Divina

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domingo, 27 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 41


Pedro

El clima aquí es mucho mejor que en Seattle. No llueve, y el sol ha hecho acto de presencia. Estamos en abril, ya era hora de que saliera de una vez, joder.

Pau se ha pasado el día entero en la cocina con Karen y esa tal Sophia. Estoy intentando demostrarle que puedo darle espacio, que puedo esperar hasta que esté preparada para hablar conmigo, pero me está costando más de lo que jamás habría imaginado. Lo de anoche fue muy duro para mí. Fue muy duro verla tan angustiada, tan asustada. Odio haberle pegado mis pesadillas. Mis horrores son contagiosos, y yo los viviría por ella si pudiera.

Cuando Pau era mía, siempre dormía tranquila. Ella era mi ancla, quien me infundía seguridad por la noche y combatía mis demonios por mí cuando yo estaba demasiado débil, demasiado distraído por la autocompasión, como para ayudarla a vencerlos. Ella estaba ahí, escudo en mano, luchando contra cada imagen que amenazaba a mi mente atormentada. Soportaba esa carga ella sola, y eso fue lo que terminó acabando con ella.

Entonces me recuerdo que sigue siendo mía; lo que pasa es que aún no está preparada para admitirlo.

Tiene que serlo. No puede ser de otra manera.

Aparco el coche delante de la casa de mi padre. El agente inmobiliario se ha cabreado cuando lo he llamado para decirle que dejo el apartamento. Me ha dicho no sé qué mierda de que me iba a cobrar dos meses de alquiler por incumplir el contrato, pero lo he dejado con la palabra en la boca y he colgado. Me da igual lo que tenga que pagar, no pienso seguir viviendo allí. Sé que es una decisión impulsiva, y lo cierto es que no tengo ningún otro sitio donde vivir, pero espero que pueda quedarme en casa de Ken durante unos días con Pau hasta que consiga convencerla de que viva conmigo, en Seattle.

Estoy dispuesto a ello. Estoy dispuesto a vivir en Seattle si eso es lo que quiere, y mi oferta de casarme con ella no va a expirar. Esta vez, no. Me casaré con ella y viviré en Seattle hasta que me muera si eso es lo que quiere, si eso es lo que la hace feliz.

—¿Cuánto tiempo va a quedarse esa chica? —le pregunto a Landon mientras señalo por la ventanilla el Toyota Prius que hay aparcado junto a su coche.

Ha sido muy amable por su parte ofrecerse a acercarme a buscar mi coche, sobre todo después de que le gruñera por haber dormido en la habitación con Pau. Landon señaló que yo no habría sido capaz de abrir la puerta cerrada con pestillo, pero la habría derribado si hubiera tenido energías. La idea de que ambos compartiesen una cama me está sacando de quicio desde que los oí susurrar al otro lado de la puerta.

Intenté dormir en la cama vacía de la habitación que se me había asignado, pero no podía. Tenía que estar cerca de ella por si pasaba algo y volvía a gritar. Al menos, eso es lo que me repetí mientras me esforzaba por permanecer despierto en el pasillo durante toda la noche.

—No lo sé. Sophia regresará a Nueva York a finales de semana —responde Landon con voz aguda e incómoda de cojones.

«¿A qué coño ha venido eso?»

—¿Qué pasa? —lo interrogo mientras entramos en casa.

—Nada, nada.

Pero sus mejillas se sonrojan, y lo sigo hasta el salón. Pau está de pie cerca de la ventana con la mirada perdida mientras Karen y mini Karen se echan unas risas.

«¿Por qué no se ríe ella? ¿Por qué no participa siquiera en la conversación?» La chica le sonríe a Landon.

—¡Hola!

Es bastante guapa, ni punto de comparación con Pau, claro, pero no es nada desagradable a la vista. Cuando se aproxima, echo un vistazo y veo que, una vez más, Landon se pone colorado. Lleva un pastel en la mano. Ella sonríe de oreja a oreja. Y entonces todo encaja.

¿Cómo no me he dado cuenta antes? ¡Le gusta esa chica! Un millón de bromas y de comentarios embarazosos inundan mi mente, y tengo que morderme la lengua literalmente para contenerme y no torturarlo con esta información.

Finjo no oír que empiezan a hablar conmigo y voy directo hacia Pau. No parece advertir mi presencia hasta que estoy justo delante de ella.

—¿Qué haces? —le pregunto.

Hay una línea muy fina entre el espacio y..., bueno..., mi comportamiento normal, y me estoy esforzando mucho por encontrar un buen equilibrio, aunque me resulta difícil acabar con mi actitud de costumbre.

