra vez.
—Me muero por estar dentro de ti sin condón... —le susurro en el cuello.
—No pares —me dice. Le encanta que le diga guarradas.
—Quiero que sientas cómo me corro dentro de ti... —Le chupo la clavícula, saboreando las gotas de sudor—. Sé que te va a gustar que te marque así. —Sólo de pensarlo me pongo a cien.
—Ya casi... —gime, y con un último tirón de pelo nos derretimos los dos juntos, jadeantes, gimiendo, guarros. Somos así.
La ayudo a bajar de mi regazo y bajo la ventanilla mientras se arregla el vestido.
—Pero ¿qué...? —empieza a decir cuando me ve tirar el condón por la ventanilla—. ¡Dime que no acabas de tirar un condón usado por la ventanilla! ¿Y si Christian lo ve?
Le sonrío con malicia.
—Estoy seguro de que no será el único que se encuentre en el aparcamiento.
Intenta subirme la bragueta para ayudarme a vestirme y que pueda conducir.
—O tal vez no —replica asomando la nariz por la ventanilla y mirando el aparcamiento mientras pongo el coche en marcha—. Aquí huele a sexo —añade, y se echa a reír a carcajadas.
Asiento y escucho cómo tararea todas las puñeteras canciones que ponen por la radio de camino a casa de Vance. Me apetece burlarme de ella, pero es un sonido encantador, sobre todo después de haber tenido que escuchar a ese grupo de mierda.
«¿Un sonido encantador?» Empiezo a hablar como ella.
—Voy a tener que arrancarme los tímpanos cuando acabe la noche —le digo, aunque no me hace ni caso. Me saca la lengua con un gesto infantil y sigue cantando, aún más fuerte.
Cojo a Pau de la mano para que no se caiga mientras recorremos la corta distancia que hay desde el sendero de grava hasta la puerta principal. Por cómo actúa, estoy seguro de que casi todo el contenido de la botella de champán ya está en su hígado.
—¿Y si no podemos abrir? —me pregunta con una risita tonta.
—La canguro está en casa —le recuerdo.
—¡Es verdad! Lillian... —Sonríe—. Es muy maja.
Yo me río de lo borracha que está.
—Creía que no te caía bien.
—Ahora que sé que no le gustas como tú me hiciste creer, ya me cae mejor.
Le acaricio los labios.
—No me hagas morritos. Se parece mucho a ti... Sólo que es más molesta.
—¿Perdona? —Hipa—. No fue bonito por tu parte hacerme sentir celos de ella.
—Pero funcionó —le contesto muy satisfecho de mí mismo cuando llegamos a la puerta.
Lillian está sentada en el sofá cuando entramos en la casa. Me paro a darle un tirón al bajo del vestido de Pau. Me mira mal.
Al vernos, Lillian se pone de pie.
—¿Qué tal todo?
—¡Ha sido genial! ¡El grupo era alucinante! —le dice Pau con una sonrisa de oreja a oreja.
—Está en pedo —informo a Lillian.
Se ríe.
—Ya lo veo. —Y, tras una pausa, añade—: Smith está durmiendo. Esta noche casi hemos mantenido una conversación.
—Bien por ti —digo llevando a Pau hacia el pasillo. Mi novia borracha le dice adiós a Lillian con la mano.
—¡Encantada de volver a verte!
No sé si debería decirle a Lillian que se vaya a casa o esperar hasta que Vance vuelva. Me callo.
Además, que se encargue ella del pequeño robot si se despierta.
Cuando llegamos a la habitación de Pau, cierro la puerta y de inmediato se desploma en la cama.
—¿Puedes quitármelo? —dice señalando su vestido—. Pica mucho.
—Sí, levanta.
La ayudo a sacarse el vestido y me da las gracias con un beso en la punta de la nariz. Es muy poca cosa, pero el gesto me pilla por sorpresa y le sonrío.
—Me alegro de que estés aquí conmigo —dice.
—¿Sí?
Asiente y me desabrocha los botones que le quedan a la camisa de Christian. Me desliza la prenda por los hombros y la dobla con cuidado antes de levantarse y dejarla en el cesto de la ropa sucia. Nunca entenderé por qué dobla la ropa sucia, pero ya me he acostumbrado.
—Sí, mucho. La verdad es que Seattle no es tan genial como yo creía —confiesa al fin.
«Pues vuelve conmigo», me dan ganas de decirle.
—¿Y eso? —es lo que digo en realidad.
—No lo sé. Simplemente no lo es. —Frunce el ceño y me sorprende que, en vez de querer escuchar lo infeliz que es aquí, me apetezca cambiar de tema. Landon y yo sospechábamos cómo se sentía en realidad, pero aun así me sabe mal que Seattle no sea lo que ella esperaba. Debería sacarla mañana por ahí para animarla un poco.
—Podrías venirte a vivir a Inglaterra —le digo.
Me lanza una mirada incendiaria con las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes por el champán.
—¿No me llevas allí contigo de boda pero quieres que me vaya a vivir contigo? —me suelta. Me ha pillado.
—Ya lo hablaremos luego —digo con la esperanza de que lo deje estar.
—Sí..., sí..., siempre para luego. —Vuelve para sentarse en la cama pero no calcula bien y acaba rodando por el suelo y desternillándose de risa.
—Ten cuidado, Pau. —La cojo de la mano y la ayudo a levantarse. El corazón me late a toda velocidad en el pecho.
—Estoy bien. —Se ríe y se sienta en la cama, llevándome consigo.
—Te he dado demasiado champán.
—Eso es verdad —sonríe y me empuja contra el colchón hasta tumbarme.
—¿Te encuentras bien? ¿No tienes ganas de devolver?
Apoya la cabeza en mi pecho.
—Deja de hacer de padre, estoy bien. —Me muerdo la lengua para no soltarle una perla.
—¿Qué te apetece hacer? —pregunta.
—¿Qué?
—Me aburro. —Me mira con esa cara. Se levanta y me mira, hay algo salvaje en sus ojos.
—¿Qué te gustaría hacer, borrachuza?
—Tirarte del pelo. —Sonríe y tira de mi labio inferior con los dientes del modo más pecaminoso posible.
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