Sé que si le doy demasiado espacio, se alejará de mí, pero si la asfixio, huirá. Esto es nuevo para mí, es un terreno totalmente desconocido. Detesto admitirlo, pero me había acostumbrado demasiado a que ella actuara como mi saco de boxeo emocional. Me detesto por cómo la he tratado, y sé que merece algo mejor que yo, pero necesito esta última oportunidad de convertirme en alguien mejor para ella.

No, necesito ser yo mismo. Pero una versión de mí que merezca su amor.

—Nada —dice—, sólo estaba haciendo pasteles. Lo de siempre. Bueno, en realidad, ahora estaba descansando un poco. —Una débil sonrisa se dibuja en sus labios y yo le sonrío abiertamente.

Estas pequeñas muestras de afecto, estas minúsculas pistas de su adoración hacia mí, alimentan mi esperanza. Una esperanza que me resulta nueva y desconocida, pero que estoy dispuesto a comprender me cueste lo que me cueste.

El ojito derecho de Karen y Landon se acerca, le hace un gesto a Pau y, en cuestión de segundos, todas vuelven a la cocina y nos abandonan a Landon y a mí en el salón.

En cuanto estoy seguro de que las mujeres no me oyen, esbozo una sonrisa malévola y acuso a Landon.

—Te pone burro.

—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Pau y yo sólo somos amigos. —Exhala un suspiro dramático y me mira cabreado—. Creía que ya lo habías entendido después de haberte pasado una hora insultándome esta mañana.

Meneo las cejas arriba y abajo.

—No, no me refiero a Pau, sino a Sarah.

—Se llama Sophia.

Me encojo de hombros y sigo sonriendo.

—Da igual.

—No. —Pone los ojos en blanco—. No da igual. Actúas como si no recordaras el nombre de ninguna otra mujer que no sea Paul.

—Pau —lo corrijo con el ceño fruncido—. Y no necesito recordar el nombre de ninguna otra.

—Es una falta de respeto. Has llamado a Sophia todos los nombres que empiezan por «S» excepto el suyo. Y me sacaba de quicio que llamaras Danielle a Dakota.

—Eres insufrible.

Me siento en el sofá sonriendo a mi hermanas..., bueno, en realidad ya no es mi hermanastro. Nunca lo ha sido. Y ahora, al ser de repente consciente de ello, no sé muy bien cómo me siento al respecto. Landon se esfuerza por contener una sonrisa.

—Tú también.

«¿Se entristecería si lo supiera?» No lo creo. Seguramente lo aliviaría saber que no estamos emparentados, aunque sólo lo estuviésemos por el matrimonio de nuestros padres.

—Sé que te gusta, admítelo —lo provoco.

—No me gusta. Ni siquiera la conozco. —Aparta la mirada. Pillado.

—Pero ella estará en Nueva York contigo, y podréis explorar las calles juntos y refugiaros bajo una marquesina durante un intenso aguacero..., ¡qué romántico! —Atrapo los labios entre mis dientes para evitar reírme al ver su expresión mortificada.

—¿Quieres parar ya? Es mucho mayor que yo, y no está a mi alcance.

—Está demasiado buena para ti, pero nunca se sabe. Algunas chicas no se fijan en el aspecto — bromeo—. Y ¿quién sabe? A lo mejor está buscando a un hombre más joven. ¿Cuántos años tiene?

—Veinticuatro. Y déjalo ya —me suplica, y decido hacerlo.

Podría seguir y seguir eternamente, pero tengo otras cosas en las que centrarme.

—Voy a mudarme a Seattle —digo de repente. Me entra una especie de vértigo cuando anuncio la noticia.

—¿Qué dices? —Landon se inclina hacia adelante, demasiado sorprendido.

—Sí, voy a ver si Ken puede hacer algo que me permita terminar el trimestre a distancia, y buscaré un apartamento en Seattle para Pau y para mí. Ya he renunciado a mi paquete de graduación, así que no debería ser ningún problema.

—¿Qué? —Aparta la vista de mí rápidamente.

«¿Es que no ha oído lo que le he dicho?»

—No voy a repetírtelo. Sé que me has oído.

—¿Por qué ahora? Pau y tú ya no estáis juntos, y ella...

—Lo estaremos; sólo necesita un poco de tiempo para pensar, pero me perdonará. Siempre lo hace. Ya lo verás.

Cuando las palabras salen de mi boca, levanto la vista y veo a Pau en el marco de la puerta con el ceño fruncido en su precioso rostro.

Y su precioso rostro desaparece al instante cuando da media vuelta y regresa a la cocina sin decir una palabra.


—Mierda. —Cierro los ojos y apoyo la cabeza contra el cojín del sofá, maldiciéndome por ser tan inoportuno.

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